Prefacio
Sus labios suaves y húmedos recorrían cada parte de su cuerpo, dejando marcas que yacían desde su cuello hasta su abdomen. El cuerpo de la joven era balanceado de arriba a abajo en cada penetración de su actual pareja, apretaba las blancas y suaves sábanas mientras mordía su labio inferior evitando trasmitir sonidos ahogados de placer y deseo.
Sus dos piernas; Cada una abierta a la altura de la cadera de aquel hombre, temblaban debido al agotamiento provocado por el vaivén de su cadera, ella alzaba su pelvis para sentirlo más y más en su interio mientras su cuerpo derramaba sudor por doquier.
—¿Te gusta? —se atrevió a preguntar seguido de un gruñido de excitación al ver a su chica asentir.
—Dios. —jadeó— ¿Por qué si se siente tan bien, no somos capaces de procrear un hijo? —una lágrima se escapó de sus ojos echando a la basura la lujuria y emoción.
El joven salió del interior de la chica y se acostó a su lado acariciando sus mejillas húmedas por las lágrimas de dolor, odiaba ver a su esposa en esas condiciones, odiaba el hecho de que Dios no los había bendecido con un hijo y, en lugar de eso, los maldijo a ambos sin poder crearlo. Durante años la joven pareja había intentado tener un hijo, pero se rindieron con las palabras del doctor.
"Ambos son estéril, jamás podrán tener hijos, al menos no propios"
Esas palabras habían destrozado el corazón de ella y de él, ocasionando un vacío que nada ni nadie podría llenar. Una noche, Aurora salió de casa aprovechando que su esposo se encontraba trabajando, subió a una pequeña montaña y rota en llanto le habló a la Luna.
—Luna, tú que ves cada noche la tristeza en mis ojos, la sed y ansias de tener en mis brazos un hijo de carne y hueso, que nasca de mis entrañas, sentir el dolor de madre y saber que al fin podré llamarlo hijo. —sollozó mientras lágrimas yacían de sus ojos sin querer parar— ¡Luna! Otorgame la bendición de un hijo, por favor, permíteme ser madre y ser feliz.
Aurora sintió sus parpados pesados y de un momento a otro cayó al suelo, pasaron largas horas en las que Neytan buscó a su esposa por todas partes y cuando decidió llamar a la policía, la divisó a lo lejos totalmente desprotegida. Neytan corrió hasta sentir sus pulmones explotar, se arrodilló frente a ella y la levantó entre sus brazos. Pasaron días enteros en los que Aurora seguía dormida sin que el doctor pudiera explicar la razón de ello y, de un momento a otro despertó.
—Cariño. —una lagrima escandalosa recorrió parte de su rostro alterando a la joven chica.
—¿Qué ocurrió? —se incorporó un poco y levantó su vista a su esposo.
—Aurora, —musitó alegre— e-estás embarazada ¡Es un milagro mi amor! —Aurora sonrío entre lágrimas sin poder creer las palabras que salían de Neytan, definitivamente era un milagro—. Los doctores no pueden explicar cómo pasó, pero lo importante es que vamos a ser padres.
—Es un milagro. —repitió en lo bajo casi inaudible— es el hijo de la Luna.
Neytan no entendía las palabras de su esposa, pero decidió no prestarle atención, después de todo, lo más importante en ese momento era su bebé, el hijo que había nacido de un milagro, el hijo de la Luna. Neytan nunca dudó de su esposa, pues la chica al igual que él no podían tener hijos ni aunque buscarán terceros. Los meses siguieron pasando y el parto de Aurora se acercaba más, esperaban con ansias el día en que su pequeño y bello bebé estuviera en sus brazos para cuidarlo, protegerlo y sobre todo, llenarlo de amor.
El tiempo pasó volando y los gritos y chillidos de Aurora se hacían presentes, alterando los nervios de Neytan, caminaba de un lugar a otro rezando para que algún doctor saliera y dijera que su hijo ya había nacido, pero por más que pidiera por ello, nadie le daba razón de su esposa. Tres horas después, tres horas que para Neytan pasaron eternas, tres horas en las que al fin un doctor había salido para darle información sobre su hijo, el día había llegado y más feliz no podría estar.
—El parto se complicó un poco, pero al fin su hijo ha nacido. —felicitó mientras palmeaba su hombro con una gran sonrisa— puede pasar a verlos.
—Gracias doctor.
Neytan caminó con pasos apresurados hacia la habitación de su esposa, una vez encontrada, abrió la puerta suavemente dejando a la vista, una hermosa mujer con su hijo en brazos, para Neytan era la vista más hermosa pues era algo que siempre deseo observar.
—Entra Neytan, —oro cansina— mira a nuestro hijo.
Neytan se acercó con una gran sonrisa y observó a su hijo en brazos de su amada —Es hermoso —anunció después de ver sus hermosos ojos azules— no se parece a ninguno de los dos.
—Tienes razón. —suspiró— su piel es clara como la Luna y sus ojos tan azules como el cielo.
—¿Cómo se llamará? —cuestionó a espera de una respuesta.
—Lecuim. —aclaró sin titubear.
Aurora le había contado a Neytan su experiencia aquella noche mientras le rogaba a la Luna por un hijo y mientras trataban de comprender lo sucedido, Lecuim se había convertido en un hombre después de dar por llevado 21 años de su vida; Su físico encantador, dejaba sin aliento a cualquier chica que se paseara por su lado, sus ojos azules como el cielo, tes blanca como la luna, al igual que su cabello color nieve intenso, sus labios color fresa carnosos, era la perdición de cualquier dama, pero había algo que dañaba su imagen de hombre perfecto y era su personalidad, su arrogante y creída personalidad, por fuera era un Dios griego, pero por dentro era un maldito hijo de puta.
Había llegado el cumpleaños número 22 de Lecuim, pero a diferencia de los demás días, éste iba a ser una catástrofe. Una mujer mayor, de cabello blanco y arrugas por doquier, había llevado a su hija para que los padres de Lecuim, accedieran a casarla con él ya que no había en el mundo alguien que pudiera igualar su belleza y junto con Lecuim, serían la pareja ideal, pero a cambio de eso, solo recibieron burlas.
—Debes estar bromeando anciana. —soltó una carcajada escandalosa— esa mujer nunca será mi esposa. No está a la altura de un hombre como yo.
—¿Es su última palabra, joven Lecuim? —el chico asintió con burla en sus ojos— ¡Aprenderás a no humillar a nadie! ¡Y menos a mi hija!
El cielo se oscureció tapando el brillante y grande astro rey, las personas del lugar se empezaron a alterar, pues veían como una niebla totalmente blanca empezaba a cubrir a Lecuim.
—La maldición permanecera por toda la eternidad, no hay nada en éste mundo que pueda romperlo, —anunció con voz firme y rencorosa— tal vez sí. Lecuim, en tu vida pasada tenían una novia a la cual amabas con tu vida, encuéntrala nuevamente y romperas la maldición, pero... —rió— ¿Crees lograr enamorarla así?
—Miau.
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