Capítulo Vigésimo Primero

Helery

La vida me había cambiado de la noche a la mañana, algunas cosas habían mejorado y otras empeorado. La compañía de mi hermana me daba ánimos para mantener mi estancia en éste mundo, aunque debo admitir que a veces me saca de mis casillas, ella era la única que me había dado apoyo en estos días tan tristes y complicados, mi familia no me daba ni un poco de ayuda desde que decidí independizarme, estaba sola, sin amigos ni novio, solo la tenía a ella y eso lo agradecía mucho.

Había terminado mi ensalada de frutas hecha por Sammer, ahora me dedicaba a vestirme y arreglarme, había decidido dedicar todo el día al trabajo al cual había faltado durante varios días. Una vez organizada tomé mi bolsa con un disfraz y salí rumbo a mi trabajo, en la radio sonaba una melodía relajante y algo agobiante, por lo que decidí apagarla y seguir sin música, algunos pensamientos se cruzaban por mi cabeza sacando un suspiro desde lo más profundo de mí, seguí así sin darme cuenta de la realidad, a lo lejos escuché un grito que hizo que frenara en seco.

- ¡¿Qué pasa maldita loca?! ¡¿Me quieres matar?! - Gritó haciendo que mis mejillas se sonrojaran totalmente avergonzada.

- L-Lo lamento - Me disculpé.

- ¡Chupamela! - Mostró su dedo de la mitad y salió de mi vista.

Mi día no podía haber comenzado peor, desde que resbalé con aquella cáscara de banano sabía que éste día iba a estar lleno de problemas. Al fin había llegado al elegante restaurante — ¿Notan mi sarcasmo? — Por fuera lo parecía, pero por dentro parecía un maldito prostíbulo, tomé aire y caminé hacia los vestidores, me cambié y salí para empezar el dichoso trabajo. Un vestido de marinera fue lo primero que encontré, una mini falda y blusa corta con su respectivo gorrito, me veía ridícula, parecía una maldita prostituta, debería de regalarle tremenda porquería a Ariel.

Una vez que empecé a llevar la comida a cada mesa, podía notar las miradas perversas de esos viejos verdes directo en mi trasero, algún que otro borracho trató de tocar mis senos descontados, pero podía asegurar que todos ellos salieron con una marca en su mejilla hecha por mi mano, las demás empleadas estaban igual o peor vestidas que yo, en sus rostros podía notar la tristeza de estar aquí, pero también podía notar la necesidad que se cargaban, al igual que yo, muchas necesitamos dinero para sobrevivir, ya que nuestra familia no contamos. La mañana, tarde y noche se había ido rápido, tomé mis cosas y salí de ese espantoso lugar, eran casi las dos de la mañana y lo único que quería era llegar a casa.


- ¿Cómo te fue en el trabajo? - Fue la pregunta que golpeó mis oídos al abrir la puerta.

- Diría que bien pero estaría mintiendo - Musité cansina tirando mis zapatos a cualquier parte del apartamento.

Sammer me sirvió la cena la cual estaba delicioso, le agradecí por esperarme a tan altas horas de la madrugada, cuando terminé de comer decidí darme una ducha y ponerme a dormir, pero en ese proceso sonó la puerta y me vi obligada a ir. Mientras llegaba a la puerta, quién la estaba tocando pareciera que en cualquier momento la iba a tumbar, lo que hizo que me enfadara y la abriera con toda mi ira acumulada.

- ¡¿Quién mierda te crees para venir a tocar de esa manera a éstas horas de la madrugada?! - Iba a seguir gritando pero callé mis palabras al ver a Ariel sin expresión alguna.

- Sinceramente me dan igual tus gritos, solo vine para que encierres a ese estúpido gato - Masculló entregándome al que era mi gato - Odio a los gatos, creo que en mi otra vida fui uno y me fue fatal, si no lo encierras lo votaré por ahí.

- No tienes sangre en las venas.

- Claro que sí querida, no estuviera viva siendo así ¿Por qué estás con tan mal humor? ¿Poco sexo en tu corta vida? - Soltó una carcajada la cual calle tirándole la puerta en la cara.

Suspiré controlando mis ganas de matarla ahí mismo, tomé al gato con todas mis fuerzas y lo metí a una jaula, sí, sé que las jaulas son para los pájaros, pero no tenía de otra. Subí a mi habitación y lo puse a un lado de la cama, me quité la ropa quedando totalmente desnuda y me metí a la ducha, el agua tibia relajaba mi sangre hirviente, las gotas de agua decoraban mis piel la cual soltaba vapor, pasé el suave jabón por mis hombros, bajé hasta mis senos y por último mi zona íntima, mis piernas y brazos los lavé con una crema especial para evitar resequedad, nuevamente abrí la llave para enjuagar todo y quedar con un rico olor a flores, salí de la ducha y empecé a caminar en mi habitación desnuda y empapada.

El gato no dejaba de mirar mis movimientos, pero no tenía intención de vestirme todavía, el frío que hacía que mi piel se estremeciera me relajaba aún más y aunque sonará un poco masoquista, el frío que hacía sufrir mi cuerpo, controlaba el calor de ira, enojo y frustración.

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