Capítulo Trigésimo Séptimo
Lecuim
Ante mis ojos el cuerpo de Helery se desvaneció, estaba débil y a juzgar por sus heridas, había sido maltratada y lastimada. No podía negar que me sentía herido e impotente, no soportaba que alguien tocara a mi pequeña y la mayor principal era ésta maldita bruja la cual llegó a arruinar mi vida y todo para quedarse con el reino que me pertenecía, el reino de la Luna. También debo admitir que gracias a ella dejé mi estúpido ego y dejé de humillar a las personas que no tenían mi mismo rango social, me di cuenta que todos valemos como persona.
La pelea al fin había comenzado, la bruja había dejado su manto que la cubría por completo dejando al aire libre su piel pálida y vieja, la oscuridad estaba de su parte, trataba de utilizarla para despojarme de la vista y poder ganarme fácilmente. Yo sonreía sin apagar mi áurea brillante e intensa, después de todo tenía algo muy importante a mí favor, los gatos vemos de noche. El primer golpe lo había dado ella, traté de esquivarlo pero sus afiladas uñas lastimaron un poco mi mejilla.
- Deberías de estar llorando Lecuim ¿O debería de llamarte Yeison? - Masculló sonriendo victoriosamente.
- Prefiero Lecuim - Afirme - El otro nombre es cosa del pasado. Además, prefiero ser valiente y no llorar.
- ¿Acaso crees que los valientes no lloran? - Cuestionó esquivando mi puño - He visto a un manantial llorar al ver sus aguas ir al mar.
- Linda frase del Mago de Oz - Mascullé golpeando su fea nariz -, pero mejor dejasela al autor, a ti no te sale.
La pelea continuó durante largos minutos, minutos que parecían horas y horas que parecían años. Mi cara se encontraba llena de cortadas y golpe, la ella estaba sangrando y tenía varios moretones por sus brazos y piernas, el fin había llegado e iba a hacer más fácil de lo que esperaba, seguí peleando viendo cómo la bruja cada vez se debilitaba más, ya era vieja y la mayoría de sus poderes se los había pasado a su hija.
Estaba decidido a terminar con ésto de una vez, iba a dar mi golpe final pero alguien se atravesó haciendo que cayera al suelo y me lastimara mi codo derecho, alcé mi vista para averiguar quién era y no me sorprendió para nada ver a Ariel parada con su ropa totalmente negra.
- ¿Qué tal una pelea conmigo cariño? - Sonrío - Será un sensación muy placentera.
- Deberías de bajarle dos rayas a tu calentura muñeca - Dije con una sonrisa falta - ¿No te dieron tu ración de pene hoy?
Podía ver la furia en sus ojos; Era una mujer muy bella y poderosa, pero ni aunque volviera a nacer se compararia con mi pequeña y hermosa Helery, ella siempre será mi reina aunque vengan mil. Sus puños pronto empezaron a atacarme mientras yo los esquivaba, admitía que era mucho más rápida que su madre pero aún así no era competencia: puños, patadas, velocidad y fuerza era lo que demostraba Ariel, mientras yo corría hacia un gran árbol y tomar impulso con lo que logré tumbarla al suelo y hacerla sangrar.
Todo iba perfectamente hasta que Ariel saco un pequeño cuchillo, en un movimiento rápido se subió encima de mi entrepierna y colocó el cuchillo en mi cuello amenazando mi vida. Podía sentir como el filo exagerado de éste empezaba a lastimar la piel de mi cuello, cuando creía todo perdido una luz mucho más brillante que la mía empezó a iluminar todo haciendo que la bruja empezara a gritar con desesperación.
En un movimiento mucho más rápido que el de ella quité el cuchillo de sus manos, la giré poniendo su espalda en mi pecho y puse el cuchillo en su cuello amenazandola de la misma manera ella que hace algunos minutos. Miré a mi alrededor y una sonrisa apreció en mi rostro, el brillo lo trasmitía Helery, sus ojos estaban iluminados al igual que todo de ella, la luz estaba quemando a la bruja y debilitando a Ariel, después de un segundo todo fue humo.
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