Papá, no me lastimes
Camino a casa, Isaías le relata a su madre cada detalle de la jornada escolar mientras Eric solo escucha y mira por la ventana con una sonrisa soñadora.
—¡Oye! —llama Isaías alegre —Tenía mucho tiempo sin verte sonreír así
Eric voltea a verlo confundido, pero aún así, el pequeño asomo de sonrisa y el brillo en sus ojos no se disipa.
—¿Pasó algo bueno Eric?—pregunta la madre de Isaías.
—Nada nuevo señora —responde Eric.
Isaías lo mira con las cejas arqueadas a través del retrovisor, Eric se encoge de hombros ante su mirada y vuelve la vista a la ventana.
El camino prosigue con algo de música en la radio e Isaías haciendo algún comentario irrelevante de vez en cuando hasta que llegan a la esquina donde Eric baja.
—Adiós Isaías —despide abriendo la puerta del auto —Adiós señora Murillo
—Adiós Eric —responde la mujer antes de que Eric cierre la puerta.
Isaías le hace una seña a su mejor amigo para que se acerque a la ventana, Eric se acerca con el ceño fruncido y espera a que su amigo baje la ventanilla para escucharlo.
—Mañana tenemos que hablar jovencito —susurra y Eric suelta una pequeña risa.
—Vale —accede igual en un susurro —Adiós
—Chao —responde Isaías y estira la mano para que ambos chicos se den los cinco.
Eric se aleja del auto y se dirige a su casa, en el camino va pensando quién podría ser esa misteriosa persona con la que ha estado intercambiando notas y una sonrisa se instala en su rostro de forma inconsciente.
Llega a su casa y revisa que no haya nadie observando antes de entrar, perdido en sus pensamientos, esta vez solo cierra la puerta y continúa su camino hacia arriba sin saludar ni revisar a su alrededor.
—¿De dónde vienes? —pregunta una voz grave y rasposa detrás de él haciendo que se quede de piedra con un pie sobre el primer escalón y la mano en el barandal.
—De la escuela —murmura en respuesta preocupado, cualquier rastro de alegría ha sido borrado de su rostro para ese momento.
—¿Y esa sonrisa? —interroga de nuevo la voz.
Se oye el sonido de una silla cuando la persona que la ocupa se levanta haciendo que Eric alce la vista aterrado y apriete con fuerza el barandal de la escalera, se escuchan pasos pesados que avanzan en su dirección.
—Solo fue un buen día —responde apretando los dientes y cerrando los ojos.
—Ajá —habla la voz sarcástica.
Una mano se coloca en el hombro de Eric y lo obliga a dar media vuelta de forma brusca, Eric alza la vista temblando.
Frente a él hay un hombre muy corpulento y con una barba prominente, no hay que ser muy brillante para darse cuenta que está ebrio; Eric traga saliva nervioso.
—Papá... —murmura.
El hombre lo toma por la parte trasera de la cabeza y lo jala hasta la cocina, ahí está su madre inconsciente en el suelo, también ebria.
—¿Cuántas veces te he dicho que no quiero ver esto cuando llego? —reclama el hombre, lágrimas salen de los ojos del niño.
—Pero papá...
El hombre le arranca la mochila y lo jala de la oreja escaleras arriba, cuando llegan a la parte más alta empiezan a caminar hacia el cuarto del chico, Eric comienza a jalarse e intentar detenerse.
—¡No! ¡No papá! ¡Por favor no! —suplica Eric.
El hombre reafirma su agarre en la cabeza del niño y lo mete de un empujón al cuarto, Eric se sostiene de la orilla de la cama y se arrincona en la esquina, el hombre lanza la mochila del niño al otro lado del cuarto y se quita el cinturón.
—No, papá, por favor no —pide el chico llorando, un primer golpe impacta en su cara.
Los golpes resuenan en la habitación al ritmo del segundero del reloj, el niño llora y sigue suplicando pero más bajo, sabe que igualmente nadie va a escucharlo, ni ayudarlo; el hombre sale de la habitación poniéndose el cinturón y deja al chico ahí. Eric gatea adolorido hasta su mochila cuando escucha la puerta azotarse, la toma entre sus brazos y se sienta en la otra pared mientras sigue llorando, sin quererlo, se queda dormido.
. . .
Eric despierta asustado, revisa el reloj de su habitación, son las seis de la tarde, durmió cinco horas, apurado se levanta y abre su mochila para comenzar a hacer su tarea, no planea salir de su cuarto hasta estar seguro de que puede hacerlo.
Las horas pasan, el estómago del chico ruge mientras él sigue pasando hojas de cuadernos, a las doce y media, una puerta se azota.
El chico se sobresalta y espera un par de segundos, no hay más ruidos, discretamente se dirige hacia la puerta y la abre con cuidado, revisa el pasillo, luz apagada y vacío. Regresa a su cuarto y saca una pequeña linterna de su armario antes de bajar rápido a la cocina.
Cuando llega al piso inferior ve a su madre tirada dormida en el sillón, se acerca a ella y la tapa con una cobija que hay y corre directo al refrigerador, hay un poco de guisado en una cacerola, sin importar nada, toma una cuchara de la alacena y empieza a comer apresuradamente.
Cuando se siente satisfecho, deja la cacerola de vuelta en el refrigerador y la cuchara en el fregadero, una más, una menos, a nadie le importa realmente. Se sirve un vaso de agua de la llave y cuando se lo termina sube de nuevo.
Una vez arriba se encamina a su cuarto y cierra la puerta de este tras él, comienza a guardar sus cosas en su mochila y saca su diario, por el intercambio de notas olvidó escribir su poema, encuentra la respuesta de la persona.
"Ví que tenías varios poemas de Félix Huidobro, no lo conocía, ¿tienes otro?"
Eric sonríe suavemente, claro que tenía otro, uno que estaba naciendo en él en ese momento, sin pensarlo, lo escribe y cuando termina lo regresa a su mochila y se acuesta a dormir.
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