PRÓLOGO
—¡NO TE ATREVAS A TOCARLO MALDITO! —grité, clavando mis ojos con furia en la filosa daga que rozaba el cuello de James. Sin embargo, con preocupación, giré la vista hacia mi mano, y apreté con fuerza el estilete de plata, deseando poder clavársela a ese monstruo justo en el pecho, arrancarle el corazón y aplastarlo con mis pies para hacerlo añicos. Eran pensamientos inconcebibles, pero a estas alturas ya nada era lo suficientemente extraño para mí.
Mis piernas temblaron y mi corazón se agitó. Si daba un paso en falso, las consecuencias de mis actos podían ser devastadoras. Cuando regresé la mirada, me encontré con los ojos de James, y no sólo sentí que mi cuerpo se desmoronaba, sino que también lo hacía mi alma al darme cuenta de lo que él estaba tratando de decir.
Estaba despidiéndose.
El dolor en mi pecho se hizo insoportable cuando la voz en mi cabeza volvió de repente. James me cantaba con debilidad aquella canción que había sido símbolo de nuestra historia, una serie de largas y hermosas memorias guardadas en mi mente. Mis ojos se llenaron de lágrimas, odié a James con todas mis fuerzas por darme a entender que se estaba dando por vencido, y que su destino mortífero era inevitable.
—Observa bien Micah Winterwood, porque la luz que tanto adoras se apagará en cualquier momento, dándole la bienvenida a la oscuridad.
—¡No te atrevas! —amenacé, acercándome un poco más. Pero, al acortar la distancia, aquella daga segó la piel de James. Sangre comenzó a correr por su cuello, y quise desesperadamente tenerlo entre mis brazos y besar sus heridas.
En este camino lleno de espinas, no parecía existir la luz para mí.
"No lo hagas, Mic".
Su voz a través del vínculo era débil, pero podía escucharlo fuerte como un tambor retumbando en mis sienes. Si tan sólo hubiera rogado un poco más, si tan sólo James me hubiese transformado, no estaría aquí de pie, sintiéndome un inútil.
—Dime, ¿es su vida o la tuya?
—Entonces que sea la mía —miré la sonrisa de aquel demonio y sentí que era correcto aceptar sus peticiones. Mi vida no importaba nada en esos momentos, para mí, James lo valía todo.
Así pues, cuando mi estilete fue lanzado al suelo, cuando mis pies caminaron a paso lento llevando mi cuerpo hacia ellos, fue que el destino, de alguna manera, quiso que presenciara otro golpe inimaginable que no pude haber visto venir por estar tan ciego, por estar atrapado entre las perlas ambarinas del ser que intentaba salvar.
La daga rodeó el cuello de James cortando su carne, y mi corazón se detuvo cuando la sangre comenzó a derramarse. Una inmensurable ira se disparó por todo mi torrente sanguíneo, y el alma dejó mi cuerpo para convertirme en algo que nunca supe que tenía dentro.
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