HISTORIA QUE EL VIENTO SUSURRA


     CUENTA LA LEYENDA que, hace muchos años, cuando la tierra estaba plagada por soldados, y la sangre se derramaba por sus grietas alimentándola con dolor y odio, nació un especial y pequeño lobo gris entre el bosque tupido. Su madre, luego de dar a luz, murió desangrada, y su padre falleció días más tarde cuando trató de protegerlo a él y a sus cuatro hermanos de los cazadores.

Cinco lobeznos vivieron escondidos bajo las copas de aquellos árboles, y sobrevivieron cazando a pequeños animales mientras se cuidaban el uno al otro. Luego de un tiempo, cuando fueron lo suficientemente grandes para desplazarse, buscaron un nuevo hogar, y en su camino, se dieron cuenta del mundo en el que habían nacido.

Además del gran pesar de haber perdido a sus padres, aquellos lobeznos vieron con sus propios ojos la crueldad de la guerra.

Cruzando por un campo de batalla, en donde solamente quedaban trozos de cuerpos, humo llenó sus pulmones mientras se adentraban a los restos de lo que había sido una fortaleza. Allí, el lobo gris dirigió a sus hermanos hasta una empalizada. Detrás de toda esa madera, un campamento se resguardaba del enemigo. Con mucho cuidado, la pequeña manada avanzó hacia ellos, su propósito: conseguir alimento antes de que la noche cayera.

Era una maniobra arriesgada, pero después de haber recorrido kilómetros donde sólo había devastación y carencia, el hambre llamaba y la suerte dictaba que debían tomar una decisión.

Al haber elegido una posición confiable, los lobos entraron con sigilo al campamento y ahondaron en sus provisiones mientras un grupo de personas yacía rodeando una fogata. Sin embargo, al estar escondido, el lobo gris miró con detenimiento a los hombres que reían y tomaban copas de vino, y se dio cuenta que una mujer lloraba entre ellos mientras era forzada a desnudarse ante sus crueles ojos.

Su instinto bien podría haberle dicho que se fuera, pues teniendo la carne que habían entrado a buscar no había necesidad de quedarse. Animales como ellos nunca habían estado tan cerca de los humanos, pero aquel lobo gris en particular sintió una especie de ira que no comprendió del todo.

Un fuerte aullido salió de su pecho con desprecio, y los ebrios hombres se asustaron haciendo que soltaran a la mujer. El resto de lobos miró con cautela a su hermano, y luego de observar que serían prontamente atrapados, decidieron retirarse antes de que alguno de ellos fuera asesinado.

El sonido furioso del lobo retumbó entre el silencioso campamento, y los hombres se armaron para buscar al responsable de haber arruinado su noche. Desde luego, la mujer aprovechó la situación, y tan pronto aquellos monstruos le dieron la espalda, ella corrió hasta que fue libre y se perdió entre el bosque.

Con acelerados pasos, el lobo gris retrocedió al darse cuenta que la víctima había podido escapar de las garras de los sanguinarios, y tan pronto ella salió de su vista, hizo lo mismo y huyó con sigilo.

Aquella noche, el lobo gris regresó con sus hermanos, quienes preocupados se habían mantenido cerca a esperar a que él volviera con ellos.

Días más tarde, cuando los cinco lobos yacían dormidos bajo la luz de la luna, una doncella de aspecto deplorable tropezó con ellos por pura casualidad. Ella palideció al darse cuenta que estaba rodeada por aterradoras bestias, y el lobo gris olfateó el aire sólo para darse cuenta que era la misma mujer a la que había ayudado.

Ella se tapó la boca y se quedó muy quieta, temblando. El lobo se acercó con cautela e indicó a sus hermanos que la mujer no representaba ningún peligro. Entonces, sus miradas se cruzaron; ojos grises y perlas azules destellaron bajo las estrellas, en la oscuridad. Y, cuando el lobo rozó su nariz con aquella lastimada mejilla, una especie de amor lo inundó, y su instinto animal le dijo que tenía que protegerla. Así que lo hizo.

Mostrando completa devoción y sumisión, el lobo le lamió las heridas e inclinó la cabeza para decirle que con ellos estaría a salvo. Ella comprendió su ternura y, aunque tenía miedo, aceptó la invitación de la manada cuando todos la rodearon y la cubrieron con sus cuerpos. Era un gesto de aceptación, por lo que, finalmente, después de tanto tiempo caminando en este mundo sin rumbo, tanto la doncella como los lobos sintieron que estaban completos.

Sin embargo, aquella inmensa alegría no duró. Así pues, una noche, cuando la luna llena iluminaba el manto nocturno, los hombres que una vez la tuvieron en prisión los encontraron a todos descansando alrededor de una fogata. Habían seguido sus huellas, habían perseguido sus pasos. Y, cuando gritos de horror y miedo cubrieron los rincones del bosque, una guerra, tan parecida a las mismas que se daban en los campos, se suscitó al momento en que los lobos atacaron a los intrusos con sus colmillos y garras, y estos se defendieron disparando y sacando sus filosos cuchillos.

Hace mucho tiempo, cuando la tierra se impregnaba de sangre inocente y por sus grietas se filtraba la tristeza y el dolor, un lobo gris caminó bajo la luz de la luna llena, herido, cantando una canción.

Horas antes, aquel animal había creído que su vida estaba completa, que había encontrado a la única persona que demostró ser la pureza y la inocencia, el amor y la compasión que por mucho tiempo deseó tener. Pero, luego de verse a sí mismo bañado con la sangre de sus hermanos, salpicado con el dolor de aquella misma mujer, el lobo pensó en lo estúpido que había sido.

Un entrecortado aullido se desprendió de sus mallugados pulmones, y bajo aquella luz blanca del anochecer, el lobo gris lloró con amargura su pérdida.

Los hombres que los atacaron habían ganado, y se llevaron a la mujer que le cantó por las noches mientras le recordaba con sus letras que él no era un animal, sino un milagro puesto en su camino gracias al destino. Y el lobo le había creído. Porque al no haber sentido más que su genuino raciocino animal, ver un destello bajo toda esa capa bestial le dijo que él había nacido para ser diferente.

Pero ahora, todo estaba perdido. Se había bañado con la muerte, y le habían arrebatado lo que más amaba.

El lobo volvió a cantar, pero la melodía salió con ira, miseria y tristeza desde su interior. El lobo se dejó caer, y su cuerpo derrotado crujió sobre la hierba mientras la oscuridad lo cubrió en su cobijo.



     SELENE era la diosa que iluminaba la noche con su brillo enceguecedor. Curiosa pero temerosa, brava pero sensible; voluble pero conservadora, pasional pero calma. Las características de Selene podrían ser muchas veces contradictorias, pero nunca equivocadas.

Viendo desde lo alto con ojos perceptivos e instinto protector, siempre había creído que los humanos eran seres muy impredecibles, y que sus acciones enviaban presagios hacia el cielo. Por ende, los dioses podían intuir lo que pasaría con ellos, sabían a ciencia cierta si caerían en la gloria o la miseria, y decidían si debían meterse o no en sus asuntos de acuerdo a sus provechos.

Selene jamás había visto la necesidad de hacerlo.

Sin embargo, su corazón dolió cuando en su regazo, aquel pequeño animal que solía cantarle cuando ella estaba triste o alegre, cayó destruido gracias a las acciones de los humanos. Era muy duro darse cuenta que los hombres no valoraban a la naturaleza y todo lo que esta implicara, y era aún más difícil ver cuántos sufrían y morían a manos de ellos.

La diosa estaba tan afligida que no pudo evitar bajar y tomar entre sus brazos aquel hermoso animal.

Con sus manos consoló su dolor, y con sus lágrimas selló todas sus heridas. Mientras ella hacía lo posible para curarlo, preguntó al animal la razón por la cual se encontraba de ese modo, y tocó con un beso su hocico para escuchar su respuesta.

El lobo le contó a la diosa con un suspiro todo lo que en su vida había acontecido: sus pérdidas, la incontrolable emoción que surgió en su interior cuando se dio cuenta que su propósito en este mundo era ser más que un simple animal.

Selene sonrió al joven lobo, y entendió entonces los deseos de su corazón.

Con el don que se le había otorgado, dejó que su amor fluyera atreves del cuerpo lastimado. Poco a poco, este fue cambiando hasta que todo él se transformó en lo que su alma anhelaba con ahínco: un hombre. Ojos cristalinos se abrieron pues a la noche, y la luna en lo alto lo recibió con orgullo. Rayos tiernos de luz iluminaron su piel, y sus venas palpitaron con sangre que fue modificada para ser más fuerte.

Con sorpresa, el que fue aquel lobo gris se tocó el cuerpo, y con una alegría que estaba muy escondida en su interior, profesó su agradecimiento a la luna jurándole que siempre cantaría junto a ella, que su alma estaría prometida.

Pero, antes de que él proclamara llamarse a sí mismo humano, Selene le hizo saber que debía dejar sus rencores o le serían quitado sus favores.

El lobo gris se sintió derrotado. Su sed de venganza dictaba que debía ir por los responsables de la muerte de sus hermanos, mismos que le habían arrebatado a la mujer de la que se enamoró. Pero la luna insistía en que él no debía continuar su persecución, y el hombre rogó hincándose para que Selene lo escuchara.

Ella lo hizo. Viendo el terrible dolor en su nuevo corazón y el deseo indiscutible de querer ser feliz, Selene se compadeció y lo dejó sólo con una condición, aunque en el fondo, tenía que admitir que esto sería un provecho no sólo para él, sino para ella.

Lleno de gratitud y con enorme expectativa, el hombre corrió desnudo, bañado con luz de luna que le permitió ser más veloz, capaz y valiente, camuflado con pelaje sólido y coraza en su corazón. Sus músculos no se rompieron cuando sus pies tocaron la tierra después de haber brincado desde lo alto, y sus huesos no se fracturaron cuando, con gran empuje, destrozó los árboles que tapaban su camino.

Él era mitad humano, mitad bestia, y su instinto feroz persistió al escuchar los gritos de la ultrajada mujer, quien dejaba en su camino un rastro de sangre. Su olor exquisito fue perseguido por sobre todos los aromas de la naturaleza, y sus latidos se sincronizaron con los de la doncella que con implacable convicción encontró entre la oscuridad.

Los hombres llevaban de vuelta a su fortaleza a la mujer que con malicia darían muerte luego de cansarse de ella. Empero, fueron emboscados por un gigante lobo capaz de destrozar huesos con sus propias manos, e infringir heridas con sus afilados colmillos.

Con terror, vieron que sus armas ni siquiera le hicieron daño, y que, al herirlo, lo único que causaban era que este se volviese más agresivo, violento y sanguinario.

Uno a uno fue cayendo en su propio charco de sangre, y en el suelo quedó la mujer después de haber perdido todas sus fuerzas.

Ni siquiera la imagen de desmembramiento la hizo temblar. Ella, de alguna manera, sabía que aquel descomunal animal que le estaba salvando la vida era el mismo lobo que la había querido, que la había amado.

Le decían bruja, pero todo lo que ella poseía era una fuerte capacidad de percepción, la habilidad de ver su futuro, y un anhelo poderoso por ser madre. Y esto, de alguna manera, lo había predicho.

Dejó que el destino la guiara y su corazón fue entregado al que le había dado abrigo. Fuese real o no, ella sabía en algún lugar de su interior que era así como se tenían que dar las cosas. Y la bestia, cuyas manos estaban manchadas de la sangre de sus enemigos, era parte de aquel futuro construido para ella.

Luego de haberse entregado al dolor y al cansancio, la mujer cayó en un sueño profundo que la llevó a verse a sí misma rodeada de un hermoso campo de flores. Ella estaba sentada en la hierba mientras sus manos sostenían un precioso collar adornado con una piedra preciosa; a lo lejos, un par de lobeznos corriendo a su alrededor buscando ser atrapados por un hermoso hombre.

Y ella conocía a ese hombre.

De pronto, aquellos cachorros se transformaron en niños, y los infantes corrieron desnudos hasta caer finalmente sobre flores que llenaron sus cuerpos de aquel aroma que le recordaba a su hogar. Y, en uno de los latidos de su corazón, sus voces sonaron luego de haberse reído hasta el cansancio, y el más grande de ellos la llamó por su nombre, diciéndole mamá.

"Con una condición", había dicho Selene a aquel animal con corazón de hombre. "Entrégame la mitad de tu alma y te recompensaré dándote lo que deseas. Serás mi hijo, y tu descendencia me acompañará mientras cantan para mí. Te convertirás en humano, pero tu espíritu animal permanecerá. Caminarás entre los hombres, pero aullarás a la luna y me agradecerás la vida que te he dado".



     CUENTA LA LEYENDA QUE, en una noche desprovista de estrellas, donde sólo la luna miraba a los humanos desde lo alto, un lobo gris, cuyo destino siempre fue ser especial, se bañó de sus rayos mientras cantaba a la par de una curiosa melodía. Selene, complacida, le dio a ese lobo la capacidad de caminar entre los hombres con el fin de no sentirse sola, para ser amada por siempre.

Desde entonces, lobos vestidos con piel humana habitan entre nosotros. Tienen el alma ligada a la luna, y ella los ayuda a encontrar su destino.

Cruel o benevolente.

Dura o amorosa.

Las características de Selene podrían ser muchas veces contradictorias, pero nunca equivocadas.

Todos saben la razón por la cual los lobos aúllan al anochecer. Todos saben lo que se esconde detrás de la Canción de Luna. 

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