Capítulo 6
EL OBSEQUIO MÁS PRECIADO
—NO VOY A REPETÍRTELO JULEN, suelta al chico.
Laila enseguida corrió hacia el sujeto que había hecho su aparición de una manera bastante repentina y rápida, y ella se puso a su lado, abrazándolo y dándole las gracias.
Julen curvó sus labios en una sonrisa bastante arrogante y soltó bruscamente a Micah, quien sentía su corazón palpitar con fuerza. Micah retrocedió unos cuantos pasos, alejándose de lo que parecía ser un nuevo enfrentamiento entre aquellos jóvenes que no dejaban de verse de forma feroz. Tenían miradas tan poderosas, que Micah pensó que ellos podrían hacer que alguien se orinara en sus pantalones. Afortunadamente, él no había caído en esa situación.
—Vaya, vaya. Grayson salvando el día. Me lo imaginé, por supuesto —Julen metió las manos en los bolsillos delanteros de sus jeans, y caminó unos metros hasta ponerse de pie frente al chico de cabello gris, tal como el de su hermana—. ¿Por qué demonios no te metes en tus propios asuntos?
Grayson, soltando una pequeña risa entre dientes, acortó la distancia ignorando el jalón que Laila le había dado a la manga de su chaqueta de mezclilla. Ambos chicos eran de la misma altura, pero Grayson superaba en musculatura a Julen, quien sólo poseía firmeza y una amplia espalda. Era muy obvio que, si hubiese habido enfrentamiento entre ambos, Grayson sin duda ganaría.
Tan cerca uno del otro, hasta el punto de sentir sus respiraciones rabiosas chocar contra sus rostros, Grayson chasqueó la lengua y dijo: —¿Por qué demonios no dejas en paz a mi hermana? ¿Puedes superarlo?, Laila no te quiere, no le gustas, así que aléjate de ella.
—De acuerdo, me parece bien. Pero entonces, ¿por qué te metes en asuntos que no son de tu incumbencia? Yo sólo quería darle la bienvenida al chico nuevo.
Micah aún se encontraba de pie mirando la escena, y a pesar de la distancia, las palabras que ambos jóvenes se intercambiaban eran lo suficientemente sonoras como para ser escuchadas. Al oír lo que Julen había pronunciado, el miedo volvió a invadirlo, temiendo que el hermano de Laila fuese consiente que no necesitaba defenderlo de los brabucones que sólo buscaban una excusa para golpearlo.
Estoy jodido, pensó. Pero todo se disipó cuando Grayson le miró desde su posición y le sonrió amablemente, revelando un hoyuelo similar al de Laila, pero del otro lado de su rostro. Eran tan idénticos que, si no fuese por el cabello largo de la chica y su baja estatura, pensaría que eran auténticos gemelos.
—Los amigos de mi hermana también son mis amigos. Así que aléjate de él. Esta es mi última advertencia, Julen. No dejaré que te metas en nuestras vidas, ni la de nuestros seres queridos.
—¿Acaso piensas que...? —las palabras de Julen fueron acortadas cuando un gruñido salió de la garganta de Grayson, cuya posesividad y sonido de protección le indicaba que estaba hablando completamente enserio.
Algo dentro de Julen se estremeció, y como si aquella amenaza latente hubiera hecho cambios en su pensamiento, agachó la mirada y se relamió los labios diciendo: —Esto no se acaba aquí, Grayson —dándole un vistazo a Laila, también le dijo: —Será mejor que te alejes del tipo —y señaló con la barbilla en dirección a Micah.
Otro gruñido y un empujón en su pecho de parte de Grayson hicieron que el chico se tambaleara y volviera por el camino de donde había llegado, dejando a los tres chicos solos y un momento silencioso un tanto incómodo.
—SÍ SABES QUE TE ARRIESGASTE, ¿cierto? —Calder se dirigió a su hermano con un tono fuerte en su voz. Había corrido tan rápido como pudo hacia James cuando este le envió un mensaje repentino por el vínculo familiar que compartían. James había sonado desesperado, enojado, abrumado. Calder no tenía idea de lo que estaba pasando hasta que con un simple "Ven, te necesito", James había explicado todo, sin necesidad de más palabras.
Cuando Calder había llegado a donde James, él estaba recargado en una de las paredes del edificio A donde tomaba sus clases. Tenía el rostro colorado, algunas venas marcadas en sus brazos y cuello, sus ojos comenzaban a tornarse brillosos, y el ámbar se impregnaba de oscuridad poco a poco. Y no había mucho qué decir ante la actitud de su hermano, Calder nunca lo había visto tan enojado como se encontraba en ese momento. Sin embargo, Calder había tomado medidas, y trató de acercarse a James tan despacio como le fuese posible, y hablarle primero por el vínculo para no sorprenderlo con el contacto físico; no estaba seguro de la reacción instantánea que James pudiese tener si era molestado.
"Hermano, estoy aquí", le había dicho Calder, y cuando James volteó el rostro, su oscuridad fue apagada de inmediato, siendo sustituida por una clase de tristeza que hizo que Calder se preocupara.
—Lo están molestando —dijo James, cuando desde su posición regresó la vista hacía la escena que lograba hacer que su bilis sulfurara por todos sus poros—. Joder, lo están molestando, tengo que–
—¡Detente! —le había dicho Calder tomándolo de los hombros mientras lo giraba para verlo a los ojos y distraerlo del acontecimiento que estaba a punto de ocurrir—. No puedes ir y descargar tu furia con ese chico. Así no, James.
—Si le llega a tocar un cabello, yo... yo lo mataré —gruñó James con rabia, y sus ojos brillaron y se oscurecieron de nuevo, pero con mayor intensidad. Calder en verdad temió por la vida de aquel individuo.
Calder no sabía cómo evitar aquella desgracia, porque si de algo estaba seguro, era que James cumplía todo lo que se prometía. Él estaba a punto de llamar a su padre para que lo ayudara, cuando en la escena a unos metros de distancia había llegado al rescate uno de sus más queridos amigos, fiel hermano perteneciente al clan Sinclair de la Reserva, Grayson Sinclair.
Y era de esperarse, Laila, quien era su hermana de clan y también una gran amiga suya, estaba en peligro tanto como el predestinado de James, y era seguro que ella acudiría a su hermano mayor cuando la situación lo ameritara, así que agradeció a los cielos que Grayson apareciera en aquel momento de desesperación, antes de que su hermano mayor cometiese una barbaridad a plena luz del día y en la escuela.
Todo se había apaciguado. James, quien había estado luchando entre jalones con Calder, se había detenido mientras presenciaba cómo Micah se ponía de nuevo a salvo. James podía oler el miedo de Micah, su aroma dulce se había transformado en uno espeso y potente que había llegado hasta donde él se encontraba, llamándolo inconscientemente. Pero James sabía que no podía, aún no tenía permitido aparecerse frente Micah, mucho menos en aquella posición en donde se encontraba con la adrenalina e irritabilidad que le hacía querer cambiar de forma y arrancarle el cuello al bravucón que se había atrevido a tocarle un pelo.
James agradeció internamente a Grayson por haberlo ayudado, aunque no tuviese nada que ver con él o con Laila.
Por eso, con su corazón menos pesado, James decidió dejar de mirar, y se encaminó fuera de la vista de Micah.
Cruzándose de brazos, James se recargó en un árbol, de aquellos que había a montones por los jardines de la escuela. El viento le despeinaba los mechones cobrizos, pero era lo suficientemente fresco como para controlar el calor que la rabia había hecho ascender dentro de su cuerpo.
—Casi golpeas a Julen, James, ¿te das cuenta de lo malo que eso hubiese sido? —Calder volvió a regañarlo, y esta vez James tuvo que aceptar que había actuado como un demente. Pero era lógico, era un nuevo sentimiento que se estaba apoderando de él rápidamente, y nunca en su vida James se había imaginado que se volvería así de protector y posesivo con alguien. No con su predestinado.
—Lo lamento, ¿de acuerdo? Pero por eso te llamé, sabía que tú me calmarías si de alguna manera me hubiese descontrolado.
—¿Disculpa? —Calder lo fulminó con la mirada—. Te recuerdo que yo no he entrado en mi madurez, y que apenas soy un jodido lobezno. No soy tan fuerte ni tan grande como tú, James. Si te hubieras transformado, me hubieses arrancado la cabeza de una mordida, tal como querías hacerlo con Julen.
—Eso suena tan aterrador. No quería eso.
—Claro, ¿y por qué seguías enviándome tu odio por el vínculo? Bloqueé la línea después de las imágenes perturbadoras que comenzaste a mandarme. Joder James, debes controlarte.
—De acuerdo, lo lamento —y esta vez, James de verdad sonaba arrepentido. Ni él mismo se había reconocido si no fuera porque tenía el toque de su hermano. Era asombroso y a la vez espeluznante el hecho de que gustaba tanto de Micah, que era capaz de golpear, y quien sabe, hasta matar por protegerlo. Y James quería tanto tomarlo entre sus brazos y decirle que todo estaba bien, que no le hubiese importado revelar su identidad en esos momentos.
Su lobo imploraba cercanía, y no estaba seguro por cuánto tiempo más podría aguantar estar separado de Micah.
—Tenemos que agradecer a Grayson después —le dijo Calder, tratando de calmar las cosas entre ellos.
James asintió, y acercándose a su hermano pequeño, le dio unas cuantas palmadas en el hombro y sonrió diciendo: —Gracias Cal. De verdad que el amor es aterrador.
—No quiero saberlo —contestó Calder con más gracia, y entendió sólo un poco a su hermano mayor. Él también pasaría por eso.
TRATANDO DE IGNORAR el hecho de que su pellejo había sido salvado por el hermano de Laila, Micah no tuvo otra opción más que inclinar la cabeza y agradecer desde lejos. No se sentía muy seguro, pero la acción de aquel chico había sido más de lo que él hubiese podido imaginar. Estaba feliz por ello.
Antes de retirarse escuchó su nombre, y se volvió sólo para ver a su pequeña nueva amiga acercarse con una sonrisa de alivio, y ojos brillantes de admiración.
—Te agradezco todo, Micah. Estabas defendiéndome, y eso fue muy dulce de tu parte —Laila buscó entre su maleta y sacó un pequeño caramelo de menta, extendiéndolo hacia Micah como muestra de agradecimiento—. Toma, por ayudarme. Eres muy valiente.
—Pero, ¿qué dices? Yo no hice nada, Laila —Micah desvió la mirada hacia Grayson, quien los veía a unos pasos de distancia; su rostro era una interrogación inmensa que Micah no sabía cómo descifrar.
—Para mí hiciste mucho. ¡Tómalo! —y Laila, quien siempre encontraba la manera de ganar en cualquier situación, tomó la mano de Micah y le colocó en la palma el pequeño dulce—. Quizá no sea gran cosa, pero significa mucho para mí que alguien tan...—haciendo una pausa, buscando la palabra correcta, e intentando no sonar tan cariñosa porque aún estaba en presencia su hermano, continuó—...peculiar, haya dado la cara por mí frente a Julen. No te preocupes, es un tonto. No volverá a molestarme, ni tampoco te molestará a ti.
—¿Segura? —Micah preguntó, tomando amablemente la golosina entre su mano y permitiéndose creer las palabras sinceras de Laila.
—Segura. Si algo está mal, si alguien te molesta de nuevo, no dudes en acudir a nosotros —Laila hizo señas, dirigiéndose también a su hermano, y Grayson levantó la mano tímidamente en forma de saludo—. Él y yo vamos a defenderte de todos lo que intenten hacerte daño.
—No hay necesidad de–
—Shh —lo interrumpió Laila, y su sonrisa se amplió hasta el punto de hacer que sus ojos se viesen diminutos. Sus largas pestañas casi rozaban sus pómulos alzados—. No intentes llevarme la contraria, jovencito.
—Laila, vamos. Tenemos que irnos —anunció Grayson, su voz sonando menos amenazadora y más amable de lo que Micah había pensado. Parecía que el chico se había calmado, y que no le importaba que su hermana tuviese contacto con un chico como él, con el nuevo de la escuela.
—¡Ya voy! —respondió Laila, y le dio a Micah una palmada en el hombro—. Lo siento, tengo que irme. Ahora que Julen estuvo molestando mi hermano quiere que no me aparte de él por el resto de la tarde. ¿Nos vemos mañana?
—De acuerdo —asintió Micah, y se despidió de Laila agitando la mano.
Una vez que los dos chicos de cabello gris desaparecieron, Micah miró con detenimiento el pequeño dulce de colores. Ahora que lo pensaba, era el segundo obsequio que le habían colocado en sus manos.
MICAH SE HABÍA DESPLOMADO en su cama después de un largo día en su primera asistencia a la escuela. El regreso era mucho más agotador, pues las horas de camino hasta Hiddenville eran largas, aburridas y sólo le causaban sueño. Y, tal como esa mañana, quería cerrar los ojos y dormir, pero tenía el presentimiento que, si lo hacía, volvería a escuchar aquella canción familiar que lo confundía cada que sonaba sobre sus pensamientos. Así que no lo hizo, más bien, se quedó mirando el paisaje por el camino, las montañas, la verde y espesa vegetación, y la luminiscencia que resplandecía de los pueblos a lo lejos. Pero, más que nada, el que llamaba en demasía su atención eran las luces de Reserva.
Micah había memorizado en aquella ocasión la ubicación de aquel pueblo, y fue fácil para él dar con sus viviendas una vez que la tarde había caído, pues las luces comenzaban a alumbrar sus alrededores, y el humo que salía de vez en cuando le recordaba que era un sitió grande, de casas preciosas y de gran espacio alrededor de ellos.
Él quería visitar Reserva algún día. Quizá cuando ahorrara lo suficiente. Llevaría a su madre, también, y juntos comprarían cosas, pasearían en un pueblo iluminado y hermoso por la tarde, y se quedarían a dormir en alguna cabaña mientras apreciaban las fogatas y la gente danzar a los alrededores. Micah imaginaba que la Reserva era así de radiante.
Soltando un gran bostezo cerró sus ojos, perdiéndose entre aquellos pensamientos que lo hacían querer descubrir nuevos lugares.
Cuando volvió a abrirlos, se dio cuenta que, del bolsillo de su camisa de franela, el dulce que Laila le había dado se había salido, quedando entre los cobertores. Micah miró aquel presente, y se dijo que no lo comería hasta después de un tiempo; de todas maneras, no es como si pudiese guardarlo toda la vida, como lo había hecho con...
Micah se sentó de golpe. Había una razón para ello. Un recuerdo llegó justo a su mente, y una de sus manos fue directamente hasta el collar que tenía sobre el pecho, apretándolo como si necesitara que la piedra se fusionara con él.
—ABUELITO, ¿podrías decirme dónde está tu libro de piedritas que me enseñaste la otra vez? —Micah tenía sus manitos ocultas detrás de su espalda. En su puño derecho, apretaba la piedra amarilla que su nuevo amigo James le había regalado.
—Sí, está en la estantería de mi habitación, ¿puedes ir tu solo por ella, o quieres que te ayude?
—¡Yo puedo solo!
Micah corrió emocionado hacia el cuarto de su hogar en donde dormía su abuelo. En aquel espacio, había un sitio especial para cada uno de los libros que se usaban para su educación, pero también estaba repleto de cuentos que su abuelo solía leerle en tiempos de frío, cuando se acurrucaban frente a la pequeña chimenea y la luz del fuego iluminaba sus rostros, o de igual forma, cuando simplemente se le apetecía oír historias antes de irse a dormir.
Mirando hacia arriba, buscó la pasta de colores verdes que recordaba haber visto cuando su abuelo le habló sobre los tipos de piedras preciosas. Y, cuando sus ojitos divisaron el libro, no dudó en buscar el banquillo para poder alcanzarlo.
Micah se dejó caer al suelo y abrió el gran libro frente a él, buscó por imágenes una que se pareciera mucho a la piedra que había dejado a su costado. Era amarilla, de bonito brillo, pero no lograba identificar cuál de todas esas piedras podía ser.
Así que, con el libro entre sus brazos y la piedra en su puño, Micah corrió de nuevo hasta donde estaba sentado su abuelito en la comodidad de su sillón reclinable, y le dejó caer en el regazo lo que traía entre las manos, espantándolo.
—¡Abuelito, ayúdame!, necesito buscar el nombre de está piedrita —Micah abrió su mano, y la piedra brilló al instante con la luz natural del fuego que iluminaba la estancia. El señor, que se sorprendió enseguida al ver tal belleza, supo en ese instante de qué se piedra se trataba.
—De acuerdo —el abuelito respondió, buscando para su nieto la página correcta. Mientras pasaba con cuidado hoja por hoja de su desgastado libro, pregunto—: ¿Dónde encontraste esa piedrita, Micah?
—Hice un amigo abuelito, ¡mi primer amigo! ¿Puedes creerlo? Él me la dio. Le dije que no la perdería, y la voy a guardar hasta que vuelva a verlo.
—¿Sí? —preguntó el abuelo, su ceño se frunció ante la información—. ¿Y cómo se llama tu amigo?
—Se llama James, y sus ojos son del mismo color que esta piedrita. ¿Verdad que es bonita? Se me olvidó decirle a James que tiene unos ojos muy bonitos.
—Con que James, ¿eh? —el abuelo asintió, captando el destello en los ojos de Micah, pero no diciendo nada sobre ello—. De acuerdo.
Cuando giró el libro, Micah abrió sus ojos con sorpresa, y se dio cuenta que la foto era bastante similar a la piedrita en sus manos. Entonces, inocentemente pregunto: —¿Es esa?
—Lo es —afirmó su abuelo—. Es una piedra semi preciosa que se llama ámbar. Los ojos de tu amigo son color ámbar, Micah.
—¡Increíble!, ¿y es valiosa?
—Mucho —dijo su abuelito, y elevó su mano para acariciar el espeso y negro cabello de Micah—. Más de lo que imaginas.
Después de eso, Micah estaba tan eufórico que tomó aquel libro y su piedrita y corrió hacia su habitación sólo para verla por más tiempo, y pensar en lo mucho que la cuidaría hasta que volviese a ver a James. Su abuelo le había dicho que, si quería protegerla, la pusiera en algún lugar que pudiera recordar fácilmente para verla después.
Así que, tomando "prestado" el relicario de su madre, guardó en ella la piedrita, pensando que, si necesitara alguna vez volver a verla, sería fácil para él tomar el accesorio de plata y abrirlo. Y la había puesto ahí por varias razones, pero la principal era que, su forma, tan redonda como una esfera, era el estuche ideal para guardar cositas de gran valor. Y la segunda, era porque necesitaba darle ese significado especial que aquel invaluable obsequio se merecía, y eso significaba colocarla en otro sitio fuera de sus juguetes o sus cajas de zapatos llenos de papeles.
"Y mantenla cerca de ti, siempre", le había dicho su abuelito. Así que, tomando el collar, lo pasó por su cuello, haciendo que el relicario quedara a la altura de su pecho.
—Y aquí estará hasta que James regrese —Micah se había dicho a sí mismo, sonriendo como bobo mientras se acomodaba en su cama y se preguntaba si James tendría un bonito cumpleaños al día siguiente.
MICAH TOMÓ EL RELICARIO de su pecho entre sus manos. El colgante redondo mantenía su brillo natural después de tanto tiempo.
Cuando sus dedos presionaron el diminuto botón, el relicario se abrió, dejando ver la pequeña piedra amarilla que parecía intacta, como si los años no hubieran repercutido en ella. Aún conservaba su bello color, de hecho, parecía resplandecer con la luz artificial de su habitación. Y, al acercarla a su rostro para contemplarla, Micah se dio cuenta de lo especial que en verdad era la piedra, a pesar de no ser completamente preciosa.
—Ámbar —se dijo a sí mismo, y la acarició, la contempló y sonrió al recordar lo bonito que había sentido al recibir un obsequió por parte de su primer amigo—. Igual que tus ojos.
Porque, aunque ochos años hubieran transcurrido, Micah aún recordaba el par de luceros que le habían hecho prometer que cuidaría de aquella piedra hasta su regreso.
Entonces, el dulce de menta era su segundo gran obsequio, no el primero.
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