Capítulo 17


LO QUE HACE TU RECUERDO


Seis años después.


MICAH


     HOMBRES LOBO Y MAGOS. Pensar en su existencia suena como algo absurdo.

En el pasado me negaba a creer en ello, pues aceptarlo me parecía una locura fantasiosa propia de cuentos. Pero, hace seis años, la realidad me golpeó con la fuerza suficiente para hacerme ver el mundo desde una perspectiva distinta.

Por supuesto, con algunas consecuencias.

Por aquellos días, cuando solía cuestionar mi propia existencia, iba sobre la vida caminando sin propósito, sin sueños. Cuando niño, mi abuelo me dijo que los monstruos en los cuentos existían para alejar a la gente de lo que nunca entenderán. Me hizo creer que evitar lo desconocido era mejor para mi propia supervivencia.

Aquel día lluvioso, cuando las gotas frías caían de lleno sobre mi cara, y mi cuerpo yacía inerte y sin fuerzas en el lodo, fue cuando todo cobró sentido.

Tener finalmente el conocimiento me costó tres costillas rotas, cortadas con cicatrices y golpes que dejaron muchos hematomas. Abrir los ojos a la verdad implicó dejar que mis heridas sanaran en compañía de un vacío que gobernó por completo mi corazón.

Hace seis años, cuando un chico llamado Julen estuvo a punto de asesinarme, no sólo descubrí que los monstruos existían, sino que también me encontraba ligado a uno de ellos por aquello a lo que nosotros los humanos llamamos destino.

Y el destino puede ser una perra. De eso estoy seguro. Porque no sólo me había proporcionado la verdad, sino que al mismo tiempo me la había arrebatado. Me quitó lo que por muchos años había estado anhelando con todo mi ser: el sentimiento de pertenencia, ojos ambarinos, susurros en mi oído.

Gracias a ello ahora siento como si no supiera nada. Me siento inmensamente solo.

Por otro lado, hoy es un día triste. Es el aniversario de fallecimiento de mi abuelo, y tengo que llegar temprano a casa porque se lo he prometido a mamá; llevo cumpliéndolo desde el día en que casi le ocasiono un infarto del susto. Ella es lo único que me queda, no podría perderla ni hacerla preocupar.

Doy un suspiro y me encamino hacia la salida de la universidad. Hoy las clases han acabado temprano, los maestros nos han dejado salir porque han avecinado tormenta, y no quieren que los alumnos de otros pueblos nos quedemos varados.

Lo que me faltaba, pienso. Este día no podía empeorar.

Tiro de las cuerdas de mi mochila ajustándola y desajustándola sólo por costumbre, es una forma de evadir los nervios, aunque no estoy seguro del motivo por el cual me siento tan ansioso.

Algo duele dentro de mí, aunque no debería. Más de seis años desde que el abuelo se fue podrían ser suficientes para dejar de pensarlo, para no sufrir por él. Pero es algo que no puedo evitar, no cuando a la mente se me vienen sus historias, sus cuentos, sus abrazos, todo.

Lo extraño mucho. Quizá, si él estuviera aquí, sabría qué hacer con tanta soledad y vacío. Aún siento angustia al saber que he perdido algo –alguien– que nunca he tenido conmigo, y sé que sólo mi abuelo podría ayudarme.

No alcanzo a llegar hasta la salida cuando detrás de mí escucho a una persona gritar mi nombre. Me giro inmediatamente y un rostro familiar me hace sonreír de inmediato: es Laila, mi mejor amiga, quien trae arrastrando a Grayson de la mano.

—¡Hey! —saludo, y siento mis labios torcerse en una mueca que falsifica a una sonrisa. Y, como he previsto, Laila se ha dado cuenta de ello.

—Oye, ¿qué pasa? —me pregunta, y Grayson hace un quejido.

—Lo mismo digo, ¿qué pasa? —levanto mi cabeza dirigiéndome hacia el hermano de mi amiga; desde hace tiempo he sido muy bueno evadiendo preguntas que no deseo responder.

Grayson se encoge de hombros diciendo: —Nada, qué puede pasar.

—Lo que pasa es que está terco con que quiere quedarse —ella suspira—. Pero le he dicho que tenemos que llegar a casa antes de que llueva. Papá se pondrá histérico si no estamos allí antes.

—Me parece que estás exagerando un poco las cosas —replica Grayson, pero puedo ver en él cierta frustración que me hace comprenderlo. Yo también siento como si fuera un pequeño niño siguiendo órdenes de sus padres. Yo igual me siento atrapado entre la cotidianidad y la rutina.

Palmeando el hombro de Grayson, le digo: —Haz caso, hombre. Ya sabes cómo es tu padre. Será mejor no contrariarle.

—Sí —dice Grayson con resignación—, lo sé. Es sólo que quería quedarme al partido de básquet. Aún sigue molestándome el hecho de que papá se comporte como un tonto a veces.

—Gray —llama Laila con ese tono severo que sólo ella cree que es efectivo en nosotros, pero que sigue usando porque la hace sonar adorable—. No seas así con papá. Sólo está muy presionado. Ya sabes, tiene tantas cosas por hacer que sólo espera que podamos ayudarlo un poco, y con eso me refiero a cuidarnos nosotros mismos.

—Desde que papá se hizo líder de Reserva las cosas se han complicado tanto —suspira Grayson, y su mirada viaja a un punto muerto en algún lugar detrás de mi cabeza.

Todo lo que dice es cierto. Y eso sólo me recuerda a la punzada dolorosa que está enterrada dentro de mi pecho, una que trato de ignorar la mayor parte del tiempo. No es bueno pensar en ello. No es bueno recordar todo lo que ocurrió después de la pelea con Julen hace tantos años, y las consecuencias que todo trajo consigo. Pero, aunque todos tratemos de tener una vida normal, es difícil olvidar que los problemas que ahora tenemos fueron ocasionados por eso.

Y que puede que todo sea mi culpa, por supuesto.

—¡Bueno! —exclama Laila, sacando a su hermano y a mí de nuestra ensoñación lúgubre y llena de recuerdos—. ¿No quieres un aventón, Maiky? Grayson trajo la camioneta hoy. ¿Qué dices?

—No, gracias. Tomaré el bus —niego. Siento como si debiera aceptar sólo porque son mis amigos. Pero no puedo. No hoy. Quiero estar solo. Me gustaría estar solo—. Hoy es el aniversario de fallecimiento de mi abuelo, y todavía voy a pasar a la floristería para llevar unas flores de asfódelo. No quiero demorarles. Será mejor que lleguen a tiempo y no causen molestias al señor Sinclair, rey supremo todo poderoso de Reserva.

Grayson comienza a reírse a carcajadas, y Laila me golpea en el hombro haciéndome exclamar un "Auch". Sé que no debo de bromear con ese tipo de cosas, pero a veces siento que Laila y Grayson necesitan un respiro. Lo entienden, desde luego, por eso no se toman tan enserio mis jugarretas.

Nadie bromea al respecto con el nuevo líder de Reserva. No se debe, no es apropiado. Y, cuando escucho decir a Grayson "Si te escucha, dile adiós a tu cuello", siento una vibra molesta recorrer todo mi cuerpo como un escalofrío.

Sin embargo, tiene razón. Es algo que aprendí a las malas y que me ha dejado cicatrices de por medio. Nadie se mete con los lobos. Absolutamente nadie. Tendrías que ser muy valiente o muy tonto para hacerlo.

¿Y eso te hace un completo imbécil, Micah?

Vuelvo la mirada a Grayson y Laila, y me despido de ellos alzando la mano. Trato de sonreír, por supuesto, pero no puedo evitar pensar en que todo esto es muy loco. Aún me resulta difícil creer que mis mejores amigos sean lobos.

Pero, ¿qué sería la vida sin un poco de locura?

Mi abuelo tenía razón: los monstruos existen. Sólo que se ha equivocado en algo: no todos podemos escondernos de ellos. No todos podemos temerles.



     LLEGO A CASA CON LAS BOTAS MOJADAS y el cabello húmedo cayendo sobre mi frente. Inevitablemente la lluvia ha caído como diluvio, y esta me ha atrapado mientras compraba las flores para mi abuelo.

Cruzo por el pasillo y mi madre por alguna razón ha dejado las luces apagadas. Cuando llego a la sala de estar, la veo: está sentada en el sofá en donde se recostaba el abuelo a descansar, y sus ojos están perdidos en la luz que desprenden las velas sobre la mesa.

No somos religiosos como tal, pero mamá piensa que prender una luz blanca alumbrará el camino de nuestros seres queridos hacia cualquier lugar al que vayan. Yo pienso que todo tiene que ver con el significado de las flores.

Lástima que no haga lo mismo por mi padre. Creo que, en algún lugar de su mente, ella piensa que él todavía sigue vivo. Yo no puedo estar de acuerdo, sinceramente.

Trago el nudo que se hace en mi garganta por el pensamiento de mi padre, y carraspeo para llamar la atención de mi madre. De inmediato, ella se gira, y sus ojos iluminados por la luz tenue me devuelven la mirada con una sonrisa que me hace respirar de nuevo.

—Micky, estás en casa —me dice, y asiento mientras me acerco hasta ella para depositar un beso sobre su sien. De cerca, puedo ver las arrugas que se hacen a los costados de sus ojos, las líneas que se van marcando a lo largo de su frente, unas cuantas canas que le han salido con el paso de los años.

Pareciera que el tiempo marcha con rapidez. Pero, a veces, siento los años interminables.

A veces siento que lo extraño demasiado.

—¿Trajiste las flores?

—Lo hice —respondo, y le muestro la docena cubierta por papel marrón que tengo entre los brazos—, por eso he llegado un poco tarde. No los tenían en la floristería habitual, así que me he recorrido De la Rosa hasta que finalmente las encontré.

—Dame aquí —dice mi madre, y se levanta de su lugar para tomar las flores y mirarlas detenidamente. Sé lo que está pensando, y no es difícil de predecir: ella está pensando en mi papá y no en mi abuelo, pero no es algo que le recrimine en lo absoluto, más bien, me siento identificado; yo mismo me he encontrado pensando en otras cosas que en él—. Ve y cambia tu ropa, no quiero que te enfermes. Baja cuando estés listo.

¿Cuándo esté listo? Creo que nunca estaré listo para esto. Para aceptar el hecho de que esta pequeña familia de dos me hace sentir solitario. Para recordar que mi padre se fue sin retornar como lo prometió. Para dejar ir memorias que no me pertenecen y que egoístamente he guardado conmigo esperando que vuelvan a repetirse. No estoy listo para aceptar este vacío que se expande en mi corazón.

Me muerdo la lengua y sin decir nada más subo a mi habitación. Al llegar, me percato que el cuarto está a oscuras, cerrado. Al parecer mamá recordó cerrar la ventana para que el agua no mojara mi cama ni mi buró. Pero, de alguna forma, odio que mi espacio esté a oscuras, y la luz de la lámpara no me es suficiente, sigue sin ser suficiente.

Mirando por la ventana, las gotas de lluvia parecen no chocar contra el cristal, así que decido abrirla para que la luz de afuera también entre, así como el aire fresco de una noche que se siente demasiado gélida para ser primavera. Estoy más que acostumbrado al frío que perpetuo desciende sobre Hiddenville por las noches, así que, cuando el viento sopla sobre mi cara, lo recibo gustoso porque no hay mejor manera de olvidar las penas sino es entumeciéndolas desde adentro.

Amarro la cortina y cuando estoy a punto de retirarme, es cuando la veo.

En lo alto, estando acompañada entre esponjosas nubes grises y negras, la luna resplandece como si no temiera ser vista por cualquiera. Su luz es enceguecedora, me hace arrugar los ojos, y aunque no está al descubierto completamente, los pequeños espacios son suficientes para iluminar el valle escondido entre las montañas.

La miro. Ella me mira. Y no puedo evitar no hablarle como lo hago cada noche, esperando que me escuche, aunque no me dé respuesta.

—Luna, ¿qué tal? —saludo, y una pequeña risa sale de mi pecho porque entonces recuerdo que yo no soy un lobo. Yo no puedo hablarle tan casualmente como ellos lo hacen—. Lo siento. Madre luna, ¿cómo has estado? Yo, bueno... estoy bien. Hoy es el aniversario de fallecimiento de mi abuelo, y tengo que acompañar a mamá hasta que las velas que le puso se quemen por completo.

Cuando una gota fría resbala por mis pestañas y cae sobre mis mejillas, de pronto me hace volver al momento en el que, de alguna manera, me sentí igual de helado y distante. Aquella ocasión en que el agua caía sobre mi rostro, y mis ojos encontraron iris ámbar y un corazón latiendo en sincronía con el mío.

Entonces, regreso al mismo pensamiento cruel y egoísta, el que me mantiene despierto la mayor parte de las noches, aquel que duele y me hace sentir incluso más vacío que el hueco que dejó mi abuelo y mi padre.

—Dime, ¿cómo está él? —mordiendo mi labio inferior, agacho la cabeza y mi mano se mueve por sí sola hasta el collar que cuelga sobre mi pecho. Lo aprieto entre mi puño con todas mis fuerzas, y me doy cuenta que no importa qué tan fuerte sea, jamás podré romperlo, aunque lo desee. Nunca podré quitarlo de mí porque se ha incrustado profundo sobre mi piel—. ¿Lo has visto? ¿Ha comido bien?

El sonido del agua es el único que responde mis preguntas, y las ramas de los cedros y pinos que rodean al pueblo chocan entre sí, haciendo que el aire silbe entre el silencio.

No hay noche en que no le pregunte por él. Y me siento como un traidor por estar pensando en una persona que no he visto desde que era un niño, y no en mi abuelo. Pero, de alguna manera, siento que él ha estado conmigo siempre. Que, a lo largo de los años, no ha dejado que yo me olvide de él, ni él se ha olvidado de mí por completo.

Lo prometió. Lo prometió desde pequeño.

—Dijo que nos volveríamos a ver pronto. Lo prometió —digo, y la luna por un momento se oculta entre las nubes como si estuviese apenada por lo que ella nos ha hecho—. Te odio.

Ya no sé ciertamente a quien le dedico aquel sentimiento. A ella. A él. A mí. Un malestar comienza a lastimar mi pecho, y tal como lo hice en el funeral de mi abuelo, contengo las lágrimas con todas mis fuerzas porque no vale la pena llorar por algo que jamás he tenido. Que quizá nunca tendré.

Jalo el collar y la luz de la luna regresa para darme una palmada en el hombro, para impedirme que cometa alguna locura como romper el lazo especial que ambos tenemos. Y, cuando suspiro, le vuelvo a repetir lo único que sé que ella puede cumplirme sin necesidad de que yo sea uno de ellos, uno más de todos sus hijos.

—Cuídalo mucho, y dile cuánto lo extraño.

El agua comienza a entrar por mi ventana en gotas rotas y constantes. Y, cuando sacudo mis emociones haciéndolas a un lado para bajar lo antes posible para acompañar a mi madre, el sonido que el viento trae consigo y que escucho con completa claridad me deja paralizado.

Es un aullido. Es el sonido de un lobo cantando a lo lejos.

Mis ojos de pronto se vuelven hacia las montañas, y el sonido viajando entre los árboles vuelve a dejarme sin aliento. La canción suena en mi cabeza, y siento que doy vueltas por la abrumante sensación.

Todo es tan familiar. Es tan hipnotizante y esperanzador que no me detengo a pensar en nada cuando estoy tomando un abrigo de vuelta y bajo las escaleras con mucha velocidad.

El aullido vuelve a sonar, y la canción repite su coro en mi cabeza. Me la sé de memoria, es una melodía que creí que jamás volvería a escuchar. Entonces, cuando creí ser totalmente fuerte, la naturaleza misma me da una bofetada haciendo que mis ojos se llenen de lágrimas, causando un sentimiento de euforia y miedo.

Cuando el sol se oculte, y la noche se vuelva clara,

mira hacia el cielo, mi niño, y encuentra mis secretos.

En la luz de la luna llena, verás mi mensaje:

los hombres lobo están sueltos,

y uno de ellos busca tu amor con ansias.

Miedo de encontrar de nuevo la verdad para después volver a perderla. Miedo de saber que puede que no sea lo que tanto había estado deseando, lo que tan ansioso quería descubrir.

—Mamá, tengo que salir —le digo más fuerte de lo habitual, más ansioso de lo que debería. Ella me mira desde la cocina en donde una a una ha acomodado perfectamente los asfódelos en un jarrón. Sus ojos me inspeccionan y frunciendo el ceño me dice: —¿Salir? Hijo, pero está lloviendo.

—Lo sé, es que me ha surgido algo muy importante... Un amigo. Sí, eso es. Un amigo está llegando a Hiddenville para entregarme algo. Tengo que ir a verlo. No sabe dónde vivo.

Mírame, soy una bestia,

siénteme, soy muy real.

La luna me hizo un lobo, cariño,

y te has convertido en mi debilidad.

—De acuerdo —me dice mamá, y yo no puedo sentirme mal por la mentira que le he dicho. De hecho, no siento más que desesperación y una fuerte atracción a lo desconocido. Siento que debería irme, que debo salir tan pronto como sea posible—. Pero no tardes. Las velas van por la mitad y tu abuelo seguro espera que lo acompañes.

—Lo sé mamá. Al abuelo no le gustaba que saliera de noche —sonrío—. Volveré.

Y antes de que ella pueda detenerme, salgo por la puerta escuchando como un susurro lo último que dijo: "Mucho menos al bosque, Micky":

Cuando el sol se apague, y la noche envuelva las montañas,

sigue las huellas, cariño, y encuéntrame en el bosque.

Sólo quiero un bocado, sólo te quiero probar,

pero no temas al verme, cariño,

mi único deseo es amar.

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