Capítulo 10


BIENVENIDO


     MICAH CAMINÓ HACIA su edificio con la mirada en el suelo y perdido entre sus pensamientos. No había logrado descansar lo suficiente, y la falta de energía ahora estaba haciendo de las suyas. Entre las grandes exhalaciones de aire, lágrimas se formaban en la comisura de sus ojos, y aunque Micah meditó mucho sobre lo que había soñado anoche, tenía que admitir que parte de esas lágrimas eran por el recuerdo.

Limpiándose los ojos con el dorso de su mano, Micah miró los alrededores. Chicos y chicas caminaban por todos lados. Algunos lo esquivaban de su camino, otros simplemente parecían ignorarlo. No era como si esperara que las personas le diesen los buenos días o le sonrieran al pasar a su lado, pero se había percatado últimamente que nadie lo miraba, al menos no como lo hacían antes.

Era algo sumamente extraño, pero se sacudió la sospecha al oír una voz familiar a sus espaldas, y Micah se detuvo al reconocerla al instante.

—¡Maiky! —gritó Laila, corriendo en dirección a Micah con una sonrisa en el rostro y una mochila visiblemente pesada—. ¡Espera!

—¿Laila? —para Micah fue imposible no sonreír al verla, pues habían sido varios días en las que la chica se había perdido de su vista, y decir que no se había preocupado hubiese sido una mentira.

—¡Maiky! —gritó una vez más Laila, pero esta vez deteniéndose frente a Micah—. ¡¿Cómo estás?!

—¿Por qué gritas? —riendo, Micah llevó una de sus manos hacia la frente de Laila, haciendo a un lado varios de los cabellos despeinados que volaban con el aire—. ¿Cómo estás tú?

—No estoy gritando —dijo Laila, haciendo un leve mohín que no impidió que sus ojos grises brillaran con entusiasmo—. Pero me alegra verte.

—Eres tú quien desaparece.

—Lo sé —Laila infló los mofletes y luego agregó—: Y lo siento, estuve ocupada con trabajos importantes. ¡Pero no voy a hablar de tareas ahora! No me has dicho cómo estás.

Metiendo las manos en sus bolsillos, Micah se encogió de hombros y respondió.

—Estoy bien.

—Pareces... —Laila hizo un gesto extraño mientras miraba a Micah de pies a cabeza. No escapó de ella que el aroma característico de Micah se había opacado considerablemente, y olfateando con discreción, como si estuviese tomando un poco de aire para terminar la frase, concluyó—: Diferente.

—¿Diferente? —Micah frunció el ceño—. No me siento diferente.

—Sí —dijo Laila—, como que hay algo nuevo en ti.

—Si te refieres a mi ropa, es una viejita que tenía guardada en el closet, no es nueva.

—¡No, tonto! —Laila sonrió, negando rápidamente mientras enganchaba su brazo al de Micah para desviarlo de su camino—. Olvídalo. No importa. ¿A dónde ibas?

Diciéndose a sí mismo que Laila siempre había sido una chica bastante extraña, Micah dejó pasar el tema y se dejó llevar por ella hacia una de las bancas cerca de la cafetería. En el trayecto, Laila le platicó a Micah que sus trabajos la habían tenido atareada toda la semana, y que por culpa de uno de sus amigos casi saca una mala nota.

Laila era muy habladora. Micah podía darse cuenta de ello. Y también lo hacía muy rápido, por lo cual historias sobre su hermano sobreprotector, su amigo irresponsable, su accidente con la secadora de cabello y su lista interminable de deberes mantuvieron a Micah entretenido hasta que casi era hora de entrar a clases.

—¿Un nuevo amigo? —dijo Laila cuando se levantó del asiento, lista para acompañar a Micah hasta su edificio.

—Sí, se llama Jeremy —respondió Micah, tirando de su mochila y colgándosela en el hombro—. Te lo voy a presentar en el receso.

—Vaya —dijo Laila con visible impresión, pero sonrió al escuchar las últimas palabras—. ¡Claro!, me encantaría conocerlo.

—Entonces te veo más tarde, ¿de acuerdo?

Micah estaba por despedirse cuando Laila, más rápida que un rayo, tomó su mano y lo miró con cierta preocupación que hizo que Micah se sorprendiera y le latiera el corazón.

—Maiky, espera. Quería preguntarte... ¿Julen no ha estado molestándote?

El reloj que había a lo alto de un monumento sonó cuando dieron las ocho de la mañana, y tras la pregunta, Micah se cuestionó a sí mismo sobre eso. Tan extraño como parecía, no había visto a Julen en ningún lado. No es como si esperara encontrárselo, era lo último que Micah deseaba, pero desde aquel día en que Jeremy le había ayudado a escapar de él, parecía que el chico se había esfumado por completo.

Micah negó con la cabeza lentamente, meditando. Y, tratando de no pensar demasiado en ello, simplemente respondió: —No, no lo he visto desde que dejamos de vernos.

—¿De verdad? —presionó Laila.

—Sí, de verdad. ¿Por qué? ¿Pasa algo, Laila?

—¡No, no! —ella respondió apresuradamente, agitando las manos y eliminando cualquier gesto de intranquilidad de su rostro—. Sólo era una pregunta. Me preocupaba que ese idiota te buscara algún problema mientras yo no estaba.

—No pasa nada —alivió Micah—. Jeremy ha estado conmigo todo el tiempo, así que Julen seguro no se ha acercado por eso. No ha de querer meterse en más líos.

—Eso espero —dijo Laila de forma más baja, pero sonrió velozmente para no atrasar mucho más a Micah—. ¡Vamos! Tienes clases, te veo en un par de horas.

—Claro.

Ella se giró y corrió hacia el edificio C con aquella mochila pesada colgando de sus hombros. Micah quería decirle a Laila que le parecía raro no haber visto a Julen en su ausencia, pero dejaría las preocupaciones para después de que su horario terminara.



     —REPITE EL POR QUÉ TENEMOS que darle la bienvenida al chico Bonet —refunfuñó James caminando junto a su hermano, quien parecía muy emocionado por conocer al futuro líder del clan de lobos en De la Rosa.

—Porque eres el futuro líder de Reserva y él en De la Rosa, ¿no sería conveniente que ambos se conocieran? Ya sabes, como alianza política y todo eso.

—¿De dónde demonios has escuchado eso de alianza política?

—No lo sé —dijo Calder quejándose—, sólo lo acabo de inventar. Quiero conocer a Mason Bonet y a Alec Requena por pura curiosidad.

—Yo no tengo mucha curiosidad —dijo James, pero siguió a su hermano hasta el gimnasio, donde varios chicos se juntaban para practicar en la duela de básquetbol.

Era el primer día de Mason, y todo el mundo –que conociera a los lobos– había estado rodeándolo desde muy temprano. Era la noticia del pueblo y, sin embargo, James carecía de emoción por conocer al chiquillo. ¿Trece años y ya lo ven como un líder? Mason tenía que tener buena pinta para ello.

Cuando ambos entraron por las puertas altas dentro del auditorio, el ruido de las zapatillas deportivas raspando la madera pulida se hizo escuchar. Vestidos con un uniforme blanco con rojo, el equipo de básquetbol estaba en una dura práctica que tenía a todos los integrantes sudando y tomando agua. Eran un grupo plagado de testosterona que mantenía a las chicas gritando como locas, a pesar de no ser un verdadero partido.

Entre ellos, un chico de cabello intensamente negro y brilloso se hizo destacar. Tomó el balón en un pase rápido, y lo llevó con gracia hasta que, de un salto, un verdadero salto bestial, lo clavó en la canasta y se colgó de ella, hasta que algo crujió y tuvo que soltarse para caer en ambas piernas. La sonrisa engreída que tenía en el rostro hablaba de un verdadero deportista, y el esfuerzo nulo que hizo ante aquella jugada dejó a todos con la boca abierta, incluyendo a James y Calder, que no habían podido despegar sus ojos de él en todo momento.

—Ahí lo tienes —dijo Calder sonriendo y cruzando las manos sobre su pecho—. Apesta a alfa incluso con el sudor.

—¿Y esa cosa tiene trece años? —dijo James, mirando a Calder de pies a cabeza haciendo la comparación. Su hermano tenía la misma edad, pero ni por asomo se parecía a ese chico alto y significativamente musculoso. La pancita suave de Calder y sus ojos redondos y brillosos parecían gritar "omega" en su lugar, y Calder, escuchando los pensamientos de su hermano gracias al vínculo, frunció el rostro y le dio una patada en el tobillo que hizo a James chillar de dolor.

—¡Idiota! —gritó Calder—. ¡Deja de pensar en eso!

—¡Y ahora qué hice! —James chilló de nuevo, y por la fuerza con la que Calder lo había golpeado, los pensamientos de James cambiaron de parecer.

—No seré omega, ¡ya lo verás!

—Ni que fuese un pecado serlo —bufó James, y volvió la vista hacia el chico que ahora sonreía con sus demás amigos—. No me importaría tener un hermanito omega para cuidarlo.

—Patrañas. Seré un alfa, ya lo verás.

—Bueno, bueno —la línea del vínculo entre ellos se iluminó con imágenes feroces de un apuesto lobo corriendo entre los árboles, y James no pudo evitar sonreír ante la visión de Calder siendo tan grande y valiente como él—. Vamos, tenemos a un lobo por conocer.



     —¿LAILA? —dijo Jeremy al sentarse junto a Micah bajo el árbol en el que habían estado reuniéndose todos los días—. ¿La niña linda de ojos grises? No bromeabas entonces cuando dijiste que era tu amiga.

—¿Por qué habría de bromear con eso? —respondió Micah un tanto ofendido, pero tomándolo al mismo tiempo con gracia. El rostro de Jeremy se había sonrojado ante la mención de la chica, y eso hizo que Micah se preguntara si ambos chicos iban a compaginar una vez que se conocieran.

—No lo sé, parecía imposible —dijo Jeremy, recargándose completamente en el viejo tronco—. ¿Le hablaste sobre mí?

—Claro que le hablé sobre ti... como cinco minutos.

—¿Qué puedes decirle a alguien sobre una persona en cinco minutos? —Jeremy hizo un mohín, pero rápidamente su gesto fue borrado cuando una voz chillona se escuchó a lo lejos.

Laila venía agitando la mano tratando de llamar la atención de los chicos, aunque sólo fueran ellos los únicos en aquel estacionamiento. El gran espacio verde daba vista a algunos maestros que subían a sus vehículos y a otros que apenas llegaban, pero ciertamente el lugar donde se encontraban era tranquilo, y no había nadie que les interrumpiera mientras comían o conversaban.

—Ella es rara —dijo Micah suavemente, pero Jeremy alcanzó a oírlo, lo que provocó que el chico sonriera y sus ojos desaparecieran. Laila, por el contrario, no pasó desapercibido aquel gesto, y una vez que estuvo delante de ellos con su característica sonrisa, lo primero que dijo fue: —¡Qué bonito sonríes!

Las mejillas de Jeremy se coloraron al instante y, cuando estuvo a punto de responderle, Laila regresó la vista hacia Micah, olvidándose por completo de él.

—¡Hey!, ¿por qué se reúnen aquí? La cafetería tiene aire acondicionado.

—Porque es tranquilo, y no hay nadie —respondió Micah, haciéndose a un lado para que Laila se sentara entre ellos.

—Oh, ya veo. Aunque el aire es fresco bajo este árbol.

—Exactamente —dijo Micah—. Ahora sabes nuestro secreto.

—Tú debes de ser Laila —dijo Jeremy con cierta timidez.

Laila giró su rostro hacía Jeremy, quien con algo de vergüenza se armó de valor para mirarla a la cara. Laila, por el contrario, sólo asintió, muy tranquila de estar entre chicos y conocer a una persona totalmente nueva.

—Lo soy. Jeremy, ¿cierto?

—Los iba a presentar, pero veo que están en ello —respondió Micah encogiéndose de hombros mientras abría con dificultad una botella de jugo.

—¡Oh, Maiky! —exclamó Laila con fuerza y una pena profunda que hizo que Micah tirara un poco de su bebida justo cuando estaba por tomar de ella—. No compré mi bebida. ¿Y si me compras un jugo en la máquina del edifico de maestros?

—Te comparto si quieres —dijo Micah, claramente perezoso ante la mención de volver a levantarse.

—¡Por favor! —Laila puchereó, y cuando Micah estaba a punto de decir alguna otra mentira para no tener que ir, Laila le guiñó un ojo y añadió—: Te daré del rollo de huevo que mi mamá empacó en mi desayuno.

Enseguida, Micah se puso en pie y se acudió el trasero. Laila tenía que admitir que eso había sido demasiado rápido, ya que estaba dispuesta a entregar hasta su postre con tal de que Micah hiciera su pedido. Sacando su monedero, Laila extendió un billete de alta denominación y Micah frunció el ceño.

—¿No tienes otro?

—Tendrás que cambiarlo primero.

Refunfuñando, Micah dijo: —Tendrán que ser dos rollitos.

—Te daré tres —dijo Laila sonriendo, levantando tres de sus dedos feliz de añadir más a la petición con tal de que Micah se fuera por mucho más tiempo—. Y no te preocupes, Jeremy y yo por mientras conversaremos.

—Me parece bien —dijo Micah, y sin mucho problema se alejó a paso amplio, bajando por la elevación en donde estaban sentados.

Cuando Micah estuvo lo suficientemente lejos, Laila se giró hacia Jeremy, y Jeremy hizo exactamente lo mismo. Ambos se miraron por varios segundos, y cuando Laila estrechó los ojos, Jeremy frunció el ceño.

—Dime qué eres —dijo Laila—. Dime lo que eres y trataré de no enojarme demasiado contigo.



     —¡ACÉRCATE TÚ PRIMERO! —Calder le dio a James un empujoncito en la espalda. Ambos habían estado manteniéndose alejados y mirando la práctica, pero cuando esta terminó, Mason de inmediato se fue hacia la banca para guardar sus cosas he irse de la duela. Si querían saludar, James y Calder tenían que moverse antes de que eso ocurriera.

—Bueno, está bien, pero no empujes —James se aclaró la garganta, y confiando en que Calder estaría con él, caminó hacia donde estaban los chicos rodeando al que visiblemente era el jugador estrella del equipo.

James infló el pecho, levantó la barbilla, y hasta puso la espalda recta para parecer mucho más imponente. Claro, eso había funcionado para apartar a omegas y betas de su camino, así como algunos alfas que parecieron darse cuenta del nivel de liderazgo que James proyectaba. Sin embargo, toda confianza desapareció cuando Mason se giró para verlo, y el gran tamaño de James fácilmente había sido alcanzado por el chiquillo, cuya confianza rebosante sólo le daban unos cuantos centímetros más de alto, y unas cuantas pulgadas más de ego.

—¡Hey! —dijo James casualmente, y cuando se detuvo, Calder chocó torpemente contra su espalda.

—¡Hey! —respondió Mason, su rostro lucía sinceramente impresionado—. ¿Qué tal?

—Todo bien, mi hermano y yo queríamos presentarnos y–

—Sé quiénes son —dijo Mason, mientras tomaba una toalla y se secaba el sudor del rostro y brazos—. Son los Sinclair de Reserva. Los he visto antes.

—¿Enserio? —Calder se notó completamente asombrado, aunque, cuando se dio cuenta del pequeño detalle ante lo dicho, la emoción en su voz se apagó un poco—. Pero todos somos Sinclair en Reserva.

—Lo sé —Mason sonrió, aparentemente con gracia ante el gesto de Calder, así que, apagando toda duda añadió—: Son James y Calder Sinclair. ¿O me equivoco?

—Para nada —respondió James cruzándose de brazos—. Y tú eres Mason Bonet.

—Creo que a estas alturas todos saben quién soy.

—Sabíamos de ti mucho antes —interrumpió Calder.

—¿De verdad? —Mason frunció los labios y se arrascó la cabeza—. Todo el mundo me ignoraba antes. No pensé que ustedes me reconocieran.

—Ser alfa te ha vuelto popular, ¿cierto? —James pudo sentir cierta afinidad con el chico que parecía estar un poco frustrado ante el hecho. Él había sentido lo mismo cuando se había presentado como alfa. Era como la epifanía del siglo. Sin embargo, no lo era. No había nada nuevo sobre ello. Ser el hijo mayor y haber nacido alfa sólo traía cientos de responsabilidades y deberes con la familia y la manada. Y a esa edad, lo que menos se necesitaba era la presión que traía su destino.

James quiso decirle que estaría sintiéndose así por mucho tiempo. Que el agobio de ser perseguido por chicos y chicas estaría con él en todo momento. Que incluso, su familia lo presionaría para que consiguiera una pareja pronto y dejara descendientes para seguir la línea, y que, si no lo hacía antes de la mayoría de edad, seguro ellos lo elegirían por él antes de que se diese cuenta de ello. También quiso ser honesto, ponerle una mano en el hombro y asegurarle de que todo mejoraría con el tiempo. Pero, la realidad era que James no estaba muy seguro sobre eso. Ni siquiera él, quien ya tenía dos años viviendo de ese modo, había podido verle el lado bueno.

Si tan sólo lo dejaran elegir su propio destino.

En cambio, James sonrió, entre la amargura y el alivio, y revolvió los cabellos húmedos del chico que le miraba expectante a lo que estaba a punto de decir.

—Bienvenido —dijo James—, es un placer tenerte con nosotros.

Y Mason, quien quería decir algo sobre su cabello, sonrió, porque eran las palabras más sinceras que hasta este momento había escuchado.



     —¿DE QUÉ ESTÁS HABLANDO? —dijo Jeremy al oír las palabras frías de Laila.

Ella había decidido dejar todo tipo de rodeos e ir directamente al grano. No había pasado de ella aquella extraña sensación que Jeremy le había provocado cuando por pura casualidad lo había visto mucho antes en su edificio. Tampoco la forma en la que el chico parecía ocultar su aroma, volviéndose inodoro incluso cuando lo tenía a centímetros de distancia. Era normal si Micah no se había dado cuenta de eso, pero no lo sería para ella, que siendo mitad lobo tenía mejor desarrollados todos los sentidos.

—Ya me oíste —atacó Laila, girándose para elevarse sobre Jeremy—. Dime antes de que Micah venga, o tendré que recurrir a la violencia.

—¿Sabes?, es una lástima que una chica tan linda como tú sea tan agresiva.

—¡No cambies de tema! —Laila soltó un gruñido que hizo que Jeremy retrocediera, arrastrando su trasero por la hierba y cambiando su postura a una más asustadiza—. ¡Tienes cinco segundos!

—No te diré —respondió Jeremy. Mientras escuchó a Laila contar de forma regresiva, sus ojos se desviaron a sus manos, cuyas uñas limadas se alargaron poco a poco transformándose en garras verdaderamente filosas—. ¡Ya, ya! ¿De verdad eres capaz de lastimarme?

—Te dije que no me provocaras. Además, le has hecho algo a Micah, estoy muy segura. Y nadie se mete con mis amigos.

—¡No le hice nada!

—¡Sí que lo hiciste! Ya no huele a arcoíris.

—¿Arcoíris?

—Sí —dijo Laila, sintiéndose algo apenada por el nombre que le había puesto al peculiar aroma de Micah—. Ya sabes, una combinación de todo. No lo sé.

—Nunca entenderé a los lobos —exclamó Jeremy con hastío, reincorporándose nuevamente sin importarle la chica, que definitivamente ya no era dulce.

—¡Ahí está! —dijo Laila—. Entonces no eres un lobo.

—No —dijo con cansancio Jeremy.

—Entonces, ¡¿qué demonios eres, y qué le hiciste a mi amigo?!

—¡Soy un mago! ¿Contenta?

Laila hizo una expresión de incredulidad ante el hecho, que ciertamente a Jeremy le pareció un gesto completamente adorable viniendo de una pequeña chica como ella. Él estaba a punto de añadir más a su propio comentario, cuando Laila volvió a su modo enfurecido y le señaló con un dedo, que seguía manteniendo al descubierto una garra esmaltada en rosa.

—¡No te creo nada!

—Es verdad —respondió Jeremy, y para demostrarlo, miró a Laila a los ojos, compartiendo algo que ella nunca había visto.

Jeremy, quien tenía los ojos marrones, dijo unas palabras que Laila no alcanzó a comprender, y de pronto, sus ojos cambiaron de color en un destello, volviéndose azul eléctrico. Eran tan hermosos, que Laila se vio perdida entre su profundo y brilloso color. Eran los ojos más bonitos que alguna vez había visto.

Jeremy sonrió cuando ella soltó sin querer un largo "guao", y su rostro, que había estado a la defensiva y alejado, ahora estaba a escasos centímetros de distancia, haciendo que Jeremy volviera a enrojecer. La chica parecía muy sorprendida ante el hecho de saber sobre la existencia de los magos, y no era como si en la tierra no hubiera muchos seres extraños como ellos. Pero entonces, para Jeremy también era algo totalmente nuevo, y queriendo retomar la conversación antes de que Micah llegara, parpadeó un par de veces y sus ojos retomaron el color oscuro, perdiéndose el brillo por completo.

—Oye —dijo Jeremy llamando la atención de Laila, quien se quedó muy quieta frente a él—. No le hice nada a Micah, si eso es lo que crees.

—¿De verdad eres un mago? —respondió Laila en su lugar, llevando lentamente uno de sus dedos a la mejilla de Jeremy y tocándolo como si fuera la cosa más extraña que alguna vez hubiese visto.

—¿No te queda claro con sólo verlo? ¿Quién cambiaría sus ojos con sólo un parpadeo?

—No lo sé —dijo Laila encogiéndose de hombros—, existe la magia, ¿cierto?

—Que exista gente que intente copiar la magia no desacredita que pueda haber verdaderos magos. Y eso no sería magia, son tan sólo trucos.

—Es que nunca había conocido a uno —respondió Laila con un puchero—. Pero, a todo esto, estoy segura que algo le hiciste a Micah.

—No le hice algo fuera de lo común, si eso estás pensando. Soy un mago de luz. Nosotros utilizamos la magia para hacer el bien. O sea, la ocupamos para protección, purificación, sanación... Ese tipo de cosas.

—¿Y?

—Y... que yo sólo usé algo de mi magia para proteger a Micah, es todo —Jeremy se cruzó de piernas y brazos. Convencer a Laila resultaba ser una tarea agobiante. No esperaba tener que revelar lo que era, al menos no tan pronto, pero, por alguna razón, Laila había sentido algo sobre Jeremy que definitivamente él había pasado desapercibido.

—¿Protegerlo?, ¿de qué?

—De ese tipo —dijo Jeremy con un suspiro—. Un lobo. Tenía un aura aterradora, y perseguía a Micah por toda la escuela como si quisiera devorarlo.

—¡Julen! —gritó Laila, llevándose las manos a la boca—. Le pregunté a Micah si lo había visto. ¡Me mintió!

—No es una mentira del todo. De verdad no lo hemos visto. Me he mantenido con él todo el tiempo, y el lobo ha permanecido bastante lejos.

—¿Cómo? —preguntó Laila, pero antes de que Jeremy respondiera, Micah finalmente estaba de vuelta con una botella de jugo en la mano, y con el dorso de su mano limpiándose el sudor de la frente. Se veía notoriamente cansado, y para impresión de Jeremy, Laila enseguida cambió su semblante a uno mucho más despreocupado, añadiendo la sonrisa que había estado allí hace apenas unos minutos.

—¡Tendrán que ser cuatro rollitos! —dijo Micah, y le entregó a Laila su esperado jugo.

—¡Todos los que quieras! Gracias Maiky.

—¿Qué tal?, ¿lograron conocerse mejor?, ¿son amigos?

—¡Ahora lo somos! —dijo Laila con entusiasmo, y Jeremy, quien se giró para verla aprovechando que Micah estaba distraído, alzó las cejas preguntando "¿Enserio?", obteniendo su contestación cuando Laila le dijo con los labios: "Cállate o te muerdo". 

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