7 Una canción de Bodas
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS! 🎄💕🌟
Y muchas gracias por haberme acompañado hasta aquí UwU Aunque hoy acabe esta historia,la Navidad y el amor permanecerán en nuestros corazones por mucho tiempo. Nos vemos en Año Nuevo para el epílogo, y como siempre digo al final de cada cuento que escribo, nos vemos pronto en otra historia 💋
***
Tenía el corazón roto. Meliodas lloraba en silencio mientras contemplaba la cara durmiente de la mujer con la que acababa de hacer el amor, y deslizó un dedo por su pálida mejilla, preparándose para dejarla ir. Lo que le había hecho no tenía perdón. Como amigo, había jurado intentar todo lo posible por hacer de su boda el día más feliz de su vida, y ahora lo había arruinado por completo. La lista de sus crímenes era larga.
Golpear al novio en la cara a menos de veinticuatro horas del evento, emborracharlos a ambos, ir a gritarle sobre la promiscuidad de él. Y lo peor, lo más grave de todo: hacerla cometer infidelidad. Jamás se lo iba a perdonar. Se levantó del frío suelo, tratando de vestirse en el más absoluto silencio, y mientras cada parte suya se sentía abatida y derrotada, logró sonreír al recordar que al menos con su traición había logrado quitarle de encima al "cerebro de curri".
Salió de la casa al frío de la madrugada, y se puso a caminar entre el blanco y la oscuridad, tratando de pensar qué hacer a continuación con su vida. Seguro que Elizabeth no querría volver a verlo, no en esas circunstancias. Y no como era en ese momento. Pero, ¿qué hacer para ganar su perdón? ¿Qué hacer, desde un principio, para poder merecerla? Sus devaneos lo llevaron al bar que siempre frecuentaba a unas cuadras de su propia casa, y se convirtió en el único cliente del local, cuyo dueño lo apreciaba demasiado como para correrlo. En realidad, sabía lo que tenía que hacer.
Lo sabía desde hacía mucho tiempo, pero le daba miedo. Debía dejar de huir de la fama. Debía enfrentar sus traumas, y comenzar a hacerse una reputación como músico profesional. Tal vez, incluso, debía volver a la academia, por fin hacer caso a su padre, o buscar a su hermano Zeldris y aspirar un lugar en alguna organización como la sinfónica. Todo eso le aterraba monstruosamente, y además, le tomaría tiempo, pero no había alternativa. Si era por ella, debía intentarlo.
Tal vez, cuando tuviera suficiente dinero, reconocimiento, y valor, él podría volver al pueblo y mirarla a los ojos sin sentir vergüenza. Tal vez, podrían volver a ser amigos. Tal vez, si aún no se había casado, por fin podría tener una oportunidad, y proponerle un matrimonio como ambos habían soñado, con un anillo, iglesia y vestido blanco. Sí, tal vez, en el futuro. Pero por ahora, debía irse. Agotado, ebrio y deprimido, tomó el teléfono para mandarle un breve mensaje asegurando estar bien, y llegó a su hogar más dormido que despierto, decidido a hacer las maletas y enfrentar el caos que había provocado apenas despertara en la mañana. No tenía idea de lo que le esperaba al abrir los ojos.
—Buenos días, dormilón. —lo saludó una voz conocida mientras él trataba de recuperar la conciencia.
—¿Quién...?
—No seas tontito —rio la chica con voz cantarina mientras ponía un café ante él sobre la mesita de noche—. ¿Ya se te olvidó la cara de tu esposa? —Aquello lo terminó de despertar de golpe.
—¡Liz!
—Eres muy malo —le reprochó juguetona—. ¿Cómo te atreves a irte de borrachera sin mí?
—¿Qué haces aquí? —soltó, lleno de desprecio, y su tono frío logró que al fin aquella sirena tomara la seriedad que debía. Bajó la mirada, sus mejillas se ruborizaron, y se sentó a lado de él en la cama con actitud dócil, preparada para dar el discurso que había estado practicando.
—Yo... volví a casa, mi amor —declaró, y acto seguido le tomó las manos—. No sé lo que estaba pensando. Fue una locura, seguro alguna estupidez de los nervios prenupciales fue lo que me afectó el cerebro. Lamento mucho lo que te hice, muchísimo. No pasó un solo día en que no pensara en ti, y me arrepentí cada segundo. Pero también pensé que nadie debería estar solo en Navidad así que, al final, me armé de valor para venir a verte, sin importar lo avergonzada que me siento o lo difícil que pudiera ser.
—No has respondido mi pregunta —La cortó apartando las manos, los ojos con un brillo acerado que logró asustarla y excitarla a la vez—. ¿Qué haces aquí?
—¿No es obvio? —Se puso de pie para darse una vuelta en frente suyo como si modelara—. ¡Vine a que recuperemos nuestra relación! A recuperarte a ti, a...
—A recuperar la casa —soltó él de golpe, y ella no negó ni afirmó nada, solo se quedó con los brazos arriba, congelada en una pose que pretendía ser alegre. Fue bajando las manos conforme él iba soltando una risa sarcástica—. Ya entendí. No te funcionó lo del sueño en la gran ciudad. No pudiste pagar por el estilo de vida al que estás acostumbrada, y ahora, vuelves a mí con la cola entre las patas porque no tienes otro lugar al que ir. —Las mejillas de la joven enrojecieron casi tanto como su cabello, pero no dijo nada. Pese a las ganas que tuvo de gritarle, se guardó todo lo que sentía para poder obtener lo que quería.
—No, claro que no. De verdad, lo que quiero es a ti. Vine para convertirme en tu esposa, ¡en serio!
Una persona hermosa, egoísta y cruel, que solo pensaba en sí misma, en la fama y la gloria. Un matrimonio no deseado, pero elegido para poder mantener su estilo de vida e intereses. Y por último, una pareja buena, entregada, con el sueño de formar una familia. Dos artistas que no comprendían lo talentosos que eran, hasta que se descubrieron el uno al otro. Meliodas comenzó a reír, una risa lenta, que fue in crescendo hasta romper en carcajadas. Se veía feliz. Liz comenzó a reírse con él, creyendo que esa felicidad se debía a ella. Rieron hasta casi perder el aliento, y apenas él lo recuperó, soltó algo que la dejó helada.
—Largo. —Su cerebro no lo procesó, paró de reír tan de golpe que le dolió la garganta.
—¿Qué?
—Por cierto, no era café, sino Sprite y Chips. Largo de aquí. Ni en otro universo volvería contigo. Así que vete de mi casa. —La sonrisa se le congeló en la cara, dándole a su bello rostro una apariencia grotesca, pero a Meliodas ya no le importó. Se puso de pie con un salto alegre y comenzó a recoger sus cosas—. No tengo tiempo para esto. Estoy ocupado, llévate lo tuyo y cierra la puerta cuando salgas.
—Escúchame, pequeño cretino —Liz no pudo seguir manteniendo la fachada. Lo sujetó por el cuello de su suéter, interrumpiendo su intento de hacer maletas, y comenzó a zarandearlo con fuerza como si lo intentara hacer reaccionar—. Tú no puedes hacerme esto.
—Sí puedo —sonrió con una adorable expresión infantil—. Es mi casa.
—¡Me refiero a darme la espalda de ese modo! —Por fin estalló en una rabieta—. ¡Tienes suerte de que haya decidido regresar contigo!
—¿De la mala? —rio juguetón. Se veía absolutamente feliz, como un niño al que han anunciado que la Navidad llegó.
—¡Eres un estúpido!
—Hasta ahora, sí. Pero ya no más.
—¡Nadie te va a amar como te amo yo!
—Dios te oiga, querida. —Era invencible. La luz en él brillaba con tal fuerza que estaba irreconocible, y ella lo soltó, presa del pánico al ver que había perdido a su víctima.
—Espera, ¡espera, te digo! ¡¿A dónde vas?!
—Primero, voy a ir a buscar a Elizabeth —declaró poniéndose la chaqueta—. Voy a suplicarle de rodillas que me perdone por arruinar su boda —Se envolvió en una bufanda—. Luego me le voy a declarar —anunció enfundándose un gorro—. Finalmente, esperaré su veredicto, que si es negativo, me hará dejar el pueblo una temporada, y si es positivo, me hará pedirle matrimonio ahí mismo. —Ya estaba en el marco de la puerta. Un segundo antes de salir, Meliodas se detuvo un instante y, sin voltear, dirigió a su ex las últimas palabras amables que le daría en esa vida—. Lizzy... muchas gracias por haber cuidado de mí y apoyado durante aquella etapa tan difícil de mi adolescencia, pero ya no tienes que hacerlo. Soy libre. Y tú también, así que busca a alguien más a quien amar y con quien compartir tu sueño. Feliz Navidad. —Sintiendo como si de pronto tuviera alas y volara en libertad, se dirigió al salón de bodas del pueblo para detener una.
*
—¡¿Se fugó?! —preguntó él aún en shock—. ¡¿Cómo que se fugó?!
—¡Pues sí! —confirmó Diane, que trataba de controlar el pandemonio que reinaba en el salón entre invitados, meseros y músicos—. Dijo que al final no se iba a casar de la forma tradicional, y huyó con Mael a quien sabe dónde.
—¡Lo tengo! —gritó King—. ¡Por fin desbloqueé la clave de su computadora!
—¡¿Ashram?! —se indignó Elaine viendo la pantalla por detrás de su hermano—. ¿No me digan que va a hacer esa estupidez de casarse en un "círculo espiritual"?
—Eso parece. ¡Tenemos que hacer algo! Va a tomar un avión.
—¿Y? —se alzó la voz de Ban entre el tumulto de amigos. Todo se quedó en silencio mientras entendían que se estaba dirigiendo a Meliodas—. ¿Qué vas a hacer? —El rubio tenía la expresión de estar pensando a toda marcha, pero solo fue así unos segundos, pues acto seguido volvió a levantar el rostro con determinación.
—Primero, voy a conseguir un taxi. Después, voy a gastar todos mis ahorros en un boleto de avión en dirección a dónde sea que vaya. Luego, voy a suplicarle que no se case. Y si logro todo eso y hacer que me escuche, voy a decirle que la amo y declararme ahí mismo. —Todos en el salón se quedaron en silencio tras sus palabras, y apenas estas acabaron de hacer sentido en sus cabezas, la primera en reaccionar fue Diane.
—Oh, gracias, señor —clamó a los cielos juntando las manos como si orara—. ¡Al fin este par de tontos puede verlo! ¡Gracias por este milagro navideño!
—¡Eso! King, pide un auto.
—No, yo lo llevo en el mío.
—¿Y si mejor se va en mi moto? —sugirió una última voz, y Meliodas apenas pudo creerlo, pues hacía un par de años que no la escuchaba.
—¿Hermano? —Zeldris Demon acababa de entrar al salón del brazo de una espectacular rubia mientras el resto del grupo le hacía espacio al recién llegado.
—Tu novia... bueno, tu exnovia me contó dónde estabas. Se veía molesta, me arrojó un adorno navideño en forma de guitarra cuando llegué a casa preguntando por ti.
—Lo siento.
—En todo caso, me enteré del chisme completo debido a las redes sociales.
—¿Chisme? ¿Qué chisme? ¿Cuáles redes?
—¡Culpables! —declararon Helbram y Dayana interviniendo en ese momento. La primera pareja de comerciantes que los había visto juntos también habían estado persiguiéndolos por todas partes. Sin saberlo, su historia de amor ya se estaba volviendo famosa, y pese al miedo que eso le dio, no pudo menos que agradecerles por brindarle su apoyo en esos momentos.
—No podemos dejar que el novio se arruine —anunció Gowther parándose sobre la mesa principal—. ¿Quién quiere cooperar para que vaya tras la novia? —El siguiente milagro de Navidad de ese año fue que todo el pueblo se uniera por la misma causa. El extravagante sombrero de copa del sastre pasó de mano en mano recolectando billetes. Monspeet y Derieri, Drole y Gloxinia, Galand y Melascula, y cada una de las personas que había ayudado a que esa boda se realizara ahora pagaban porque el legítimo amor de la albina fuera al aeropuerto a tratar de detener su matrimonio.
—Chicos, yo... no sé qué decir. —Zeldris lo estrujó en un abrazo lleno de su cariño, y sin soltarlo, rio antes de dar la respuesta que precisamente necesitaba oír.
—Puedes empezar con un "gracias". O también, feliz Navidad, que probablemente es lo más apropiado para decir a estas alturas.
—¡Jefe! ¡Vete ahora, si no quieres que dé el veinticuatro antes de alcanzarla!
—¡Y toma esto! —gritó King pasándole el estuche con su guitarra.
—Me voy, ¡Gracias a todos! ¡Y feliz Navidad! —salió corriendo, y mientras los ojos de sus seres queridos se llenaban de lágrimas esperando que tuviera éxito en su misión, Diane se dio la vuelta y tosió para llamar la atención de sus invitados.
—Bueno, mientras esperamos, ¿alguien quiere pastel?
*
Elizabeth apoyaba su mejilla en la mano con expresión de aburrimiento. Estaban en una de las cafeterías del aeropuerto, y mientras veía comer a Mael, reflexionaba sobre lo que había estado haciendo mal con su vida durante la última década.
«Meliodas tiene razón, soy una estúpida», rio internamente al ver cómo el albino le guiñaba el ojo, aún algo hinchado, a una aeromoza. «¿Por qué no me di cuenta? ¿Por qué normalicé todas las tonterías que hace?». Tal vez simplemente lo había hecho por no quedarse sola, o porque se obsesionó con la idea de casarse, más que con la idea del amor. En cualquier caso, resultaba evidente que ese no era el hombre con el que debía pasar el resto de su vida. Solo le quedaba hacer un par de pruebas para comprobarlo.
—¿Cariño? —empezó, fingiendo la voz melosa de siempre—. ¿Me regalas ese pedacito de tu dona?
—¿Eh? Claro, nena —comenzó a partirle la orilla más seca de la masa.
—No, la parte con relleno. Es que es mi favorita. —Mael la miró con cara de sorpresa, y dudó. Casi nunca le pedía las cosas tan directamente. Tal vez era otro estilo de "nervios prenupciales", y sonrió de forma encantadora con su labio partido mientras apartaba discretamente su dona y sacaba un billete.
—Jamás le daría las sobras a mi chica. Ten, compra una para ti y otra para mí.
—Gracias, amor —sonrió aún con más ganas. Había fallado la prueba. Primer strike. El altavoz anunció que los pasajeros se fueran preparando para abordar, y cuando se pasaron a la sala de espera, llegó el momento de la segunda prueba.
—¿Cariño? —empezó, boletos en mano—. Quería pedirte otra cosa. Como compramos los boletos de último momento, nos tocó asientos separados. A uno le tocará en los de atrás, y a otro en la ventana. ¿Podrías dejarme ir en...?
—La parte de atrás, ¡claro, nena! —se adelantó a tomar el que creía que era en ventana—. Sé que a ti te gusta reclinar el asiento hacia atrás para dormirte durante los viajes. Y a mí me ayudará mucho mirar el horizonte, ya sabes. Aún estoy algo mareado por la paliza que me dio tu amigo. —Tratando de hacerla sentir culpable. Manipulándola con razones aparentemente lógicas, cargadas de egoísmo.
«¿Siempre ha sido tan imbécil?». Strike dos. Esperó hasta que ya fuera imposible la devolución de los boletos, hasta que el viaje en avión fuera inevitable.
—¿Amor?
—Dime, querida —casi podía ver la vena saltar en su cuello. Estaba fastidiado. Se notaba que no podía esperar a deshacerse de ella, y estar en paz unas horas hasta llegar al centro espiritual. Llegó el momento de la prueba final.
—Cántame. —El albino volteó a verla como si le hubiera salido otra cabeza.
—¿Qué?
—Cántame. Cualquier cosa está bien, solo... canta algo para mí. Se vale tararear. ¿Por favor?—Él miró a un lado y a otro, avergonzado por las risitas y miradas de las personas en la fila, y se inclinó con una sonrisa aún más forzada para susurrarle al oído.
—Nena, este no es buen momento. ¿Qué mosca te picó?
—Entonces, ¿no cantarás? —Le hizo el puchero de siempre. Su sexo de luna de miel estaba en peligro y, preparándose para contentarla, Mael se aclaró la garganta y comenzó a cantar la única melodía que se sabía.
—Hare Krishna, Hare Krishna. Krishna Krishna, Hare Hare. 🎵🎶
«¡Es un idiota!». Ese era el strike tres. Partido perdido, ella había ganado, y lo más importante, había ganado el amor propio. Ambos se subieron al avión y, justo cuando la azafata los ayudó indicándoles sus asientos, Elizabeth por fin hizo lo que había querido hacer desde que empezó su fingida fuga.
—¿Mael?
—¿Sí, querida?
—Terminamos —declaró con una sonrisa radiante de alegría—. Métete tu carrera de influencer, tu yoga y tu poliamor por el culo, y consíguete el harem con el que sueñas para que hagan lo que ya no voy a hacer por ti. Hasta nunca. —se despidió con un saltito, y su ahora exnovio quedó tan aturdido que por poco no la alcanza antes de que se fuera.
—¿Dé qué carajos estás hablando? —preguntó apretando los dientes en una sonrisa grotesca. —¿A qué te refieres con terminar?
—Pues eso —dijo con naturalidad—. Que ya no seremos pareja. Una vez que bajemos del avión, tú tomarás un bus que te lleve al ashram, y yo tomaré el tren para viajar un poco más al sur sobre la costa para irme a vivir con mi hermana. Voy a entrar al conservatorio. Voy a estudiar y dedicarme a la música.
—¿Estás demente? —gruñó, apretándole cada vez más la muñeca—. Ah, ya entendí. Es una broma, ¿cierto?
—Pues no, en realidad no.
—¿Lo estás haciendo por venganza? ¿Es eso? ¿No puedes superar que no quisiera casarme por la iglesia, y ahora haces una pataleta?
—Por mí podrías no casarte nunca, o hacerlo con un harem. Eso ya no es mi problema.
—¿Entonces es por eso? ¿Estás celosa de mis otras parejas, y ahora quieres una relación cerrada?
—Señor, tiene que tomar asiento.
—¡¿Un segundo, sí?! —gritó a la aeromoza, momentáneamente su tranquilidad zen—. Preciosa, si querías que cambiaran las cosas, solo tenías que decirlo. Puedo empezar a cerrar el círculo, veré a menos personas. —Elizabeth lo miró con expresión de fastidio—. Entonces, solo contigo y Jelamet. —La cara pasó de fastidio a molestia, y Mael se sintió al borde del pánico mientras las personas ya sentadas murmuraban y los señalaban a ambos—. Está bien, ¡puedo intentar la monogamia un tiempo!
—Señor, tiene que sentarse. —le insistió la aeromoza, ahora auxiliada por otras dos compañeras.
—¡Bien! —exclamó, soltándola por fin y levantando las dos manos—. Hablaremos cuando bajemos de aquí.
—Adiós, Mael. —Elizabeth se dirigió al lugar que le correspondía, que no era solo junto a la ventana, sino también al volante del avión llamado vida. Con todo, estaba algo triste. Ni siquiera se despidió de Meliodas.
Tal vez un día, cuando por fin estuviera dedicándose a lo que amaba, cuando fuera igual de buena en la música, y al menos tan dedicada con su arte como le había enseñado, regresaría. Le pediría disculpas por haberse arrojado hacia él aquella noche, por usarlo como escape a sus "nervios prenupciales" mientras él le enseñaba a vivir correctamente. Le diría que lo sentía, que estaba enamorada de él, y que esperaba la perdonara.
Y entonces, si todo salía bien y no estaba casado con aquella zorra, le pediría matrimonio. No importaba cuántos años le tomara, o cuantas vidas, seguro conseguirían estar juntos. Cerró los ojos para contener las lágrimas. Y entonces, el sonido del altavoz interrumpió la quietud de sus reflexiones.
—Atención, estimados pasajeros. —saltó una formal y gentil voz de mujer—. Les habla la capitana Coco. Esperamos que estén disfrutando de este vuelo y de la hospitalidad de nuestra maravillosa tripulación. Nos encontramos actualmente a 35,000 pies de altura, con condiciones meteorológicas favorables, y estimamos nuestro arribo al aeropuerto de Camelot en aproximadamente dos horas y media. Pueden relajarse y disfrutar del resto del viaje mientras hago un anuncio muy importante para una de nuestras pasajeras más estimadas. Señorita Elizabeth Liones —la albina saltó de su asiento incapaz de creerlo—, un mensajero irá en unos momentos a su asiento para explicarle de qué se trata. Feliz Navidad, señorita. ¡Y felices fiestas a todos!
Elizabeth se dio la vuelta en dirección a dónde había comenzado de pronto un curioso sonido. Nunca, en todo lo que le restara de vida, olvidaría lo que estaba a punto de pasar.
*
¿Cuántas veces podía romperse y rehacerse su corazón? No lo sabía, pero Meliodas estaba seguro de tener el récord. El dolor de saber que se había fugado, y luego la esperanza cuando le dijeron exactamente donde se encontraba. La desesperación de no poder alcanzarla a tiempo, y luego, la euforia de comprar un boleto que, probablemente, le permitiría llegar a su destino casi a la par que ella. Solo quedaban boletos vip, pero no le importó la barbaridad que costaron. No le importaba nada, excepto alcanzarla, y decirle cuánto la amaba. Memorias de todo lo que vivieron juntos el último mes desbordaron su cabeza, recuerdos de una Navidad adelantada que estuvo con ellos hasta que llegó el momento de confrontar sus verdades. Y de algún modo había llegado a ese momento. Sentado en un asiento de primera clase, abrazado a una guitarra, y siendo observado insistentemente por un joven castaño, vestido de forma extravagante y con lentes oscuros. Lo miraba con el mismo brillo entusiasta de un coleccionista que ha encontrado una pieza invaluable.
—Entonces... —empezó el desconocido—. ¿Eres músico? ¡Yo también!
—¿De verdad? Qué coincidencia. —sonrió tratando de ser amable, pero apenas tenía cabeza para la conversación, y sus pies temblaban sin control.
—Tranquilo. Aún faltan un par de horas para que lleguemos a Camelot, ¿por qué estás tan ansioso?
—Porque tengo que impedir una boda, robarme a la novia, y declararle mi amor mientras le canto la canción que he compuesto para ella.
—¡¿Quééé?! —saltó el joven artista sacándose las gafas—. ¡Eso es tan romántico! Por favor, dinos más —Sus asombrosos ojos púrpuras le sonaban a Meliodas de algo, debía ser una persona famosa. No tenía idea de qué tanto, pero no pudo pensarlo más, porque en ese momento el manager de aquella estrella pop disfrazada intervino.
—Suena interesante. ¿Por qué no nos cuentas tu historia? —dijo una hermosa pelinegra de ojos ámbar y sonrisa sospechosa. Era un tiburón que reconocía el talento cuando lo veía, y al ver al músico rubio entablar conversación con su protegido, supo que Santa Claus le había adelantado su regalo por ser muy buena.
Miró a su marido de modo disimulado, y el fornido hombre de negocios tomó nota, pendiente del relato del joven. Todo, desde que le había pedido cantar en su boda hasta el momento en que había tomado el avión, fue narrado con la dulce y hechizante voz de Meliodas, que terminó ganándose no solo a sus tres nuevos amigos, sino a cada pasajero de la zona vip con su narración, incluidas las aeromozas. En cuanto terminó, una de ellas se acercó de forma temblorosa al ojiverde celular en la mano.
—Di-disculpe... —empezó, para después mostrarle una publicación que él pudo reconocer—. ¿Este es usted? —Era la última actualización de las redes sociales de Helbram y Dayana. Se habían vuelto virales. Él se sonrojó al ver un GIF que repetía el momento en que había salido disparado en la moto, y se preguntó cómo carajos habían hecho para tomar una foto de él mientras compraba sus boletos de avión.
—Pues sí, yo...
—¡Kyaaah! —gritó entusiasmada, y el resto de sus amigas aplaudieron también, eufóricas—. ¡Ella está aquí!
—¡¿Qué?! —saltó Meliodas, coreado del resto de sus nuevos amigos.
—La señorita Elizabeth Liones está en el asiento 12A. Lo sé porque yola atendí, a ella y a un señor muy grosero trataba de pedirle el lugar. Era alto, con barba rala y cabello gris.
—¡Es el cerebro de curri que nos contaste! —se rio el ojimorado—. ¡Entonces todo es cierto! ¿Qué quieres hacer? —No tenían ni qué preguntar.
—Voy a ir ya mismo a hacer lo que les conté. —Se levantó guitarra en mano dispuesto a todo.
—¡Espera! —ordenó el último del trío con el que había abierto su corazón. El musculoso hombre de bigote se levantó, se quitó los lentes oscuros que también llevaba y, sonriéndole a su esposa y pupilo, puso una mano sobre el hombro del rubio y proclamó—. Tengo un plan mejor.
*
Entonces sucedió.
El milagro de la Navidad llegó en pleno aire a ese avión, el tiempo y lugar por fin fueron correctos, y la tripulación entera fue testigo de cómo un "músico mediocre" emergía tocando guitarra desde la zona vip, cantando con voz de ángel una balada que nunca nadie había oído, estaba siendo tocada para una sola persona.
https://youtu.be/vlNsW6d46Ok
—Cuando tus piernas no puedan más, aquí estoy. Y aunque no te enamores de mí. Y quizá tus labios recuerden mi amor. ¿Sonreirán tus ojos por mí? 🎵🎶
—¡¿Qué carajo?! —gritó un peliblanco levantándose de los asientos del fondo.
—Señor, debe permanecer en su asiento. —sonrió la aeromoza, pero esta vez no venía sola. Casi atropella al pobre con un carrito de alimentos, y mientras, Elizabeth se ponía de pie con los ojos vidriosos escuchando al amor de su vida cantar.
—Sigo enamorándome de ti cada vez, y mi corazón te dirá: una vez más, tómame entre tus brazos ya. Bésame bajo cada estrella. Solamente me puse a pensar en voz alta. El amor pudimos encontrar. 🎵🎶
—Meliodas... —No podía ser real. Aquello debía estar pasando solo en su cabeza, no podía ser cierto. Supo que lo era cuando la letra que no había sido terminada continuó, y le costó mucho no correr hacia sus brazos mientras escuchaba lo que era la pura verdad.
—Pero yo sé que tu alma no podrá envejecer. Tu sonrisa hoy, siempre estará en mí, ¡solo mírame! Luego pensé que... misteriosamente el amor encontré. Todo es parte de nuestro plan. Cometiendo errores yo seguiré. Sé que tú me entiendes muy bien. Una vez más, ¡tómame entre tus brazos ya! Bésame bajo cada estrella. Solamente me puse a pensar en voz alta. El amor pudimos encontrar 🎵🎶 —Mael siendo encerrado por el staff en el baño—. El amor pudimos encontrar 🎵🎶 —rodeados de cámaras, pero sintiendo que eran solo ellos dos—. El amor pudimos encontrar 🎵🎶 —Meliodas bajó la guitarra sin despegar los ojos de ella, y si aquello ya tenía a tripulación entera quieta, lo que pasó a continuación los dejó en un silencio total. El músico llegó hasta la chica, tomó su mano, y se arrodilló—. Elizabeth, aún no soy el hombre que mereces, ni lo mejor que puedo llegar a ser. Pero soy tuyo sin importar nada, y sé que a tu lado podré lograr lo que sea. Dime, ¿te casarías conmi...?
—¡Sí! —gritó ella estallando en llanto. Esta vez, era un sí en serio, un sí a la persona correcta en el tiempo y lugar correcto. Calló encima suyo derribándolo sobre el pasillo, y se puso a besarlo apasionadamente mientras la tripulación entera estallaba en aplausos, y una estrella titilaba en la distancia. Habían encontrado la canción de bodas perfecta en plena Navidad, y la cantarían juntos por el resto de sus vidas, pero eso ya es otra historia.
FIN.
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