5 Una canción con ángeles
Hoy no habrá karaoke, pero habrá música 🎶 Pronto sabrán lo que quiero decir, fufufu.
***
Estaba enamorado. Ya no tenía caso negarlo, no con la situación tan grave que estaban viviendo y que tenía a Meliodas con la sensación de estar al borde del abismo.
El músico se encontraba fuera del vestidor de mujeres de la mejor boutique del pueblo, esperando a que ella terminara de probarse su vestido de novia, y no sabía si sentirse feliz o furioso consigo mismo, tomando el lugar que legítimamente debía ser del novio. Pero es que el idiota no se había aparecido. Faltaba muy poco para Navidad, aún menos para su boda, y el famoso Mael se había desentendido completamente del asunto argumentando que "confiaba perfectamente en el gusto de ella".
Era sospechosamente reticente a comprometerse, en especial si consideraba los rumores que sonaban sobre él. Sin embargo, ciertos o no, eso no era excusa para lo que él mismo estaba haciendo. Llevaba días junto a Elizabeth, ayudándola, acompañándola, preparándola para el que debía ser el día más feliz de su vida, mientras se preparaba para el que, muy seguramente, se convertiría en el peor de la vida de él.
«Idiota», se regañó a sí mismo mientras miraba hacia las cortinas del probador con expresión sombría. «Ya es demasiado tarde, ¡resígnate!», su corazón se agitó como un ave furiosa enjaulada en su pecho, y sintió el impulso de golpearse a sí mismo para ver si de esa forma se callaba. La verdad, era que deseaba irse de ahí, salir corriendo, esconderse en un lugar donde no supiera de su matrimonio hasta que este hubiera pasado, pero tampoco podía hacerlo. Había jurado no arruinar el día de su boda, y sabía perfectamente que, de abandonarla, le estaría tirando completamente el evento.
¿Por qué no había podido mantener esos sentimientos de "hermano mayor" en vez de dejarse llevar por esperanzas vanas? ¿Por qué le había permitido entrar tan profundo en su corazón si, desde un principio, sabía que no podía dárselo? ¡¿Y qué hacía allí, poniéndola preciosa para que terminara en la cama de otro hombre?! No aguantó más. Se levantó, se acercó a donde ella estaba, y trató de inventarse cualquier excusa para irse.
—Esto, ¿Ellie? Parece que surgió algo, ¿te parece bien que yo me...? —No pudo terminar su mentira, pues en ese mismo momento apareció la radiante novia, un hermoso vestido de corte clásico enfundándole el cuerpo.
Dejo de pensar. Dejó de respirar. Habría creído que por un segundo su corazón dejó de latir, tan impresionado quedó al verla en su vestido blanco. Era luz encarnada, amor hecho persona, era la mujer más hermosa que hubiera visto en su vida, y todo deseo de huir se esfumó mientras le sonreía y se resignaba a vivir el resto de sus días con el corazón roto. Todo, si con eso aquel ángel en la tierra lograba ser feliz.
—¿M-me veo bien? ¿Este diseño me queda? —preguntó nerviosa y con las mejillas completamente ruborizadas. Él le ofreció la mano para ayudarla a bajar la pequeña tarima, e inhaló lentamente mientras sus ojos se deslizaban de modo descarado por toda su figura.
—Eres una diosa, Elizabeth. No existe criatura más bella en el universo que tú.
«Oh, no», se angustió la dama que, sin que ninguno lo supiera, estaba igual o peor que él. «¿Por qué dice cosas tan maravillosas? ¿Por qué permito que me robe el corazón a cachos?».
—Gowther... —susurró Nadja, la modista, al oído de su marido—. ¿Qué está pasando aquí?
—¿Hmmm? —preguntó el otro mirando a sus clientes con cara de ensoñación.
—Pues eso —señaló con disimulo, viendo cómo se tomaban de las manos sin dejar de sonreír—. Ese de ahí no es el novio, ¿o sí? ¿Qué hace junto a ella, mirándola de esa forma?
—Shhh... —Le pidió el joven de lentes y ojos ámbar—. Eso es lo de menos. Lo importante es que tu diseño acabó en la persona correcta. Esperemos que el esmoquin que yo voy a preparar, también. —La linda chica de cabello púrpura entendió en el acto. Sí, la Navidad era temporada de milagros. Tal vez el que los dos compartieran ese momento era la forma que el destino encontró para que estuvieran en el lugar correcto. Ahora, solo faltaba encontrar el tiempo correcto.
*
No podía sacarlo de su cabeza. Elizabeth simplemente no podía sacar a Meliodas de sus pensamientos, y eso la hacía sentir como una infiel. No era posible sentir todo lo que sentía por una persona que prácticamente acababa de conocer. Apenas este razonamiento le llegó, comenzó de nuevo su conflictivo diálogo interno.
«No, no es un desconocido», se repitió como tantas veces. Ambos habían nacido y sido criados en el mismo pueblo, asistieron a las mismas escuelas, tenían los mismos amigos. «Pero no fuimos amigos nosotros», contraatacó la parte lógica de su cerebro. Tan cerca y, a la vez, tan lejos. Y de nuevo, a girar sobre el mismo problema. «No conoces nada sobre él, no podrían ser más diferentes», en eso, su parte pesimista sí que se equivocaba. Ambos amaban la música. Y eso, por sí solo, había sido el inicio de todo.
Cuando era adolescente, Meliodas le gustaba tanto que incluso lo había investigado. Su familia rota, su soledad, su enorme talento. Simplemente, nunca había tenido valor de acercarse, y ese había sido su error. Aún lo recordaba: el mismo día que intentó ir a declararse con una carta, descubrió que él y Liz habían empezado a salir. Los vio besarse, los vio irse en la moto de él. Entendió de inmediato que no tenía posibilidades contra esa sexi pelirroja, y se rindió. Al poco comenzó a salir con Mael, su amigo de la infancia, la persona que sanó su corazón con su alegría imparable. Y ahí estaba el otro problema. Hacía mucho tiempo que ya no sentía alegría junto a él.
Necesitaba respuestas, necesitaba entender el origen de su amor tanto por Mael como por Meliodas, y solo se le ocurría una forma de hacerlo. Abrió la caja de recuerdos que había sacado del armario, deslizó la mirada por fotos, papeles y diarios, y entonces reparó en que ahí seguía. La carta que escribió a Meliodas aún tenía su sello de corazón de arcoíris intacto, y la tomó delicadamente para estrecharla contra su pecho, sintiendo de nuevo la dolorosa punzada del amor.
«¿Cómo es posible que, en unos pocos días, hayamos vivido cosas más bellas que en todos mis años de relación con Mael? ¿Cómo es posible que, en un par de semanas, haya podido ver en mí lo que él no? ¿Cómo es posible que, a instantes de casarme con mi amor de toda la vida, vuelva a presentarse mi primer amor?». Meliodas no había sido solo un crush. Fue mucho más.
Pero eso: fue. No podían ser nada ahora, y se obligó a ver de nuevo su situación actual para recordarlo. Ambos habían elegido a otras personas. No había pasado ni un mes entero desde que Liz lo dejó plantado en el altar, y ahora, ella quería meterlo en otra locura romántica.
Solo estaban confundidos. Su dolor era muy fresco, no sabían lo que hacían, tal vez ella solo tenía nervios prenupciales, y ambos encontraron una fuga a sus problemas con aquella relación tan sospechosa. Debía ser la persona madura de los dos y detenerse, debía protegerlo de sufrir más. Lo único cierto es que debía renunciar a él, si deseaba que la genuina amistad que nació entre ellos permaneciera intacta. Justo en ese momento su teléfono timbró con un mensaje, y soltó un enorme suspiro de alivio al ver que no se trataba de él, sino del reverendo Galand.
—Querida —le sonrió él tras los saludos de rigor —, tu novio y tú no se presentaron para el ensayo, ¡Y su boda ya es este fin de semana!
—¡¿Eh?! —Divirtiéndose todos los días con su rubio, no se dio cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo. Por un segundo sintió un ataque de pánico, que logró controlar para dedicar al sacerdote una disculpa—. Mael no ha tenido tiempo. Al parecer, quiere arreglar todos sus asuntos antes de la luna de miel.
—Comprendo, pero esto también es importante. ¿No podrías al menos venir tú para que te diga donde debes estar parada? Puedes traer a un amigo.
«Amigo». Y todo su diálogo interno se fue al carajo. Antes de pensarlo ya estaba marcando el número del músico, antes de poder contenerse, le había brotado la petición. Antes de entender las consecuencias que podría implicar hacerlo, tomó la carta con su confesión, y salió corriendo a la iglesia, a hacer algo irremediable.
*
—Lamentamos mucho la tardanza, reverendo. —La pequeña iglesia estaba hermosa. Sobria, pero con algunos arreglos de pino y acebo que anunciaban la gloria de la Navidad. El viejo sacerdote tenía tal sonrisa que parecía estar a punto de reír, y Meliodas tenía una expresión similar, aunque definitivamente, por motivos diferentes a los del buen clérigo.
Se había resignado. Había trabajado toda la noche en hacerse a sí mismo un lavado cerebral que le permitiera estar contento con la boda de su amiga, y al no lograrlo del todo, había decidido que la mejor forma de proteger lo que le quedaba de cordura era no tomarse nada en serio. Todo era una broma. Nada de lo que pasara ahí tenía que ver con él, y todo sería una actuación, una por la que una persona "muy apreciada" le iba a pagar.
—No pasa nada, linda —aplaudió el viejo, pasando la mirada de uno al otro—. Qué gusto tenerlos aquí, temía que no los vería hasta que fuera su gran día.
—Esto, ¿padre? —trató de interrumpirlo la apenada albina—. Él no es...
—Bestiales disculpas, reverendo —rio el rubio abrazando a Elizabeth por los hombros—. Es que soy un idiota que no se toma muy en serio su boda —Aquello lo decía burlándose de Mael, y tal vez Elizabeth se habría reído un poco más, de no ser por lo que dijo a continuación—. Sin embargo, hoy estoy aquí para darlo todo por ella. ¿Qué tengo que hacer? —Eso último lo había sentido como verdadero. Y en efecto, lo era, pero Meliodas no iba a reconocerlo ni ante sí mismo, no fuera a terminar haciendo algo irremediable.
—No te preocupes, hijo, lo importante es que estás aquí. ¡Que empiece el show! —respondió animoso el hombre mayor, y por los siguientes veinte minutos, les explicó detalladamente los pasos a seguir a lo largo de toda la ceremonia—. Ahora, Elizabeth, ponte aquí, en el lado izquierdo del altar. Eso. Ese será tu lugar el día de la ceremonia. Meliodas, tú estarás justo a su derecha. —Ambos se acomodaron riendo ante el otro, algo incómodos, pero también, disfrutando genuinamente de lo que ocurría—. Cuando la música comience, linda, caminarás desde el fondo hasta aquí. A ver, hazlo. —La albina obedeció dócilmente la instrucción dando saltitos, pero aunque el rubio se rio, el sacerdote negó con la cabeza y le indicó retroceder—. No, no, no. Imagina que es el gran día, preciosa. El más lleno de alegría y calma en tu vida. Debes llegar a él como si flotaras, hija. Inténtalo de nuevo mientras lo miras a los ojos.
«Ay, no», Meliodas sintió un escalofrío mientras ambos acataban la instrucción. Levantaron lentamente las miradas, como en cámara lenta, y cuando sus ojos se encontraron, fue como si el mundo andara más despacio, como si aquella visión hubiera tendido una cuerda que los ataba uno al otro. Trató de tragar el nudo en su garganta antes de volver a sonreírle, y cuando ella le sonrió de vuelta, el reverendo los trajo de vuelta a la realidad aplaudiendo.
—Eso, ¡bien! Luego tú, Meliodas. Cuando Elizabeth llegue como lo hizo ahora, le ofrecerás tu brazo para que se coloque a tu lado.
—¿Así? —Acató la orden con un gesto galante. Ella apretó con fuerza el brazo que le ofrecía, y se colocaron de frente a Galand, que había abierto la biblia y les sonreía a ambos con todos los dientes.
—Exacto, se quedarán aquí, frente a mí, justo como hacen ahora. Yo estaré entre ustedes y los testigos, para guiar el momento con las lecturas y las bendiciones —Hubo otros cinco minutos de un pequeño y alegre sermón sobre las citas bíblicas que iba a hacer, pero ya ninguno estaba escuchando de verdad. Estaban completamente concentrados en la sensación cálida de la mano del otro, y de nuevo, solo volvieron al presente cuando llegaron a la parte más importante del ritual—. Cuando lleguemos al intercambio de votos, deberán tomarse de las manos, y ahora sí, será su turno de brillar. ¿Hijo? ¿Ya tienes algo listo?
—E-es solo un ensayo, padre —trató de defenderlo Elizabeth—. Nosotros no...
—De hecho... —declaró inflando el pecho con orgullo para diversión de ella—. Yo sí que tengo preparado algo. Una canción.
«¿Cómo?», entró en pánico la chica. Acto seguido, Meliodas comenzó a cantar. Pronto se dio cuenta de que se trataba de esa canción, la que había interpretado cuando estuvieron solos en su antiguo salón de música, la que presuntamente era de Mael para ella, cuando resultaba obvio quién era el verdadero autor.
—Una vez más, tómame entre tus brazos ya. Bésame bajo cada estrella. Solamente me puse a pensar en voz alta. El amor pudimos encontrar. 🎵🎶 —Su voz dulce y sensual saturó el cerebro de Elizabeth, haciéndolo incapaz de entristecerse o sentir miedo. Lo único que sabía era que debía corresponderle de algún modo, y mientras pensaba cómo, él por fin paró.
—¡Bravo! —exclamó el sacerdote, aplaudiendo y sacándola de la ensoñación—. ¡Bien hecho, muchacho!
—Aún no está completa la letra, pero sin duda lograré terminarla a tiempo. —Luego puso cara de pillo, y la miró travieso mientras parecía acusarla con el clérigo—. Lo que en realidad me preocupa es su parte del trato.
—¡¿De verdad?! Pequeña, no me digas que no has escrito tus votos. —Meliodas esperaba verla ofuscarse, ponerse roja y dar excusas, pero eso no pasó. En cambio, soltó sus manos, agachó la mirada, y pareció contener el aliento, como hacía cuando estaba asustada o muy nerviosa.
«He visto esa expresión antes, ¿cuándo? Ah, claro», lo había recordado. Era la misma expresión que hacía cuando parecía querer entrar al salón de detención.
—No tienes que hacerlo si no te sientes lista, Ellie —le sonrió él tratando de volver a tomar sus manos—. Era broma, estoy seguro de que se te ocurrirá algo para ese día.
—Yo... preparé algo. Una carta.
—¿Hmm? —La miró interesado Galand—. ¿Quieres compartirla ahora, o prefieres que sea sorpresa?
—Ahora. —Al parecer, acababa de decidirse, y toda la determinación que había podido juntar se solidificó en su pecho mientras, de entre su suéter, sacaba una carta con un sello de colores—. La escribí hace años, y... —No explicó más.
«Seguro su confesión a Mael», se entristeció Meliodas. Sin embargo, la carta no parecía haber sido abierta sino hasta ese momento. «¿Tal vez nunca lo abrió? Bueno, no importa». Solo le quedaba aguantar, solo le quedaba sonreír y pretender que no le dolía mientras escuchaba su confesión de amor a otro hombre, sin saber que, en realidad, era para él.
—Querido... Mael —empezó, cambiando su nombre por el nombre falso—. Desde que te conocí, he sentido algo muy extraño que no sé explicar. Es como si toda mi vida hubiera estado escuchando el ruido de una orquesta caótica, y de pronto, hubiera una inesperada armonía. Como una cuerda afinada, o una campana, que sigue vibrando dentro de uno mucho después de que ha sido sonada. Al principio, me asusté. Siempre he seguido el compás que me marcan, portándome bien, temiendo salirme del camino, como quien teme desafinar en medio de un concierto, y es por eso que no había podido acercarme a ti, pese a lo mucho que deseaba hacerlo. Lo siento.
«¿En verdad estará hablando de Mael?», se preguntó mientras sudaba frío. Hasta donde recordaba, Mael también había sido un niño bueno durante la adolescencia, ¿por qué ella temería "salirse del camino" con él? «Casi parece que me lo dice a mí. Pero no debo tener esperanzas».
—Sin embargo, ya no puedo seguir ocultando estos sentimientos. Te he visto por mucho tiempo, deseando acercarme a ti y abrirte mi corazón, y solo ahora que estoy por empezar el resto de mi vida es que he reunido el valor suficiente para decirte esto. E-estoy... —parecía costarle mucho trabajo, el rubio se acercó para darle fuerzas. Entonces, ella levantó la cabeza tan rápido que lo asustó y, con ojos ardientes, soltó algo que lo hizo dejar de pensar—. ¡Estoy enamorada de ti! —El silencio tras su confesión fue ensordecedor, pero solo un segundo, pues después las palabras salieron a borbotones—. Me gustas desde hace tiempo, desde la primera vez que oí tu voz. Quiero seguir escuchándolo, a ti y a esa melodía en mi interior que me dice que lo que siento es correcto, y que no debo rendirme contigo. Quiero que seamos amigos, compañeros, y algo más, si tu quieres. Y quiero... —Estaba temblando tanto que oían el papel estrujarse—. Quiero interpretar esta canción contigo. La canción llamada amor... por el resto de mi vida. —La última parte no estaba en la carta, pero al mismo tiempo, eran palabras que siempre habían estado ahí.
—Bien —confirmó el sacerdote—. Entonces, puedes besar a la no... —Ninguno supo quién se lanzó al frente primero, ni cuál de los dos lo había deseado más. Solo que antes de saberlo estaban en brazos del otro, y se besaban con tanta pasión como si ya no fueran a verse nunca.
«Meliodas», suspiró, conmovida hasta las lágrimas. No sabía qué reacción había esperado, pero esa, no. No la había apartado de un empujón como se temió, ni desatado un beso lujurioso, como anunciaba su reputación. La estaba besando como si fuera lo más valioso para él en el mundo, dulce e intensamente, pero también, de modo delicado y gentil. Ella acunó su mejilla con ternura, él la atrajo hacia sí mismo llevando la mano a su nuca. Se besaron hasta que ambos perdieron el aliento, y cuando al fin se soltaron, no pudieron decir ni una palabra mientras se miraban e intentaban entender lo que acababa de pasar.
—¡Ejem! —tosió el sacerdote—. Bueno, sí, ¡bien! Solo háganlo más corto frente a la congregación. Y menos pasión, por favor, no querrán provocarle a este viejo un infarto.
—¡S-sí, padre! —tartamudeó Elizabeth con una cara tan roja como el traje de Santa Claus.
—¡Claro! Esto, uhm, ¡Ellie! ¿Te llevo?
—¡Gracias, sí! Bueno, tenemos cosas que hacer, ¿verdad?
—¡Sí! Ahm, ¡adiós, reverendo!
—¡Adiós muchachos! —los despidió alegremente, y dos segundos después, una bella peli morada que era su esposa se puso detrás de él para darle un pequeño golpe en la espalda.
—¡Galand, viejo diablillo! —Lo regañó—. Sabías perfectamente que ese no era el novio, ¿por qué dejaste que fueran tan lejos?
—Porque soy servidor de Dios, Mela, preciosa —dijo con expresión solemne—. Y no se debe mentir en la casa del señor. Esos dos se aman, esa es la verdad. Y cualquier otra cosa que pase fuera de eso, es una mentira. Se darán cuenta de quienes son los que deben llegar al altar juntos, ya lo verás.
—¿Y tú cómo sabes? —El clérigo saltó sobre ella para plantarle un corto pero apasionado beso.
—Porque casi es Navidad. Y el todo supremo tiende a ponerse más travieso cuando su día está por llegar. Ten fe, linda. Presiento que el milagro está a la vuelta de la esquina.
*
Estaban muy incómodos, la verdad. ¿Cómo se suponía que debían comportarse el uno con el otro, ahora que habían compartido todo aquello? Meliodas y Elizabeth estaban en el salón donde sería la fiesta con Diane, King y Ban, viendo que estuviera todo listo, y afinando los últimos detalles, que incluían la prueba del menú final y la contratación de un chelista y un pianista.
—No saben cómo se los agradezco, chicos. —sonrió el rubio a Drole y Gloxinia, quienes, para su mala suerte, eran precisamente los músicos que su amiga había contratado para el evento—. Me sorprende que aceptaran después de lo que hice.
—No es por ti, es por ella —Se burló un poco gruñonamente el pelirrojo.
—Y además, entendemos lo que pasó —completó su marido solemnemente, y ambos miraron a su amigo con una expresión compasiva, para luego darle la espalda y volver a la afinación de un hermoso piano de cola. Este gesto sirvió para que, de nuevo, Elizabeth y Meliodas sintieran como si los hubieran dejado solos. Él sencillamente ya no pudo más, y se volteó a mirar a la ojiazul, que saltó en su lugar con un pequeño susto.
—¡Ellie!
—¿S-sí? —Antes de poder entender sus acciones, él le había dedicado una reverencia, y ella se hizo para atrás, tratando de comprender el gesto.
—Lo siento mucho —declaró incorporándose de nuevo—. Se me pasó la mano con la actuación. No quise... es decir, no debí...
—¡Ah! ¡Sí! —le dio la razón, ignorando la dolorosa punzada de la decepción en su pecho—. No tienes que decirlo. Fue mi culpa, yo soy la que estuvo en un error —Hizo una reverencia aún más pronunciada que la de él—. Fue terriblemente inapropiado. Te pido me disculpes, solo fue la emoción del momento.
—¡Exacto, tienes razón! —Estaba tan aliviado como decepcionado, pero al menos, el mal irreversible que creyó hacerlo resultó no ser tal—. ¿Amigos? —preguntó extendiéndole la mano.
—¡Los mejores! —confirmó. Sin embargo, aun así se veían incómodos. Drole y Gloxinia se miraron mutuamente con una sonrisa de astucia, y la parejita saltó del susto cuando los llamaron con un grito hacia donde ellos se encontraban.
—Ya que están ahí, ¿por qué no nos ayudan a afinar esto? Son músicos, ¿no?
—Pues... —dudo Elizabeth. El reto del pelirrojo era una trampa para afinar tanto el sonido del piano como sus sentimientos.
—Ven aquí y toca algo, Meliodas. Nosotros haremos diferentes pruebas mientras estás en eso.
—De acuerdo —aceptó él, no muy seguro de hacia donde iba todo. Solo de una cosa estaba seguro—. ¿Vamos? —extendió la mano a Elizabeth y, tras solo un segundo de duda, ella la tomó y se fue a sentar al banco con él.
*Momento para la música 😍🎶 Disfruten*
https://youtu.be/n543eKIdbUI
Lo siguiente que pasó fue mágico. Las notas se elevaron desde sus dedos como un amanecer glorioso, sonidos tan dulces que parecía como si estuviera tocando un ángel. Mientras, Drole y Gloxinia hacían algo divertido con las cuerdas, y la canción se volvió aún más jubilosa cuando, tras unos cuantos acordes, la albina reconoció la canción que estaba tocando.
«Es una versión del Gloria», se emocionó mientras se unía a él tocando algunas notas. "Angels we have heard on high". Un golpecito por aquí, un tirón de cuerda por allá, y el improvisado cuarteto de músicos se sincronizó en un momento espiritual lleno de diversión y alegría. "We wish you a merry christmas", improvisó Elizabeth, y Meliodas le siguió el juego sin dejar de sonreír. La sinfonía de sonidos que estaban haciendo llegó a los oídos de cada una de las personas presentes en el salón, que se detuvieron al tiempo para contemplar a la pareja que, aunque no lo era, estaba encarnando el espíritu de las fiestas con su interpretación.
Un dulce tarareo salió del contralto pelirrojo, luego, de su pareja, el bajo. Finalmente, se les unió Meliodas como tenor, y por último, Elizabeth, cuya voz se elevó con un Gloria como el de los auténticos seres celestiales, mientras su amigo se ponía de pie y daba lo mejor de sí para tratar de igualarla con el piano. Pronto, cada voz ahí se les unió, y los cuatro dirigieron una sinfonía que hablaba de muchas cosas, de fe, alegría y Navidad, pero también de algo más. Amor.
Ninguno lo dijo, pero era cierto, y la pieza se acercó a su fin mientras la voz de Elizabeth era la última que quedaba, y todos aplaudieron a ella y a la última nota del rubio que la acompañó. Ambos pudieron sentirlo a la vez. Lo que sea que hubiera pasado, los había sanado. Real o no, bien o mal, no importaba, pues se querían genuinamente, y deseaban para el otro solo felicidad. La nota desafinada en su interior por fin dejó de sonar, y se sonrieron de un modo tan espectacular que fue como si ya hubiera llegado Navidad.
—Meliodas, yo... —empezó la albina tímidamente, pero justo cuando le iba a pedir un poco de tiempo, justo cuando estaba por ocurrir un milagro, el diablo metió la cola, y fue como escuchar chirrido de uñas en la pizarra de sus vidas mientras hacia su entrada triunfal el "legítimo novio".
—¡Nena! —gritó Mael alzando las manos—. Por fin te encontré. ¡Muuuuah! —Le plantó un enorme beso en los labios, y no solo Meliodas. Cada alma del lugar hubiera querido taparse tanto oídos como ojos, pero se limitaron a lanzar miradas de desprecio al albino, que no se dio por aludido y volteó a ver a su prometida con los ojos destellando de entusiasmo—. Amorcito, me di cuenta de algo muy importante que nos está faltando a ambos antes de ir al cadalso.
—¿Y qué sería? —Preguntó, ocultando lo mejor que podía, el hecho de que estaba furiosa.
—¡Una despedida de soltero! —declaró, y Diane de inmediato vio hacia donde iba eso—. ¿Querrías...?
—Vaya, qué moderno, viejo —Ban había salido de la nada con una bandeja llena de quesos, y abrazó al instructor de yoga mientras su mirada se volvía increíblemente peligrosa—. Invitar a tu novia a la despedida de soltero, ¡eso se llama progreso e igualdad!
—¿Eh? Aaaah, ¡sí! —declaró como si hubiera sido idea suya, ocultando rápidamente la desilusión que tuvo—. Y no solo a ella. ¡Amigos! ¿Les gustaría venir a una noche de copas para celebrar con nosotros que nos hemos puesto la soga?
—No estoy segura, Mael. —murmuró Elizabeth, cada vez más pálida—. No parece apropiado. Debemos...
—¡Claro que voy! —declaró Meliodas con una sonrisa que parecía de ángel, pero un aura que parecía de demonio enfurecido—. Qué idea tan genial, bro. ¡Divirtámonos hasta quedar noqueados! —No tenía idea de lo que "noqueados" acabaría significando al final de esa fiesta improvisada.
***
Fufu... Fufufu... ¡Buajajaja! ¡¡¡BUAJAJAJAJA!!! *0* [Coco se ríe cual Grich mientras el equipo de apoyo prepara una manta para sujetarla] AHora sí, la cosa se puso peligrosa. Soy traviesa 😈 esta historia ya iba demasiado pura, sin lemon, violencia o drama, así que... BUeno, supongo que ya saben qué esperar mañana 🤭 Eso sería todo por hoy, mis coquitos. Aprovecho para recordarles que al fin corregí mis días, y el final ahora sí se celebrará al 25 de diciembre, que es realmente Navidad. Sin embargo, la víspera de mañana será todo un obsequio 😇 Nos vemos mañana pasado de las siete, ¡Muchas gracias por formar parte de las fiestas conmigo!
Posdata: Hoy no hay karaoke como tal, pero aprovechando la tensión, emoción y drama, les dejo acá una compilación con diferentes versiones de una de mis canciones navideñas favoritas de todos los tiempos. ¿Cuál versión les gusta más? ¿Han escuchado algo mejor? Ahora sí, nos vemos mañana para para el clímax. 💋
https://youtu.be/wmSDhhKBQaQ
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