Capítulo 5
Gerard no dijo mucho durante su viaje a casa de Frank. La verdad es que temía que todo terminase de manera fugaz, que de pronto desapareciera y volviera a estar dentro de la escuela, de donde se suponía; no podía salir. De hecho, esperó que eso sucediera en cualquier momento, pero para su sorpresa no fue así, y logró llegar junto a Frank a su hogar.
Era una casa pequeña, y el barrio era bastante humilde. Nunca había estado en esa zona de la ciudad, y de haber estado vivo se hubiese sentido increíblemente inseguro. Pero nada podían hacerle los adictos si ya estaba muerto, ¿No? Se sintió estúpido por siquiera pensarlo. Además sintió que estaba faltándole el respeto a Frank y a su familia completa.
— Llegamos —dijo Frank guiándolo a una casa pintada de azul cielo. Había un vehículo bastante desvencijado estacionado afuera. Entraron a la casa y dieron de inmediato con la sala de estar, en unos viejos sofás había un par de personas en evidente estado de ebriedad. Uno de ellos alzó la cabeza y miró a Frank con desprecio, como si lo odiara terriblemente.
— ¿Dónde demonios se metió tu madre? —escupió.
— Posiblemente está en el trabajo... quizás está haciendo horas extra porque tú eres un maldito vago.
El segundo hombre rió.
— ¿Qué mierda dijiste?
Gerard lo vio ponerse de pie con algo de dificultad y con largas zancadas avanzó hacia Frank. Dio un paso atrás, pero Frank se quedó en su lugar aun cuando el hombre era mucho más alto y grande que él. Nunca había visto una escena de violencia así, y quizás fue eso lo que congeló sus acciones porque nada pudo hacer mientras Frank era golpeado en la cara y lanzado contra la pared como si fuera solo un montón de ropa sucia. El hombre escupió sobre él, y luego volvió a su sofá.
— Aprende a respetarme, hijo de puta.
— Vete de una vez —bufó Frank.
— ¿Qué dijiste? —el hombre volvió a ponerse de pie, pero antes de que pudiera llegar a donde Frank estaba, este se puso de pie, subió las escaleras con increíble prisa y cerró la puerta de su habitación a sus espaldas.
Gerard atravesó las puertas y se quedó de pie junto a estas. Frank había lanzado su mochila a un rincón de la pequeña habitación y luego se había sentado sobre su cama, con un cigarrillo entre los dedos.
— No creo que debas fumar —Gerard intentó romper el hielo.
Frank bufó.
En ese momento realmente deseó estar en la escuela. Se sentía inútil y tan incómodo... nunca había sido bueno reaccionando a las cosas, no sabía qué hacer en muchas situaciones y esa era una de ellas. ¿Era correcto bromear? ¿Abrazarlo? ¿Decirle que todo estaría bien?
— Es mi padrastro —dijo Frank después de una eternidad, Gerard fue hacia la silla giratoria frente al escritorio y tomó asiento, girándose a verlo—. Se llama Daniel y se mudó con nosotros hace como un año o algo así... nos odiamos mutuamente, ¿Sabes? El tipo es un vago, alcohólico y violento, y mamá es una estúpida que no puede ver que él es una mierda. Los odio a los dos.
Gerard tragó saliva.
Sus padres eran buenas personas... se habían conocido en la universidad y estaban juntos desde entonces, veintitrés años y dos hijos después, parecían totalmente enamorados y las veces que peleaban eran cosas pequeñas. Gerard nunca los había visto discutir a gritos, y cada San Valentín su padre invitaba a su madre a una cena en un lugar costoso y le daba rosas. Pero sabía que no todos los matrimonios eran así, no todas las familias eran felices y... definitivamente la familia de Frank era prueba de eso.
— Luce como mierda —fue lo único que Gerard logró formular.
Frank alzó la cabeza, y sus miradas se conectaron durante unos segundos y cuando Gerard estaba seguro de que iba a comenzar a gritarle o algo así, se puso a reír como un loco. Y él lo hizo también, aunque era obvio que se estaban riendo de él mismo y su estúpida forma de interactuar con la gente.
— ¿Qué se siente ser un fantasma? —Preguntó Frank.
Gerard se encogió de hombros.
— Se siente como... nada. Me siento vacío.
— Quizás ya soy un fantasma y no me había dado cuenta porque usualmente me siento vacío —Frank suspiró—. Lamento que hayas visto eso...
— Está bien —dijo Gerard—, quiero decir... no es algo que puedas evitar.
Frank asintió.
— Y... no eres un fantasma —agregó Gerard, sin saber bien por qué—. No tienes que sentirte como uno...
— A veces no puedo evitarlo —murmuró Frank—, es difícil... ¿Sabes?
— Lo lamento —dijo Gerard.
Frank volvió a asentir.
— Ahora voy a... uh, cambiarme esto para dormir.
Gerard asintió una vez.
— Y necesito que te gires... es extraño que un fantasma me vea desnudo.
Gerard pensó que se había ruborizado, aunque no sabía si podía hacerlo de todos modos. Se giró sobre su silla y solo cuando Frank le dio el aviso, volvió a mirarlo. Frank estaba ya bajo las mantas de su cama y tenía puesta una camiseta gris oscuro que funcionaba bastante bien como pijama.
— ¿Tú duermes? —Frank preguntó.
Gerard negó.
— No necesito dormir, supongo... aunque a veces desearía hacerlo para no pensar. La soledad es extraña, ¿sabes? A ratos siento que me vuelvo loco.
— Pero ya no tienes que estar solo. Puedes ser mi Gasparín —bromeó Frank.
— Preferiría ser Christina Richie, pero acepto —agregó Gerard con una sonrisa torcida.
— Me encanta ella, y su nariz —dijo Frank.
— Apuesto que no te gusta tanto en Penélope.
— Es mi favorita, de hecho —dijo Frank, y no pudo contener su risa.
Gerard rió también, y cuando la risa terminó ambos se quedaron en silencio. Frank le dedicó una pequeña sonrisa y luego se giró levemente hasta quedar boca arriba, y antes de poder decir nada más; estaba profundamente dormido. Gerard pensó en despertarlo, pero asumió que había tenido un día realmente largo y necesitaba descansar así que solo se quedó ahí, sentado, viéndolo dormir como si fuera la única cosa por la cual existía o algo así.
Y mirarlo dormir no era tan aburrido, como pensó que sería. Frank se movía bastante y murmuraba cosas que Gerard no lograba entender, arrugaba su nariz y hacía muecas graciosas. Aunque en ese momento su rostro no lucía particularmente gracioso, tenía la mejilla enrojecida y Gerard podía ver como poco a poco iba tomando un tono lila, y entonces las ganas de bajar las escaleras para patear el trasero de aquél tipo incrementaban... era totalmente justo que un fantasma pateara su trasero porque él había pateado el trasero de un adolescente, aunque no sabía si podía patearle el trasero; ni siquiera sabía si podía tocarlo y era una mierda ser el amigo fantasma de alguien y no servir para defenderlo de padrastros abusivos.
Estaba tan perdido en su frustración que no escuchó cuando la puerta de la habitación se abrió, y sobresaltado y se puso de pie listo para esconderse, pero la mujer ni siquiera lo notó. Parecía estar en sus treinta años y tenía el cabello teñido de un rojo oscuro. Su rostro era atractivo, pero lucía tan cansada que las líneas de expresión se marcaban al punto de parecer arrugas de la edad. Miraba con cariño a Frank, y cuando tomó asiento a su lado en la cama y tocó la mejilla del menor, sus ojos se humedecieron.
— Lo lamento tanto, bebé —susurró la mujer—. Lo lamento tanto...
Gerard quiso decirle que lamentarlo no era suficiente, que tenía que enfrentarse a él y echarlo a patadas de ahí. Pero prefirió no arriesgarse.
La vio besar su frente por largos segundos y luego ponerse de pie, avanzando con una lentitud que demostraba las pocas ganas que tenía de abandonar la habitación. Cuando la puerta se cerró Gerard se puso de pie y fue a limpiar con sus dedos el labial que pintaba la frente de Frank, su palidez contrastaba con el tono natural de la piel del menor y cuando deslizó sus dedos por la piel de su frente fue como intentar tocar algo que estaba detrás de una envoltura. Sentía su piel, pero la pintura no se adhirió a sus dedos y con incomodidad Frank se giró sobre la cama para darle la espalda. Gerard regresó a su silla giratoria y comenzó a tararear en voz baja Sick de Evanescence, por alguna razón esa canción siempre lo ayudaba a relajarse.
— No hay mal que dure cien años... —suspiró Gerard una vez se aburrió de tararear la canción, aunque no quiso terminar la frase cuando su mente se aventuró en extrañas ideas en torno a esa frase.
Realmente le aterraba existir por cien años.
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