IX

Capítulo 9: Perspectiva lateral. (O la desconcentración de un chico centrado)


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Tic-tac.

Tic-tac.

El sonido del reloj de la biblioteca podía alterar a cualquier alumno que se detuviese a estudiar y lo oyese incansable por tanto rato, pero no a Camus. Porque Camus estaba habituado al tic-tac, al movimiento continuo del minutero; porque él mismo funcionaba de la forma centrada y exacta de un reloj mecánico, y porque para Camus, la vida estaba en constante tic-tac y no había tiempo que perder.

Organizar su vida y cada minuto ocupado en el día con exactitud de reloj era su especialidad. Es por eso que él y el reloj de la biblioteca, o el que se cerraba sobre su muñeca, no eran muy distintos en verdad. Incluso su cabeza funcionaba de aquella manera mecánica y metódica.

Contó mentalmente. Contó los días, los minutos, y los tic-tacs que quedaban antes de que empezaran los exámenes finales, y el recuento le hizo lanzar un suspiro y sumir nuevamente la cabeza en sus apuntes.

Días. Quedaban días. Muchos minutos. E innumerables tic-tacs.

Pero esos días que faltaban no se le hacían suficientes, y la idea de que faltaran tan solo días conseguían solo estresarlo más.

Era común que antes de los exámenes, Camus utilizase casi todo su tiempo libre en prepararse y estudiar en las tardes en la biblioteca, y llegase a casa a seguir estudiando, y repasar, y estudiar, y estudiar y... Y era común en época de exámenes ver a Camus tenso, o estresado. O ambas. Más de lo que era habitual.

No es que necesitase por ni por asomo estudiar tanto, ni exigirse de esa manera para conseguir buenas calificaciones. Realmente no lo necesitaba. Pero pasaba que era demasiado perfeccionista y autoexigente para permitirse un rango de error; Camus quería asegurarse la nota perfecta. Y estudiaba bastante, porque era mejor prevenir que curar.

Le ardían un poco los ojos a causa de la tibia temperatura de la biblioteca, ya que el calor le provocaba sueño, pero se obligaba a resistir y seguir concentrado.

O bueno, seguir concentrado hasta que él llegó.

Reconocía bien al portador de esos pasos, esa voz y aquella camisa desordenada. Camus levantó la vista de inmediato y miró al recién llegado con ojos inquisitivos.

Milo sonrió radiante y Camus afiló la mirada.

—¿Tú aquí...?

—Hola Milo, ¿Cómo estás? ¿Todo bien?... Hola Camus, sí, Camus, estoy muy bien, ¿Y tú? ¿Cómo estás? — Ironizó Scorpio rodando los ojos, antes de volver a sonreírle con burla.

Camus le miró con expresión densa unos instantes antes de volver a formular la misma pregunta.

—¿Tú aquí...?

Milo suspiró.

—Sí, Camus, quizás te sorprenda saber que también sé leer.

—Espera... repite eso, ¿sabes leer?— Aquarius alzó levemente las cejas.

Estaba burlándose a pesar de su tono de voz neutro y cara seria.

—Ja-ja. — Rodó los ojos nuevamente Milo frunciendo el ceño en dirección a Camus.

Pero no tardó en sonreír de forma ladeada otra vez, encantado.

Camus observó a Milo lanzar un cuaderno delante de él, su estuche y tomar asiento frente a frente. Alzó una ceja en cuanto Scorpio abrió el cuaderno, se acomodó mejor en la silla y sacó un lápiz.

Milo captó su mirada y le miró directo a los ojos.

—¿Sí recuerdas que ayer quedamos de estudiar juntos, no? — Milo preguntó, al sentir la mirada de Camus sobre él.

—...No, no me acordaba.

—Gracias, te importo mucho, yo también te quiero — volvió a ironizar dramático Scorpio.

Camus le miró indescifrable y pestañeó un poco, espeso. Normalmente respondería algo seco, frío e increíblemente desalmado al respecto, pero al contrario dijo, suspirando e impactando totalmente a Milo;

—Perdón, lo olvidé... Tengo la cabeza en otro lado.

Milo dejó el lápiz en la mesa un segundo y le miró con estupefacción notable.

—...¿Qué? — alzó la cejas.

—Que tengo la cabeza en otro lado.

—Espera, espera un segundo...¿Puedes repetirlo todo desde el principio...?

—¿Perdón, lo olvidé... Tengo la cabeza en otro lado...? — Camus frunció levemente el ceño con confusión.

—Listo, ¡ahora si alcancé a grabarlo! — Milo sonrió, enseñándole su teléfono con la grabadora abierta, haciendo que Camus lo mirara mal.

—Estúpido.

—Lo voy a colocar como mi alarma.

—Púdrete.

—Hey, no es que digas cosas como esas todos los días, tengo que grabarlo para recordarme que si tienes alma y corazón... aún. — Dramatizó Scorpio.

—¿Quién dijo que tengo? — Camus le miró con seriedad escalofriante en respuesta.

—No me asustes. — Río Milo con nerviosismo — Que con esa cara te creo todo.

Aún así, Milo internamente estaba gritando en todos los idiomas que sabía porque Camus actualmente, podía bromear, y actualmente, bromeaba con él. Bueno, tampoco eran muchos idiomas, porque solo sabía griego y un intento de inglés chapurreado. Pero sí había muchos gritos internos por ese hecho que parecía simple, pero era toda una hazaña.

—Entonces deberías creerme cuando te digo que eres un idiota natural.

—Te creo fielmente, ya hasta lo puse en mi carta de presentación.

—¿Para qué, si ya lo dice tu cara? — Se la devolvió Camus al instante.

Y por un momento las comisuras de los labios de Aquarius parecieron querer tirar en una sonrisa que no terminó por asomar, porque al darse cuenta carraspeó y acomodó sus apuntes.

Tenía que seguir estudiando. Y el idiota de Milo Scorpio, se supone que había venido a eso también, no a perder tiempo. A pesar de que ya se había habituado demasiado para su gusto a sus idioteces y a sus increíbles facultades para fastidiar y rondar cerca de él.

—Me encanta tu increíble capacidad de ser cruel — Dijo Scorpio sonriendo, apoyando su mentón en sus palmas para mirarle con ternura contenida.

¿Lo peor? Lo peor es que Milo lo decía en serio.

—¿No venías a estudiar? — Cortó Camus el ambiente, retomando su lápiz con el que estaba escribiendo un par de notas sobre sus apuntes.

—No, en verdad venía a hacerte compañía.

—Milo. 

—Lo de estudiar era una excusa.

—Milo.

—Bien, bien, igualmente tenía que estudiar — Frunció la expresión Scorpio ante el tono glacial y cortante con el que lo amenazaba Camus. En realidad era cierto, tenía una beca que mantener, pero no era algo que realmente deseara hacer en ese momento. — ¿Contento?

Camus asintió, y ninguno de los dos volvió a hablar, llenando el silencio otra vez con los tic-tacs. Aunque Aquarius tenía que admitir que la pequeña intervención y distracción de la llegada de Milo, le había servido un poco, para relajarse un segundo antes de volver a la monotonía de revisar sus apuntes.


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Estaba ocurriendo un fenómeno extraño. Demasiado extraño para el gusto de Camus, quien no podía evitar fruncir el ceño ante la inesperada situación y fastidiarse.

Y la inesperada situación era que, de forma insospechada, Milo llevaba mucho rato callado e increíblemente concentrado estudiando, callado, serio y enfocado. Mientras él, Camus Aquarius, quien nunca se desenfocaba cuando hacía algo, no estaba pudiendo concentrarse nada de nada, en lo absoluto. Rien de rien.

Llevaba largo rato no pudiendo centrarse más de 5 minutos seguidos, y se encontraba a sí mismo distrayéndose con la cosa más mínima. Y la verdad, nada de lo que estaba estudiando se le estaba quedando en la cabeza, recurriendo a la insospechada necesidad de leer una y otra vez en lo mismo pero siempre con la mente en otra parte.

Lo cual. Nunca. Pasaba. En. Lo. Absoluto.

Es decir, Camus era muy bueno ignorando el resto y centrándose en lo importante, por lo cual, nunca tenía problemas para estudiar por largas jornadas sin distraerse. Por eso, no podía entender que le estaba pasando.

Y tampoco podía creer que Milo estuviese tan enfocado en lo suyo, con el rostro serio, moviendo el lápiz en su mano derecha, solo mirando sus hojas e ignorándole hace demasiado tiempo como para tratarse de Milo Scorpio, realmente.

¿Era aquello real? ¿O se había quedado dormido? Porque no había universo real en donde él, Camus, no pudiese concentrarse al estudiar, y donde Milo Scorpio pudiese estar enfocado sin joderle la existencia.

La razón de su desconcentración le era lejana, pero le exasperaba, porque nunca había experimentado algo como aquello. ¿Qué tan difícil podía ser colocar atención a su repaso de biología? Nada, nada difícil, pero por alguna razón en aquel momento parecía una tarea imposible.

Camus estaba lejos, bastante, muy lejos de percibir (o admitir) que la razón de su desconcentración era ni más ni menos que su nuevo acompañante de estudio; Milo Scorpio.

Camus no admitiría jamás la mala, muy mala jugada que le pasaba su cerebro cuando, en vez de concentrarse en estudiar, cada 5 minutos desviaba su atención hacia el chico de cabello morado sentado al frente suyo.

¿La razón? La razón, la razón, la razón, la razón...

Para alguien que siempre buscaba la razón hasta en lo más mínimo, esta vez no había ninguna.

Pero parecía ser que a su mente y ojos les parecía más llamativo observar a Milo Scorpio que centrarse en estudiar. Lo cual obviamente le molestaba de sobremanera e intrigaba por igual, como si ahora Milo se hubiese convertido en un enigma matemático que Camus quería evadir a toda costa, pero que era inevitable echarle un ojo para resolverlo.

Tenía que admitir en lo más, más, más (más) profundo de su corazón, que estaba impresionado por el hecho de que Milo Scorpio fuese tan centrado a la hora de estudiar. Esperaba cualquier cosa menos eso, conociéndolo. Pero resultó ser que ni cualquier ruido parecía distraerlo y se veía bastante aplicado. ¿Milo Scorpio había logrado sorprenderlo para bien? Curiosamente, sí.

Conociéndolo, se esperaba cualquier cosa menos que fuera alguien aplicado. Aunque ahora, sus buenas calificaciones cobraban sentido... pero mentalmente se había imaginado que eran mera suerte, o que de alguna forma se las arreglaba, pero cualquier cosa menos la imagen de un Milo realmente estudioso.

Pero, realmente, no debería sorprenderle de esa forma, porque en verdad, ¿de qué conocía a Milo Scorpio? De absolutamente nada. No sabía nada acerca de él. Pero eso se debía a que no le interesaba personalmente Milo en lo absoluto, ni nadie en general. Crear lazos con las personas no era realmente lo suyo, ni algo que deseara, por tanto, conocer al resto tampoco.

Pero temía que a esas alturas, crear un lazo con Milo Scorpio era algo inevitable e irremediable.

Porque Milo se había encargado de tejer el lazo solo, y cuando el lazo estaba a medio tejer, ya era irrevocable.

O al menos, Camus ya había desistido de evitar que Milo lo tejiera, y no tenía el ánimo de romperlo. Había cosas inevitables en la vida. Y una de esas cosas era, Milo Scorpio irrumpiendo en la suya.

Pero la verdad era que, no conocía casi nada acerca de su tejedor profesional de lazos ni irruptor de vida. Y aunque la verdad seguía sin interesarle conocer a ninguna persona y lo consideraba innecesario, por alguna razón en esos momentos, le fastidiaba desconocer absolutamente todo sobre Milo Scorpio.

Estaba acostumbrado a saber muchas cosas de cuestiones que él consideraba útiles en su vida (generalmente, académicas). Pero no sabía mucho acerca de la gente que le rodeaba, porque no lo consideraba algo que le fuese servir en su vida. Y también, porque no era muy conversador, y porque para él las palabras tenían una función metódica simplemente. Las charlas simplemente por que sí, por la simple razón de tenerlas, no era algo que estuviese en su sistema.

Nunca le había resultado contraproducente, hasta aquel inesperado momento en donde sintió un repentino y molesto deseo por conocer aunque sea lo básico acerca de Milo Scorpio.

En realidad, muchas personas creían conocer a Milo Scorpio, incluso sin haber hablado jamás con él. Medio instituto se creía con el derecho a decir que conocían a Milo, porque, con lo popular que era, y la maraña de chismes y rumores que se tejían alrededor de él, ¿Cómo no iban a conocerle? Y aunque si bien, parte de lo que se decía de él en rumores tenía su fundamento, y su personalidad no era algo que fuese difícil de adivinar, la verdad era es que casi nadie conocía realmente quien era Milo Scorpio.

Pero personalmente, Camus Aquarius, no cometía la estupidez de decir que conocía a Milo simplemente porque supiese de su existencia por boca de otros.

Así que en lo que restaba aquello, lo poco y nada que sabía de Milo se resumía en lo siguiente; le gustaba la leche de fresa, era extrovertido y horripilantemente carismático, bueno en los deportes, y por alguna razón, muy dado a sonreír.

Aunque para ser justos, para alguien que no sonreía nunca como Camus, cualquier persona normal sonreía, simplemente, demasiado.

Aún así, Camus no sabía que pudiesen existir distintos tipos de sonrisas hasta que Milo Scorpio entró como si nada a su vida.

La que más destacaba en él, y la que mayoritariamente el resto veía, era esa sonrisa levemente ladeada, astuta, y con un deje de orgullo que engatusaba al instante, como sonríe alguien que está seguro de sí y sabe lo que hace, o una que camuflaba muy bien el estar totalmente perdido. A Camus esa sonrisa le causaba un escalofrío sospechoso que no sabía definir, pero se sentía como si se despistara un segundo, perdería algo.

Luego estaba la otra, que era cuando Milo sonreía como un niño, un niño al que le dan un dulce o un regalo muy especial. Era entonces cuando cualquier rasgo de potencial manipulador se iba de sus facciones, sonreía amplia y sinceramente, a ojos cerrados, y se le marcaban los hoyuelos de las mejillas. Era la segunda más común, y aunque le costase admitirlo, Camus podía sentir como cualquier sensación de molestia hacia Milo o cualquier muro de sospecha se desvanecía en cuanto sonreía así.

Y una de las que recientemente Camus había captado, era una más suave y gentil que las anteriores. Era apenas visible, pero era sin duda, totalmente sincera. Era ligera la forma en la que su boca se curvaba, y más ligera aún la forma en que entrecerraba sus ojos levemente, en una medialuna, hacia él.

Hacia él.

Un pensamiento fugaz pasó por su cabeza, pero lo descartó de inmediato, por absurdo, y mantuvo su expresión obtusa, tratando de dejar de perder el tiempo pensando en cosas inútiles y retomar el estudio.

Pero nuevamente, no pudo. Es decir, entendía de sobra lo que estaba leyendo, pero al mismo tiempo, se sentía como estar leyendo una hoja en blanco, y aquella situación tan nueva para él lo descolocó e hizo que frunciera el ceño con frustración por 8va vez en aquella hora.

Y nuevamente, su cerebro le jugó una mala pasada, porque nuevamente levantó la vista de su cuaderno para mirar al rostro concentrado de Milo Scorpio.

Y era inevitable, porque quería concentrarse y estudiar, pero no podía parar el impulso de observar a Milo, como si fuese 100 veces más interesante. Cosa que por supuesto, no era.

Quizás solo estaba cansado...

Milo parecía estar en lo suyo, con el ceño levemente fruncido alternando entre mirar el libro de biología y sus apuntes, que en realidad, no eran muchos y estaban casi vacíos, así que en en verdad los estaba haciendo en ese momento, tratando de resumir lo mejor posible la información del libro. El examen de biología era el primero de una semana cargada de exámenes, por tanto, era la prioridad más urgente.

Camus no tardó en notar que la caligrafía de Milo pegaba mucho con su personalidad. Era rápida, descuidada y marcaba demasiado el lápiz. Parecía más preocupado de escribir que de comprobar que efectivamente se entendía lo que estaba escribiendo. De vez en cuando, sobre todo cuando le echaba un vistazo al libro de texto y leía, Milo mordía la punta de su lápiz, como si eso le ayudara a centrarse o comprender mejor a la vez que miraba las letras con cierto odio, como si así pudiese prenderlas en fuego.

Camus recordó entonces que, Milo no era muy fan de las ciencias ni las matemáticas (en realidad las repudiaba bastante), tirando así más para el lado de las humanidades. Lo anotó mentalmente en su nueva, corta, sobre todo inútil y recién creada lista de cosas que sabía de él.

Aquarius se dijo a sí mismo, tratando de convencerse, que volviera a ocuparse de estudiar, pero simplemente no pudo, como si sus neuronas se pusieran de acuerdo para no colaborar. Lo cual era enormemente frustrante... pero por más que se esforzara no podía hacer nada al respecto.

Milo no paró a mirarlo ni un segundo, y sin darse cuenta de lo que hacía, Camus se quedó observando con atención, como si lo descubriera por primera vez, o como si por primera vez se detuviera a mirarle y tuviera que hacerle un análisis.

Los ojos de Milo eran almendrados, de un profundo y brillante azul claro, levemente agatunados, dándole a su mirada un toque sagaz; parecían predispuestos armónicamente en sus facciones para destacar. Tenía una mirada afilada e intensa, como si pudiera quemar con solo ponerle los ojos a alguien encima, pero al mismo tiempo, sus ojos brillantes y lindos (sí, Camus tenía que admitir que eran, objetivamente, lindos), evocaban un sentimiento tibio y agradable.

Camus entendía en ese momento porque tanta gente estaba detrás de aquel chico en el que él nunca había reparado más que un par de veces. Y el revuelo era entendible, porque sí, Milo era lindo. Quizás demasiado, porque desde cerca donde estaba, casi parecía irreal. Como si fuera el personaje de una serie creado solo con el único fin de ser atractivo.

Y si le agregabas su estúpida sonrisa, lo hacía peor. Combinación fatal. Tenía mucho sentido lo popular que era.

Camus se dio cuenta de que nunca se había detenido de esa forma a mirar a Milo. Y la extrañeza de esa acción incontrolable que estaba haciendo, le frustró enormemente, sin comprender la situación de porqué su cerebro había decidido de la nada analizar a aquel chico a profundidad.

Milo lanzó un suspiro y levantó finalmente la vista del libro para mirar a Camus, sin darle mucha importancia a que este ya lo estuviese mirando de antemano.

—Me rindo, no entiendo un carajo. — Scorpio se quejó.

No le gustaba biología ni nada relacionado a las ciencias y a las matemáticas. Y aunque no le resultaban especialmente difíciles, el no haber prestado atención a las clases le estaba pasando factura.

—Camus, ¿tú entiendes algo aquí? — Le preguntó, dando vuelta su libro y señalando con el dedo una página en específico que hablaba de la epigenética.

—Eh...

Camus parpadeó, como si hubiese escuchado, pero realmente no.

—...¿Camus? ¿Estás bien? — Milo frunció el ceño con preocupación, y Camus intentó obligarse a reordenar sus ideas y su control sobre sí.

Su mente se encontraba bastante espesa a esas alturas, debido a lo tibia que estaba la biblioteca, el cansancio y quién sabe qué más. Aún así, el Camus racional lo abofeteó mentalmente, intentando que se concentrara en lo realmente importante.

—Sí... ¿qué decías?

—Que si entiendes algo de esto.

Camus entrecerró un poco los ojos para ver a qué se refería. Intentando aclarar sus ideas, suspiró.

—Sí.

Milo puso la expresión en los ojos que pone un cachorro cuando quiere conseguir comida.

—Si no te molesta, ¿me lo puedes explicar?

Y al contrario de negarse, como Milo esperaba que lo hiciera, Camus solo asintió con la cabeza sin chistar.

—¡Gracias...! ¿Te he dicho que eres el mejor? — Scorpio le guiñó un ojo a Camus, que como era esperado, no se inmutó en lo más mínimo —...Ven, ven.

—¿?

—No esperaras ayudarme desde ahí, ¿no? — Señaló Milo, al ver como Camus estaba sentado frente suyo, con la mesa interponiéndose entre ellos.

—Sí.

—Es muy lejos.

—No.

—Pero es incómodo.

—...

Camus no replicó, y Milo movió la silla a su lado indicando que se sentara. Entonces Aquarius se sentó a su lado sin decir nada, quedando ambos lo suficientemente cerca para estar cara a cara.

Milo se inclinó un poco más hacia Camus.

—Es relativamente fácil — Comenzó Aquarius, acomodándose en la silla y dando un rápido vistazo a los apuntes de Milo (jeroglíficos inentendibles) y al libro. Inhaló y sintió que su foco volvía poco a poco, viéndose capaz de concentrarse un poco, al menos.

—Tenemos conceptos distintos de lo que es fácil o no — Se quejó Milo, mirando con odio las páginas llenas de algo que le costaba apreciar: ciencia.

—La ciencia es fácil, sobre todo biología, solo es entender conceptos...

—Conceptos que no entiendo...

—Te lo explico, es más fácil de lo que parece.

—... Historia es fácil, literatura es fácil, ¡Esto no es fácil, Camus! — Se volvió a quejar, frunciendo el ceño.

Dios, solo le falta ponerse a llorar y quejarse como un perrito y ya está. Pensó Camus vagamente.

Camus tenía un perro siberiano. Apenas tenía, con suerte, un año, y estaba seguro de que lo había escuchado quejarse en gimoteos dramáticos con el mismo ofuscamiento que Milo.

Era curioso, y (algo) entretenido. Pero si le decía eso, Camus ya visualizaba a Milo poniendo su exagerada cara de indignación, junto a una serie de quejas que paradójicamente, le recordarían a los quejidos de su perro cuando olvidaba sacarlo a pasear.

—Deja de chillar, voy a explicarte, presta atención... — Suspiró, ordenando sus pensamientos.

Y obedientemente, Milo se calló, y sutilmente, se inclinó un poco más hacia Camus.

En ese momento, Aquarius se dio cuenta de que Milo olía a vainilla, dulce, entremezclada con el amaderado aroma de un perfume masculino, y con ese pensamiento difuso en mente, comenzó a explicarle a Scorpio aquello que le era tan complicado.

Milo le escuchó atentamente mientras este le explicaba, calmado, como casi siempre hablaba, y poniendo especial atención a cómo se movía la boca de Camus y la forma en que sus manos se movían a la vez que hablaba, enfatizando sus palabras.

Y Milo creyó que ese momento, de largos minutos donde solo se oía la voz de Camus en el silencio de la biblioteca, era simplemente perfecto. Simple, de esa simplicidad que hace de los momentos algo memorable solo por lo absurdamente simples que eran.

Y probablemente, una persona cualquiera, no podría entender en lo absoluto la razón por la cual aquel momento era especial. No hasta que entrara a la cabeza de Milo Scorpio. A su cabeza juvenil y enamorada, que solo podía pensar en que estaban sentados lado a lado, mirándose. Y Camus le estaba mirando, a él, con sus impresionantes y graves ojos amatistas, con sus manos gesticulando, intentando seguir el prolífico ritmo de su prolífica explicación, los dos prácticamente solos, con el tic-tac del reloj y el tibio ambiente de la primavera. Y la persona externa, el espectador extraño, comprendería que aquella era la primera vez que Camus le hablaba de forma tan extendida, y que también, era la primera vez que sentía que sus ojos le miraban sin reproche, solo... le miraban, sin fruncir el ceño, sin intentar ahondar en su alma, como dos prismas violetas, directo a sus ojos, directo a él. Y así, con el hipnotizante sonido de la voz de Aquarius, que nunca variaba de tono y que nunca se oía a más de dos palabras, con aquel leve acento francés acentuando su griego, la persona externa comprendería como quien arma un rompecabezas por partes, porque aquel momento era perfecto para Milo. Porque en Camus y su existencia había algo bello, y en su corazón henchido, solo podía sentirse feliz con lo mínimo que fuera.

Y para Camus, a la vez que explicaba, concentrado, sobre que trataba la epigenética, sintió también algo extraño en aquel momento. Extraño, porque no sabía qué otra palabra ponerle a algo que no sabía que era, ni cómo definirlo. Fue como una leve sensación, un pequeño pensamiento acerca de aquel momento que se asomó de forma fugaz, como un intruso, en la metódica máquina que formaba su cerebro. A la vez que le explicaba, lo más simple que podía la materia, Milo estaba mirándolo atentamente, directo a él. Y había algo fuera de lo común en aquel instante, aunque no sabía el qué, precisamente, pero estaba ahí, como una molesta espina que no puedes obviar por pequeña que sea. Milo estaba frente a él, con la cabeza levemente inclinada en su dirección, y sus ojos azules, expresivos y prístinos clavados en los suyos, sin mediar palabra, tranquilo como una estatua, casi buscando acercarse más hacia él cuando inclinaba la cabeza, haciendo que su cabello ladeara por su hombro. Y entonces, había algo en la situación, que no podía dilucidar ni analizar, pero que parecía colarse como un intruso en el continuo y prolífico tic-tac de su mente, y en los engranajes mecánicos de su fría y calculadora cabeza, amenazando con detenerlos. Y no sabía si era a causa de su propio cansancio, la primavera, el olor a vainilla del (supuso que) champú de Milo o la forma en que se inclinaba sutilmente hacia él, pero ahí estaba. Pequeño, muy pequeño como para ponerle nombre, demasiado pequeño para ubicarlo en la cabeza o el corazón, pero no tan pequeño como para sentir que no amenazaba su maquinaria de relojería perfecta y exacta que consistía su metódica existencia. Y entonces, intentó obviarlo, aplacarlo, esconderlo, para seguir en correcto funcionamiento.

Era un algo tan pequeño, ínfimo, vano, desconocido e irreconocible, apenas una leve sensación, que no valía la pena.

—...¿Se entendió? — preguntó Camus con rostro serio una vez terminó su explicación, mirando de forma inquisitiva a Milo, que a su vez lo miraba también.

Milo asintió lentamente. Había entendido. O al menos, la mayor parte, cuando no estaba distraído pensando en otras cosas, así que no era una total mentira.

—Sí, sí... Eres muy bueno explicando. ¿No has pensado en ser profesor? — Comentó Milo de forma genuina.

—No. — Cortó.

—Pues serías muy bueno.

—No sería profesor ni en tus sueños.

—¿Por qué no?

—Porque de serlo, tendría que lidiar con personas como tú multiplicadas, y ya tengo suficiente contigo. — Dijo con rostro impasible.

—Auch. — Milo se quejó. —¿Por qué siempre tienes algo feo que decir?

—Práctica.

Milo bufó. Ciertamente, Camus tenía un sentido de humor agudo, y eso le agradaba.

—Bueno, en todo caso, si me va bien en el examen, va a ser gracias a ti — Continuó Scorpio, y Camus negó con seriedad con la cabeza.

—Solo te expliqué una cosa.

—Una cosa que no entendía.

—Hiciste el resto solo.

—Y fue lo más horrible del mundo, es mejor cuando lo explicas tú. — Dijo Milo, mitad tono sincero, mitad coquetería.

—...— Camus lo miró fijamente unos segundos. —Lo que sea.

—Camus, ¿me harías el favor de aceptar las gracias cuando te las digo?

—No.

Milo soltó otro bufido dramático.

—Eres imposible. — Dijo, apoyando su mejilla en su mano, pero en realidad, no parecía decirlo ni mínimamente en serio, porque parecía querer sonreír por ello.

Camus no respondió, y volteó la mirada para ocuparse de sus cosas. Milo lo observó unos segundos.

—Gracias. — Dijo el heleno luego de un rato —Por ayudarme.

Y entonces Camus lo miró de reojo, y ahí estaba. Esa sonrisa leve, suave y amable de Milo, con los ojos levemente entrecerrados, apacible y casi imperceptible. Hacia él

Y nuevamente aquel pensamiento fugaz como un rayo que antes había ignorado, por absurdo, surcó su mente, como un parpadeo blanco y negro.

Porque en aquel instante, sintió fugazmente, que aquella sonrisa le pertenecía.

Que la forma suave y linda en la que Milo sutilmente curvaba sus labios y entrecerraba sus ojos, era hacia él, para él, y que de alguna forma incomprensible, tenía la certeza de que nadie más había sido testigo de aquello.

Entonces, por un momento, aquel parpadeo, blanco y negro del pensamiento incontrolable surco su mente, escapando de su gélido contro.

Hacia él, para él, como un secreto, como algo...¿especial? ¿extraño? entre ambos. Y aquella sonrisa suave que tenía Milo, que no era la común en él, tenía algo único y...¿cálido?, como un hormigueo.

Y pareció una eternidad esos silenciosos y pequeños segundos donde Camus se quedó aturdido mirando de reojo a Milo, y más eternidad parecieron esos milisegundos en donde un latido irregular y fuerte resonó entre su pulso estable.

Y aunque fue un pensamiento tan corto como un suspiro, y catalogado como tonto e ilógico casi de inmediato, no pudo quitárselo de la cabeza, al igual que el eco que dejó aquel solitario latido rebelde que había brotado en su pecho esa tarde.

Camus, aunque intentó ignorarlo olímpicamente en su momento, estuvo lejos de sospechar que aquel latido era el primero de muchos, y que su perfecta y exacta relojería, aquel tic-tac continuo que constituía su existencia, cambiaría su curso y orientación tan rápido como se abría una flor al llegar el día, y se cerraba al llegar la noche.


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N/A:

ando muy sensible estos días y me puse a llorar mientras escribía los últimos párrafos de esta wea askdadjknad 🐢

Camus se nos anda descomponiendo, alerta, poco a poco camus.exe va dejando de funcionar, ya se le insertó un virus llamado Milo en el programa, estaremos atentos a su evolución

ESTOY MUY FELIZ CON ESTO, ADJKNASDJKASD NO SABEN QUE GANAS TENGO DE QUE CAMUS  SE QUIERA COMER A MILO😭😭 Y ESTE ES EL PRIMER PASO

en los siguientes capítulos veremos más de Camus falling in love con Milo 👀 viendo como se nos va descongelando (y confundiendo, porque mi niño no sabe nada de amor ni emocionalidad)

he tenido crisis con mi estilo de escritura últimamente,,,, y es incomodo, porque nada de lo que escribo me está convenciendo, siento que es insuficiente,,, y la verdad no sé como solucionarlo

Y BUENO, este capítulo se centró más en la perspectiva de Camus, pq vamos desde aquí viendo como se enamora poco a poco, y además,,,, Milo necesita apreciación también, se que aquí hay un culto de adoración y altares a Camus, pero Milo también necesita adoración, pobre de mi niño bonito

me avisan si hay errores,,, esta actualización está revisada con las patas D:

Actualización (2/2)


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