🦎Capítulo 9
Esme Cullen observaba con ternura al pequeño terrario que albergaba a Eco, el camaleón de la familia. La luz suave de la tarde se filtraba a través de las grandes ventanas de la casa, bañando la sala en un cálido resplandor dorado. A lo largo de los años, Esme había encontrado su lugar en la familia como la figura maternal que, desde el momento en que Carlisle le otorgó su apellido, supo que sus nuevos compañeros serían sus hijos. Aunque al principio le costó aceptar su nueva naturaleza vampírica, el amor incondicional de Carlisle la ayudó a superar cualquier inseguridad. Con el tiempo, ese amor floreció en un don especial: la capacidad de brindar afecto sin límites a quienes aceptaban ser amados por ella.
A diferencia de sus hijos adoptivos, Esme no poseía habilidades especiales como la capacidad de leer mentes, influir en emociones o prever el futuro. Sin embargo, su don era tan valioso como cualquier otro. Su habilidad para amar y cuidar era la que mantenía a la familia unida, convirtiendo una casa llena de vampiros en un verdadero hogar.
Se acercó al terrario con un pequeño vaso de agua en la mano, observando cómo Eco la miraba con ojos atentos y curiosos. El camaleón, que era tratado con el mismo respeto y cariño que cualquier otro miembro de la familia, levantó una patita y la apoyó en el cristal, como si intentara comunicar algo. Esme, con su paciencia infinita, comprendió que la pequeña criatura deseaba interactuar con ella. Con delicadeza, cambió el agua y acercó su mano al terrario.
—¿Ocurre algo, pequeña? —preguntó suavemente, su voz como un murmullo que acariciaba el silencio de la sala.
Eco se acercó a ella, apoyando su diminuta cabeza en el dorso de la mano de Esme. La vampira, conmovida por el gesto, sonrió con ternura.
—Eres muy dulce, pequeña Eco —dijo, su voz reflejando el cariño que sentía por el pequeño ser—. ¿Tienes hambre o necesitas algo?
El camaleón, en respuesta, trepó por su brazo hasta posarse entre su hombro y su cuello. Esme la observó, pensativa, recordando las palabras de Jasper sobre el cuidado de estos animales.
—Parece que quieres quedarte allí —murmuró Esme—, pero según lo que recuerdo, no deberías exponerte mucho al frío. Solo será por un momento, ¿de acuerdo?
Eco pareció asentir con un suave sonido que Esme interpretó como un gesto de aprobación. Juntas, pasaron la siguiente hora en esa posición, con Eco acurrucada cerca de su cuello mientras Esme continuaba con sus tareas domésticas. A lo largo de los años, Esme había desarrollado una rutina meticulosa, manteniendo la casa impecable, aunque sabía que sus hijos vampiros no lo necesitaban tanto como un humano. Pero para ella, estas tareas eran una manera de mostrar su amor y cuidado por la familia.
Mientras limpiaba el polvo de los muebles, Eco estornudó suavemente, lo que hizo que Esme soltara una risa apenas audible. Luego, lavó los platos, aunque sabía que era más por costumbre que por necesidad. Finalmente, se dirigió a los baños, donde la diferencia en el orden de cada uno reflejaba las personalidades de sus ocupantes. El de Emmett y Rosalie era un desastre, como siempre. El de Alice y Jasper, en cambio, estaba perfectamente en orden, y el de Edward apenas requería atención.
Una vez cumplida la hora, Esme supo que era momento de devolver a Eco a su terrario. Extendió su brazo con suavidad, y el pequeño camaleón, aunque renuente, se deslizó de vuelta a su hogar. Sin embargo, antes de hacerlo, ambas compartieron un último momento de conexión, una comprensión mutua que iba más allá de las palabras.
A pesar de que Rosalie tenía la esperanza de ganarse el afecto de Eco, la pequeña criatura ya había elegido a Esme como su figura materna, un lazo que se fortalecía día a día. Mientras Esme se alejaba, sintió una calma profunda, sabiendo que, aunque sus hijos adoptivos no estaban en casa, no estaba sola. La pequeña Eco había llenado ese espacio temporalmente vacío, y ambas disfrutaban de esos momentos juntas hasta que el resto de la familia regresaba, llenando la casa nuevamente de vida y energía.
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