🦎 Capítulo 74

Como patriarca de una familia de individuos con dones excepcionales, Carlisle no solo era visto como líder, sino también como cabeza y figura paterna. Con su autoridad, podía asignar roles a aquellos que llevaban su apellido y, en ocasiones, los mostraba legalmente como hijos adoptivos. Sin embargo, desde que la pequeña metamorfa camaleónica cruzó su camino, todo cambió. Desde el momento en que Eco, con sus ojos verdes, despertó a la conciencia siendo una niña pequeña, se convirtió en su hija, ocupando un lugar especial en su corazón.

Aquella pequeña había captado toda su atención desde la primera sonrisa de ternura que ofreció a su compañera, quien siempre había soñado con cocinar para una hija. Cada paso, cada juego, cada tropiezo, y cada discusión hicieron que Carlisle se sintiera como un verdadero padre, como si estuviera criando a su propia hija biológica, aunque no lo fuera. Criar, cuidar y amar a Eco no era lo mismo que lo que expresaba hacia los mayores, quienes lo seguían más por respeto a su liderazgo que por sentir una conexión paternal. Pero ahora, podía ver claramente cómo la presencia de Eco había revelado la verdad: ella era la hija que siempre había deseado tener con su compañera. Para su desgracia —o fortuna—, los que alguna vez consideró como hijos adoptivos parecían estar adoptando el papel de pareja romántica de su pequeña.

Por eso, su rostro serio y neutral era el adecuado para la situación cuando Alice, la vidente del aquelarre, se acercó a él con ansiedad e histeria.

Alice había estado esperando en su consultorio a que terminara sus horas de trabajo, solo para expresarle su descontento y evidente frustración en relación a Eco.

—Y... eso es lo que ha pasado —dijo Alice, tratando de calmarse, consciente de que Carlisle siempre sería justo—. He expuesto abiertamente todo lo que ha sucedido, pero todos decidieron apelar en mi contra. No lo entiendo, y no veo necesario hacer esos cambios... ¿Qué me recomiendas?

Carlisle se sentó en la silla frente a su escritorio, acariciándose el mentón como si estuviera reflexionando con suma delicadeza, mientras Alice, incapaz de prever sus pensamientos, se mordía el labio en frustración.

—Esto mismo pasó cuando Rosalie no quería aceptarla, ¿recuerdas? —preguntó Carlisle, sus palabras rompiendo el silencio.

Alice intentó hacer memoria, pero el nerviosismo y la molestia le impedían recordar claramente. Finalmente, negó con la cabeza, avergonzada.

—Solo recuerdo la molestia y... la disconformidad que tenía ella hacia Eco —murmuró, sintiendo un déjà vu en sus labios.

—Exacto. Es prácticamente lo mismo que sentía Rosalie, solo que ahora es tu turno de experimentarlo —comentó Carlisle, su tono tranquilo, aunque sus palabras hicieron que Alice bajara la cabeza, reconociendo la reprimenda silenciosa—. Recuerdo perfectamente que dijiste algo como: "Como sigas así, perderás a tu compañera, y sé que no quieres eso porque no solo te afecta a ti, sino que a Emmett y a toda la familia". Esas fueron tus palabras, no las mías. Tu actitud de hoy es la misma que tuvo en conflicto a Rosalie. ¿Qué diferencia hay entre lo que estás diciendo ahora y lo que Rosalie dijo hace unos meses?

Alice se mordió la lengua, la vergüenza ardiendo en su garganta mientras sus manos se aferraban al colchón de la camilla en el consultorio.

—N-no hay ninguna diferencia... —murmuró, molesta consigo misma por estar actuando igual que Rosalie.

—Debes comprender algo simple, querida Alice. Eco no ha dicho nada incorrecto. Siempre les he repetido que no dependan de sus dones, que se adapten a disimular como humanos —dijo Carlisle, su tono dócil, pero su mirada se oscureció, intimidando a Alice—. Edward y tú están pisando el límite de tolerancia. Prometí ser un mejor padre para todos, y si la advertencia y petición de tu compañera no ha sido suficiente, consideraré un castigo para todos si deciden ignorarlo. Ya no es agradable parar en el hospital, esto termina hoy.

—Pero...

—En esta vida, debes avanzar para no aburrirte de la eternidad. Si quieres estancarte o quedarte petrificada en lo que eres, busca la forma de romper tu lazo de compañera, porque si sigues con esto, perderé los estribos. Y no creo que nadie quiera verme enojado —concluyó Carlisle con total determinación y seriedad.

Alice tragó saliva y asintió lentamente al ver cómo los ojos del patriarca se oscurecían, no por hambre, sino por la ira contenida.

—¿Me has entendido? —preguntó Carlisle, su voz firme.

—Sí, entendido —respondió Alice, su voz apenas un susurro.

—Bien, vámonos a casa. Mañana buscaremos la forma de disminuir la molestia de mi pequeña hacia ti. Hoy estoy saturado —dijo Carlisle, tomando su bata doblada y sus llaves del auto—. Vámonos.

Ambos se retiraron del hospital, sabiendo que la noche sería larga y la madrugada, probablemente, aún más intensa.

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