🦎 Capítulo 72
La puerta se abrió, revelando a la joven vampira de rasgos infantiles y delicados. Sus ojos dorados reflejaban angustia y nerviosismo, incapaces de ver nada con su don en ese momento. Vestía una camisa blanca de mangas largas, un jersey de lana negro que dejaba asomar el cuello de la camisa, unos jeans azul marino y botas negras de senderismo.
Una sonrisa temblorosa se dibujó en su rostro, pero rápidamente se convirtió en una mueca de vergüenza. Con temor, se acercó a su compañera, quien la observaba con seriedad, adormilada, como si apenas se mantuviera despierta, lo cual era cierto.
-Hola...
Eco bostezó sin poder evitarlo. Se sentía más tranquila al tener cerca a sus compañeros, a quienes previamente había castigado con "la era de hielo". Ver a Alice y Edward allí, incondicionales, le ayudaba a relajarse, facilitando así la atención médica que necesitaba, y que era la causa de su estado somnoliento.
Eco esbozó una leve sonrisa, dando una palmada suave en el borde de la cama, invitando a Alice a acercarse. Los labios de Alice temblaron por los nervios, el miedo y el cariño; su piel clamaba por estar cerca de Eco, por lo que aceptó de inmediato el gesto.
-Alice, sé que tienes miedo al rechazo. Yo también lo sentí cuando los conocí, pero no obtuve ese daño y hoy tampoco lo tendrás. Solo necesito aclarar ciertas cosas contigo -dijo Eco, absteniéndose de tocarla. Sabía que debía ser fuerte y hacerle entender que no siempre obtendrían todo por sus dones o astucia orgullosa y conformista.
Alice hizo una mueca al recordar ese momento de angustia y miedo, y asintió, aliviada.
-Te escucharé y estaré atenta a todo lo que me digas, Eco...
Eco respiró profundamente, sintiendo demasiado calor debido a sus propios nervios. Incapaz de evitarlo más, tomó la mano de Alice. Era débil al tenerlos cerca; sus compañeros eran su alivio más cercano ante sus cambios de temperatura, que la alteraban.
Alice se tensó y preocupó por la alta temperatura de Eco, pero notó cómo comenzaba a sudar poco a poco con el contacto. Mentiría si dijera que no se alegraba al sentirse útil para su compañera.
-La próxima vez que tengas una visión mía, primero cálmate y ven conmigo, no importa si no puedes hablar o si aún estás en trance. Jasper y yo somos capaces de ayudarte. Si Edward te llega a molestar, haré que pague por su intromisión, pero por favor, confía más en los demás y no te conformes solo con Edward y su paranoia, por favor... -pidió Eco, apretando ligeramente la mano de Alice con una evidente molestia-. No me ha gustado lo que hicieron; irse así, sin más, y saltarse las clases solo levanta sospechas sobre nuestra familia. Recuerden que primero está la familia, la comunicación, y luego entrar en crisis por no saber qué hacer. Sé que no soy la mejor en cumplir todo eso, pero deben entender que lo que yo haga no deben copiarlo; deben ser mejores que yo. De lo contrario... no serán mis compañeros.
Alice se tensó y se levantó de la cama, alerta ante la amenaza de esas palabras, incrédula, indignada e igual de molesta.
-No puedes decidir eso solo por eso, ¡es injusto! -gruñó, inconforme.
-Si no te gusta, entonces empieza a madurar en tus acciones. ¡Se supone que son mayores que yo, no niños de diez años que corren y se ponen paranoicos con monstruos inexistentes! -replicó Eco, tratando de contener su enojo. Su lengua quería azotar, pero sabía que volverse camaleón no era la mejor opción en ese momento.
-¡No eres quién para determinar eso! -replicó Alice, negando con la cabeza, furiosa.
Eco frunció los labios en una fina línea de molestia, mientras sus uñas revelaban su disgusto, teñidas de un color verde. Trató de sentarse lo más erguida posible en la cama, ya que caminar sería una decisión estúpida, dado lo adormilada que se sentía.
-Tal vez no, pero sobre mi vida sí puedo decidir. Aunque me haga daño mil veces, me alejaré para que empiecen a razonar como debe ser. Soy la menor y pienso como adulta, ¿eso no es suficiente para que veas lo mal que está la ecuación entre nosotros? Yo debería ser la más juvenil, la despreocupada, pero mira dónde siempre acabo: con mala salud y estabilidad emocional. Si no me ayudan, no voy a premiarlos con mi presencia si ni siquiera buscan ser mejores a mi lado. Si van a conformarse con seguir siendo adolescentes enjaulados, sin avanzar por su petrificado aspecto físico, adelante, pero yo no estaré allí. Creo firmemente que la mente puede madurar con los años y experiencias, pero no sé qué han hecho en estos siglos. Desde que los conozco, solo han simulado ser humanos, pero no toman la realidad como un hecho y la enfrentan -dijo Eco, sintiendo la cabeza taladrarle y los latidos de la máquina alertar inquietud. Trató de respirar para calmarse, pero al ver que Alice negaba, incapaz de hablar, añadió-: Te amo, los amo, pero si no avanzan, yo seguiré terminando en el hospital. No soy fuerte como ustedes, soy humana también. Soy frágil, soy débil, y no soy una amenaza lo suficientemente fuerte para protegerme. Así que, si no aceptas esta realidad, me temo que, aunque puedas tocarme, tenerme cerca... Esta molestia que siento seguirá creciendo hasta que deba irme con Maggie por un tiempo.
Alice se inquietó al escuchar esa posibilidad, temblando histérica, con los ojos cristalizados.
-No... -susurró, con miedo.
-Si no me cuidan, me cuidaré a costa vuestra. Tal vez no sea efectivo al cien por ciento, pero al menos quiero poder decir que intenté sobrellevar sus dependencias e inestabilidades por las buenas y por las malas. Aunque Maggie haya intentado ayudar, ustedes no avanzan porque creen que no necesitan la ayuda, y ahora se nota cómo una simple humana es más capaz de demostrar que sus inseguridades pueden causar mucho más daño que la estúpida curiosidad de una humana y la alerta de que otros nos cacen como ratas -comentó Eco, empezando a sentir mucho calor, dolor en los ojos y, sobre todo, escalofríos en la nuca. La máquina no dejaba de sonar, y de inmediato una enfermera y su padre entraron por la puerta para intervenir.
Alice se retiró tras la mirada reprobatoria y preocupada de Carlisle, sintiéndose derrotada mientras se dejaba caer en una silla en el pasillo, fuera de la habitación. Mientras tanto, la enfermera fue por agua fría y un paño para intentar bajar la fiebre alta de la joven paciente. Carlisle intentó aliviarla con su toque frío, pero sus ojos se encontraron con los de su pequeña hija, que lo miraba con tristeza.
-Quiero a Edward... conmigo... -susurró Eco, con debilidad.
-Lo tendrás... Solo intenta descansar, pequeña... -pidió Carlisle con suavidad.
-Mi carácter es muy difícil, papá... No creo que pueda mejorar mucho tiempo en salud... No si no avanzamos... -susurró Eco, empezando a quedarse dormida por el dolor de cabeza, y poco después comenzó a respirar pesadamente por el calor que la invadía.
Carlisle intentó auxiliarla con su mano fría, pero parecía que debían darle un baño frío y luego tratar de equilibrar su temperatura con un calefactor. Ese día, aunque parecía tranquilo, no era lo que Carlisle había pedido fervientemente a Dios.
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