🦎Capítulo 7

—Jas, por más que leas muchos libros, ninguno podrá darte las respuestas a sus próximos pasos —comentó su pequeña pareja, entrando con un nuevo libro—. Pero... si tanto quieres leer, ayúdame a elegir a alguien que la acompañe.

—¿Acompañe? ¿A dónde irá? —preguntó Jasper con duda.

—No irá a ningún lado. Es que... —Alice empezó a decir, titubeando.

Jasper percibió la preocupación en ella, además de ansiedad e inquietud.

—¿Qué pasa? ¿Qué sucede, Alice?

—Pronto volveremos a la jornada estudiantil y la dejaremos sola —admitió, avergonzada por querer acaparar todas las necesidades de la pequeña camaleón.

—Esme estará aquí, no la dejará sola —respondió Jasper, extrañado.

—Sí... pero no será lo mismo. Esme también tiene su rutina de quehaceres; no podrá estar siempre, como nosotros, para cuidar esa mirada o estar ahí cuando nos necesite... y si nos necesitara... y si...

—Cariño, me parece que estás exagerando un poco. Eco estará a salvo, con buena atención, y no necesita nada más —aconsejó Jasper, comprensivo ante su hiperactiva compañera, mientras la atraía y la besaba dulcemente—. No generes tanto estrés, o te saldrán canas.

—Jas... Los vampiros no podemos... —comenzó a decir Alice, pero luego empezó a comprender el punto de su compañero empático.

—Correcto. Ya estás haciendo lo máximo por ella. Deja que vaya a su ritmo, cariño —comentó Jasper, influyendo paz en su dirección.

Por un momento pareció que la había convencido, pero la sonrisa nerviosa de Alice le dijo otra cosa. En un descuido, lo besó y se soltó, quedando Jasper sin ella en sus brazos.

—Lo siento, cariño, pero no puedo quedarme de brazos cruzados. Iré de compras, te veo luego —expresó Alice, con las llaves del auto en la mano.

Jasper suspiró sin necesitarlo cuando ya no pudo ver a su pareja. Luego escuchó el motor del auto, y después nada más, dejando en claro que ya se había marchado completamente. Sin embargo, su mirada fue directa a la causante de los desvelos compulsivos de compras de su pequeña: la pequeña reptil que lo miraba como si lo observara desde todas las direcciones, curiosa, intrigada y hambrienta.

—Lo siento, Eco. Intenté detenerla, pero no pude... —expresó Jasper, avergonzado, como si necesitara decirlo, aunque aún no comprendía el motivo real de por qué sentía tal necesidad. No creía que fuera posible tener otra compañera y menos que fuera compartida con todos.

La pequeña camaleón se movió delicadamente, como si fuera una pluma entre las pequeñas ramas, muy lentamente —aquel tronco que cada semana renovaban para su comodidad—, hasta quedar cerca de la compuerta y luego mover su boquita, mostrando un poco su lengua.

No tardó mucho en comprender la sensación de inquietud, además de escuchar el sonido del estómago del animal pidiendo comida. Por lo que se acercó a la otra pecera, donde había bichos; era un pequeño criadero de grillos. Con una pequeña red, similar a la de cazar medusas de Bob Esponja, empezó a atraparlos con cuidado. Luego cerró de nuevo el criadero y se acercó a la pequeña Eco.

—Hazte a un lado y te daré de comer —comentó suavemente.

La camaleón hizo lo que él dijo, aún ansiosa por atacar la comida. En cuanto los grillos cayeron al suelo, no tardó en soltar el látigo de su lengua en esa dirección. El movimiento imprevisto asustó a Jasper, quien nunca superaría esos momentos. No era solo Edward quien quedaba maravillado por la agilidad de aquella lengua.

[...]

Ya en la tarde de ese día, Jasper empezó a recordar cuánto tiempo había pasado desde su traslado a ese pequeño pueblo. Había sido un mes desde que se habían mudado a Forks. Para los pueblerinos, era la primera vez que veían a Jasper y Alice; para el resto de la familia, significaba el regreso a su casa habitual luego de varios años sin estar por ahí.

En ese mes habían ocurrido muchas cosas. Por ejemplo, Emmett se había ganado la molestia de la pequeña Eco, y ya llevaba una semana sintiendo la era de hielo de la camaleón. Por otro lado, Alice tenía sus manías compulsivas de comprarle cosas. Esta vez estaba preocupada por la soledad que la pequeña pudiera sentir. Aunque al intentar que la pequeña Eco tuviera amistad con otros de su especie, la situación no terminó muy bien.

Todos los camaleones terminaban siendo arrinconados por los látigos de lengua de la pequeña camaleón, teniendo que devolver a todos los camaleones que compró. Según Alice, quería que la pequeña Eco tuviera compañía mientras ellos iban a clases como adolescentes normales, pero su idea no había sido la mejor.

Había logrado que la pequeña camaleón no quisiera estar a su lado por alrededor de dos semanas. Según Edward, la pequeña se encontraba muy indignada con Alice y no quería nada que tuviera que ver con otro camaleón que le quitara la atención de los demás. La niña era demasiado posesiva con ellos.

Y aquello realmente no les molestaba a los vampiros, sino que se enternecían ante la sensación de ser solo de esa pequeña criatura verde. Sin embargo, Alice seguía tratando de conseguir el perdón de la pequeña; hacía de todo, pero ella ya no era la misma. Según Edward, le había dicho a Alice que la solución era evidente, pero que ella parecía ser ciega. Jasper también veía, sentía y escuchaba cómo la pequeña Eco reaccionaba ante la presencia de su pareja vidente:

—Solo debes pedirle disculpas de la manera que tú sabes querer, Alice —le había dicho Jasper, intentando enseñarle el camino del sentimentalismo animal, porque sí, la pequeña se sentía ofendida por haber entendido que Alice la quería cambiar, cuando esa no era la intención. Siempre la miraba con cariño, pero también con dolor, y eso afectaba a ambas; con todos los demás, estaba bien dentro de lo que cabe.

Tras aquel recuerdo, Jasper no se dio cuenta de que su esposa ya había vuelto, con una caja entre sus manos.

—¿Qué es eso, Alice? —preguntó Jasper, bastante intrigado.

—Esto sí que le va a gustar. Tal vez no he visto el futuro de ello, pero a mí sí que me recordó a ella —dijo Alice, muy entusiasmada, trayendo enseguida la caja cerca del rubio—. Esto no lo necesitamos, pero creo que funcionará.

Jasper seguía sin entender hasta que la pequeña Cullen abrió la caja, dejando ver una taza con un mango en forma de camaleón verde. La taza, sin duda, le recordaba a la pequeña Eco, por lo que esperó pacientemente la reacción de ambas.

—Vaya, sin duda se parece. Pero, a ver cómo se lo explicas —murmuró Jasper, pensativo.

Alice inmediatamente fue a mostrarle la taza a la pequeña Eco. Golpeó suavemente el cristal hasta obtener la atención del pequeño animal verde.

La camaleoncita despertó muy lentamente tras aquellos golpecitos, encontrándose con la mirada dorada de Alice. Iba a amagar con voltear su rostro para no verla.

—¡Espera! Este... Yo... quiero pedirte disculpas, pequeña Eco. Ninguna de las veces me expliqué; solo te mostré, esperando que entendieras mi propósito —explicó Alice, suplicante y avergonzada.

La camaleón se quedó medio estática en su acción, mirándola sin nada que expresar, pero gruñó levemente como si dijera un "aja". Alice aprovechó el beneficio de la duda.

—Vi en la tienda algo que me recordó a ti. No es lo mismo, pero sí que se parece a ti —explicó mientras colocaba la taza sobre la orilla de la mesilla donde estaba su terrario—. Mira, esta eres tú, y yo siempre estaré recordándote, aun cuando tenga clases en el instituto.

La camaleón miró el objeto con intriga, bastante extrañada, sin saber cómo reaccionar: «¿Soy yo?» «¿Por qué me extrañarías, si solo quieres tener otros?» pensó aún rencorosa por lo sucedido previamente.

—Ella pregunta que: ¿por qué la extrañarías si solo quieres tener otros? —expresó el lector de mentes, entrando en la sala por casualidad—. Parece que aún no olvida lo que hiciste, Alice.

La vidente se sintió triste por la confusión y desconfianza que la pequeña Eco demostraba hacia ella, por lo que, con los ojos cristalizados, la miró directamente a esos ojos tan bonitos.

—Compré esto porque no quiero que estés sola. Se siente feo estar sola, y solo quiero que seas feliz... Nunca quise dañarte ni cambiarte, Eco —dijo Alice con un puchero.

La pequeña la miró y luego parpadeó unas cuantas veces, para después mirar al cobrizo recién llegado: «Nunca me dejes... Así sí te perdono» expresó, aunque tímida, al saber que no quería mucho admitir su temor.

—Tiene miedo —expresa Jasper, mirando a la pequeña Eco con cierta confusión.

—¿Pero por qué? —pregunta Alice, igualmente desconcertada.

—Porque le da vergüenza admitir que teme quedarse sola —responde Edward.

Esta breve conversación hace que la pequeña camaleón se esconda de los tres vampiros, camuflándose.

—Aww, eres tan tierna y un poco tonta, pequeña Eco —sonríe Alice, enternecida, mientras deja la taza a un lado—. Nunca más estarás sola, somos eternos, pequeñita.

—Y la eternidad es mucha —dice Edward, intentando localizarla, ya que sigue escuchando sus balbuceos mentales.

—Y tenemos todo este tiempo solo para ti, pequeña princesa —sentencia Jasper.

Con cada palabra, pueden escuchar el corazón del animal latir con emoción.

«Solo míos, míos», admite con posesión la pequeña, feliz de tenerlos por mucho tiempo para ella.

Ellos ya la tenían para sí mismos.

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