🦎Capítulo 5
Claramente, después de que Eleazar y Carmen ingresaran al hogar, confundidos, preguntaron qué había ocurrido. Recibieron respuestas a sus dudas iniciales, pero también vieron cosas que el clan parecía no querer aceptar o reconocer. Sin embargo, evitaron pensarlo demasiado al principio debido a la presencia del lector de mentes, por lo que debían ser cuidadosos.
—¿A qué te refieres, Eleazar? —preguntó Carlisle, visiblemente intrigado. «¿Cómo es posible que estas características me resulten familiares?» pensó, bastante confundido.
—No me sorprende que los Vulturi no hayan compartido más información contigo. Es una especie que pocos conocen. No representa una amenaza ni es útil para nuestra especie —añadió Eleazar, sentándose en otro sillón cercano a Edward y Jasper, quienes lo observaban con recelo, sin comprender—. Sus dones son maravillosos e imposibles de imitar, robar o adquirir, ya que solo se heredan por linaje. Estos dones giran en torno a su naturaleza: camuflaje, la capacidad de ir más allá de su propia esencia, y la habilidad de adaptarse al entorno físico que la rodea, ya sea por antojo o por supervivencia. Sin embargo, su segundo don no parece originario de su naturaleza; no me da buena vibra, ya que es similar al de un metamorfo.
—¿Cómo que no es originario? ¿Quién osaría dañar a una niña con una naturaleza tan inofensiva? —preguntó Jasper, inquieto y tenso.
—¿Similar al de los metamorfos lobos? Pero no tiene el hedor de esos chuchos, ese aroma mojado y sucio —negó Edward, contrariado y confundido ante la duda generada.
—No entiendo por qué, pero el segundo don no es propio de ninguna especie que yo conozca. Podría tratarse de una maldición o de un experimento científico humano; no podría asegurarlo. Es un enigma, pero es lo que la hace única, aunque sigue siendo inofensiva. Su segundo don está relacionado con cambiar de forma, aunque no estoy seguro si es humana o de los nuestros —inquirió Eleazar, mirando con curiosidad a la pequeña que se encogía en las manos de Edward, aferrándose a su pulgar como si fuera un escudo—. Es una criatura extraordinaria. Cuídenla y entenderán por qué fueron extinguidos por la propia naturaleza.
—¿La pequeña Eco podría ser humana? ¿Es eso lo que quieres decir...? —preguntó Rosalie, a la defensiva pero con una expresión suavizada.
—Podría ser, pero no quiero darles ilusiones sin un conocimiento más profundo —respondió Eleazar, con una mueca que dejaba claro que no sabía más que eso. Esto hizo que un brillo curioso apareciera en la mirada de Rosalie.
«Si ella puede cumplir con mi deseo, la protegeré. Vivirá la vida que yo nunca pude disfrutar. Será mi bebé», pensó Rosalie, observando a la camaleón con una expresión más suave, sintiendo cómo el amor maternal la influía suavemente. Un nuevo camino y una esperanza se abrían ante ella, logrando ver en aquel animal, que al principio la había repugnado, una oportunidad para cumplir su sueño.
Mientras tanto, Edward, capaz de escuchar esos pensamientos, y Jasper, que percibía el cambio emocional de Rosalie, fruncían el ceño, pensativos. El cambio era demasiado rápido y anormal.
«Hay que cuidar que esto no se convierta en una obsesión tóxica o en una visión incorrecta que pueda causar problemas en nuestra familia, Edward», pensó Jasper, preocupado por la percepción emocional de su hermana.
—Es posible que los Vulturi conozcan esta información desde hace mucho tiempo, pero ahora nos corresponde a nosotros aprender todo lo necesario sobre ella, por la salud emocional y física de nuestro clan —afirmó Carlisle, incómodo al recibir esa información. «¿Por qué los reyes no confiaron en mí para compartir esta información? ¿Realmente son inofensivos?», se preguntó con dudas.
—Si eso es lo que deseas, hazlo. Pero recuerda que hay secretos que es mejor mantener ocultos en lugar de exponerlos a los reyes. Nunca está de más ser cautelosos en esta vida eterna, amigo mío —expresó Eleazar, observándolos con una mirada profunda y tranquila.
—Esto ya no es gracioso. Oye, Eleazar, cuando te pones tan misterioso, no entiendo nada. ¿Alguien puede explicármelo? ¿Familia? —preguntó Emmett, completamente confundido.
Alice observaba, feliz, al notar en sus visiones que la pequeña Eco aceptaba el terrario, sintiendo que había hecho algo bien para mejorar su bienestar.
—Emmett, no es tan difícil de entender —negó calmadamente la vidente, mientras se acercaba con pasos ligeros a Edward y a la pequeña mascota—. Ven, pequeñita, ¿quieres comer? ¿Tienes hambre? —preguntó con una expresión suave y dulce, casi en un susurro, especialmente para no asustarla. Claramente, esa actitud le resultaba difícil, pero sabía que los ruidos y el frío no le harían bien a la criatura verde.
La pequeña, nombrada como Eco, los observó con sus ojitos circulares. Miró al rubio (Jasper), al cobrizo (Edward) y luego a la pelinegra (Alice), aunque finalmente volvió su mirada al cobrizo. «¿Seguro?» preguntó la pequeña voz infantil, dudosa y tímida.
—Es seguro. Ella es Alice, mi hermana —respondió Edward.
Después de aquello, la pequeña Eco pestañeó lentamente, y luego, paso a paso, despegó sus cuatro pequeñas patitas de la mano de Edward para pasar a la mano fría de Alice. En ese momento, un gruñido se escuchó proveniente de su estómago.
«¡Sí! ¡Tiene hambre!» pensó Alice, eufórica pero manteniendo una apariencia tranquila ante el pequeño animal. En verdad, se estaba esforzando por no asustar a la criatura.—Vamos, pequeñita, Eco.
Alice caminó hacia el terrario que había conseguido, equipado con ramas, un calefactor a la temperatura adecuada, y bichos que aguardaban tras el vidrio cerrado. Había una multitud de mosquitos, gusanos y otros insectos pequeños, algunos vivos, otros ya muertos. Alice colocó cuidadosamente a la pequeña Eco en el suelo de aserrín suave.
Sin darse cuenta, la sala quedó en silencio mientras todos observaban con curiosidad cómo la pequeña miraba su nuevo hogar. Emitió un sonido de aceptación, y poco después, su lengua salió disparada atrapando un insecto, luego dos o tres. Poco a poco, fueron viendo cómo la pequeña se saciaba, y su pequeño estómago comenzaba a hincharse al terminar de comer.
—La naturaleza animal es tan hermosa y curiosa. Espero que su cuidado sea armonioso y un éxito. Nunca antes había oído hablar de vampiros con mascotas —comentó Eleazar, ligeramente divertido ante la escena, como si fuera un gran descubrimiento.
—Gracias por los buenos deseos, amigo mío —expresó cordialmente Carlisle, sintiendo alivio de que, al menos entre todos, Alice supiera cómo cuidar a este pequeño animal—. Bien, mañana partimos. Hoy descansemos por el bien de la pequeña Eco.
Todos aceptaron gustosos la decisión. Rosalie se retiró de la sala; esta escena alimenticia no encajaba en los planes de la visión que se había formado. Aún le producía sensaciones de repulsión. Emmett se quedó observando con curiosidad, de brazos cruzados; aquello sin duda era lo más interesante en su aburrida rutina eterna.
Mientras tanto, Alice y Jasper estaban sentados, observando con tranquilidad y felicidad cómo la pequeña Eco exploraba cada rincón de su terrario. Las cuatro paredes de vidrio la protegerían en su ausencia, si fuera necesario. Pero las ramas hacían que ellos perdieran de vista a la pequeña, que poco a poco parecía estar confiando en ellos.
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