🦎Capítulo 47
En octubre de 2004, la vida de Eco transcurría entre la recuperación de sus pesadillas y la tranquilidad aparente de la rutina. Aunque habían pasado dos meses desde su último episodio traumático, Eco todavía sentía una inquietud persistente. Maggie, su terapeuta, había recomendado sesiones periódicas para asegurar que no hubiera retrocesos, y aunque Eco sabía que el avance era notable, aún había algo que la perturbaba.
Miraba por la ventana, contemplando el cambio de estación. El aburrimiento la embargaba mientras esperaba el amanecer, sin haber podido dormir en todo el día. Estaba ansiosa por tener un momento a solas con su madre, para hablar de algo importante.
Edward apareció en la habitación con un vaso de agua, que ella aceptó con gratitud. Desde hacía media hora, Eco se había instalado en la cama de su compañero de cabello cobrizo, sin la menor intención de moverse. Jasper y Alice estaban fuera, y Emmett se había ido a pasar una semana con su compañera, dejando un vacío en la casa que Eco no podía ignorar.
—¿A qué se debe que mantienes tu mente en blanco para mí? —preguntó Edward, curioso.
—Solamente quería espacio. Nada más —respondió ella, tomando un sorbo de agua.
—¿Y qué te tiene tan pensativa? —insistió Edward.
—Aún no puedo creer que hayan pasado dos meses y ya casi no siento miedo... —dijo Eco, sintiendo la mezcla de alivio y tedio al hablar del tema.
Edward asintió, reconociendo el esfuerzo que ella había puesto en superar sus miedos. Pero cuando Eco mencionó "ella", el cuervo, Edward supo de inmediato a qué se refería. La miró con compasión, entendiendo la profundidad de su temor.
—¿Te sientes preparada para ir por ese camino en la siguiente sesión? —preguntó Edward con cautela.
Eco trató de afirmarlo, pero el temblor en sus labios la delató. Negó con la cabeza, incapaz de aceptar el desafío. Edward la atrajo hacia él, abrazándola para ofrecerle consuelo.
El silencio entre ellos se rompió cuando Eco mencionó Halloween. Había escuchado hablar de la festividad y se preguntaba qué harían al respecto. La idea de una fiesta no la emocionaba, pero la sugerencia de ir a pedir dulces la intrigaba.
—Probablemente Alice quiera hacer una fiesta, pero con el tema de que no te gusta el ruido... —empezó a decir Edward, pero Eco lo interrumpió con una propuesta sorprendente: ¿y si salían a pescar dulces?
Edward se rió, explicándole que eso era una actividad para niños, pero Eco no se desanimó. Le pareció una idea divertida, y empezó a desafiar a Edward y a su familia por no socializar más con los humanos. Edward, con su habitual pragmatismo, intentó hacerle ver que la convivencia con adolescentes no era tan sencilla como ella creía, pero Eco, en su determinación, decidió que quería asistir a la escuela como ellos.
Propuso un desafío: si lograba integrarse y hacer amigos, Edward tendría que intentarlo también. Pero si fallaba, se comprometería a ir de pesca, una actividad que no le gustaba para nada.
Edward, divertido, aceptó a medias, sugiriendo que primero debería hablar con Carlisle. Mientras Eco corría escaleras abajo para recibir a su padre, Edward suspiró aliviado. Sabía que la idea de Eco traería complicaciones, sobre todo por los celos y la protección que sentía hacia ella. La perspectiva de lidiar con los pensamientos y emociones de los adolescentes humanos hacia su compañera no era algo que le emocionara en absoluto.
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