🦎 Capítulo 23
Carlisle alzó la vista hacia la entrada de su consultorio improvisado al sentir la presencia de su hijo. Edward entró con el rostro marcado por la molestia, y la manera en que sacudió su cabello cobrizo con ambas manos reveló su frustración evidente.
—Edward, ¿ha ocurrido algo malo? —preguntó Carlisle con tono calmado, dejando de escribir en su diario de notas.
Edward, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, soltó la respuesta con amargura.
—Sam Uley conoció a Eco.
Carlisle alzó las cejas en una expresión de sorpresa.
—¿Cómo ha sido eso posible?
Edward dejó escapar un suspiro exasperado, antes de continuar con su explicación.
—Rosalie y ella tuvieron una pelea desagradable. Después de eso, Eco escapó a través del bosque. Según lo que Alice pudo ver, Eco tuvo un colapso de ansiedad y nervios. Alice no podía ver su futuro por la presencia del lobo en los límites de nuestro territorio, así que no detectó la escapada de Eco hacia el arroyo. Saltó fuera del alcance de Alice. Cuando finalmente la encontró, Sam estaba con ella, y parecía que ambos se llevaban como si fueran viejos amigos.
Carlisle apoyó su mentón en el dorso de su mano, evaluando la situación. La salud mental y física de Eco claramente no estaba en su mejor momento.
—No parece estar en su mejor momento, dices —murmuró Carlisle, reflexionando en voz alta. Luego, alzó la mirada hacia su hijo—. ¿Crees que esto es solo un acto de rebeldía?
Edward, con los ojos entornados, negros de frustración, respondió con una voz llena de incertidumbre.
—No lo sé, padre. Estoy confundido. Ella... No pude leer sus pensamientos mientras estaba con el lobo. Solo escuchaba ruido blanco, excepto cuando intentaba comunicarse. ¿Cómo es posible?
Carlisle lo observó con seriedad, pero su expresión seguía siendo pasiva.
—¿Te molesta no saber lo que está pensando o... te molesta no poder controlarlo todo en ella?
Edward tragó con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta. No sabía cómo responder a eso, así que optó por enfocar su frustración en lo que le resultaba más sencillo.
—Sam parece haber desarrollado un afecto hacia ella, como si fueran de la misma especie. Pero no lo son. Ella es un camaleón, y él es un lobo, nuestro enemigo natural. No la entiendo. ¿Por qué querría una amistad con él si ya nos tiene a nosotros?
Carlisle frunció ligeramente el ceño, pero su tono siguió siendo analítico.
—Es cierto que no son de la misma especie, pero si analizas bien, tienen costumbres similares. La tribu de Sam puede transformarse en lobos, y Eco puede cambiar a un camaleón. Son más parecidos de lo que quieres admitir, hijo.
Un gruñido bajo se escapó de la garganta de Edward, resistiéndose a aceptar esa idea. No quería que esa amistad floreciera.
—Sam... dijo que quiere renovar el tratado. Según él, Eco estaría bajo su protección al ser similares, y por lo tanto podría cruzar el límite cuando quiera. Dijo expresamente: "Es amiga, por ende, puede pasar las veces que quiera huir de su toxicidad". —Edward repitió las palabras de Sam con un tono monótono, imitando la voz del lobo—. ¿Toxicidad? Yo no soy tóxico con ella. Todo esto lo causó Rosalie, no yo. ¿Por qué soy yo quien paga las consecuencias? —preguntó, confundido y enfadado.
Carlisle lo miró con una mezcla de sorpresa y reflexión. No esperaba tanta amabilidad por parte de los Quileute, pero comprendía que Eco tenía un efecto especial en quienes la conocían.
—¿La has visto en malas condiciones anímicas estando con Sam? —preguntó Carlisle, tratando de desentrañar la situación.
—No.
—¿Tuvo problemas de comunicación cuando la viste con él?
—No tantos. Estaba en su forma de camaleón mientras él permanecía en su forma humana. Pero cuando ambos estaban en su estado animal, se entendían como iguales —admitió Edward, aunque con evidente reticencia.
—¿La viste obligada o manipulada para quedarse a su lado?
—No, estaba tranquila... —respondió Edward, ahora confundido, sin entender por qué su padre hacía tantas preguntas que le generaban más dudas que respuestas.
Carlisle lo observó directamente a los ojos, su expresión se tornó más seria.
—¿Sientes que hay distancia afectiva entre Eco y tú?
Edward asintió, sintiendo un vacío doloroso en su pecho.
—Sí. No me ve como su amigo en estos momentos. No me ve como algo bueno. No quiere hablar conmigo. ¿Por qué tantas preguntas, Carlisle? —preguntó Edward, incapaz de ocultar su dolor.
Carlisle suspiró, levantándose de su asiento para dirigirse a la ventana y observar el paisaje que rodeaba su hogar.
—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué estamos haciendo mal? —preguntó Edward, desesperado, con una expresión de seriedad en su rostro.
—Sam ha notado algo que nosotros hemos pasado por alto. Todo es obvio, pero no lo vi ni actué acorde a la necesidad porque estaba más preocupado por su salud física. No estaba velando por la salud mental de nuestra pequeña Eco —suspiró Carlisle con tristeza, girándose para enfrentar a su hijo—. El ambiente en nuestra casa está afectando a Eco. Se siente mal, y es nuestra responsabilidad cambiar eso antes de que sea demasiado tarde.
—¿Le estás creyendo al enemigo? —preguntó Edward, consternado.
—No estoy creyendo ciegamente, pero sí estoy reconociendo que sus palabras tienen sentido. Eco ha estado deprimida desde antes de conocernos, y no hemos actuado como deberíamos. Ella es más que una mascota, Edward. Es humana, y necesita nuestro apoyo y comprensión. No necesitamos más problemas.
Edward se mordió la lengua, viendo la expresión seria de su padre. Sin decir más, se dio la vuelta y salió del despacho, cruzando la casa rápidamente hasta perderse en el bosque, tal vez buscando cazar para calmar sus emociones.
«Debes saber pensar en frío, no todo gira entorno a ti, hijo. También están los demás que nos llega la frialdad de Eco...»piensa Carlisle, observando su partida, se llevó una mano al pecho, sintiendo el dolor del vacío y la incomprensión que no era suyo, sino de la pequeña Eco.
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