🦎 Capítulo 21
Quizás no había pensado muy bien en la idea de escapar; el viento y su pequeño peso en su forma de camaleón hicieron que el descenso al río fuera más rápido de lo que esperaba. El golpe del agua en su rostro fue tan fuerte que sin duda debió sonar como el impacto de una roca mediana y pesada chocando contra la superficie para luego hundirse. Y si eso fuera poco, las corrientes del arroyo la arrastraron más rápido de lo que podía intuir para salir a tomar algo de aire. No sabía cuántas veces pudo tragar agua, pero empezaba a sentirse más eufórica, nerviosa y miedosa. ¡Era una idiota por haber sido tan impulsiva!
Cuando sintió que el aire se le escapaba bruscamente del estómago y el pecho, el duro golpe contra su piel reptil, sea cual fuera el objeto borroso, la hizo agarrarse fuertemente a esa superficie, aunque era bastante difícil debido a su incomodidad y el agua. El frío era más de lo que podía soportar. Su piel cambiaba de color rojo a azul, y de azul a rojo, casi amarillo de advertencia, tratando de llamar la atención de alguna persona o ser que la pudiera salvar de su estupidez.
No fue hasta que perdió la audición por culpa del agua que la golpeaba, que sintió después de un tiempo las pisadas erráticas y pesadas que chocaban en el arroyo, para poco después sentir que parecían devorarla entre grandes fauces.
Cerró los ojos, pensando que había acortado su tiempo de vida por ser tonta. Pero solo escuchó un sonido blanco que la dejó perdida por bastante tiempo en esa extraña oscuridad húmeda y cálida, aunque no pasó mucho tiempo hasta que lo que la mantenía húmeda la expulsó hacia afuera como si le diera asco.
El gran lobo negro no había encontrado otra idea que mantenerla protegida entre sus fauces mientras salía del arroyo que parecía atormentar al reptil que vio caer. La sacó con cuidado al suelo, y luego fue directo a beber agua del río, tanto ruido hacía que parecía que hasta estaba haciendo gárgaras. Nada fuera de lo normal, y así duró por unos segundos.
La pequeña camaleón miraba curiosa, callada y temblando al enorme lobo negro, que en cuanto sintió su mirada, fijó su atención en ella.
«¿Te encuentras bien?»preguntó primero con duda, pero luego negó como si le hubiera sido absurdo haberlo dicho. «Qué idiota soy, ni que pudiera responder los reptiles»pensó el lobo negro.
Sin embargo, a la camaleón le pareció tan tierno que hizo un sonido suave en forma de confirmación, para luego colocar su cabeza en posición diagonal y golpear con su patita verde en su sien, intentando quitar el agua de su cabeza.
Cuando pudo, el lobo aún la miraba incrédulo, y realmente podía asegurar que era la primera vez que ella veía a un lobo tan grande como este, y tal vez era la primera vez que él veía un reptil como ella. Ahorita no era prudente cambiar a humano, porque probablemente él no la entendería, o bien, su ropa estaría toda mojada, y sería mejor no tentar a su suerte.
«No sé si me he vuelto loco, pero esto no es normal» aseguró el lobo.
La pequeña camaleón asintió confirmando la misma sospecha. Ninguno de los dos sabía el motivo por el cual estaba sucediendo ese fenómeno comunicacional.
«No molestas, siento en mi naturaleza corresponder el acto de ayuda como nace en mí con los de mi tribu. Estás en tu derecho, eres un cambiaformas al igual que yo»respondió, bastante maduro y calmado. Mostrando con su hocico el bosque tras sus espaldas.
«No me han hablado de ti, pero supe que no era un territorio para ellos al ver que Alice no iba a por mí. Es la principal persona que no da un respiro de espacio a sus cercanos»admitió, cayendo en cuenta en ese extraño motivo de actuar.
«Es extraño escuchar hablar de una cara pálida. Nosotros habitualmente los conocemos como bebedores de sangre, caras pálidas, inmortales o chupasangre. Vampiros, gente que nunca podrá cruzar por estas tierras, a menos que desee morir en nuestras fauces»dijo bastante serio el lobo negro.
«Perdón si te incomodé... No era mi intención»pensó la camaleón, haciéndose bolita al verlo tan intimidante desde su posición. De cierta forma, se le entiende, porque actualmente, aunque haya madurado físicamente en edad humana, eso no quiere decir que su forma de camaleón haya cambiado demasiado. De ser del tamaño de un dedo, ahora se aproximaba a sobrepasar el tamaño de una mano grande varonil, ejemplo más cercano el de Emmett.
El lobo, al percatarse de la postura temerosa del reptil, se recompuso y bajó las orejas arrepentido.
«Lo siento, no era mi intención asustarte. No me ha molestado, pero no son mi especie favorita»pensó.
«Entiendo...»pensó tras unos momentos de reflexión, para luego caer en cuenta. «Una última cosa te diré acerca de ellos, y nada más lo prometo»dijo mientras ponía su patita de dos garras sobre su pecho verde, como un juramento solemne.
Lo cual causó extrañamente ternura en el lobo negro.
«Bien, bien. Aunque aún no me has dicho tu nombre»comentó Sam, bastante curioso por ese dato, no por los caras pálidas.
«A eso voy. Cuando ellos me encontraron, me pusieron el nombre de Eco. Se los permití llamarme así porque no recordaba originalmente el mío. Mucho tiempo congelada tiene sus desventajas»comentó la camaleón bajando sus dos garras, que eran parte de su pata delantera.
«Entonces... ¿Ya has recordado tu nombre original?»preguntó interesado, porque para ser sincero, Sam no veía relación entre su nombre y lo que ella era.
«Sí... Y también hace unos días soñé con un pequeño recuerdo de mi antiguo hogar. Es bueno, pero también duele no recordar todo... es como si me estuviera cuidando de la cruda realidad»dijo mientras se frotaba las patas delanteras con cierta timidez.
«Si duele, no lo digas. Hay cosas que es mejor que con el tiempo sanen, ¿sabes»pensó Sam.
«Pero... siento que al llamarme Eco, creen que soy como ellos quieren. Y yo no soy así. Yo soy lo que dice mi nombre... Y ese es: Carole. Provengo de Madagascar, no sé dónde exactamente, pero quiero ser una mujer fuerte algún día, y que ya no manden sobre mi vida »admitió, extremadamente incómoda.
«Solo hazlo, si te respetan, quédate. Sino lo hacen, tienes un lugar en este territorio para escapar de ellos»pensó Sam despreocupado«Te has ganado mi amistad con ese carácter fuerte que tienes. Además de ser agradable, nunca permitas que los estándares de vida te limiten. ¿Sí? »aconseja el lobo negro.
«Entendido»responde la camaleón, haciendo un ruidito como un ronroneo tierno con su garganta.
«¿Qué harás ahora que ya pareces sentirte mejor?»pregunta extrañado, porque no esperaría encontrar a ningún "cara pálida" en ese lugar.
Si realmente fuera la camaleón alguien importante, nadie debería dejarla sola en un territorio enemigo. Él nunca lo haría con su pareja.
«Decidí volver. He podido pensar claramente sobre lo que me molestaba... y, aunque no lo creas, hablar contigo me ha calmado. Sabes guiar muy bien, Sam. Gracias »agradece humildemente, poniendo su patita derecha sobre la gran pata del lobo. »¿Podrías hacerme un último favor?»pide con ojitos tiernos.
O al menos así los percibe Sam, al ver que los abre y cierra lentamente a un ritmo que causa ternura, al igual que su lengua rosadita aventurándose por la orilla de su boca en esa piel verde escamosa de reptil.
«Me alegra haber podido ayudarte. Y sí, sin problemas te ayudo a cruzar»piensa Sam, aunque en cuanto la busca no la encuentra«¿Dónde te has metido?»
La pequeña camaleón se había camuflado con el ambiente, porque sabía que así como la había sacado del agua, así la iba a llevar. Y no quería tener que bañarse quinientas veces.
«No me llevarás en tu boca, llévame entre tus manos, si es que puedes ser humano. Tu boca apesta a muerte, digo, sin ofender»piensa la pequeña camaleón.
El lobo arruga su nariz, ofendido, pero decide callar para no asustarla. Por lo que se cambia tras unos árboles y arbustos, colocándose sus jeans cortos y tomando la forma de un humano nativo y moreno, con buena complexión muscular, cabello corto negro y ojos del mismo color.
—Bien, ya estoy.
La camaleón asiente y hace gestos lentos con sus patitas, mostrando los brazos hacia el suelo. Sam se confunde al ver que no logra entenderla como antes.
—¿Qué quieres? —pregunta Sam. Sin embargo, el aroma a muerto lo hace gruñir por reflejo y girarse hacia la fuente de aquel olor.
—Quiere que bajes tu brazo, para que pueda subir, y así puedas acercarla —dice la voz de un cobrizo, cara pálida de ojos dorados, desde el otro lado, del enemigo.
Sam sabía que era ese dichoso cara pálida lector, por lo que, callando todo lo que podía, hizo lo que había traducido aquel susodicho. Bajó el brazo y esperó el tiempo necesario para sentir escalofríos cuando la piel rara de las garras del reptil se afianzó a su brazo como si fuera un tronco, y comenzó a caminar por él, hasta que ya no la vio moverse.
Comprendiendo con esa dulce mirada y asentimiento que ya estaba lista, Sam comentó:
—Al menos ya vinieron por ti.
—Muchas gracias, Sam. Disculpa las posibles molestias —dice el cobrizo.
—No las hubo. Es amiga, por ende, puede pasar las veces que quiera huir de su toxicidad —responde Sam, mientras pasa a Eco a manos del cobrizo y regresa a su lado del arroyo.
Edward enseguida siente esa pesadumbre y molesta sensación de hace semanas, gruñendo.
—Ella no irá más.
«Oh, claro que sí lo haré. Es mi amigo y tú, ni nadie me la sacará»gruñe la pequeña camaleón.
Edward la mira dolido, molesto, pero más con el moreno nativo.
—Solo ella puede, es parte de nuestro tratado y similar a nosotros. No puedo delimitar el territorio como a ustedes. Sabes que es verdad —dice Sam, sin saber de la pequeña disputa que tenían entre el cobrizo y la reptil.
—Le comunicaré a Carlisle.
Y tras eso, el cobrizo se aleja del límite del tratado, con la pequeña Eco. Mientras tanto, Sam comienza a arrepentirse de haberla dejado en manos del cara pálida.
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