🦎 Capítulo 16

La pequeña camaleón, tras batallar con los escurridizos saltamontes, finalmente terminó de comer. Se sentía aún cansada y, al despertar de su letargo, notó la ausencia de los demás, solo viendo a Carlisle y Esme a su lado.

—Parece que se encuentra mucho mejor; tal vez solo le faltaba comida —comenta Carlisle, observando a la camaleón con alivio.

Esme, aliviada, abraza a su compañero con ternura.

—Espero que solo sea eso, pero creo que sería prudente consultar a un especialista en camaleones —responde, su preocupación aún evidente.

—He averiguado cuánto costaría llegar a una veterinaria especializada en animales exóticos. El viaje en auto tomaría un día y dieciocho horas, ya que está en Nueva York y primero tendríamos que ir a Seattle. Los niños podrían rebelarse si nos la llevamos de esta manera —dice Carlisle, pensativo.

—¿Entonces qué podemos hacer? No podemos simplemente ignorar esto o considerarlo leve —interviene Esme, preocupada.

La pequeña camaleón, al percibir la preocupación en la figura maternal, continúa masticando el último saltamontes, más por juego que por necesidad.

«¿Por qué están tan preocupados?» se pregunta, acercando una de sus patitas al vidrio de su terrario. Luego, ingeniosamente, usa su cola como un pequeño látigo para golpear la superficie del vidrio con suficiente fuerza para llamar la atención de Carlisle y Esme.

—¿Qué ocurre, mi pequeña niña? —pregunta Esme, con su dulce voz dirigida a la camaleón.

La agilidad con la que la pequeña mueve su cola es sorprendente. Señala a sí misma y luego a la rejilla de la puerta superior del terrario.

—Parece que quiere salir. Pero no creo que sea lo más adecuado; necesitamos que recupere su temperatura normal primero, pequeña —interviene Carlisle, con preocupación.

Frustrada por la negativa, la camaleón emite un pequeño chasquido de molestia. A pesar de la preocupación en el rostro de Carlisle, Esme no puede resistirse y cede al deseo de la pequeña. La camaleón da un pequeño salto, toma forma humana y cae de pompis al suelo, sin haber recuperado completamente su fuerza.

—Gracias, mamá —sonríe Eco, sus primeras palabras en presencia de Carlisle y Esme.

Esme se emociona al escuchar la palabra "mamá" y al ver cómo su camaleón se transforma en una dulce y hermosa niña de ojos verdes, aproximadamente de 11 a 12 años.

—Es sencillamente interesante lo que puedes hacer, pequeña Eco —dice Carlisle, con curiosidad reflejada en su rostro.

Sin embargo, Esme no tarda en acercarse para ayudar a la niña que ha caído al suelo.

—¿Te ha dolido? ¿Necesitas algo? —pregunta Esme, comprensiva y preocupada, con voz suave.

—Un poquito, sí. Y la verdad es que sí. ¿Me ayudarías a levantarme? No entiendo por qué mis piernas tiemblan tanto cuando intento levantarme —dice Eco, como si cambiar de forma no fuera gran cosa.

—La debilidad en tus piernas es probablemente por la falta de descanso y proteínas. Tendré que hacerte un examen para saber cómo mejorar tu salud y defensas —explica Carlisle, viendo con preocupación cómo le cuesta a Eco levantarse con la ayuda de Esme.

Aunque Carlisle no puede evitar admirar la escena de ver a su compañera transformada en una niña, que resulta ser la realización de un sueño para Esme.

—Uhm... No entiendo —admite Eco, con total sinceridad y sin rubor en las mejillas, mientras Esme y ella llegan a donde está Carlisle.

Carlisle se agacha a la altura de la niña para tener un mejor contacto y comunicación.

—Es normal, hay cosas que no podré explicar hasta investigar a fondo —le sonríe comprensivo Carlisle.

—Tampoco entiendo otra cosa —dice Eco, frunciendo el ceño y pensativa.

—Adelante, pregúntame lo que quieras.

—¿Por qué te has quedado en casa en lugar de ir a trabajar, papá? —pregunta Eco con una familiaridad que brota de su corazón infantil.

Carlisle y Esme sienten una profunda emoción al escuchar a Eco llamarlos de esta manera. A pesar de que siempre escuchaban a sus hijos llamarlos mamá y papá, nunca imaginaron que una niña de ojos verdes llegaría a sus vidas y les tocaría el corazón con una sola palabra. Están emocionados y sensibles por el cariño que Eco les muestra.

—Es... Es sencillo. Me preocupa tu salud. No puedo ir y ayudar a los demás si no cuido a uno de los míos. La familia es más importante que mi trabajo —responde Carlisle con sinceridad, carisma y cariño.

Las palabras de Carlisle hacen que Eco se sienta aún más como una niña que como una camaleón.

—Pero ya estoy bien... solo ha sido un malestar pasajero —dice Eco en un murmullo, temerosa de que su papá pueda perder su trabajo por su culpa.

—Eso lo veremos con un examen de rutina. Si te portas bien, te regalaré un dulce —dice Carlisle, sacando una paletita de uno de sus bolsillos, algo que siempre lleva consigo para sus pacientes.

Eco observa el dulce con intriga y curiosidad, atraída por su color rojizo y el agradable aroma. Su boca comienza a salivar ante la idea de probarlo.

—No sé qué es eso, pero lo quiero, papá —admite con inocencia.

Esme sonríe al ver la ternura de Eco. Se inclina y la abraza suavemente por los hombros.

—Mi pequeña Eco, eso es una paletita. Es un dulce que se derrite lentamente en la boca. Es delicioso y se da como recompensa a los niños que se portan bien en una consulta médica. Tu papá te lo dará cuando termine de revisarte y te sientas mejor —explica dulcemente Esme, mientras acaricia el cabello de la niña.

Eco disfruta de las caricias de Esme, encontrándolas reconfortantes, al igual que cuando estaba en su forma de camaleón. No entiende por qué Rosalie, que siempre estaba distante y encerrada en su aspecto, no se acercaba a ella como lo hacía la figura maternal. No confiaba en Rosalie y esperaba que la situación no fuera siempre tan incómoda.

Ya no era necesario consultar a un especialista en camaleones; con una revisión médica realizada por su figura paternal, sería suficiente.

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