🦎 Capítulo 15
Tras la conversación de Emmett, la pequeña camaleón volvió a dormir con más tranquilidad, su cuerpo aún reflejaba el cansancio acumulado. Carlisle aprovechó el momento para trasladarla a un terrario más adecuado y saludable para ella. Las horas pasaron, y con el tiempo, Eco comenzó a mostrar signos de despertar.
Un gruñido, similar al de una cría de león, emergió de repente en la sala. Todos se volvieron instintivamente hacia el sonido, y Edward, al escuchar el ruido, captó un pequeño susurro en su mente: «¿Ya amaneció? Tengo hambre.» La voz rasposa de la camaleón revelaba su estado de necesidad.
La risa aterciopelada y breve que escapó de los labios de Edward rebosaba alegría, ternura y alivio. Jasper percibió estas emociones claramente. Con la risa de Edward, todos supieron a quién pertenecía el sonido. Emmett esbozó una pequeña sonrisa de alivio, mientras que Rosalie, aunque aún frustrada, mostraba una tenue sonrisa de alivio al asomarse desde detrás de una pared. Carlisle y Esme, al igual que el resto, supieron que Eco estaba volviendo a estar bien.
—Deberíamos darle de comer antes de ir al instituto —se aclara Edward, manteniendo una distancia prudente y cautelosa.
La camaleón abrió sus ojitos, y todos en la sala suspiraron involuntariamente, un reflejo humano que revelaba lo real que era para ellos el momento. Los ojos de Eco miraron a su alrededor, y solo un segundo después, vio a Alice acercándose con una bolsa de saltamontes que había recolectado afuera. Ella era la única que faltaba en la escena.
—Perdón por la demora, pequeña Eco —dijo Alice con un tono ligeramente avergonzado.
Jasper recién comprendió por qué su esposa había ido con tanta prisa al bosque, y el resto de la familia se enteraba de su ausencia por primera vez.
—Pero si acabas de llegar, hija mía —susurra Carlisle, mostrando confusión.
Alice simplemente sonrió mientras dejaba caer los grillos vivos en el terrario, luego cerró la tapa para permitir que su gesto amable tuviera efecto.
Observando, Alice se deleitó con las acciones de Eco, quien, como un resorte, cazaba los insectos con su lengua tras los suaves golpes contra el vidrio, un espectáculo emocionante para los humanos pero aún más fascinante para los vampiros con sentidos agudos.
—Bueno, niños, es hora de ir a clases —anunció Esme, interrumpiendo el momento de deleite con la dura realidad de la rutina escolar.
Sin la presencia de Carlisle, los adolescentes probablemente habrían protestado, deseando quedarse para asegurarse de que Eco estuviera bien sin ellos.
—Su madre tiene razón. Me quedaré yo para velar por el bienestar de Eco. Rápido, hijos míos, no quiero repetir esto otra vez —dijo Carlisle con voz pacíficamente seria.
Con una última mirada de suplicante hacia la camaleón, los jóvenes se despidieron y partieron hacia el instituto con sus mochilas en mano. Sin embargo, no podían evitar quejarse en cada automóvil sobre la injusticia de sus padres. Sabían todo lo que les esperaba en las clases y sentían que un día de ausencia no les haría mal en esta vida humana que tan poco les atraía.
Ahora más que nunca, estaban indignados por estar atrapados en cuerpos de jóvenes adolescentes y casi universitarios, encontrando cada día una tortura más insoportable.
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