🦎 Capítulo 12
La camaleón, al escuchar la voz de Jasper, dirigió su mirada hacia él. Fue en ese momento cuando él percibió una creciente molestia y duda en ella, como si la situación demandara que ambos mantuvieran la cabeza baja y guardaran silencio.
«También contigo...», pensó con la voz algo rasposa y grave.
—Q-q...—empezó a decir Edward, pero al notar que tartamudeaba, se calló con vergüenza.
—¡Oh! Ya sé lo que quiere Eco, vayan, vayan chicos... Ya luego nos vemos. ¡No seas tan dura con ellos, Eco bonita! —dijo Alice repentinamente, empujando a ambos vampiros fuera de la casa y cerrando la puerta tras ellos.
Desde el otro lado, se escuchó claramente:
—Terminen rápido, yo también quiero solucionar las cosas —admitió Emmett.
Jasper y Edward se miraron, el primero aún con duda en la mirada, y el segundo dijo escuetamente:
—Quiere hablar contigo también.
—¿Por qué?
Edward lo miró con obviedad, confundiendo más a Jasper.
«Serás mi traductor, Jas no me entenderá o... mmm... podría...» empezó a divagar Eco, en un intento por recordar cómo hacerlo.
—¿Qué es lo que recuerdas, Eco? —preguntó Edward más por Jasper que por sí mismo, incapaz de comprender los borrones que notaba en la mente de la pequeña. —¡Agh!... duele... —se quejó de dolor ante una punzada en su cabeza.
Jasper supo que algo de lo que Edward había visto le había causado dolor, por lo que esperó a ver qué ocurría.
«Pues ya no me leas, ya veré yo solita» se quejó la camaleón al ver que ni siquiera él podía comprender su mente.
Saltó de los hombros del cobrizo al suelo, y por un momento se hizo invisible a tal punto que ninguno de los dos la vio.
—¿Y ahora qué has hecho para que esté tan molesta la pequeña Eco, Edward? Date prisa y suplica perdón —dijo Jasper, ceñudo y totalmente preocupado por el pequeño animal camuflado.
—Pero si esta vez no he sido yo —gruñó ofendido Edward.
Ambos se tensaron ante el crujido de una rama, atentos al sonido del corazón del animal verde y a su respiración. Edward ya no podía verla ni escuchar sus pensamientos.
En ese instante, el sonido de un galope ahogado rompió el silencio del bosque, como si una bomba de humo se hubiera activado en la oscuridad, irrumpiendo en la quietud. No era un sonido casual, sino la señal de que Eco estaba transmutando. En cuestión de segundos, su forma de camaleón cedió, dando paso a su figura humana. El proceso, aunque conocido por ellos, siempre traía consigo esa peculiar mezcla de sonidos: el eco de un galope distante y la liberación de una nube espesa que se dispersaba rápidamente en la bruma del bosque.
La pequeña, vestida con un lamba que le cubría desde las axilas hasta justo antes de las rodillas, avanzó con pasos ligeros pero seguros. La tela del lamba, modesta y cómoda, caía suavemente alrededor de su cuerpo, adaptándose a su figura y al clima de Forks, donde el aire húmedo y fresco se colaba entre los árboles altos. A pesar de estar lejos de su tierra natal, la niña conservaba la vestimenta que le recordaba sus raíces.
La niebla, que parecía intensificarse alrededor de ellos, envolvía el lugar, haciendo que el aire se tornara aún más denso. Los rayos de la luna, apenas perceptibles entre las copas de los árboles, se filtraban tímidamente, creando sombras que se movían como espectros en la penumbra.
—Bueno, ya he recordado. Lo que quería preguntar es: ¿por qué están tan molestos porque haya estado con Esme? Explíquenme —dijo la pequeña niña de ojos verdes con una mirada que, en lugar de imponer, ahora despertaba ternura.
—¿Eco? ¿Eres... tú? —preguntó Jasper, bastante asombrado.
—Sí, soy yo. ¿Qué pasa? Ahora que me ven, no pueden ni hablar correctamente. Tsk... ¡Qué tontería! —murmuró, aún enfadada por su propia incomprensión.
El aspecto que Eco había tomado para facilitar la comunicación era el de una niña de 11 años, un aspecto que era difícil de digerir, considerando lo concretamente que hablaba.
—¿Por qué no puedo leerte la mente? —preguntó Edward, aún conmocionado.
—¡No importa eso! Lo que quiero saber es... ¿por qué estabas celoso? ¡Eso es lo que dijo la hadita! —exclamó impaciente. La niña de ojos verdes parecía, de un momento a otro, tener el cabello pelirrojo.
«Creo que la hiciste enojar», pensó Jasper.
Edward ni siquiera lo miró. Solo se fijó en la niña de ojos verdes, que ahora sí parecía intimidante.
—Yo... yo malinterpreté todo... —murmuró entre dientes, avergonzado.
—No lo escuché muy bien —gruñó la pequeña Eco, cruzándose de brazos. Tal vez había tragado sin querer, impidiéndole escucharlo.
Jasper, al ver aquella pequeña interacción, por un instante se sintió divertido. «¿Quién lo diría? Edward siendo regañado por Eco, una niña», pensó sin querer.
La mirada matadora del cobrizo hacia el sureño fue muy obvia. Sin embargo, una pequeña afinación de garganta lo hizo ver nuevamente a la niña.
—Si no me cuentas, no te dejaré escucharme —amenazó seria la niña de mejillas regordetas y ojitos grandes de color verde.
Edward se sintió injustamente amenazado. ¿Cómo podía hacerle eso?
—Tsk... No puedes, soy tu traductor, me necesitas —dijo orgulloso el cobrizo.
La niña alzó una ceja y lo miró burlona, tocándose el cabello y luego mirando sus pies.
—¿Ves alguna manera en la que ya no pueda ser escuchada por los demás? —preguntó simple y directa.
Edward apretó los puños ante la actitud petulante de la que se suponía era Eco, la camaleón que lo trataba como si fuera una rama, pero de las que le gustaba quedarse para charlar.
—Estás muy caprichosa.
—Y tú, un idiota, cabeza de chorlito.
Jasper abrió la boca, pero su comisura se aferró a ahogar una risa. Esta era la situación más cómica de su vida.
Sin embargo, la mirada de la niña en él, sin querer, lo tensó. Fue muy repentino.
—Si no me dices, le preguntaré a Jas. También sabe muchas cosas que yo no —dijo Eco mientras se acercaba sin miedo, ni preocupación, ni titubeos, hasta tomar la ropa del sureño y estirarla—. Por favor, cuéntame qué sintió para poder entender sus humores y no seguir con esta molestia en aumento.
Jasper se quedó sorprendido, y no era el único. Aunque ahora Edward se sentía ofendido. «¿Pero... por qué con él sí ha sido respetuosa y conmigo no?» pensó indignado Edward.
Sin embargo, un gran escalofrío recorrió la nuca y espalda de Jasper al saber que el enojo y la molestia seguían presentes en la dulce pero seria mirada de la niña. Era una sensación de mal augurio, no como los de su esposa, sino que, en el ser de la pequeña Eco, por lo general equilibrada, ahora podía percibir concretamente cómo estaban equilibradas esas emociones: tranquilas (cariño, paciencia y seriedad) y explosivas (enojo, molestia y petulancia).
—Sintió celos por Esme, yo también... Vinimos como dos locos a verte después del Instituto, pero no estabas en tu lugar habitual, nos preocupamos y no querías soltar a Esme. Yo... yo me sentí... —se le dificultaba admitir sus propios sentimientos— me sentí triste cuando ni siquiera me miraste.
—¿Uh? —una pregunta de total sorpresa y extraña sensación embriagó a la pequeña.
Edward no era capaz de ver ningún pensamiento de reacción, y eso le estaba causando jaqueca, aunque fuera imposible. Dolía no escucharla.
—¿Y por qué tenía celos de Esme? —preguntó confundida, realmente como una pequeña niña ahora—. No me malinterpretes, me importas como no tienes idea, Jas, pero... sigo molesta con él —apuntó a Edward sin pena alguna—, y realmente, si no soluciono esto, sin querer lo descargaré en ti. Has sido muy bueno conmigo y no te lo mereces.
Jasper se sintió conmovido y sonrió suavemente al ser comprendido. No solo Alice lo entendía ahora, sino que la pequeña Eco se estaba volviendo un ser muy importante para él. «En otras palabras, soy su favorito», admitió pensativo, victorioso y orgulloso.
—A veces pareces tan madura y en otras tan inocente. ¿Cómo es que eres así, Eco? —pregunta Edward, bastante indignado.
—¿Será porque estuve encerrada durante años en hielo y no pude ser una adolescente normal como tú? —responde con ironía.
—Pero si tu cuerpo tiene 11, 12 años como máximo ahora. —contraataca Edward.
—Volver a la forma original sin saber mucho de tu pasado no es fácil. ¡No recuerdo cómo era de adolescente, vale! Es lo que hay. ¡Deja de enojarme y dime por qué estás tan ingrato conmigo! —gruñe, enojada y frustrada.
Jasper se acerca con su don para entender la situación. Observa con atención para sacar sus conclusiones.
—¿Por qué siento que también lo estás pagando conmigo? ¿Qué parte de lo que he dicho no entendiste? Ha sido un malentendido mío; los celos no debieron tener lugar. —responde Edward, ofendido pero también empezando a revelar respuestas que su familia quería averiguar.
—Para tu mente tan vieja, no te escuché antes, así que fue por eso. —murmura, enojada, apartándose de Jasper, quien le agarra la mano izquierda. —¿Uh? ¿Qué pasa?
—Tranquila, ese enojo se está disipando. Deja que te cuente su motivo —comenta Jasper, transmitiéndole un poco de tranquilidad con una fresca caricia de su don. «Sé sincero con ella, Edward», advierte Jasper.
Al percibir esto, Eco siente un escalofrío y se erizan los vellos de sus brazos. Acepta la caricia de tranquilidad sin rechazarla.
—Está bien, te diré lo que he sentido. —cede Edward, aún celoso por la atención y buscando el perdón. Ya estaba sufriendo al escuchar los pensamientos de Jasper.
La niña lo mira y sonríe ligeramente, sintiéndose más ligera con las manos entrelazadas. Ninguno está incómodo, ni siquiera Jasper. No siente sed ni ganas de ingerir sangre.
—Estaba celoso de Esme. No entiendo muy bien, pero quería y quiero el mismo cariño afectuoso que das a los demás. En mi pecho y garganta sube una molestia extraña, similar al ardor del hambre, pero aumenta cuanto más veo que solo mimas al resto y no a mí. Alice nos confirmó que esa molestia que yo, como Jasper, sentíamos eran celos por Esme. Pensé que... la querías de una manera más seria. —comenta Edward, siendo totalmente sincero pero sintiéndose muy avergonzado por expresarlo en voz alta.
—Pero Esme es como mi mamá... —murmura, llevando sus manos al corazón por una punzada de dolor. —¿Está mal que... q-que la quiera como una mamá? —pregunta con los ojitos verdes aguados por el dolor. No quería recordar ese dolor.
Jasper, preocupado por el dolor que percibe, mira a Edward con inquietud. «¡Cambia de tema! Hay trauma y dolor. No debes hablar de su mamá; parece que hay algo relacionado con eso», advierte.
—No, no, no está mal. Solo es que no lo pensé. Esme estará contenta con serlo, te adora y ama. Pero yo... yo confundí eso con amor de compañera o amante. No lo entenderías ahora, pero cuando seas mayor, lo... —empieza a decir, pero es interrumpido por un abrupto abrazo y muchos sollozos.
—N-no... M-me tomes por bobaaa —solloza, sin poder evitarlo, mientras derrama lágrimas salinas y abraza a Edward tras el llanto que no puede detener—. Yo sé de eso... No... es necesario...
Edward comienza a hablar, pero su voz se corta al escuchar un repentino *¡puff!*. Una nube de humo aparece de la nada, y de ella surge el pequeño camaleón que cae al suelo, completamente inconsciente. Sin dudar, Edward lo atrapa en el aire antes de que impactara. Alarmado por la situación inesperada, intercambia una mirada preocupada con Jasper. Juntos, llevan rápidamente al camaleón a Carlisle. Lo que había comenzado como un momento tranquilo se había vuelto repentinamente complicado.
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