Capítulo 3
Admito que no ha sido un viaje precisamente agradable. De hecho, lo podría calificar como horroroso. Me he subido a muchos aviones, pero ¿este? Uno de los peores vuelos de mi vida. No ha sido un trayecto especialmente largo, pero, a medida que voy andando por el aeropuerto de Texas, me doy cuenta de que me encuentro un tanto mareada.
Por otra parte, no puedo evitar pasear mis ojos por todos lados, aunque siendo sincera, mi mente realmente no quiere encontrar a aquél hombre. Lo peor es que lo único que sé de él es que es compañero de trabajo de mi padre, ni siquiera lo he visto en mi vida. Parece que esto empieza a ponerse divertido.
Tras pocos minutos caminando sin rumbo, puesto que no conozco nada bien este aeropuerto, me doy por vencida. Técnicamente, no puedo tratar de encontrar a alguien que no sé ni cómo es. Parece ser que mis padres son muy listos para mandarme lejos sola, pero no para asegurarse de que voy a estar en buenas manos. Además, hace un rato que me ha parecido mucho más importante el suelo que cualquiera de los rostros con los que me pueda cruzar. Avanzo con la mirada perdida en éste, porque ya no me importa si me choco con alguien o algo por el estilo. Es más, estoy deseando tener la oportunidad de desahogarme con alguien por toda la impotencia que llevo dentro. Yo no debería estar aquí.
Y entonces, cómo no, siento que he adelantado acontecimientos. Una persona muy ingeniosa ha escogido cruzarse en mi camino y entorpecer el paso. No puedo controlar el equilibrio, ya que parece que le he pillado desprevenida y no miraba por dónde iba. El resultado es cuanto menos interesante e inquietante a partes iguales: de repente, nos veo en el suelo. A los dos. Estoy ENCIMA suyo. Muchas gracias, persona a la que no le he visto ni la cara, por inaugurar mi llegada a Texas con el ridículo más espantoso que podía hacer.
—Mira, no es que me desagrade esta postura, de verdad —escucho decir a una voz masculina a escasos centímetros de mi oreja, por lo que siento un escalofrío por la espalda casi instintivo—, pero he venido a buscar a alguien y ya voy un poco tarde. ¿Te importaría...?
Lo pillo: que me aparte. Encima tendrá las narices de decir que me quite yo de enmedio, cuando por su culpa he aterrizado encima de un desconocido. Ahora sí que me gustaría encontrar al compañero de mi padre cuanto antes.
Sin siquiera intentar disimular mi cara de aborrecimiento, me echo hacia un lado para que ambos nos podamos levantar. Entonces, sigo sintiendo el peso de su mirada encima mío, como si aún no hubiera tenido suficiente.
—No te pongas así, rubia. Es que estoy buscando a una chica y ni siquiera sabe que vengo a recogerla —me explica, como si a mí me importaran los problemas de un tío cualquiera—. ¿Dónde habrá ido a parar...?
Entonces, me vuelvo hacia él con un atisbo de desconfianza natural. Si hay algo bueno que mi madre me ha enseñado es a no fiarme de las personas hasta que no crea conocerlas lo suficiente. El caso es que me encuentro con un chico moreno de más o menos mi edad, al que su sonrisa burlona le ilumina la cara pero a mí me pone de los nervios. Parece que está disfrutando con esto y yo solamente estoy perdiendo mi tiempo, así que me enerva esta situación.
Para colmo, cuando sigo la dirección de su mirada, alimenta descomunalmente mi rabia.
—¿Me estás mirando el culo? —inquiero, cabreada. Solamente me faltaba aguantar a un tío salido.
—¿Qué? Pero ¿qué dices? ¡Baja el ego, guapa! —espeta él, por lo que me ruborizo de haber pensado mal tan rápido. Aún así, me sigue reventando la forma en que todo esto le divierte tanto, a juzgar por su expresión—. A mí lo que me interesa es lo que hay debajo de tu culo. Sin mi cartel, esa chica está perdida.
Lo miro de reojo con desconfianza, pero no parece estar mintiendo. En cuanto miro debajo de mí, compruebo que tiene razón y mis mejillas comienzan a arder más y más. He caído encima de su cartel... si es que a ese trozo de cartón se le puede llamar así. Me levanto como puedo y lo recojo de forma brusca, que no se piense que estoy bajando la guardia. Le doy la vuelta y, sin dar crédito, leo EVELYN WEST en letras mayúsculas de niño pequeño.
Barajo mi mirada entre el cartel y los ojos de este chico un par de veces. Es totalmente imposible. El compañero de mi padre debe rondar los cincuenta, como él, y este tipo es un adolescente. La confusión me está llenando el cerebro de pájaros, y es que no entiendo nada de nada. Decido ser todo lo valiente y directa que puedo ser y le pregunto, sin miramientos:
—¿Quién eres tú y por qué has venido a buscarme?
—No puede ser. ¿Tú eres Evelyn? —cuestiona entre carcajadas y sorpresa, como si no fuera algo evidente—. No te imaginaba para nada así...
Habla como si tuviera que cumplir algún tipo de expectativa para él. No obstante, reconozco que me mosquea el rastro de desilusión con el que ha articulado esa última frase. ¡Como si yo fuera un chasco! Este crío no sabe con quién está hablando.
—¿Quién eres? —no quiero perder mucho más tiempo con él. Me está empezando a caer un poco mal.
—Nuestros padres trabajan juntos —me aclara y, de pronto, todo cobra un mínimo de sentido—. Yo soy Andrew Cooper.
Él me ofrece la mano con intención de presentarse. Al ver que no le correspondo y me quedo mirándole como si tuviera monos en la cara, rodea los ojos y la retira.
Yo, por mi parte, le examino de arriba abajo por primera vez desde que lo he conocido. Sinceramente, tampoco le hace mucha justicia a la idea que tenía de él. Tengo que reconocer que su físico es espectacular. Tiene la piel de un color bronceado y reluciente, el pelo castaño perfectamente despeinado hacia atrás y su torso... bueno, no parece estar nada mal, aunque está escondido detrás de una camiseta blanca básica.
—¿Vas a quedarte ahí mirándome con ojos de psicópata por mucho tiempo? Tendremos que llegar algún día al campamento... —parece fingir impaciencia con un resoplido, aunque algo me dice que le encanta ser el centro de atención.
—Pensaba que vendría a recogerme tu padre, no tú —le respondo, dedicándole una mirada de desprecio muy merecida por su parte.
—Iba a venir él, pero a última hora le surgió algo. Ya sabes, asuntos de trabajo y tal... —comenta, tratando de quitarle importancia a lo que está diciendo—. ¿Vamos?
—Si no queda otro remedio...
Andrew al fin se digna a guiarme hasta el exterior, donde seguidamente me lleva hasta un Audi negro que brilla más que mi futuro. Mucho campamento de niño humilde, pero este regalo de papi no se lo quita nadie. Después, me pide el equipaje que después coloca en el maletero. Mientras lo hace, yo me adentro en el vehículo y me acomodo en el asiento de copiloto. Él tampoco tarda mucho en colocarse en su sitio.
En cuanto gira la llave y arranca el motor, asimilo la cruda realidad. Empieza este trayecto y, con ello, también inicia esta insoportable "aventura". La verdad es que aprecio muchísimo el silencio entre nosotros, sería una tortura tener que forzar una conversación ahora que los nervios comienzan a estar a flor de piel, pero Andrew no tarda en querer desequilibrar la estabilidad. Es más, lo hace soltando una carcajada de lo más inesperada. Desde luego que es el chico más oportuno que he conocido hasta la fecha, nótese la ironía.
—¿Qué? —inquiero, y mi tono suena mucho más grosero de lo que me esperaba, cosa que me satisface, no lo negaré.
—Nada, nada —responde, aún entre risitas que a mí no me hacen ninguna gracia.
—No sé qué es tan gracioso.
—Bueno, tampoco es para tanto. Es que veo tus pintas y no me encajas para nada como chica de acampada.
—Es que no estoy intentando parecer una chica de acampada —recalco, visiblemente molesta.
—Lo imaginaba. No se te ve especialmente entusiasmada con todo esto. Tu cara es un poema ahora mismo.
Le dedico una mirada desafiante, y lo cierto es que he intentado ignorarle durante todo el camino. Sin embargo, como ya he dicho, se nota que a este chico lo que más le gusta es que le hagan caso.
—No creo que quieras saber lo que pienso yo de tu cara —le devuelvo el golpe bajo.
No solamente parece hacer oídos sordos a mi comentario, sino que también le sigue resultando una situación de lo más graciosa. En cuanto me vuelvo hacia él, aún no he conseguido borrar esa irritante sonrisa de su cara. Encima se está divirtiendo...
Tras unos minutos más de conducción temeraria, porque Andrew no es precisamente una persona cuidadosa al volante, enarco una ceja al ver un letrero exageradamente llamativo a través de la ventanilla. No sé a qué distancia nos encontrábamos, pero supongo que hemos llegado en la mitad de tiempo que estaba previsto. La velocidad a la que este loco conduce es ciertamente preocupante.
Solo cuando siento el frenazo de golpe es cuando puedo observar el "paisaje". Dirijo una mirada de odio a Andrew, quien ha parado el coche de forma brusca e imprevista. Éste continúa a su rollo; además, ya se ha bajado del vehículo y está sacando mi maleta de la parte de atrás. Siguiendo su ritmo, me bajo del Audi rápidamente, no me deja otra opción. Él, después de analizar mi equipaje y mi bolso descaradamente, me hace entrega de mis cosas y expresa:
—Definitivamente, eres la persona más pija que ha pisado este campamento.
Finjo una sonrisa y achino los ojos, dejándole bien claro que nunca llegará a ser lo gracioso que intenta ser. Pobre iluso que vive en su propio mundo.
—Tu también eres un buen niño de papi —replico, dándole unos golpecitos suaves a su coche.
Aparta la mirada de mí sin objetar nada más y empieza a caminar, casi olvidando mi presencia. Qué bonita invitación a entrar con él. Por lo menos, ahora ya puedo ponerle "cara" al campamento: se trata de nada más y nada menos que mucho césped, una especie de casa grande de madera y una zona repleta de cabañas apelotonadas las unas junto a las otras. Digamos que este es el lugar donde mis padres pretenden cambiar mi forma de ser radicalmente. Les compadezco, está claro que todos tenemos sueños que jamás podrán cumplirse.
No me queda otro remedio que seguir caminando detrás de Andrew con la maleta a cuestas. Después de atravesar la puerta principal, pronto nos adentramos en esa casa de madera, que si no fuera tan grande podría decir que la han ideado unos niños como proyecto escolar. Todo esto concuerda tan poco conmigo.
El conductor temerario me conduce hasta una de las habitaciones del piso de abajo de la casita y me aconseja dejar las maletas allí. Dudo de él hasta que nos encontramos con un cúmulo de equipajes en el interior de lo que parece ser una sala de estar. Habrá que hacerle caso en esta ocasión.
Para mi desgracia, no nos cruzamos con nadie hasta que subimos a la primera planta... y lo digo porque la compañía de Andrew ya está empezando a hacerse muy pesada. Gracias a Dios, subiendo las escaleras he empezado a escuchar todo tipo de voces. Lo poco que he podido entender han sido conversaciones sobre echarse de menos, entre otras muchas cursiladas que yo nunca sería capaz de decir.
La próxima habitación en la que entramos es en la que parece estar todo el mundo. Cuento unos quince adolescentes aproximadamente. La historia con Andrew Cooper se repite, y es que este no es exactamente el tipo de gente que esperaba encontrarme aquí. Todas estas personas suelen tener mi edad, eso lo sabía. De lo que no era consciente es que son como yo, no son justamente los bichos raros de sus respectivas clases. Son atractivos y atractivas, tienen unos cuerpos espectaculares, pieles perfectas, melenas cuidadas al detalle... Vamos, el tipo de personas con el que yo me suelo relacionar, algo que pasaré por alto porque este sigue sin ser mi sitio.
La primera chica que se acerca a mí es probablemente a quien yo nunca me hubiera acercado. Es un poco más alta que yo, teniendo en cuenta que yo ya cumplo con la estatura media de una mujer; y tiene una melena castaña, ondulada y brillante que le llega por debajo de los hombros. Lo que más me llama la atención a simple vista es el contraste tan explosivo en su rostro: esa sonrisa dulce a combinación con esa mirada pícara y divertida podrían confundir a cualquiera. Por otro lado, lleva una camiseta estampada demasiado ancha a juzgar por su cuerpo tan menudo, y unos leggings ciclistas negros por encima de las rodillas. El remate final son esas zapatillas deportivas de abuelo que yo jamás sería capaz de ponerme. Definitivamente, he hablado demasiado pronto. No toda esta gente es como yo.
—¡Bienvenida! Yo soy Jade. Tú debes ser Evelyn, ¿verdad? —inquiere, mostrando esa sonrisa que la caracteriza y con mucho más ánimo del que recibe por mi parte. Por alguna razón, me siento mal por ser tan borde, pero acabo de conocerla y este, repito, NO es mi sitio.
Asiento, sorprendida. No me basta ser el ombligo del mundo en mi instituto, parece que aquí también se habla de mí incluso cuando apenas me he terminado de instalar.
—¿Por qué me conoces? —exijo saber. Aunque me halaga llamar la atención tan pronto, me resulta un poco misterioso.
Jade se detiene unos segundos para examinarme. De nuevo, decide atraparme aún más con esa sonrisa tan cautivadora. No puedo definir exactamente el qué, pero esta chica tiene algo que me transmite una confianza casi ciega.
—Fácil. Eres la nueva —se encoge de hombros, como si la respuesta fuera más que obvia. Seguidamente, me da otro buen repaso y suelta—. Además, no eres una chica que pase demasiado desapercibida.
¿Piropo o insulto? Supongo que, tratándose de esta chica, eso permanecerá en ascuas para siempre. Qué curioso: acabo de conocerla y ya casi sé por dónde van sus tiros.
Jade se permite a sí misma comenzar a relatar su experiencia en el campamento. ¿Qué voy a decir? No es por cotilla, pero me conviene escuchar su versión. Si voy a pasar tantos días encerrada aquí, tendré que informarme un poco sobre el ambiente. Uno siempre debe saber dónde se está metiendo, incluso cuando no tenía intención inicial de meterse allí.
Tiene mi edad y es el segundo verano que pasa aquí, cosa que me tranquiliza. Después de todo, no me siento tan fuera de lugar. Por su forma de hablar y expresarse, Jade parece estar ansiosa porque comiencen sus vacaciones de acampada. Quisiera decir que está loca de remate por desear algo así, pero reconozco que la veo bastante cuerda y avispada. Algo falla en ese caso, dado que querer estar aquí no es ni medio normal.
Mientras los demás van saludándose y poniéndose al día sobre sus vidas, Jade y yo vamos paseando de un lado a otro de la sala. Me cuenta que entiende cómo debo sentirme, que ella también ha pasado por los nervios y tensión del primer día.
—¿Y cómo fue? —aprovecho enseguida para curiosear, ya que estamos.
—Bueno, cuando llegué creía que me moría. Nunca había estado en un campamento y pensé que era lo más horrible del mundo.
—Normal... —musito yo, en voz muy bajita para que ella apenas me oiga.
—Pero a medida que pasaron los días, me di cuenta de que no podría pasar los veranos en un sitio mejor que este.
Suspiro una vez más. No sé qué mosca le ha picado a todo el mundo con que esto es genial, una experiencia "memorable". Sea como sea, yo voy a seguir pensando que los campamentos no son para mí.
De pronto, me da por detenerme a mirar a mi alrededor y observar la sala en la que nos encontramos. Me sorprendo al darme cuenta de que no hay nada aquí. Absolutamente nada. Tan sólo ocupamos esta habitación las personas que estamos en ella.
—Jade.
—¿Qué?
—Dime una cosa. ¿Qué tipo de campamento es este? ¿Qué vamos a hacer aquí?
Jade se detiene también a observar su alrededor, como si hasta ella misma tuviera que planteárselo. Luego, me sonríe con ese entusiasmo que le caracteriza y me cuenta eso que sigo sin entender:
—Digamos que hemos venido a socializar. Este campamento no tiene nada de especial más que juntar a grupos de adolescentes. La verdad es que siempre he creído que la persona que fundó este sitio era de los típicos que piensan que a esta edad nos pasamos las vacaciones encerrados frente a un ordenador... o jugando a videojuegos.
Me vuelvo hacia ella, extrañada. Esto último no es exactamente lo que se me pasaría a mí por la cabeza.
—Vale, sí, lo confieso. Yo era una de esos adolescentes... Y lo seguiría siendo si no estuviera aquí.
Le vuelvo a dirigir una mirada de confusión, pero después me río naturalmente, y ella se ríe conmigo. Parece que a ambas nos quieren rehabilitar por razones distintas: una no sabe controlar sus caprichos ni su mal genio, mientras que la otra es una friki a la que no se le da demasiado bien entablar relaciones sociales. Sin duda alguna, somos como el ying y el yang. Ahora bien, no sé por qué me ha caído tan bien de buenas a primeras.
Pocos minutos más tarde, no puedo evitar fijarme en una chica morena, con una melena color chocolate y un flequillo más corto de lo normal... y considerablemente más bajita que la mayoría de nosotros, cabe decir. Parece que conoce muy bien a absolutamente todo el mundo. Entonces, Jade me aclara que ella es la monitora del campamento. Tiene sentido. Lo que no tiene sentido es que una persona con apariencia física de dieciséis años se ocupe de un grupo de adolescentes.
—Tendrá unos veinticinco años —especifica Jade, al ver la cara de asombro que posiblemente se me había quedado.
—¡Jade! ¿Cómo ha ido el curso? —aparece la susodicha a nuestras espaldas, y sólo entonces es cuando me ve y se percata que tiene otra pesadilla más que soportar este verano—. Vaya, a ti sí que no te conozco. ¿Cómo te llamas?
—Ella es Evelyn —responde alguien por mí, como si yo no tuviera una preciosa voz con la que contestar.
Cuando me giro, cómo no, me encuentro a quien se ha propuesto personalmente empeorar mi experiencia aquí. Andrew me mira atentamente y, por lo visto, no es capaz de hacerlo sin esa sonrisa que tanto me molesta.
La monitora se presenta, aunque Jade ya se había ocupado de darme todos los detalles necesarios en tiempo récord. Ella es Emily, tiene veinticinco años, es educadora infantil y, en vez de pasar las vacaciones como la gente normal, trabaja aquí. No sé cómo no tiene suficiente con pasar el año entero con críos, encima lo tiene que rematar en verano soportando a una quincena de descerebrados que se hacen llamar adolescentes.
—Acompañadme —nos pide Emily amablemente. A mí, en particular, me guiña un ojo en señal de apoyo moral, pero un mero gesto no va a calmar todo lo que llevo dentro.
Emily nos conduce hasta el piso de abajo. Concretamente, nos lleva a una de las habitaciones, donde encontramos tres mesas largas con sus respectivos asientos. Todo es de madera, cosa a la que me estoy empezando a acostumbrar. Además, parece que el almuerzo está servido. Por razones obvias, esto debe ser el comedor.
Como si se les fuera la vida en ello, Andrew Cooper corre hacia la mesa del fondo junto a unos cuatro chicos más. Supongo que este es el típico grupito de tíos al que le cogeré tirria... si no se la tengo ya. Por su parte, un grupo formado por tres chicos y tres chicas acaban de ocupar otra de las mesas libres, la que hay frente a la ventana.
Entonces, Jade me agarra repentinamente del brazo y tira de mí hasta la única mesa que había quedado vacía. Si no fuera porque me está acompañando en todo este proceso de "primeras veces", ya le habría llamado la atención. No estoy para nada acostumbrada a ser la que obedece.
Mi única cómplice por el momento le hace una seña con la mano a los tres adolescentes que se habían quedado de pie en la entrada. Éstos siguen las órdenes de Jade y se acercan a nosotras. En algo sí que coincidimos, y es que parece ser que a ambas nos encanta llevar la voz cantante. Dos personalidades fuertes, mandonas y autoritarias: esto puede salir muy mal o muy bien.
Dos chicos y una chica toman asiento frente a nosotras y, uno a uno, Jade me los presenta. Luke, Alexa y Christian, al parecer, forman parte de su corillo en el campamento. Imagino que compartimos edad y algún que otro interés. Me hablan de ellos, pero, para ser sincera, solamente finjo escucharles. Digamos que he vuelto a desconectar del mundo real.
Despierto de mis pensamientos cuando oigo la puerta del comedor abriéndose una vez más. Poco más puedo añadir, puesto que las cabezas de Luke y Christian delante mío me impiden ver más allá. Decido empezar a comer este sándwich de jamón y queso tan frío e insulso. Total, tampoco me interesaba tanto.
No es que tenga demasiada hambre, pero mis ojos están centrados en la comida y soy incapaz de levantar la cabeza. Pocas cosas me van a costar más que sobrevivir aquí, manteniendo conversaciones que, honestamente, me dan una pereza increíble.
Aun así, la rueda de emociones continúa sin cesar. De pronto, un chico se acerca a saludar a mis compañeros de mesa, uno al que no recuerdo haber visto hasta ahora. De pie junto a nosotros, nos da la espalda a Jade y a mí mientras habla con ellos, y aprovecho para explorar su cuerpo entero. Me encuentro con un pelo castaño (probablemente) recién cortado, una espalda robusta y dos brazos grandes y fuertes, y unos vaqueros desgastados que resaltan cada una de sus virtudes.
Después, se vuelve hacia Jade y hacia mí, es entonces cuando por fin consigo verle la cara y... sin poder frenarlo, me quedo sin saber cómo articular palabra por un segundo. Y quizá durante algunos más. Sin lugar a duda, yo lo definiría como encontrar un diamante en una montaña de piedras.
Cuando salgo del trance, sacudo la cabeza y temo que mi cara lo haya dicho todo. El chico en cuestión se ha sentado en el único sitio que quedaba por cubrir. A mi lado. Justamente. Y yo me siento la más ridícula del mundo por quedarme embobada con él. Me estremezco cuando cruzamos miradas de nuevo e intento apartar la vista rápidamente... muy en vano, he de reconocer, porque sus ojos ya se han clavado en mí. Mi cara está ardiendo como si de fuego se tratase y él no disimula ni un poquito... pero si hay algo que me atrae son las personas que no pretenden esconder nada. Y, qué narices, jamás había visto a un chico tan sumamente perfecto. Si alguna fuerza superior me está escuchando, le pido por favor que este tío deje de sonreír así, si es que no me quiere matar.
—Hey, hola. Soy Caleb Brown. Mi hermana Emily te habrá hablado de mí.
Editado el día 25 de diciembre del 2022 por la autora.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top