Capítulo 13: Nunca subestimes a un gato.
Inuyasha apoyó a su empleada para llegar hasta la mesa donde había encontrado a los otros. No pensó que tuviera que cargar con ella en tal estado. —Creo que no podemos quedarnos más —anunció a Yura, quien estaba con Ayame.
La joven pelirroja también empezaba a marearse debido a un par de tragos fuertes, ella realmente no toleraba demasiado el alcohol. Pero a la luz de las circunstancias y aprovechando que vivía en el mismo fraccionamiento que Koga, prefería perder la conciencia ahí mismo antes de dejarlo ir con Kagome.
La de cabello corto asintió de acuerdo, comenzando a llamar al resto que se dispersó para buscar a la joven Higurashi. Una vez se volvieron a reunir, Yura dejó a la menor para ser llevada por su otro compañero. —Koga, ayúdame con ella.
Koga era un buen chico, después de todo. No se lo pensó antes de cargar cuidadosamente a la pelirroja. Con ambas chicas en tal situación, no era momento de ponerse a discutir. El grupo se movió hacia el privado nuevamente; tras recoger sus pertenencias salieron para abordar el auto del albino que se ofreció a escoltarlos. En todo el trayecto, Jakotsu mantenía un puchero de tristeza, era una lastima que no pudiera despedirse de su adorado barman.
Los primeros en ser llevados a casa fueron Koga y Ayame, matando dos pájaros de un tiro. Para evitar problemas con los padres de la esmeralda, Yura los acompañó a la puerta de su casa. Luego volvió con Inuyasha, diciéndole que podía dejar a Kagome con ella.
Él estaba a punto de acceder, antes de que Kagome tuviera que fingir un ataque de ebriedad para alegar por ir hasta su departamento. Esta actuación le estaba costando cada vez más conforme pasaba el tiempo. Si las cosas continuaban así, alguien que supiera como funcionaba una borrachera se daría cuenta de la anomalía en su comportamiento.
Hablando típicamente, un borracho caería dormido tarde o temprano con este nivel de ebriedad. Si no lo hacía pronto, sus planes se vendrían abajo.
—¡Quiero ir a mi casa! —chilló comenzando a patalear en el asiento donde Jakotsu cuidaba de ella. —¡Vamos a mi casa! ¡Buyo debe estar esperandome! —. Los tres a su alrededor intercambiaron miradas de extrañeza ¿Vivía con alguien?
—Tal vez debas llevarla hasta su casa. Si alguien está esperándola no creo que le guste mucho la idea de que no aparezca o llegue tan tarde —opinó Sakasagami analíticamente. Ella tampoco estaba cerca de su cuarto, pero si se esforzaba en alcanzar el metro, no tendría problemas. Además no le gustaría tener que lidiar con todas las suposiciones estúpidas que sacarían los demás residentes en la casa de huéspedes donde se alojaba si la veían llegar en un auto como el de Inuyasha. —Yo me voy por mi cuenta desde aquí.
—¡No, Yu! Es peligroso que vayas sola a esta hora de la noche —. Jakotsu se mostró inmediatamente preocupado por ella. —Vamos con Inuyasha. Primero dejamos a Kag en su casa y después vamos a la tuya.
—Es una molestia. En serio no hace falta —. Ambos estaban a punto de enfrascarse en una discusión hasta que el ambarino abrió la boca.
—¿Por qué no se acompañan? Yo llevaré a Kagome hasta su casa.
Los dos aludidos cruzaron la vista. Rápidamente estuvieron de acuerdo con la sugerencia de él. No era que abandonaran a la azabache, en realidad conocían al albino lo suficiente como para confirmar que ella estaría bastante segura a su cuidado. —Entonces te la encargamos Inuyasha. Espero que Buyo no te cause problemas.
Yura y Jakotsu se despidieron luego de acomodar a su compañera en el asiento trasero de la camioneta, así, finalmente la de ojos marrón estuvo tranquila, pudiendo relajarse antes de hacer su próximo espectáculo para indicarle el camino. Por el contrario, Inuyasha comenzaba a llenarse de inquietud.
Buyo. El nombre circulaba en su cabeza sin parar.
Por alguna razón comenzó a imaginarse quien abriría la puerta de su departamento ¿Sería el hombre con el que la vio entrar hace algunos días? Pero ella dijo que no tenía novio ¿Un hermano? Ojalá así fuera. El trayecto se convirtió en un letargo en donde no habló ni una palabra. Desencadenando el desconcierto de Kagome.
¿Por qué no le preguntaba donde vivía? Deliberó la joven por largos segundos antes de erguirse hacia la ventana, dándose cuenta de que estaban yendo en la dirección correcta.
—Jefecito... —balbuceó contra el vidrio. —¿A dónde vamos?
Él finalmente dejó a un lado sus pensamientos tormentosos, respondiendo —Vamos a tu casa.
—¡Si, mi casa! Mi casa está bastante cerca de su tienda Ji, Ji. A solo dos cuadras —informó levantando la misma cantidad de dígitos cerca de su cara. A estas alturas ya estaba asomando medio cuerpo entre los asientos delanteros.
—Ya lo sé. Siéntate bien, por favor —solicitó mientras presionaba los intermitentes de la derecha. Seguido, viró en la calle de Iza's por la que se desplazó más allá del establecimiento, dejándolo atrás con rapidez.
—¡Oh, de verdad lo sabe! —se emocionó ella, falsamente. De pronto tuvo una ligera sensación de peligro por las acciones del otro.
¿Por qué Inuyasha sabía dónde se quedaba? ¿Desde cuándo? Un poco menos confiada, decidió analizar todos sus movimientos primero.
No tardaron demasiado en llegar, el complejo era bastante recóndito, por lo que se tuvo que ingresar a pie hasta sus dominios. Debido a que los autos no cabían por el callejón, Inuyasha se vio en la necesidad de ayudarla para caminar hasta la puerta de su apartamento.
Ella aprovechó su cercanía para apoyar todo el peso en su cuerpo, diciendo con alegría. —Muchísimas gracias por llevarme a ese antro tan fabuloso. Nunca había estado en un lugar como ese.
—¿De verdad?
—Se lo juro —habló Kagome de vuelta, alzando su mano con solemnidad. —Es la primera vez que me divierto tanto con mis compañeros de trabajo. En otros sitios todos los jefes eran amargados y tacaños. Usted es tan amable ¡Me cae su... per, bien! —elogió tambaleándose de forma continua. —Me gustaría ir muchas veces ahí ¿Sabe?
—Si tanto te gusta. Te puedo llevar tantas veces quieras.
—¿Lo dice en serio? — ella se regocijó internamente. No esperó conseguir tanto en una sola noche. Definitivamente lo haría cumplir su promesa.
—¿Por qué te mentiría? —respondió afianzando más su agarre en la cintura femenina. —¿Cuál es tu departamento?
—Pensé que mi jefecito sabía dónde era —tanteó. Quería ver exactamente cuánto sabía de ella.
—Tu dirección en la solicitud de empleada no me convierte en un mago. No sé cuál departamento es cuál —excusó. Él sabía con precisión dónde era, pero no pudo dejarle saber que la había seguido en alguna ocasión.
Menos tensa debido a su respuesta, Kagome jugó todavía más en su papel de alcoholizada. —Si me promete con el meñique que me llevará muchas veces a Shikon, le digo cuál es mi departamento —. Alzó su mano, destacando el dedo mencionado para sellar su pacto.
Inuyasha incluso había olvidado que había alguien esperándola. Sin saberlo, comenzaba a sentirse fascinado por esta faceta tan torpe de ella. —Claro, te lo prometo —dictó enganchando su propio meñique con el de la joven.
—¡Grandioso! Mi departamento es el último de la izquierda en el primer piso —. Manteniendo el tono arrastrado y lerdo, se colgó al brazo masculino, instándole con coquetería. —Venga conmigo, le invito un café.
Siendo arrastrado, Inuyasha la siguió cuidando sus pasos, recordando repentinamente al tal Buyo. Se preparó de cierta forma para ofrecer una explicación a quien quiera que fuera esa persona. Estando en la puerta, hizo amago por tocar el timbre, aunque fue detenido con velocidad.
—No te molestes, no hay nadie dentro. Solo Buyo. Je, je. Pero los gatos no saben abrir la puerta —Sentenció rebuscando en su bolsa hasta extraer un llavero. Dándose la divertida de su existencia cuándo él exhaló una gran suspiro de alivio. Inuyasha, ah, Inuyasha. Eres tan fácil de manipular. Solo espera y podrás arrepentirte de haberte metido con un Higurashi.
Tras varios intentos fallidos de insertar la llave en la cerradura, el albino le quitó las llaves, cuando abrió, ella se zafó de su agarre para correr dentro aún con zapatos. —¡Buyo! Ya volví —. Corrió hacia el pequeño living donde chocó con el sofá hasta caerse de forma cómica.
Inuyasha se apresuró en su ayuda mientras la sostenía por los brazos. —No vayas tan a la ligera —le pidió entre enojado y divertido. Era la primera vez que experimentaba esta clase de sensación aunque no lo supiera. —Ten más cuidado.
Mientras ella intentaba pararse, él la elevó con bastante cuidado. El peso de la chica no era suficiente para ser un obstáculo, pero si la halaba con fuerza podría lastimarla. En medio de sus forcejeos contra la gravedad, se mantuvo ignorante sobre su billetera cayendo al suelo. Kagome aprovechó para impulsarse hacia él, rodeando sus brazos alrededor del cuello masculino. Ronroneando de forma coqueta. —Jefecito. Gracias por traerme a casa. Usted, se merece un premio.
Sin previo aviso, se estiró sobre sus puntas para alcanzar su boca... Con un beso.
Inuyasha se quedó estático, como monigote; al tiempo que su corazón comenzaba a latir desbocado. Gracias al empujón que recibió hacía unos segundos, se hallaba sitiado contra la pared y un mueble que se le estaba incrustando por la ijada; escaneó todo su rostro, pasando por esos ojos vidriosos y dilatados, sus mejillas rubicundas; hasta enfocarse en el par de labios rosados de la chica, fruncidos en un intento de beso que incluso estuvo a punto de inclinarse en su dirección.
Más, al final, decidió no continuar con el asunto. Llevó sus dedos hasta la boca de ella, deteniendo todo avance. —Estás borracha — seguidamente, el maullido de un gato, lo hizo respingar desde su posición. Movió el rostro a un lado para observar detrás de Kagome, encontrándose al famoso Buyo.
Sentado ante ellos, observando sus acciones.
No pensó que la simple mirada de un minino lo pusiera tan nervioso; buscó los ojos de la chica para indicarle que el gato estaba ahí, sin embargo ella se desplomó inconsciente sobre su pecho. Mirando al techo con cierta impotencia, empezó a decirle al felino. —Solo traje a tu dueña a casa ¿De acuerdo? No pienso hacer nada raro —hablando, la acomodó entre sus brazos igual a una princesa, mientras cargaba con ella rumbo el pasillo donde se vislumbraron dos puertas.
Probó abriendo una, aunque rápidamente volvió a cerrarla tras ver el sanitario. Se giró en la dirección opuesta, esta ocasión dando con el dormitorio. La depositó en la cama de manera delicada, rebuscando a su alrededor.
La suerte se puso de su lado cuando vio una manta en la silla giratoria del escritorio, le cubrió hasta los hombros sin resistirse a jugar con el flequillo travieso sobre sus ojos. —No te olvides de que el martes prometiste limpiar la oficina por Hitomiko ¿De acuerdo? —. Con eso último se alejó. —Nos vemos, cuida bien de ella —despidió al minino cuando pasó a lado, cerrando tras de sí aseguró la puerta con el pestillo de botón. De principio a fin, el pequeño animalito estaba sentado en el mismo lugar, hasta que su dueña emergió del pasillo con una enorme sonrisa.
—Gracias Buyo —musitó al tiempo que se agachaba. De inmediato, el gato se enrosco a su alrededor revelando la billetera de Inuyasha. Gracias a un entrenamiento especial con ciertas señales, Buyo podía hacer cosas como quedarse en un mismo sitio por prolongados periodos, era bastante útil para la práctica.
Por ejemplo, cuando se quedó en el cableado que provocó aquel embotellamiento y ahora, ocultando la cartera debajo de él. —Te mereces una lata de tu atún favorito —premió recogiendo tanto al animal como el objeto de discordia, tomando el rumbo de la cocina. Su buen humor se disparó entretanto tarareaba una melodía animada.
Abrió la ventana sacudiendo la lata de alimento, en ese instante, otro felino un poco más pequeño y de color amarillo con líneas negras llegó hasta su departamento. —Hola Kirara —saludó con familiaridad. Sirvió dos tazones de alimento para ambos animales dejándolos comer a gusto.
Luego marcó a Miroku para decir: —Kirara llevará un pequeño obsequio contigo, no vayas a olvidarte de los guantes estériles.
—¿Inuyasha se fue? —increparon al otro lado de la línea. Aunque un piso los separaba, no tuvieron muchas oportunidades de hacer ninguna interacción. Por supuesto él no se perdió la parte importante del asunto, si Kagome hablaba con tanta normalidad, significaba que no había nadie alrededor.
—Ja, ja. Digamos que me ahorró la molestia de acostarme con él.
—Ahora si que puedo morir en paz, la infalible chica indefensa y ebria fue rechazada. Qué novedad.
—Parece que todavía existen los caballeros. Habrá que ver cómo cumple su promesa.
—¿Promesa?
—Prometió llevarme a Shikon tantas veces yo quisiera. Así que tendré que aprovecharlo al máximo —entretanto charlaban, ella depositaba la billetera del albino en una bolsa hermética y la colgaba al collar de Kirara. —Te repito, no olvides usar guantes esterilizados. Nos vemos mañana.
—Eres malvada, jefa. Asegúrate de no corromper el alma de ese pobre e inocente caballero —. De fondo una fuerte carcajada femenina se oyó romper la quietud. Sin duda era Sango.
Ninguno hizo más comentarios antes de dar por terminada la comunicación. Kagome instó a la gatita amarilla en subir hasta el siguiente balcón con su obsequio a cuestas en cuanto finalizó su tazón de atún, quedándose a contemplar desde la ventana.
Repentinamente se sumió en un letargo difuminado, rememorando una y otra vez las caricias sobre su frente, una sonrisa nefelibata apareció en sus rasgos sin darse demasiada cuenta. —Un inocente caballero ¿Eh?
Por su parte, Inuyasha no notó la ausencia de su cartera hasta que estuvo en casa. No recordaba donde pudo tirarla, pero mantenía la esperanza de que hubiera sido donde Kagome para poder recuperarla. Por si las dudas, bloqueó sus cuentas bancarias temporalmente mientras se quedaba en el estudio de su vivienda para trabajar.
Se colocó un par de anteojos de descanso, sacando algunos documentos de su escritorio. La llamada que recibió había sido una urgencia de un pequeño caso que llevaba recientemente, al parecer su cliente tuvo dificultades y decidió acelerar su proceso legal, por lo tanto debió ponerse al corriente con la situación.
Aunque muchas personas lo sabían, pocos se atrevieron a contratar sus servicios como abogado. Era eficiente, más, los rumores a su alrededor pesaban todavía. Y aunque aprendió a lidiar con ellos, no pudo cambiar la opinión de la gente sobre él.
Martes por la mañana, era temprano cuando Kagome terminaba de darse una ducha, paseando por su habitación con un albornoz verde menta, escuchó el tintinear de un cascabel desde la cocina e inmediatamente su celular comenzó a vibrar sobre su cama. —¿Qué sucede?
—He estudiado la tarjeta de Inuyasha a profundidad. Pero no nos conviene infectarla. Prepararé otro método así que mantenga informado sobre cuando irás de nuevo a Shikon. Por cierto, los chips de los que hablamos van en el collar de Kirara, asegúrate de instalarlos en el teléfono de su oficina.
—A la orden.
Cuando llegó a Iza's, ya se encontraban abriendo la puerta. Saludó a todos con alegría aunque se mantuvo alejada de Inuyasha a propósito, como si algo le avergonzara. Él la miró apenas por un segundo ocultando la diversión en sus ojos.
Las tareas del día comenzaron igual que siempre, luego de cambiarse limpiaron el piso de la tienda. Al faltar Hitomiko, Koga asumió temporalmente el papel de cajero para que Inuyasha le explicase a Kagome cómo debía ordenar la oficina.
Ambos se encerraron ahí, olvidándose del mundo. Él le indicó donde estaban los artículos de limpieza dentro del sanitario particular, declarando. —Lo único que tienes que hacer es limpiar el espejo del sanitario, el lavabo y activar la auto limpieza del inodoro. Afuera solo se limpia con un paño por sobre los muebles y para el piso utilizas el robot como en la tienda.
Kagome asintió, evitando la mirada ámbar a toda costa.
—¿Sucede algo?
—No, no se trata de eso. Es solo que... —. Ella se cortó a la mitad, restregando sus manos, una contra otra de forma nerviosa. —Perdón por lo que sucedió en el fin de semana.
Inuyasha suavizó su expresión ante esas palabras. —No te preocupes. No eres la primera persona que se emborracha en una de esas reuniones.
Ella asintió significativamente. —Por cierto, quería preguntarle ¿Usted... me llevó a casa?
—Yo te llevé al bar, es obvio que también debería de encargarme de tu seguridad ¿No te acuerdas?
—Oh —. A continuación, sacó la billetera del hombre, ofreciéndole con ambas manos. —Honestamente no recuerdo mucho, pero asumí que usted me llevó a casa después de encontrar esto bajo mi sofá. Disculpe si lo hice pasar por alguna situación extraña.
Él se movió para tomar el objeto sin complicaciones a pesar del alivio que lo invadió al ver la tarjetera de cuero. —No tienes que disculparte, está bien —. Jugó con el mechón de cabello rizado que se escapaba de la coleta, en la base de su nuca. —¿Todavía merezco la recompensa de la que hablaste el domingo? —bromeó viéndola a los ojos.
Aún sabiendo que no era su tono de ojos natural, aún sabiendo que utilizaba lentillas, Kagome no pudo evitar sentir una atracción mística en sus irises. Se sonrojo, medo en serio, medio actuado, cubriéndose la cara con ambas manos. —Perdón joven Inuyasha. No era mi intención molestarlo con mis disparates.
Él soltó una risa ligera, profunda. —¿Molestarme? No es el caso.
—Entonces... ¿No está enojado por lo que dije?
De forma hábil, el muchacho la sujetó por la parte trasera de la cabeza, obligándola a mirarlo de frente. Aprisionada contra el escritorio, sintió su otra mano viajar hasta apoyarse en la madera. —¿Por qué me molestaría una recompensa como esa?
El aliento tibio chocó contra su barbilla, la lentitud de su cercanía le dio una rara sensación de impaciencia a la mujer, al tiempo que encapuchaba los párpados, entre abriendo sus propios labios coloreados de rosa sandía. La tensión se elevó en escasos segundos, esperando quién daría el siguiente paso. Ella se rindió a ese magnetismo en los ambares, esforzándose por alcanzar la boca masculina.
En cuanto la afirmativa llegó, Inuyasha empujó aún más su cuerpo hacia Kagome. Cerró los ojos para centrar toda la atención en el beso, de forma experimental movió los labios sobre los de ella para iniciar una danza a la que pronto se acoplaron rítmicamente. Dejándose llevar enroscó el otro brazo alrededor de la pequeña cintura, dejándola posar las manos sobre sus pectorales perfectamente palpables a través de la camisa.
El ritmo vertiginoso se desató hasta el punto de leves jadeos ahogados, sin embargo, pronto la voz de Jakotsu acompañada por toquidos provocó un sobresalto en Kagome.
Continuará...
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