Capítulo I - Piloto
Veintisiete de diciembre de 1998 – Bolaños, Jalisco – 9:20 PM
—Yo sé que en este momento tu vida es una mierda, que piensas que es la única salida a tus problemas. Yo mismo he estado en esa situación, y no vengo a negarlo –aquél sujeto metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta–. La vida es una culera, siempre nos chinga a todos, y justo cuando creemos que –sacó de su bolsillo un cigarro, lo colocó en su boca y lo encendió– que todo está bien, nos da una patada en el trasero y se burla de nosotros. Pero, también hay cosas por las que vale la pena el esfuerzo.
—¿Cómo cuáles? –grité sin bajar la mirada al agua del río.
—Como los tacos, la cerveza y el tequila. Te juro por Dios que, si no existieran, ya me habría volado los sesos –rio.
Pasó un momento de silencio incómodo entre los dos, nosotros éramos las únicas dos almas ahí, y solo las luces del puente alumbraban la escena.
—Mira, perdona, no soy muy bueno con las palabras. Lo que quiero decir es que todos, tarde o temprano, encontramos algo que le da sentido a esta vida. Si me lo permites –escuché sus pisadas acercándose– déjame ayudarte a encontrar ese algo. Te prometo que lo encontraremos, solo déjame ayudarte –su voz se encontraba mucho más cerca de mí.
El viento sopló sobre mi cabello y la corriente del rio se calmó por un instante. Aún estaba tembloroso, a la expectativa de lo que ocurriría si me arrojaba en ese momento. Volteé la cabeza sin dejar de agarrarme del tubo que tenía detrás y fue entonces que vi el rostro de un joven en sus veinte, con cabello castaño y ojos brillantes con una sonrisa tranquilizante, una bella y dulce sonrisa que me invitaba a tomar la mano que extendía para sacarme de ahí.
—Anda, toma mi mano. Te prometo que no te haré daño ni tampoco contaré lo que pasó, solo ven y vayamos por unos tacos y unas cervezas, yo invito.
Giré mi cuerpo con cuidado y tomé su mano. En cuanto lo hice, sentí una calma indescriptible, como si hubiese sido el propio destino tomándome de la mano y dándome otra oportunidad.
Septiembre del 2018 – Paraíso, Tabasco – Presente
—Karen, levántate ya. Tienes que ir a la escuela –enunció mi madre alzando las cortinas y haciendo caer un rayo de luz directo a mí.
Abrí lentamente los ojos, me quité las sábanas de encima y me incorporé poco a poco. Eché un vistazo por la ventana, apenas relucía el sol y el cielo estaba completamente despejado, incluso se podía observar algunas estrellas. Podría ser una mañana perfecta para alguien que aprecia los detalles de la vida, sin embargo, para mí, solo era un amanecer más.
Arreglé mi ropa, bajé las escaleras y salí de casa para ir a la preparatoria, la cual no estaba tan lejos de mi casa. Llegué y tomé asiento en mi lugar de costumbre, hasta atrás. No demoraron en entrar los demás al aula. Ninguno de ellos me dirigió la palabra, no tenían por qué hacerlo, puesto que no contaba con ningún amigo en este lugar. La única compañía que tenía durante mis recesos eran mi viejo celular y mis audífonos. Siempre se me había dificultado hacer nuevos amigos, y cuando los pude hacer, me los arrebataron de golpe. Sigo teniendo sus contactos, no obstante, nunca fue lo mismo desde que me fui.
El día transcurrió como de costumbre hasta llegar a las dos de la tarde, cuando sonó la campana y pude tomar mis cosas para irme de ahí. Solía irme caminando a casa, la ciudad no era tan grande y mi madre trabajaba todo el día, por ello nunca se daba cuenta de la hora en la que realmente llegaba. Paseé por las calles del centro, vi a varias parejas de la mano sentadas en las bancas del Zócalo, algunos padres acompañados de sus hijos y alguno que otro vagabundo merodeando las calles pidiendo limosna a quien se le acercara. Me pregunté si eso solo ocurría aquí. Tras poco más de una hora llegué a casa, abrí la puerta y dejé mis cosas en la sala. Fui a la cocina a revisar si mi mamá dejó algo preparado. Allí estaba una cacerola con salsa, un par de tortas a lado y una olla llena de carne preparada.
Suspiré.
Desde el incidente, mi mamá ha tratado de animarme de todas las formas posibles, una de ellas siendo la comida. Algunas veces trata de preparar platillos típicos de donde venimos. Lo agradecí en mi mente, sin embargo, lo único que me provocaba es nostalgia por todo lo que llevó la desaparición de mi papá, razón por la cual nos mudamos aquí. Hace casi medio año, mi madre, Andrea, recibió una carta de mi papá en la que mencionaba que él se había marchado a Montreal y que por favor no lo buscáramos. Ella, al terminar de leer el papel, casi de inmediato comenzó a preparar las maletas para mudarnos. Rompió el corazón de ambas y nos fuimos de ahí de la noche a la mañana. Y henos aquí, meses después, solas las dos en una ciudad que simplemente no era para nosotras tratando de seguir con nuestras vidas cuando ambas sabíamos a la perfección que nunca iban a ser lo que fueron algún día.
Serví la comida en un plato y comí más por inercia que por hambre. Después, quise dar una vuelta para despejar mi mente así que salí de la casa, caminé un par de cuadras y, como era costumbre, me desvié hacia una pequeña tienda.
—Buenas noches, ¿me da un cigarro suelto por favor?
La señora ya mayor asintió, le di el dinero exacto y me dejó sacar el cigarro de la cajetilla.
—Oiga, ya hace tiempo que la veo por acá, viene todos los días y compra su cigarro. Por lo general, los jóvenes de su edad solo vienen un par de veces antes de que sus padres les prohíban fumar, pero con usted es diferente. Si sigue este ritmo, no va a llegar a mi edad.
Puse el cigarrillo en mi boca, me acerqué al encendedor que tenía colgado en la puerta para prenderlo y di una gran bocanada.
—Señora, como usted dice, vengo acá desde hace meses todos los días. Si de verdad le preocupara mi salud, no me habría vendido nada desde un inicio. Por favor, deje la hipocresía a un lado.
Di media vuelta, salí de la tienda y caminé hasta llegar a una barranca, a un par de cuadras de allí. Me senté al borde, reposé mis manos en el pasto y me quedé viendo las estrellas en el cielo.
¿Será que todo lo que ocurrió fue por algo que yo provoqué sin darme cuenta o es todo un mero castigo por algo que aún no ha pasado?
—Vaya mierda –dije al aire.
Me quedé en el lugar un rato, posteriormente regresé a casa y ahí terminó mi día. Al día siguiente me levanté de la cama, preparé todo lo que debía llevar y fui a la preparatoria. Todo transcurrió como de costumbre, al menos hasta la hora del receso, donde una chica se acercó a la mesa en la que me encontraba.
—Hey –alzó su mentón en señal de saludo.
Levanté mis audífonos y los puse alrededor de mi cuello para poder escucharla.
—Hola.
—Te he visto aquí desde hace varias semanas. Parece que no le hablas a nadie. Soy Lizeth –estiró su mano hacia mí.
—Me llamo Karen –estreché su mano.
—Lindo nombre. ¿Te molesta si me siento contigo para comer? –preguntó con amabilidad.
—Está bien.
Ella se sentó en el asiento que se encontraba a mi lado. Platicamos por un buen rato sobre varias cosas. Aparentemente, ella era de tercer año, le gustaba la misma música que a mí y toda su vida había vivido en esta ciudad. Realmente estaba disfrutando de la charla hasta que la campana sonó. Entonces, me ofreció un dulce y cada una regresó a su respectiva aula. Una vez dentro, abrí el dulce, noté que no tenía ninguna marca que yo reconociera. Supuse que debía pertenecer a alguna empresa local, lo puse en mi boca y lo comí mientras estaba en la clase. El resto del día transcurrió tranquilo.
Los días siguientes ambas hicimos una clase de pacto en la que nos solíamos juntar para almorzar durante los recesos mientras platicábamos de cualquier cosa que nos gustara o incluso de nuestros problemas del día a día y, justo al final, cuando la campana sonaba, ella me daba un pequeño dulce que me relajaba bastante, el cual cada ocasión era de un sabor distinto, desde sabores clásicos como plátano hasta sabores poco comunes como maracuyá. Sin embargo, algo tenían aquellos dulces que todos ellos tenían un sabor en común, solo que no logré identificarlo en ninguna de las ocasiones. Para ser honesta, nunca había sido una persona que consumiera dulces, por ello, supuse que era algo que todas las golosinas de ese tipo contenían y por ende el sabor.
El tiempo siguió su marcha y nuestras pláticas cada vez se volvían un poco menos banales, hasta que un día ella hizo la pregunta que yo había evitado por mucho tiempo:
—¿Por qué se mudaron aquí? –esbozó una sonrisa.
—Porque... –hice una breve pausa, traté de idear una historia en mi cabeza sobre nuestra llegada a esta ciudad, pues sentía bastante vergüenza de admitir que mi papá nos había abandonado–. Porque el estudio para el que trabaja mi mamá le pidió hacer una investigación sobre esta ciudad para uno de sus proyectos.
—¿No me habías dicho que tu mamá trabaja en el restaurante del hotel que está en el centro?
Mierda. De tanto que habíamos platicado estas semanas olvidé que en alguna charla le comenté sobre lo que hacía mi madre. Suspiré.
—La verdad es que nos mudamos porque mi papá nos abandonó, él se fue a Montreal. Y mi mamá no quiso quedarse allá porque, según ella, todo ahí le recordaba a él y nos mudaríamos a un lugar donde estuviéramos a salvo.
—¿A salvo? ¿A salvo de qué? –arqueó su ceja con curiosidad.
—Bueno, mi papá... –dudé un momento en decirlo o no, sin embargo, confiaba en Lizeth y abrirme con ella era el primer paso para lograr tener algo que anhelaba desde lo profundo de mi ser: una amiga verdadera–. Mi papá era un policía, uno muy bueno para ser franca –coloqué el tóper de comida en la mesa para expresarme con comodidad–. Él me contó que estaba investigando la desaparición de unos niños, que no me podía contar mucho, pero era algo bastante serio. Se fue por un tiempo porque tenía que "ser uno de ellos" –hice el gesto de comillas con mis manos"– y nunca supimos nada de él hasta que recibimos su carta.
—Oh, ya veo. Lamento mucho haber preguntado, no era mi intención...
—No te preocupes –la interrumpí–. No sabías al respecto, está bien –volteé la cabeza e hice una triste sonrisa que no duró ni dos segundos.
Ambas guardamos silencio por varios segundos que se sintieron como una eternidad, evitando la mirada la una de la otra.
—Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? No me lo tomes a mal, es solo una simple duda.
—Dime –respondí.
—¿Y si tu papá nunca los abandonó y en realidad le pasó algo más, y por eso tu mamá quiso que se mudaran tan lejos para poder estar a salvo?
Me quedé perpleja con la mirada fija en la nada. Nunca había considerado que a mi papá le hubiese sucedido algo más y por ello mi madre quisiera ponerme a salvo. Pero, de ser así, ¿por qué ella nunca me dijo? No puede ser posible, ¿después de todos estos años, por qué me ocultaría algo así? No. Si le hubiese pasado algo a mi padre, mi madre me lo habría dicho, ¿cierto?
La campana sonó y Lizeth solo fijo su mirada en mí, como si hubiese tratado de disculparse por dar a entender semejante declaración para después dejarme sola con mis pensamientos. Pasaron unos segundos y, cuando vi que ya casi no había nadie en el patio, levanté mis cosas para regresar al aula.
—¡Espera! –tiró de mi brazo.
Ella acomodó su mochila de frente y comenzó a buscar desesperadamente entre sus cosas. Tras unos segundos, sacó un par de dulces y extendió su mano para dármelos.
—No estoy de ánimos para dulces –respondí irritada.
—No, no son dulces normales. Son para que te puedas relajar y te olvides de esta charla. Tómalos –agitó su puño para provocar que los agarrara.
Giré la cabeza para asegurarme de que nadie estuviera viendo, me sentí como una delincuente por un momento. Cuando me percaté de que un profesor nos observaba a lo lejos, tomé rápidamente lo que estaba en su mano, lo guardé en el bolsillo y corrí hacia el salón antes de que indagara más sobre el tema.
El resto del día estuve dando vueltas y vueltas a lo que me mencionó, planteándome la posibilidad de que mi padre no nos hubiera abandonado sino, más bien, que le hubieran hecho algo. La cabeza me dolía tanto del estrés que me provocó pensar en eso. Sobé un poco mi frente hasta que, por accidente, sentí con mi codo el bulto en el bolsillo de mi suéter. Saqué uno de los dulces y plasmé la mirada en la envoltura. Era idéntica a las de los caramelos que me había dado los otros días. De repente, la ira me invadió, pues ella me cayó como un balde de agua fría que Lizeth me había estado drogando todos estos días sin que me diera cuenta. Los guardé nuevamente en mi suéter y traté de prestar atención a la clase.
Transcurrieron unos minutos cuando me di cuenta de que tenía la mirada clavada en el reloj en la pared. Por cada segundo que pasaba, mi cabeza quería estallar. De pronto, vinieron a mi mente las palabras que me había dicho esa chica sobre relajarme, bajé la cabeza para ver los dulces y estos se sintieron como una tentación irresistible, pues todos los días a esta hora yo ya había consumido lo que sea que fuera eso y mi día corría tranquilo. Cerré los ojos, los apreté y, sin dudarlo, abrí ambas envolturas, los eché en mi boca y esperé a que provocaran su efecto.
Poco después, sin que yo me diese cuenta, el caramelo surtió efecto a tal grado que comencé a disociarme de la clase y el tiempo pasó volando frente a mí. El día escolar acabó y seguía bajo los efectos de esa cosa. Pensé en pedir un taxi, no obstante, no tenía un solo peso, así que procedí a caminar por la ruta de siempre. Después de tres horas y media, a un paso demasiado lento, por fin llegué a mi hogar. Saqué las llaves de la casa, abrí la puerta y, para mi desafortunada sorpresa, mi madre estaba ahí, haciendo algo en la cocina.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí? –caminé lentamente hacia la sala para soltar mi mochila en el sofá.
—Aquí vivo, tontita –rio.
Di unos pasos, entré a la cocina y mi madre estaba sentada en el comedor, donde había dos platos de comida servidos.
—¿Por qué tardaste tanto en llegar? Se supone que sales a las dos y el transporte te deja acá en quince minutos. ¿Dónde estabas?
—Vine caminando –jalé la silla del comedor y me senté.
Acomodé la silla cerca de la mesa, tomé los cubiertos y di un bocado de lo que estaba servido sin alzar la mirada del plato.
—¿Estás borracha? –preguntó repentinamente.
—¿Qué? –fingí sorpresa.
—No me quieras ver la cara, chamaquita –colocó sus manos sobre la mesa y acercó su rostro–. Esa mirada agachona es de alguien que está borracho. ¿Estuviste tomando? –hizo una pausa– ¿o te drogaste?
Me quedé callada, alcé la mirada por un segundo y la vi a los ojos.
—No tomé nada –respondí seca.
—No, no señor –se puso de pie y retiró mi plato–. En esta casa no voy a tolerar que mi hija esté yendo a la escuela a meterse porquerías.
Exhalé en frustración.
—¡Ah! La señorita todavía tiene el descaro de molestarse –se detuvo junto a mí, tomó firme mis mejillas con sus manos y las movió de modo que yo la estuviese viendo–. Ahora dime, ¿qué te metiste?
—Nada –espité sin fuerza.
—¡¿Qué mierda te metiste, niña?!
—¡Suéltame! –zafé brusco mi rostro de sus manos–. ¡Tu no tienes derecho a decirme nada, maldita mentirosa!
Ella se quedó anonadada, nunca por ningún motivo le había respondido en ese tono o usando algún insulto. Por mi parte, solo respiré de manera agitada con las manos aferradas a la silla, con miedo recorriendo mis huesos de pies a cabeza.
—¿Por qué me mentiste? –me levanté de mi asiento–. Mi papá nunca nos habría abandonado así de la noche a la mañana, él nos amaba, yo lo amaba. Él nunca se habría ido sin al menos darnos una explicación –hice una pausa–. Y lo sabes.
Su semblante cambió de inmediato, sus ojos ya no mostraban ira sino dolor y culpa. Perdió levemente el equilibrio y dio unos pasos hacia atrás.
—Él está muerto, ¿verdad? –intuí.
Agachó la mirada y sin decir nada lo dijo todo.
—Hija, yo...
—¡¿Por qué me lo ocultaste tanto tiempo?! –la interrumpí, mientras una lágrima resbalaba por mi mejilla– Todos estos meses odié a mi papá porque creí que nos había abandonado cuando en realidad ¡él estuvo bajo tierra desde un inicio! ¡Quién te dio el derecho de hacerme odiar al hombre que me dio la vida! –caí en llanto.
Ella al instante se acercó y me abrazó fuerte en su pecho. Estaba furiosa y dolida, realmente llegué a maldecirla de mil formas en mi mente, sin embargo, también era una niña a quien le acababan de confirmar la muerte de su papá. Al final, extendí mis brazos y la abracé recíprocamente. Ambas lloramos al unísono.
Tras unos momentos, mi madre comenzó a acariciar mi cabello buscando calmarme mientras yo seguía llorando de impotencia.
—Perdóname, Karen. En verdad, perdóname –dio unos besos en mi cabello–. Cuando yo recibí esa carta, sabía que teníamos que irnos porque no estábamos a salvo ahí. Tu padre estaba en un caso serio con gente muy peligrosa y lo primero que pensé fue ponerte a salvo. Yo sabía que, si te lo decía, tu nunca habrías querido irte, habrías querido velar y enterrar a tu padre, pero esa gente no espera a que uno vele a su difunto, ellos iban a venir por nosotras y no lo iba a permitir. Es por eso que nos mudamos al otro lado del país, para que tú estuvieras a salvo.
—Está bien, ma –respondí tenue–. Te perdono.
Permanecimos de esa manera por un buen rato hasta que logré calmarme. Posteriormente, ambas nos sonreímos mutuamente y acordamos terminar de comer.
Una vez que acabamos de comer, le indiqué a mi madre que necesitaba ir a dar una vuelta, aunque omití que iría de paso por un cigarro suelto para terminar de calmarme. Ella accedió, así que tomé mis llaves, abroché mi chaqueta y salí a la calle. Era una noche airosa, había una ligera llovizna y, a lo lejos, se distinguían algunos rayos cayendo sobre la ciudad. Fui a la tienda de siempre, compré el cigarro con la señora que no hizo más que mirarme con desprecio, salí de ahí y fui al lugar de siempre para descansar. Terminé de fumar el cigarro, lo tiré en el suelo y lo pisé para apagarlo. Posteriormente, me dirigí de vuelta a la casa. Apenas avancé unas cuadras, noté que a unos metros había dos hombres siguiéndome. Traté de disimular y desvié mi camino por algunas calles para comprobar si de verdad lo hacían o solo era una coincidencia. Tras un par de manzanas, llegué a una conclusión: estaba siendo seguida.
Comencé a correr hacia la calle en donde, por lo general, había gente transitando. Llegué, no obstante, casi no había personas en la calle debido a la lluvia. Intenté hacerles ademanes a las pocas personas que me topé, pero, para mi desgracia, ninguna de ellas hizo el más mínimo esfuerzo por auxiliarme. Seguí corriendo cuando, de pronto, una camioneta tapó el camino y de ella salieron dos hombres que se dirigieron hacia mí. Me detuve inmediatamente y observé a mí alrededor para ver si había alguna otra posible salida, sin embargo, fue en vano. Los hombres se acercaron cada vez más, estaban rodeándome. Corrí por el borde de la calle, pegado a las casas para tratar de esquivarlos, más fue inútil. Uno de ellos me tomó por los hombros, haciendo que me detuviera. En ese momento giré la cabeza y le di un puñetazo para que me soltara, no obstante, en tan solo cuestión de un par de segundos, los otros tres estaban sosteniendo mis manos y mis hombros. Traté de poner la mayor resistencia posible y grité por ayuda como una última opción.
Finalmente, el hombre al que golpeé se acercó a mí, sacó una botella de su morral, mojo un trapo con el líquido que tenía dentro y con fuerza me lo puso en la nariz, haciendo que lo inhalara y al instante mi vista se desvaneciera casi por completo. Ellos cargaron mi cuerpo con la vista fija hacia el cielo. A pesar de que no podía mover un solo músculo, aún permanecía consciente. De pronto, sentí como me soltaron descuidadamente al suelo. Mi cuerpo cayó de lado, ahí pude ver como entre todos sometieron al hombre al suelo, con sus pies sobre su cabeza. Después, escuché las pisadas de alguien a quien no lograba ver cayendo sobre los charcos que se formaron en el camino. Pasó sobre mi cuerpo, se acercó a aquel hombre, desenfundó su arma y disparó sin cesar. Inmediatamente cerré los ojos mientras mi cuerpo temblaba de terror. Tras un par de segundos, escuché nuevamente esas zancadas acercarse a mí. Entré en pánico absoluto. En ese mismo momento, intenté con toda mi fuerza mover mis brazos y mis piernas para poder levantarme, sin embargo, apenas si logré que temblaran. Estaba a merced de ese sujeto. Las pisadas se detuvieron y vi como las piernas se doblaron, descubriendo así el rostro pálido de un hombre que lucía en sus cuarenta. Acarició suavemente mi mejilla con sus dedos un par de veces.
—Descuida, Karen –dijo una voz gruesa de tono calmado–. Mientras no hagas lo que acá nuestro amigo hizo, no te sucederá nada –acarició mi cabello–. Ustedes, recojan el cuerpo y sáquenos de aquí, ya.
De repente, sentí las manos de alguien cargando mi cuerpo mientras mi cabeza quedó suelta, viendo el agujero en la cabeza de ese hombre tirado en el suelo. Fue entonces que no resistí más y en ese momento me desvanecí.
Al día siguiente - 9:00 A.M.
E.
—Entre otras noticias, –se oyó por la radio del coche– hoy en la mañana se encontró el cuerpo de quien las autoridades identificaron como Álvaro Trujillo en las afueras de la colonia de Chiltepec. Según los informes, el hombre recibió varios impactos de bala tras iniciarse un conflicto a golpes. Posterior a esto, los sujetos se dieron a la fuga en una camioneta SUV negra. Hasta el momento, la policía no tiene a ningún sospechoso, pero declararon harán una investigación minuciosa al respecto. En unos instantes volvemos con más información.
Apagué la radio, bajé del auto y me dirigí hacia el Departamento de Policía de la ciudad, lugar donde se encontraba mi oficina de trabajo. En la entrada, vi a una señora discutir con un oficial, me pareció escuchar que estaba reportando a una niña, mas no le presté tanta atención y proseguí con mi camino.
Entré al despacho y me percaté que un hombre de apariencia algo gastada, vestido de traje, con una valija en la mano, me estaba esperando ahí sentado.
—¿Puedo ayudarlo? –dije claro y fuerte, a lo que inmediatamente se puso de pie.
—Buenos días. Tengo entendido que usted es el detective Eduardo Gonzales, el oficial con la fama de tener la mayor tasa de casos resueltos en esta ciudad, ¿cierto? –me vio directo a los ojos.
—Así es, señor –respondí.
—Bien, pase, tenemos que hablar sobre algunas cosas.
Entré de lleno a la habitación, cerré la puerta y tomé asiento.
—Bien, señor Gonzales, ¿escuchó las noticias de esta mañana acerca del hombre que mataron en Chiltepec?
—Sí, dicen que murió por impactos de bala en una riña, probablemente haya sido a causa de algún asalto, nada fuera de lo común –alcé los hombros– ¿Por qué la pregunta?
—Está muy equivocado, el hombre al que asesinaron murió a manos de unos hombres al tratar de rescatar a una niña de ser secuestrada, su nombre es Karen Velázquez Rojano –abrió su portafolio, sacó de éste un folder amarillo y lo colocó encima de mi escritorio–, hija de la señora que, supongo yo, vio discutir con el oficial cuando entró al edificio.
Tomé la carpeta y pude ver las fotos del suceso. Observé detenidamente las imágenes en donde esta chica estaba siendo raptada, las caras de los hombres que la llevaban y las placas de la camioneta. Me sorprendió.
—Las marcas de las fotos indican que provienen de cámaras de seguridad del gobierno –alcé la mirada– ¿cómo las consiguió? –pregunté curioso.
—Tengo mis métodos, así como usted debe tener los suyos, detective –levantó nuevamente el maletín que llevaba, lo abrió y lo colocó descubierto hacia mí–. Mire, estoy dispuesto a pagarle diez mil dólares en efectivo, completamente limpios, si usted encuentra a esa chica y la saca sana y salva de donde sea que esté.
Lo miré fijamente a los ojos, me resultó demasiado raro todo este asunto.
—¿Es usted familiar de la niña? –pregunté extrañado.
—No –respondió seco.
—¿Entonces por qué está tan interesado en ella? Con todo respeto, con ese dinero y con la información que tiene creo que podría encontrarla usted mismo, después de todo, no creo que le sea difícil encontrarla con los recursos que posee –cerré y aparté la valija de mi vista.
—¿Sabe qué? Tiene usted razón, tal vez podría encontrarla por mi propia cuenta –sonrió.
Hizo una breve pausa, metió la mano en la parte interna de su saco, extrajo una pequeña foto y la puso sobre el escritorio. Se trataba de una imagen de mi esposa y mi hijo pequeño.
—Oiga, por cierto, tiene una linda esposa señor Gon...
—¡Le juro que, si pone un dedo encima de mi familia, yo mismo me encargo que pase el resto de su vida en una celda del sector para abusadores sexuales para que le hagan mierda el ano! –grité mientras lo sujeté del cuello con ambas manos.
—Tranquilo, tranquilo. No querrá llamar la atención de todo el departamento de policía, ¿o sí? –volteó a la ventana que daba al recinto y giré mi cabeza para darme cuenta de que varias personas se percataron de mi reacción– además, aunque me meta a prisión, otras personas se encargarían de sacarme de ahí, y esas mismas personas estarían bastante molestos con usted –lo solté–. Tomando en cuenta que saben dónde vive y que está bajo constante vigilancia, yo no le jugaría al chingón –acomodó su saco.
Coloqué mis manos sobre mi cabeza y las apreté. Comencé a preocuparme de la seriedad del tipo y en ese momento supe que no era alguien cualquiera.
Suspiré, traté de tranquilizarme y volví a dirigir la mirada hacia ese hombre.
—¿Quién es usted y qué quiere de mí? –dije afligido.
—Tranquilícese, no vine aquí a lastimar a su familia, lo que nosotros queremos es que encuentre a Karen y la saque del lugar en el que está. Conocemos su amplio historial para resolver diversos tipos de crímenes y creemos que usted es la persona indicada para este caso. Si logra concretarlo de manera exitosa lo dejaremos a usted y su familia en paz e incluso le daremos el dinero, ¿qué le parece? –esbozó una sonrisa nada tranquilizante.
Agaché el rostro y perdí la mirada en el escritorio, maquinando todos los posibles escenarios en mi mente.
—¿Qué hay si no? –murmullé.
—Bueno, solo digamos que está en su mejor interés encontrar a la niña.
Tras decir aquello, se levantó tranquilamente de su asiento y tomó su maleta.
—Tome –sacó una tarjeta de presentación de su saco y la colocó en la mesa– llame a este número cuando se haya calmado y tenga más información sobre Karen –caminó hacia la puerta, giró la perilla y, antes de salir, giró su cabeza–. Tiene cuarenta y ocho horas para dar con su paradero.
Salió de la oficina y cerró la puerta tras sí. Lo único que pude pensar fue en mí familia. No podía permitir que nadie los dañase. ¿Quién era ese hombre y por qué tenía tanto interés en esa chica? Daba igual la respuesta, tenía que encontrarla por el bien de mi esposa y mi hijo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top