Capítulo 12. Fruto y flor

Speranwa estaba observando a un "material" hombre, que ejecutaba un extraño instrumento musical que consistía en una vara hueca con agujeritos. Al menos, eso fue lo que vio Uryan, que estaba observando los recuerdos que Speranwa le transfirió antes de desaparecer por completo.

El hombre, al verla, soltó su instrumento musical y casi se alejó de ella. Luego, la observó mejor, como si viese al ser más hermoso que jamás había conocido. Speranwa se encontraba dentro de un envase corpóreo falso, por lo que podía soportar la materialidad de los organismos y objetos que se encontraban en ese mundo.

Uryan pasó ese fragmento de recuerdo y se encontró con otro, en donde ella estaba con Solestelar cuando recién la conoció. Solestelar tenía un brillo potente en el pecho, señal de que acababa de salir del sol y adquirir la energía cósmica que le permitiría adoptar una forma y una consistencia definida. Speranwa extraía un poco de energía que encontraba en los alrededores y se lo adhería al frágil cuerpo de Solestelar. Cuando terminó, Solestelar sonrió, se miró a un espejo que Speranwa hizo aparecer y exclamó:

- Ahora sí podré viajar. A lo mejor, así sabré mis orígenes.

Por sus palabras, realmente Solestelar no tenía ni idea de que su alma residía de una estrella. Entonces, Uryan empezó a preguntarse el porqué Speranwa no la ayudó a regresar al sol. Puede que, a lo mejor, no sabía lo que hacía y solo creía que Solestelar, por un "accidente" de choque de energías, se volvió incorpórea. Tenía tanto por investigar... pero se encontraba ahí, encerrado en la nave de Mijail por tiempo indefinido.

Volvió a vislumbrar los recuerdos de Speranwa. En ese momento, volvió a vislumbrar aquel mundo material donde conoció a su amado. El hombre seguía con ella y tenía en sus manos una hermosa flor rosada, con muchos pétalos y espinas en su tallo. Speranwa lo tomó, pero se pinchó con las espinas y su "envase corpóreo falso" emitió unas pequeñas manchas de líquido rojo, que los materiales llamaban "sangre".

- Creí que los ángeles no sangraban- le dijo el hombre, hablando en el idioma de Speranwa.

- Mientras esté en este cuerpo, soy casi como un mortal- le respondió Speranwa- pero no será por mucho tiempo. Pronto debo irme, dado que mi gente no desea que nos juntemos con los mortales.

- ¿Qué tiene de malo que los ángeles y los mortales nos casemos? Nosotros nos amamos y hasta tuvimos dos hermosas hijas. ¡miralas cómo juegan!

Speranwa volteó la cabeza y observó a sus hijas. Uryan las reconoció, a pesar de que eran tan pequeñas que apenas le llegaban a las rodillas del hombre. Eran Kienya y Sharman. Estaban chocándose las manos y cantando una extraña canción, seguro con el idioma de los "materiales" o "mortales", como se autodenominaba el amado de Speranwa.

- Ellas no deben permanecer aquí- le dijo Speranwa al hombre, mientras empezaba a lagrimear- pronto vendrán los ángeles a exterminarlos a todos. No podré salvarte a ti, por lo que espero que tu alma resida en el "mundo celestial", tal como lo llamas a mi mundo.

El hombre también observó a sus hijas y lloró. Apretó la flor que llevaba las manos y se lastimó con sus espinas. Luego, se secó las lágrimas, le dio un suave beso a Speranwa y se marchó, sin mirar atrás ni despedirse de sus hijas.

Uryan volvió a pasar ese recuerdo y se encontró con otro, en la que estaba Speranwa y Solestelar, frente a frente. Solestelar estaba con su mantilla blanca, sonriéndole a su amiga.

- Me gusta tu regalo- le dijo Solestelar, mostrándole la mantilla- lástima que no podamos vernos más. Sé que tienes unos asuntos urgentes que atender y que no puedes decírmelo. Respetaré tu secreto con todo mi corazón.

- Espero que estés bien con Uryan y Mijail- le dijo Speranwa, dándole un abrazo- intentaré regresar junto a ti. Te lo prometo.

- Uryan y Mijail son mis amigos. Desearía que todos estuviésemos juntos. Aunque no conocí a mis padres, estoy segura de que ellos son la familia que siempre he buscado. Y tú también.

Speranwa se fue, montando encima de un pájaro gigante y desapareciendo por detrás de las nubes. En las alturas, observó a Solestelar, que sostenía aquella flor proveniente del mundo material. En realidad solo era una proyección de esa flor, dado que la misma no poseía espinas ni nada que le incomodara a la pequeña "ángel".

Solestelar observó fijamente la rosa, como si fuese el objeto más extraño que jamás había visto. Luego lo incrustó en la tierra y dijo:

- Espero que varias como tú florezcan por este suelo, flor extraña.

Luego de decir esas palabras, la flor se multiplicó y cubrió por completo el pasto azul verdoso del lugar.

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Lucero fue a visitar a su madre, dado que era su cumpleaños. La mamá se alegró por la visita de su hija y le dio un abrazo cálido, junto con un reclamo.

- ¡Como sos, hija! ¡Al menos llama de vez en cuando!

- Lo siento- dijo Lucero- tuve mucho trabajo.

- Sí. Me imagino. Pero lo importante es que hagas lo que te guste.

Lucero echó una rápida mirada al estante de la sala, donde se exhibían un montón de libros sobre metafísica, esoterismo y ufología. Recordó que a su madre siempre le habían gustado esos temas e, incluso, estaba convencida de que los extraterrestres siempre visitaron a los terrícolas para "intercambio de tecnologías".

- ¿Qué tal te tratan tus colegas? ¿Todo bien en el trabajo?- le preguntó su mamá.

- Sí. Me va todo bien- mintió Lucero. En realidad, después de aquella amenaza, Carlos no volvió ni a dirigirle la palabra. Supuso que Jorge, o incluso Daniela, le pidieron que no volviera a molestarla. Pero, en el fondo, y muy a su pesar, sabía que Carlos no se detendría ante nada para obtenerla.

- ¿Sabes, Lucero? Después de muchos años de investigación, al fin lo he decidido?- dijo la mamá, desviando a Lucero de sus preocupaciones.

- ¿Lo has decidido?

- ¡Sí! ¡Al fín estas investigaciones darán sus frutos!

La mujer se levantó, se acercó al estante de libros y extrajo un cuaderno de tapa dura azul. Se sentó junto a Lucero, abrió el cuaderno y la invitó a que leyera la primera página.

"En diversas culturas se encuentran personajes mitológicos comunes entre sí que, a pesar de sus diferencias, guardan más semejanzas de lo que uno pueda imaginar. Por lo tanto, en este libro, deseo postular esas semejanzas que solo apuntan a un objetivo claro y conciso que explicará el origen de la humanidad actual: los extraterrestres son los dioses y ángeles del pasado, que viajaron a la Tierra para procrear con nuestros antepasados y engendrar una nueva clase de ser vivo"

Hasta ahí llegaba lo escrito. Lucero miró a su madre, con una cara de sorpresa. La señora, en cambio, se mostraba muy entusiasmada.

- ¿Qué te parece? ¿Eh? ¡Voy a escribir mi libro!

Antes de que Lucero dijera algo, la mujer continuó comentando sobre su sueño y objetivo.

- Sí, sé lo que vas a decirme. Pero ya tomé mi decisión. Y deseo que me apoyes, así como yo te apoyé a ti. Me dirán loca, chiflada, qué se yo. Bueno, a los que escribieron sobre estos temas también los llamaron locos. Los extraterrestres siempre estuvieron aquí, incluso mucho antes de que evolucionemos al "homo sapiens". Nos brindaron información y, al mismo tiempo, nos juntamos y procreamos. De ahí vienen los semidioses o "los elegidos", como quieras llamarlos. Por favor Lucero, solo quiero que me apoyes y me ayudes con este libro. Es lo más importante de mi vida. Por cierto, ¿Qué te ha parecido el prólogo?

Lucero suspiró. Definitivamente su mamá se veía muy entusiasmada con la idea. Por lo tanto, decidió ayudarla un poco, aunque hacía mucho había dejado de creer en esas cosas, o eso pensaba.

- Mamá, tu prólogo es demasiado corto. Escribe más, por ejemplo sobre la estructura de tu libro. ¿Al menos sabes cómo será la estructura?

- ¿Estructura?

- ¡Sí! ¡Los apartados, capítulos, títulos, subtítulos...! ¡También las referencias biográficas, enlaces, fuentes y más!

- Eeeh... bueno... hice apuntes, eso sí. Pero todavía me falta la estructura.

- Sí que necesitarás mucha ayuda. A ver tus apuntes.

La mujer volvió al estante y sacó de ella un portafolio grueso. Lucero se sorprendió por la cantidad de hojas que tenía esos "apuntes". Fueron directo al escritorio y, con dificultad, empezaron a ordenar las ideas.

- Mamá, en serio... ¿Qué pasó con tu trabajo de librería?

- Tu padre se encarga de eso, querida.

- ¿Eso quiere decir que, mientras yo no estaba, te dedicaste a leer esos libros todo el tiempo?

- Hija, ya cumplí con mi rol de esposa y madre. Por muchos años pospuse este sueño por tu educación. Y estoy orgullosa con tus logros. Aún estás en la flor de la vida. Yo ya me estoy marchitando y solo me quedan mis frutos. Tú eres el fruto de mi amor con tu padre. Y esto- señaló los apuntes que estaban esparcidos por la mesa- será el fruto de mi investigación. Fue buena idea el de abrir una librería y quedarme con los libros que no pude vender.

Lucero reflexionó sobre las palabras de su madre. Hacía mucho que no la veía tan emocionada y, la verdad, deseaba que permaneciera así para siempre. Tomó unos cuantos apuntes y los leyó. Luego, sin apartar la mirada a los escritos, murmuró:

- En el colegio tengo un amigo que me ayuda en todo. Es profesor de música. Últimamente temí que fuese un extraterrestre, porque ya es demasiado bueno.

La mamá se rió por el comentario de Lucero, pero no dijo nada. Lucero continuó.

- Y tengo un alumno que cree que, en su vida pasada, fue un ángel y que perdió a una amiga especial.

La mamá dejó los apuntes a un lado y miró a Lucero, fijamente. Luego, con una sonrisa, dijo:

- Los niños lo captan enseguida. Para ellos, es natural que los ángeles y humanos se hayan conocido hace miles de años. Espero conocer a ese alumnito tuyo tan encantador algún día. ¿Cómo se llama?

- Se llama Manuel.

- ¿Y cómo se llama tu amigo, el profesor de música?

- Jorge.

- Manuel y Jorge. Quien sabe, a lo mejor son ángeles o extraterrestres cuya misión es ayudarte.

Lucero sonrió. A lo mejor su madre tenía razón. Aunque también solo podían ser dos personas, comunes y corrientes, en busca de sus metas y objetivos de la vida.

Y sin hablar más del tema, continuaron leyendo los apuntes. 



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