★Capítulo 6★
★Tabatha★
El eco de la música se hacía más fuerte a medida que avanzábamos por el larguísimo pasillo, un murmullo dorado que se filtraba por las puertas cerradas que flanqueaban el camino. Los candelabros, suspendidos en lo alto, proyectaban sombras danzantes que hacían que los tapices de las paredes parecieran cobrar vida, tejiendo historias silenciosas de tiempos pasados. Era una escena sacada de un sueño, o mejor dicho, de una fantasía que jamás creí vivir. Y aquí estaba yo, caminando en medio de ella, con un vestido de seda que me hacía sentir como una invitada de honor en mi propia vida.
Trey, con su cabello dorado que parecía atrapar la luz, iba delante, guiándonos como un faro. Su energía desbordante era contagiosa, y a su lado, Kaden, con su mirada intensa y su sonrisa serena, parecía disfrutar de la anticipación tanto como yo. Intentaba mantener el paso, pero al mismo tiempo, no quería perderme ni un solo detalle del mundo que me rodeaba. Cada paso me recordaba lo irreal de esta experiencia, pero al mismo tiempo, lo increíblemente tangible.
Detrás de nosotros, se encontraba Cayden, el príncipe elfo con sangre vampira. Era una figura tranquila y serena, como un roble en medio de una tormenta. Cerraba la marcha con una elegancia que parecía innata en él, observándonos a todos con una mirada que, sospechaba, lo veía todo.
Yo, por mi parte, solo intentaba no tropezar con mis propios pies. Mi vestido ondeaba a cada paso, suave y ligero, pero aún así me hacía sentir un poco torpe. Era la única humana en medio de este cortejo de seres mágicos, y la sensación era extraña, una mezcla de fascinación y vértigo. A veces me sentía como una invitada de honor, y otras veces como un intruso en un mundo que no entendía.
—¿Estás lista para sorprender a todos con tu elegancia?— preguntó Trey, volviéndose hacia mí con una sonrisa que iluminaba todo el pasillo. Sus ojos brillaban con una chispa de diversión, y no pude evitar sonreírle de vuelta.
—Trato de igualar su gracia. Aunque lo dudo—, bromeé, con un leve rubor en las mejillas. Era imposible competir con su encanto natural, o con la elegancia innata de sus movimientos. Ellos parecían fluir con el mundo mágico, mientras que yo, bueno, intentaba no tropezar con las alfombras.
Kaden soltó una risita suave, un sonido que siempre me hacía sentir más relajada.
—No te preocupes, Tabatha. Eres la única que resplandece con luz propia, sin la necesidad de alas—, comentó, y mi corazón se calentó un poco con su amabilidad. Su mirada, siempre tan intensa, me hacía sentir especial, aunque no supiera muy bien por qué.
Nixie, quien se encontraba ahora en el hombro de Kaden, lo miró como si su comentario no le agradara y luego se levantó de su hombro volando lejos de nuestro alcance.
Entonces, la conversación cambió de repente cuando Royce se unió a nosotros. Dejó de admirar su reflejo en uno de los ventanales pulidos y se acercó a mí con una sonrisa que me hizo olvidar todo lo demás.
—Yo diría que resaltas por encima de todas las hadas y elfos que conozco. Tu vestido es… sencillamente celestial—, dijo, y mis mejillas se tiñeron de un color escarlata que estoy segura que podía verse hasta desde el otro lado del pasillo.
Su halago, inesperado y tan directo, me dejó sin palabras.
—Oh… bueno… gracias—, logré articular, con la voz un poco temblorosa. —Tú también… tienes un aspecto muy elegante esta noche—. Espero haber sonado un poco más segura de lo que me sentía.
Royce se rio suavemente, un sonido melodioso que me hizo desear escuchar más.
—Sabes, siempre me preocupo por mi aspecto, pero esta noche, lo hago especialmente para ti—, me dijo, y su mirada se fijó en la mía con una intensidad que me dejó sin aliento. Sus ojos, brillantes y llenos de misterio, parecían leer mis pensamientos.
Escuché las risitas contenidas de Kaden y Trey, y me di cuenta de que estaban disfrutando de mi evidente nerviosismo. Cayden, por su parte, parecía ligeramente divertido, aunque su expresión no lo reflejara claramente. Su mirada curiosa recorría entre Royce y yo, como si fuera un observador ajeno al torbellino de emociones que me embargaba.
—Ah… pues… gracias de nuevo. Es muy amable de tu parte—, respondí, sintiendo como el rubor se intensificaba. Estaba segura de que mi corazón latía tan fuerte que todos podían oírlo.
—Bueno, bueno, no nos demoremos mucho, que la música está esperando—, interrumpió Trey, con su típica sonrisa picara. —Además, tenemos que presentar a Tabatha a todos nuestros amigos. ¡Y bailar, por supuesto!
Nos pusimos de nuevo en marcha, y Royce se quedó a mi lado, contándome alguna historia en voz baja. Me reí nerviosamente, intentando concentrarme en sus palabras, pero mis pensamientos estaban dando vueltas como un remolino. La fiesta estaba cada vez más cerca, y con ella, una mezcla de emoción, nerviosismo y una pizca de miedo. ¿Qué me esperaría dentro? Y, lo que era más importante, ¿cómo iba a sobrevivir a una noche entera en medio de tanto esplendor?
—¿Estás nerviosa?— me preguntó Royce de repente y yo lo miré de reojo. Sus ojos ámbar fijos en los míos, mientras caminaba a mi paso manteniendo su elegancia.
— Un poco, tal vez—. Le respondí.
—Nunca habías estado en una fiesta como esta, ¿Verdad?— me preguntó y yo negué.
Las únicas dos fiestas elegantes a las que había asistido habían estado rodeadas de vampiros y ahora esta. Sin duda estaba nerviosa. Mis padres nunca habían tenido la oportunidad de llevarme a una fiesta elegante. Siempre me dejaban en casa con las nanas y cuando la fiesta era en la misma casa, me dejaban dentro de la habitación para que no me relacionara con los invitados. Mamá me quería para un noble vampiro, pues las ganancias para los padres de las Cuore era sumamente considerable y no iba a dejar que ningún humano se interpusiera. Por ello cuando logré salir de casa, me juré a mi misma que no regresaría. Pero no era una historia de la que me gustara hablar. Supongo que ahora mí madre estaría disfrutando el dinero que se ganó a mi costa.
—¿Lady Tabatha?— la voz del príncipe Royce me sacó de mi trance.
—¿Sí?— respondí mirándole a los ojos, de nuevo.
— Sabes, no eres la única a la que no se le dan las fiestas — dijo Royce, con una sonrisa que alcanzaba sus ojos, haciéndolos brillar. Asentí, sintiéndome un poco menos sola en mi ineptitud social — Una vez conocí a una chica que nunca tuvo la oportunidad de ir a una antes de sus quince y cuando al fin lo fue, bueno, no fue lo que ella esperaba — continuó, y mi curiosidad se encendió de inmediato.
— ¿A sí? — pregunté, mi voz un susurro. El príncipe asintió, y una especie de misterio se arremolinó a su alrededor.
— Antes las fiestas para ella eran como algo mágico y, como no serlo, si su madre era una de las mejores anfitrionas en Engelfeen.
Me imaginé a esa chica, una princesa de hadas, quizás, con los ojos llenos de anticipación ante la idea de una noche de baile y risas. Mi corazón latió un poco más fuerte, casi como si fuera yo la protagonista de esa historia.
«Y es que la música para las hadas es como el dulce para los humanos»— comentó mientras salíamos del pasillo y entrábamos a una habitación. Del otro lado se debía encontrar el salón del baile porque la música se escuchaba a cada paso más alta—. Pero la madre de esa chica siempre encontraba la manera de hacerlo todo mejor que cualquier fae. Por eso todos asistían a sus festividades y bailaban hasta el amanecer.
Me imaginé la magia de esas fiestas, con la música flotando en el aire como el rocío de la mañana, la risa cristalina de las hadas y los vestidos que brillaban como estrellas fugaces. Era una imagen tan opuesta a la sensación de incomodidad que sentía ahora mismo.
Royce continuó, su voz suave como el murmullo del viento: — Esa chica, Glaudys era su nombre, era tan hermosa como el amanecer y tenía un corazón tan grande que podía abarcar todo el reino. Era alegre, valiente y divertida. Todos la amaban, y su madre no podía estar más orgullosa, al menos en apariencia.
— ¿En apariencia? — Pregunté, intrigada.
— Bueno, digamos que la envidia puede ser un veneno muy potente. La madre de Glaudys era una hada noble, sí, pero en el fondo, no podía soportar que su hija brillara más que ella — Royce hizo una pausa, su mirada se oscureció ligeramente—. Cuando Glaudys cumplió dieciocho, su casa se llenó de pretendientes de todas partes, todos ansiosos por pedir su mano. Y ahí fue cuando todo cambió.
Mi corazón se contrajo. Sabía lo que era sentirse atrapada, aunque mi prisión no fueran los muros de una torre, sino la expectativa de una vida que no deseaba.
— La madre de Glaudys, en lugar de estar contenta, se sintió amenazada. Así que, en un acto de egoísmo y mezquindad, la encerró en la torre más alta de su castillo — continuó Royce, y mi respiración se detuvo—. La chica pasó dos siglos sin ver a nadie más que a su madre.
Dos siglos... Era una eternidad.
— ¿Por qué hizo eso? — susurré.
— Por envidia, Tabatha, por pura envidia — repitió Royce—. Una pequeña ventana era lo único que la conectaba con el exterior. Pero Glaudys no se desesperó, porque tenía un secreto que la mantenía fuerte.
— ¿Cuál? — Pregunté, mordiéndome el labio.
— Glaudys estaba enamorada — respondió Royce con una sonrisa cálida —. Su nombre era Mahel y desde sus quince años, ambos se veían a escondidas en los jardines del castillo. Mahel le dedicaba baladas bajo la luz de la luna y le contaba historias de amor sobre ellos dos. Le hablaba de un futuro donde ambos estarían juntos y serían felices. La imaginación de Mahel era tan infinita como su amor, y sus palabras eran la luz que iluminaba los oscuros días de Glaudys.
Mi corazón se apretó. Era tan romántico y triste a la vez.
— Glaudys, a pesar de estar encerrada, siempre mantuvo la esperanza de que Mahel la rescataría. Y así fue — continuó Royce, con un brillo de emoción en sus ojos—. Mahel luchó contra monstruos, demonios y hechiceros para llegar hasta la torre.
— ¿De verdad? — Pregunté, mis ojos se abrieron.
— De verdad. Su amor era más fuerte que cualquier hechizo, más valiente que cualquier espada. Y cuando finalmente llegó a la torre, luchó una vez más para liberarla de las garras de su madre — dijo Royce, con orgullo en su voz.
— ¿Y entonces? — Pregunté, conteniendo el aliento.
— Y entonces, Glaudys y Mahel escaparon. Dejaron atrás el castillo y a la madre envidiosa y vivieron felices para siempre.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, cálida y llena de esperanza.
— Esa es una historia maravillosa, príncipe Royce — dije, con sinceridad, el corazón latiéndome aún con la emoción de la aventura y el amor que había escuchado. La imagen de Glaudys y Mahel huyendo juntos, libres al fin, se había grabado en mi mente como un sueño precioso.
— Sí que lo es — respondió el príncipe, su mirada se encontró con la mía, y sentí que, por un momento, todo a mi alrededor se desvanecía, dejando solo esa conexión silenciosa entre nosotros dos. Pero entonces, una pequeña sombra cruzó su rostro, como una nube que tapa el sol.
— ¿Es... es real? — Pregunté, mi voz tembló un poco. No quería que esa historia, tan llena de esperanza, fuera solo una fantasía, un cuento de hadas.
Royce apartó la mirada, un gesto que me hizo sentir un escalofrío. Su sonrisa había desaparecido, reemplazada por una expresión de melancolía.
— Desgraciadamente, no fue así, lady Tabatha — dijo, y su voz sonaba más grave de lo normal. La tristeza que se filtró en sus palabras me hizo sentir un nudo en el estómago.
Mi corazón se cayó hasta el fondo. No quería escuchar lo que venía a continuación, pero tampoco podía apartar la mirada de los ojos de Royce.
Sin notarlo, nos habíamos quedado parados en el centro del pasillo a pocos pasos del salón donde continuaba la fiesta.
— Glaudys no pudo soportar más el dolor de la soledad — continuó, y su tono era suave, casi doloroso. La imagen de la princesa encerrada, perdiendo la esperanza, me atravesó como una flecha—. El joven Mahel fue descubierto por la madre de Glaudys. Ella lo había estado vigilando todo el tiempo, como una araña acechando a su presa.
Mi respiración se detuvo, un mal presentimiento inundó mi pecho.
— La madre de Glaudys, en su ira, mandó a sus guardias a acabar con la vida del fae — la voz de Royce se quebró un poco—. Lo enviaron al Bosque de los Lamentos, un lugar donde habitan seres de pesadillas y el dolor es la única compañía.
El Bosque de los Lamentos... el nombre mismo era escalofriante. Imaginé un lugar oscuro y retorcido, lleno de criaturas horribles.
— Mahel murió de tristeza — dijo Royce, y su voz sonó casi como un susurro—. A las hadas no se les puede privar de la luz del sol, la luna, ni las estrellas por mucho tiempo. La oscuridad y la desesperación lo consumieron, llevándose su alma y su alegría.
Sentí que las lágrimas me quemaban los ojos. La idea de Mahel, muriendo solo y desolado, era demasiado triste. La crueldad de la madre de Glaudys me llenó de rabia.
— ¿Y Glaudys? — Pregunté con un hilo de voz, el miedo estrangulando mi garganta.
— Glaudys... — Royce hizo una pausa, tragando saliva—. Ella supo la verdad. Sintió la muerte de Mahel a través del vínculo que unía sus corazones. Y su luz, su alegría, todo lo que la hacía especial, se apagó. Ella permaneció en la torre, encerrada en su dolor, para siempre, hasta que la muerte se apiadó de ella y la dejó perecer.
El final de la historia me golpeó como un latigazo. No había amor eterno, ni escape, ni felicidad. Solo oscuridad, tristeza y desesperación. La decepción me invadió como una ola fría. La historia que había encontrado tan hermosa y romántica se había convertido en un cuento de terror.
Me quedé en silencio, sintiendo la tristeza de Glaudys y Mahel como si fueran mía. La música del baile, que antes parecía tan vibrante, ahora sonaba vacía y estridente. El salón del baile, que se encontraba al otro lado de la habitación, me pareció un lugar frío y solitario. La esperanza que había sentido hace apenas unos momentos se había desvanecido, dejándome un profundo vacío.
—¿Por qué me cuentas eso?— le pregunté al príncipe fae.
— Porque todos ven la fantasía como un lugar mágico y lleno de romance—. Respondió él— Pero muchas veces los humanos son los encargados de cambiar las historias por tal de adaptarlas a los pequeños, ocultando la cruda verdad para darles algo con lo que soñar.
» Pero las verdades siguen ahí, aunque ocultas, y merecen ser escuchadas porque el que no aprende de su pasado, está destinado a cometer los mismos errores una y otra vez.
Por fin llegamos al salón del baile, donde varios invitados se encontraban bebiendo y otros bailando en perfecta coordinación. Como si conocieran a la perfección las coreografías, y entonces me pregunté si era así, o si era que se tqntas fiestas, ya se las sabían de memoria.
Algunos llevaban vestidos elegantes, otros vestían trajes. Las chicas llevaban sus cabellos de diferentes colores y con peinados extravagantes que le hacían destacar entre los demás. Los hombres vestían de gala y cargaban sombreros altos, como si la altitud de los mismos fuera algún reto entre los nobles. Como si más alto fuera equivalente a más poder.
Dejé de pensar en la historia de hace un momento y me centré en el espectáculo frente a mis ojos. Una fiesta con seres fantásticos que danzaban como plumas siendo movidas por el viento.
— ¡Príncipe Royce!— otra vez esa voz hermosa sonando en el salón.
Me giré para toparme con la roja cabellera de Lydia. Venía cargando un abanico y varias escarchas de brillos sobresalían de su vestuario.
— Lady Comforth—. Royce se alejó de mi para acercarse a ella y plantar un beso en la palma de su mano— Un placer encontrarme con usted. Su madre estuvo hablando mucho cuando fue de visita al reino.
— Lo lamento mucho, madre habla de mí hasta con el cartero—. Respondió y sus amigas soltaron una suave risa a sus espaldas.
— Eso es porque la ama—. Respondió el príncipe Royce y juraría que por un momento vi un pequeño rubor en el rostro de Lydia, pero rápidamente se recompuso y elevó el rostro hacia el noble, pero cuando lo hizo, sus ojos se desviaron un momento hacia el punto en que se encontraba el príncipe Cayden y sus ojos brillaron antes de dirigirse donde Royce.
—¿Me haría el honor de danzar una pieza conmigo?— preguntó y Royce pareció sorprendido por un segundo antes de sonreír.
— Le acaba de preguntar a la persona correcta—. Respondió ofreciendo su mano a Lydia antes de mirarme de reojo— Con su permiso, Lady Tabatha—. Dijo y luego se llevó a Lydia hacia el centro del salón, justo cuando una nueva canción comenzaba a sonar.
Tatiana y Chloe se acercaron a mi y me saludaron antes de mirar a su amiga. El príncipe Cayden y los demás príncipes hadas se acercaron hasta quedar junto a nosotras.
— Se ven tan bien juntos—. Comentó Tatiana, lo suficiente alto como para que el príncipe Cayden la escuchara.
— Están hechos el uno para el otro—. Añadió Chloe y entonces entendí lo que estaban haciendo.
— Estaba pensando lo mismo—. Respondí mirando de reojo al príncipe Cayden, que observaba la escena en silencio. Las chicas se miraron entre ellas y luego sonrieron hacia mí.
Un carraspeo sonó junto a mí.
— Siento que Royce se está llevando toda la diversión—. Comentó Trey.
— Entonces no nos quedemos solo mirando—. Añadió Kaden y entre ambos se llevaron a las amigas de Lydia a la pista.
Tatiana parecía hipnotizada ante el príncipe Trey que sonreía mientras la hacía dar vueltas y vueltas. Mientras que Chloe sonreía amablemente hacia Kaden y este le devolvía la sonrisa con la misma amabilidad.
—¿Quieres bailar?— me preguntó de repente el príncipe Cayden.
— Yo... No lo sé—. Respondí, tratando de no parecer grosera, pero la mirada en los ojos del príncipe Cayden, una súplica silenciosa...— Si promete no llevarme al centro del salón.
— Es un trato—. Respondió él, tomándome de la mano y llevándome hacia la pista de baile.
La canción que comenzó a sonar era suave y lenta. Perfecta para un vals.
Todos nos miraban, pero yo solo me atrevía a mirar el pecho del príncipe. Me avergonzaba mirar a mi alrededor, pero entonces recordé las palabras de Madame Hether y levanté la cabeza. «Soy la envidia de las chicas y todas querrían estar en mi lugar», pensé para mi misma mientras el príncipe ponía una mano en mi cadera y con la otra elevaba mi mano.
— Déjate guiar por el ritmo—. Me pidió el príncipe— Confía en mí, la música te ayudará a bailar.
—¿Cómo lo sabes?— pregunté, tratando de bromear, pero el príncipe parecía decirlo enserio.
— Las notas que tocan están encantadas—. Respondió Cayden y yo abrí los ojos con asombro— No eres la única que no sabe bailar—. Añadió con humor antes de comenzar a moverse al ritmo de la música y justo entonces yo sentí a lo que se refería.
La música de alguna forma me guiaba, era como si se apoderara de mi cuerpo y bailara por mí.
Vueltas y vueltas mientras todos nos miraban, pero ya no me sentía tan avergonzada. Confiaba en los movimientos de la música. Nunca antes me había sentido como ahora. Tan libre, tan...
— Lo haces muy bien—. Me susurró el príncipe al oído.
— Gracias—. Le respondí.
— Creo que a Royce también le gusta—. Comentó y yo lo miré a los ojos. Este me señaló un espacio en la sala y yo miré en su dirección, notando como los ojos casi amarillos del príncipe Royce estaban fijos en mí y en la forma en que danzaba, mientras bailaba con Lydia— Me parece que vas a perder la suela de tus zapatos esta noche—. Añadió en príncipe con un tono divertido.
La música cambió y con ella los movimientos. Entonces entendí porqué bailaban tan bien. Las notas te guiaban en cada paso, siendo el violín su protagonista.
El príncipe elfo me dio una vuelta y luego otra y otra, antes de soltarme mientras aún giraba; entonces unas manos cálidas ocuparon su lugar y me dieron una vuelta antes de acercarme más a él. Yo tenía los ojos cerrados, sintiendo el ambiente y la música fluir en mis venas, pero al abrir los ojos, unos avellana se posaron en los míos.
— Príncipe Royce—. Solté asombrada y este solo sonrió.
— Lo lamento, pero era la única forma de que Lydia acabara bailando con su verdadero interés—. Respondió él con un tono humorístico—¿O es que en verdad querías bailar con él?— hizo una seña con su cabeza hacia su primo que ahora bailaba con Lydia.
— No, digo...me parece bien. ¿Cómo lo supo?— pregunté— Qué a Lydia le interesaba el príncipe Cayden.
— Digamos que se me dan bien estas cosas—. Respondió mientras nos entrelazábamos con el resto de la multitud.
—¿Es así, príncipe Royce?— pregunté antes de poder contenerme. El príncipe sonrió.
— Sí, lady Tabatha—. Respondió él de la misma manera.
— Solo Tabatha, por favor—. Pedí ya que el título no me quedaba.
— Entonces tendré que pedirle que solo me llame Royce—. Respondió él y yo entreabrí la boca, pero después la cerré para regalarle una sonrisa.
Me aclaré la garganta.
— Está bien...Royce.
⚜️⚜️⚜️
Hola chicos, nuevo capítulo.
Díganme, ¿Que les pareció?
¿Qué creen de los príncipes, de Tabatha y de todos?
¿Qué les pareció la historia de Glaudys y Mahel? ¿Saben?, me inspiré un poco en una historia real para crear ese cuento...
Si están interesados en conocerla, díganlo en los comentarios y en el próximo capítulo les cuento ;)
¿Creen que en algún momento Tabatha conozca el reino de las hadas? Hay mucha magia por allá 🤭
Nos leemos luego
Chau chau
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