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CABUL

Su pequeña risa alegre, siento detrás de la palmera que me escondí.

Es cantarina.

Feliz y parece una dulce melodía que juega con la brisa veraniega que recorre el palacio, haciéndola cortina de todo.

Las hojas de la vegetación desde su alto y testigo de todo meciéndose, acompañan a su risita infantil que la siento más cerca.

Apenas, miro detrás del tronco para saber donde está y mis pequeñas manos aprietan la corteza de este, ante la expectativa de que ya me va a encontrar.

Fadila está a pocos pasos donde me encuentro, buscando en algunos arbustos y una risita se me escapa, volviendo a retraerme desde mi escondite.

Pero la curiosidad me puede y vuelvo a asomarme levemente desde mi palmera.

Su Hijab, el suave velo de seda de color del océano que cubre su rostro y solo dejando a la vista sus ojos, suavemente y por la suavidad de su género, se contonea a la par de la brisa dejando escapar y entrever su larga cabellera negra como la noche misma.

Un azabache puro en su color y sostenido por una gruesa trenza cayendo como cascada negra sobre su espalda.

Su vestimenta es modesta y sencilla en tonos conservadores como la religión lo pide, pero todo ella, denota calidad y distinción como Fadila y su herencia lo es.

Una princesa con sus pocos años de edad.

'Amira Fadila, la princesa y futura reina de los Ur de Caldeo del pueblo de Abraham del clan Barú Hashim.

- ¡Te encontré! - Sus manos golpean mi espalda al hacerlo y sorprendido la miro.

Enfrascado en mis pensamientos no advertí que me descubrió y nuevamente su risita alegre y de satisfacción, inunda el jardín del palacio.

Y no lo puedo evitar, también sonrío.

- Lo has hecho, mi princesa... - Alimento y festejo contento que ganó.

Y su postura no se hace esperar ante mis palabras con cierto dejo desaprobatorio, cruzando sus brazos frente a mí.

- Cabul... - Mira para todos lados como buscando explicación. - ...solo Fadila. - Resopla. - No hay nadie. - Me recuerda nuestra promesa de llamarnos por nuestros nombres y fuera de todo protocolo por nuestra gran amistad.

Somos amigos.

Desde que ambos tenemos uso de razón y hasta creo por casi tener la misma edad, cada uno estaba en el vientre de su madre.

Mi familia, por generaciones estuvo al servicio de los príncipes Ur.

Mi bisabuelo, abuelo y hasta mis padres, como ahora yo.

Casta de amor y devoción absoluta a ellos, cual mi padre no pudo terminar por fallecimiento, pero sí, mi madre Lála desde su infancia siendo su consorte e inseparable de la reina madre de Fadila hasta su último respiro.

Miro a mi princesa sin que lo sepa, mientras caminamos por el extenso jardín del palacio.

Como yo, ahora a ella.

- Debo volver... - Digo, casi llegando a unas murallas, donde y desde la altura que estamos se siente como ve, las rugientes olas del Índico golpeando sin piedad contra las orillas rocosas del acantilado.

Fadila suspira descontenta sentándose contra la murallón de piedras, haciendo a un lado su velo del mismo color que el agua, dejando al descubierto su bello rostro mezcla de dos razas milenarias.

No está permitido que haga eso frente a un hombre.

Mostrar en todo su esplendor, la pureza de una niña convirtiéndose en mujer.

Pero mi princesa corrompe algunas reglas como en este caso, para disfrutar del aire marino para que lo haga de lleno lo que su mundo le regala dejándose llevar al cerrar sus ojos, por el sonido del agua como la calidez del suave viento, causando que peñas hebras se escapen de su peinado y acaricien su mejilla.

- ¿Tienes que volver al cañaveral? - Solo me dice, sin abrir sus ojos tan negros como su melena trenzada.

Y mi vista se pierde al sector que menciona.

Más allá del palacio a una docena de kilómetros y cual, nadie a ciencia cierta sabe que es.

Una construcción de la época de nuestros ancestros en su diseño, pero con modificaciones y reformaciones actuales que utilizó para la cosecha como producción de cultivo hasta hoy en día.

Pero ahora, más bien una fachada situada estratégicamente en el centro de un campo artificial de hectáreas de cañaverales y con fin a tras fondo por décadas de un campo por generaciones para la formación de guerreros Qurash del pueblo de Abrahám.

La orden de los sangre en su linaje o elegidos de corazón.

Una pequeña y anónima legión de hombres seleccionados por el señor de honor, sobre los hijos varones de nuestro pueblo desde su nacimiento como mi caso, al igual que el primogénito nacido en la realeza.

El Sayyid del pueblo.

Un entrenamiento de los Ur de Caldeos con cada generación nacida, siendo mito popular o leyenda para la sociedad o el mundo, pero realidad como secreto de nuestros aguerridos, bajo la promesa de nuestro blasón de nuestra tribu y clan milenario Barú Hashim.

Pese al constante ir y venir de las olas golpeando las costas, nuestro entorno es silencioso y hasta en reposo.

Tranquilidad que tanto Fadila como yo, sabemos que por poco tiempo, pronta a cumplir su próximo cumpleaños.

Por eso más que nunca seguir con mi entrenamiento.

Ya que, muy pronto se hará realidad su casamiento concertado.

Uno consensuado desde su nacimiento por su padre y ante la temprano fallecimiento de la reina a sus días de nacida mi princesa con la estirpe de otra familia honorífica.

Los Kosamé.

Matrimonio arreglado con el potencial pretendiente e hijo varón mayor de esa familia.

Leónidas, muchos años mayor que mi princesa.

- Cabul... - Su voz prosigue, sin aún haber respondido a su duda. 

Levemente sus ojos se abren y reposan donde estoy.

- Papá está muy débil, es un hombre grande... - Se pone de pie y camina el poco metro que nos separa y olvidando esa siempre formalidad entre nosotros, toma mis manos. - ...supongo que por eso mi matrimonio a mi corta edad para no quedar sola. - Intenta sonreír. - ¿Crees que seré feliz? - No me lo dice.

Más bien, siento que es un ruego.

Y por ello, una respiración ahogada estrangula mi pecho.

Uno que por años, solo respira para ella.

No suelto sus manos, me permito esa dicha por lo menos y obligo una sonrisa para darle calma, sobre una reverencia.

- Lo va ser, mi princesa. - Le prometo.

Le juro con la poca edad que también tengo al igual que ella.

Ambos en nuestra adolescencia.

Porque soy su sombra y su protector como le fue mis ancestros a los suyos.

Su confidente y mejor amigo.

Y aunque, nunca lo dijimos en voz alta.

El amor de cada uno.

Un suspiro sale de sus labios y no evita abrazarme, cosa que también me lo permito.

Es fuerte, pero cálido y parte de su rostro aprieta un lado de la casaca que llevo, por la fuerza y necesidad de este abrazo.

- ¿Me prometes, que siempre a mi lado y lo que suceda, cuidarás de los míos? - Ahora sí, es un pedido.

Solo afirmo, no hay necesidad de hablar, ya que mis brazos se lo confirman.

- Con toda mi vida... - Suelto al fin y aunque no puedo ver su bello rostro por la postura, siento que sonríe feliz.

Y también lo hago dentro de nuestras tristezas.

En nuestra corta vida nos fuerzan a tomar decisiones difíciles que aceptamos por amor a nuestra familia.

Y esta...

Fue la peor.

Ya que, este.

Lo es por sacrificio a nuestra gente y pueblo.

Y por aquellos que vendrán...


FIN.

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