CAPITULO 8.2

CAMILO

¿Cuánto tiempo de lo sucedido?

Ni idea.

Bastante.

Puta memoria.

Pero lo ocurrido, como si fuera ayer.

Una misión de años atrás al norte y limitando Sierra Leona.

Guinea.

Para ser preciso, en la Ecuatorial.

Dónde siendo rico en petróleo y en minerales.

Un país subdesarrollado y que tiene una parte importante de su población por debajo del umbral de la pobreza, la salud y aproximadamente la mitad carece de acceso al agua potable.

Docenas de etnias, pero predominando la musulmana y entre ellos, los Fula.

De los poblados más antiguos y grandes de África, siendo también de los más asolados por la epidemia de Ébola.

Semana que ya habíamos levantado campamento, para intentar detener uno de muchos de los jodidos conflictos internos.

Disputas y enfrentamientos constantes de este continente y que afectan la vida de cientos de habitantes como su seguridad y futuro, pero aún y pasando el tiempo, se ha vuelto más violenta llevándose miles de vidas como millones de refugiados.

¿Nuestro cometido?

Proteger a los que en ese poblado no optando por huir de su hogar en busca de una vida mejor, custodiar y defender de un grupo terrorista islámico y de visión desertora, bajo supuestamente el blasón Qurash.

Subversivos, siendo leyenda fantasma y que acababa con la vida de cientos en sus misiones o secuestros, teniendo influencias en Nigeria, Chad, Camerún y hasta llegando su poder cruzando el Mar Rojo como Arabia Saudita y límites, originando crisis, hambrunas y decesos por su constante desplazamientos.

Tales, siendo algo a contra reloj al adivinar sus putas posiciones en ese territorio africano como sus futuros ataques.

Pero con mis compañeros, de Borges y al mando de mi mentor, el teniente Rosemberg.

Marcábamos en esa época la maniobra militar, bajo un planeamiento y dirección de la tropa, así como del movimiento y disposición estratégica de nuestra fuerzas armadas. 

Operación que consistía en la correcta ejecución en cada táctica nuestra con el batallón, mientras los días pasaban asegurando la capacidad combativa y también, la paz del poblado de turno.

Sosiego que creíamos tenerlo bajo control y una tarde como muchas en mi turno de ronda deteniéndome en un sector del pueblo, interactuaba con una niña de la tribu Fulais.

No hablaba su idioma y tampoco ella el mío.

Pero intentábamos adivinar los que nos queríamos decir sonriendo, mientras lo hacíamos y le compartía algunas de las golosinas que nos mandaban.

Hermosa con sus túnicas de colores como cada poblador como bella con su piel caoba claro y recordándome a mi hermana fallecida por tener casi la misma edad.

Pero todo en ese maldito día, fue rápido.

Siendo lo primero, la intranquilidad y nerviosismo de los pájaros volando como huyendo de golpe de las copas de los árboles.

Seguido después, de la gente del pueblo corriendo despavorida e intentando llegar a sus precarios hogares.

Para luego y último, la de mi mismo escuadrón dando la señal de alarma mientras tomaban posición con sus armas y yo también, sobre gestos a la niñita que con mi la barra de dulce en sus manos, corriera a refugiarse.

Un avión cazabombardero surcó el aire en mi carrera y sacaba el seguro a mi arma, para disparar a los primeros que cruzaba con su ataque.

Un Su-34.

Pero y aunque su nacionalidad lo era.

No estaba al mando ruso y para lo que fue creado, ataques antiterroristas.

Porque su embestida con misil de corto alcance, lo hizo contra objetivos en tierra como los golpistas conspiradores que empezaron a caer en cadena en el poblado.

Y contra nosotros.

Estallidos por la detonación al tocar el suelo se llevó concreto y tierra, que sentía a mi alrededor volando, como cuerpos sin vidas y de forma pesada, cayendo a mi alrededor esquivando bajo los gritos siendo cortina de todo.

Por la gente inocente del pueblo.

Los guerrilleros que, cubiertos con sus rostros y ropas oscuras atacando sin piedad con armas y puñales.

Y los míos en su contraataque defensivo.

Caos.

Sangre.

Mucha de esta.

Y devastación se desató.

Sobre una pared en ruinas y apenas sostenido por su destrucción a un segundo misil ante de su retirada el avión caza, dejando a los suyos en tierra.

Un grito de Borges a distancia y desde su posición, lanzándome mi automática de largo alcance por el aire, fue suficiente para que guarde mi otra arma en su funda y en postura contra la pared, sobre mi ojo en la mira con el cargador lleno y sostenida, comenzara a descargar.

De a uno fueron cayendo con mi acierto preciso a la par de mi equipo en su ataque y lucha en el campo.

Mi mirada sobre la mira, buscaba cada jodido desertor.

Hasta que la deposité en un tramo alejado y mi telescópica, se paralizó como mi sangre y vista.

Al notar a la pequeñita de la tribu Fulais que entre los escombros, pero centro de la vorágine campal y muertos.

Y lejos ya su bonita túnica limpia y de colores vivos, ahora apagado por la espesa tierra, ceniza y polvo cubriéndola por lo que se desató.

Caminar indecisa y sola, llamando a su familia con lágrimas en los ojos como apretando contra ella y su pecho, el dulce que yo le había obsequiado.

- ¡Maldición! ¡Maldición! - Vociferé, haciendo a un lado mi arma para tomar carrera, pero impidiéndome una fuerte mano aferrando mi brazo.

Borges, llegando hasta mí.

- ¡Te matarán! - Me negó.

- ¡A ella también! - Intenté salir de su agarre, pero la presión aumentó.

- ¡Negativo Camilo, es una maldita carnicería! ¡No llegarás hasta ella, sin antes recibir balas! - Gritó el Teniente llegando a nosotros, sobre mis forcejeos a Borges.

Pero, no lo escuchaba.

Solo veía el horizonte de nuestra tropa, procurando detener en su lucha al enemigo.

Y este, batallando con los nuestros sin tregua, mientras una cantidad de ellos se esparcían y asesinaban todo lo que se les atravesaba.

Y en ese cruce y camino, acercándose a la niñita.

Mi sistema golpeó violentamente a mi cuerpo y mi sangre entró en ebullición, consumiéndome la adrenalina por la desesperación.

- ¡A la mierda, las balas! - Grité con impotencia y la fuerza necesaria, para deshacerme del agarre de Borges y por más órdenes que escuchaba de Rosemberg. - ¡Debo intentar! - Fue lo último que les dije, saliendo de nuestro perímetro de tiros y ya lanzándome al campo por la niña.

Podía escuchar a mi mayor y como un padre para mí, junto a mi mejor amigo, maldecirme y diciendo a gritos por su intercomunicador a nuestro escuadrón, que me cubrieran de blancos.

Solo eso en mi carrera precipitada, esquivando obstáculos enemigos y deshaciéndome de los que se atravesaban en mi paso, sea por una bala mía acertándoles y  desmoronándose frente mío y empuñando también las suyas o con golpes de ella y de mi puño por apariciones repentinas.

Pocos metros y llegaba a la pequeña, que al verme con su llanto infantil corriendo a ella, también con pasitos indecisos y entre las ruinas y caos, comenzó a venir hacia mí.

Otro disparo mío, bajó a un rebelde tras suyo y con la intensión de atacarla con su puñal en alto, cayendo abatido y casi sobre ella, provocando que trastabillara al piso ceniciento y con polvo en suspensión, impidiendo que pueda verla bien y causando que por sus lágrimas y eso, no viera mis inútiles gestos de mi brazo libre, que mantuviera su cuerpito en tierra como mi voz gritando, producto del aturdimiento de todo hasta que llegara.

Cual, al hacerlo y sin detenerme en el proceso, hice a un lado mi arma y desabroché mi chaleco militar antibalas llegando hasta ella y sin perder velocidad, mi cuerpo llevándose el suyo y contra  pedazos de cimientos y residuos, la cubrí con él como sobre mi cuerpo protegiéndola.

En pleno epicentro de ataque.

Pero los rebeldes estaban por doquier y por más esfuerzo sobrehumano sin dejar de disparar.

Los primeros impactos, llegaron sobre el grito de alguien.

Ardor como acero caliente quemó en mi vientre, seguido a otro en un lado derecho a mi pecho al intentar seguir disparando.

Para luego, otro y otro.

Y oscuridades, se apropiaron de mí.

Por la llegada de un desvanecimiento adueñándose, producto de las balas que recibí y por otro cuerpo llegando hasta nosotros, para ayudarnos y en posición de disparo delante nuestro descargar con su rifle.

Mi Teniente.

Pero lo impedí, sorprendiéndolo y girando su cuerpo para cubrirlo bajo el mío, aunque fue en vano y sobre unos últimos disparos, sentí uno impactar en mi omóplato.

Dolor y algo tibio.

Mi propia sangre brotando y en una nebulosa de tiempo transcurriendo, pude ver a parte de nuestra compañía venir a nosotros.

Gritos de Borges llegando hasta donde estábamos y diciéndonos que todo iba a estar bien.

Un cabo, tomando a la niña Fulais y otro al Teniente, gritando médicos y pidiendo ayuda área.

Y bajo esa confusión externa y de mi organismo, mientras me acomodaban mejor sin moverme mucho por mis heridas, contra el piso procurando detener las hemorragias.

En mi bruma y borrosa visión por mi estado y antes de que la oscuridad, se adueñara de mí.

A lo lejos y distancia.

Visualicé entre mi gente corriendo, sin saber si era resultado de mi estado o no.

Pero, desde un techo y contra unos escombros.

A alguien, vestido con traje oscuro y observando la escena donde estábamos.

Vestimenta parecida a los atacantes por su negrura y el keffiyeh, cubriendo cabeza como rostro y dejando solo a la vista sus ojos.

Pero este, era más medieval.

Su estilo y dureza más guerrero.

Y a diferencia de su gente y las que nos atacó, no portaba armas.

Solo dos prominentes sables cruzados en su espalda y antes de que me desvaneciera completamente y por más que luché contra ello.

Que su mirada y pese a la lejanía.

No se apartaba de mí.

Provocando sin saber bien el por qué, algo en mi pecho convulsionado.

Y el tiempo, voló después.

Dicen que fueron meses.

Pero en mi coma inducido internado por mis serias heridas de balas y al borde de la muerte, lo sentí horas.

Como si el tiempo no fuera tal y pasó rápido, pero a su vez en esa ensoñación estimulada e inconsciente pero racional, cual pasé semanas postrado a una cama del Hospital Militar, también que las agujas del reloj se detenían y podía escuchar como sentir.

Cuando ella estaba.

No la veía.

Tampoco la podía buscar.

Pero la oía en mi letargo farmacológico, cual nunca podía dormir.

Y sentía en mi confusión cuando estaba, ya que sus manos acariciaban lo único mío y no vendado por mis heridas.

Mis manos.

Agradeciéndome por intentarlo y deseando mi pronta recuperación.

Su tono era dulce y melancólico por la situación.

Cada día que pasaba, ella venía y cuando la sentía cerca, yo al fin me entregaba al sueño reparador.

A veces estaba cerca y otras como un murmullo por estar alejada, pero dentro de la habitación hablando con alguien.

No podía reconocer quienes eran, aunque a ella siempre sí.

Como también, el día que escuché su llanto.

Una de mucha tristeza y siendo consolada.

Yo quería despertar, pero no podía.

También moverme y aunque mi interior lo hacía, mi condenado cuerpo no replicaba.

Y deseaba hablar.

Gritarle.

Pero mis labios no respondían.

Y más en un momento que presentí, que se marchaba.

Que se iba.

Y lo hizo.

Para siempre.

No tengo idea, cuantas veces vino o estuvo.

No pude preguntarle su nombre y tampoco decirle el mío.

Solo me quedé con uno de los pocos recuerdos que no olvidé y llevando conmigo, que fue el sentimiento de su voz en los tormentos de mi cerebro.

Únicamente eso y en mi confuso despertar semanas después y notar al incorporarme a duras penas en una habitación de hospital blanca y vacía.

Sin Borges, aunque estuvo y le permitieron pocos días de visita por estar en constante misión.

Pero dándome la bienvenida un par de enfermeras y médico, chequeando mi estado como evolución con mi hermano mayor detrás, llorando muy emocionado por mi milagrosa recuperación en lo días que se quedó conmigo.

Alegría por verlo después de tantos tiempo sin hacerlo y ayudándome en los días siguientes con mi acelerada recuperación, cual por siempre y de mi parte, esporádicas y fugaces visitas a él como mamá, desde mi nefasta colación en el secundario militar con el fallecimiento de nuestra hermanita.

Y tristezas, por otro lado.

Una de ellas al pronosticarme sobre mis múltiples heridas sanando.

Y otras, del pasado en recuperación.

Que sufría de una amnesia selectiva y siendo su origen, por un acontecimiento traumático o estresante, que me produjo una incapacidad y la mierda de recordar información personal importante.

Y una segunda, sintiendo mi cuerpo desmoronarse al enterarme y Rodrigo consolándome, como siempre lo hizo cuando era niño.

Como también, en el funeral de nuestra hermana.

Que mi mentor.

Mi casi padre.

Había fallecido.

La bala que recibió en su cuerpo, absorbió gran parte de su impulso y se expandió, creando una gran cavidad dañando muy seriamente sus órganos, tejidos y golpeando vitalmente uno de ellos.

Nunca estuve solo y como pensé en esa habitación blanca de Hospital.

Lo estaba con él y ambos, luchando por sobrevivir.

Como también, enterarme y conocerla de casi toda una vida, sin jamás haberla visto.

Que ella.

En realidad, su voz que me sanaba y yo podía dormir cuando la sentía.

Era su hija.

Ro como Rosemberg me la presentaba en los años que estuve junto a él y me contaba de su hija sin nunca conocerla.

Su orgullo y siendo única hija como familia.

Unos años más grande que yo e independiente de temprana edad y el Teniente visitaba en sus cortas vacaciones propias por nuestra vocación, ya que erradicaba y estudiaba sola, teniendo la edad suficiente para eso.

Y por mi coma y esa despedida que ahora entiendo de su voz cuando lo sentí llorar, me perdí del funeral de él.

Pero dejándome por su voluntad, sus chapas militares al darme el alta y mi hermano antes de regresar con nuestro último abrazo, me las entregó.

Porque, tomando estas y frente a su hija asintiendo en su último respiro y voluntad llena de cariño, se lo dio a mi hermano con mi nombre en sus labios.

Eran para mí.

Pero, ahora entiendo que no.

Y lo comprendo más, teniendo frente a mí a la doctora bajo la lluvia que fríamente y sin importarme, que me golpea como a ella, mientras la abrazo por sobre su cobija.

Ya que, su padre y casi mío.

Quería que la encuentre con ellas a mi cuidado.

En realidad, que nos una.

Mirko sabía y manejaba mi jurisdicción, porque iba a donde él estaba.

Y predijo el de su hija.

África.

Lazo, cual comenzó en sus historias contándome de ella en noches de misión y guardia.

Y yo sentí sin saberlo en las interminables semanas que fueron mi agonía recluido, pero percibí cuando estaba junto a mí, en esa habitación.

Como lo siento ahora mismo y en mi abrazo que no la abandona, mientras le pregunto ilógicamente y tan sorprendida como yo, porque se fue sin entenderlo.

Pero, racionalmente para mi corazón.

ROCIO

El centenar de gotas de lluvia.

Más bien llovizna, que cae suavemente frente a nosotros y bajo una especie de alero que sobresale en los pies del tanque de agua que abastece la base, donde Camilo sin dejar de envolverme con sus brazos, me guio para guarecernos.

Lejanos truenos se interponen, relatándome como conoció a mi papá en los años con él.

Y me cuesta salir de mi asombro, al enterarme que él fue el chico que intentó protegerlo en esa emboscada.

Estaba en la ONG, pero no en África, cuando me avisaron de lo sucedido y dejando a mi disposición una nave área para que me llevara a verlo gracias a su mejor amigo y un tío para mí, por el en su momento sargento Elías.

El daño había sido letal, por más intentos médicos y varías cirugías al igual que el muchacho y compañero en la misma misión y bajo su mando.

Uno apenas visible en la cama de al lado por llevar vendas en casi todo su cuerpo y contusiones por un traumatismo de cráneo.

Pero con la diferencia pese a la severas heridas, inducido al coma mientras mi padre cayó en uno.

Y con el milagro que los impactos de balas.

Cinco en total.

Su mejoría, aumento en un proceso largo y lento.

Evolución que fui testigo sobre su inconsciencia en un principio y como doctora que era, ayudando en un comienzo a un cuerpo médico para militares, colapsado y necesitado de manos, porque me urgía no pensar.

Tener mi mente ocupada y que las jodidas lágrimas, no me superaran pensando en lo sucedido y la inminente posibilidad, que como médica intuía en cuanto al estado de mi papá.

No quería razonar ni tampoco analizar los hechos, pero si odiando lo que era parte de la pasión de mi padre y prácticamente crecí de niñita cuando me llevaba a las bases y entornos militares.

Las armas.

Días que estuve atendiendo a mi padre con cariño y darme cuenta pasmada que al muchacho también, cuando sin ser la primera vez y bajo mis interminables insomnios que sufrí casi toda mi vida.

Despertaba después de un sueño reparador de horas sentada en la única silla de la habitación, pero mi pecho como rostro en la cama del muchacho, gravemente herido y sosteniendo su mano.

Lo miro mientras me sigue contando.

A Camilo.

Desvelo que aún tengo, siendo una batalla interna que concilie horas seguidas de sueño, pero milagrosamente tuve una día atrás, cuando este soldado interrumpió mi poblado y esa noche él abajo y yo arriba en la torre de troncos, me dormí.

Profundamente y como hace mucho no la había hecho, siendo la última vez.

Sonrío incrédula.

Muchos años atrás y en ese Hospital con él como mi papá internados.

- Mi padre había tomado a alguien bajo sus alas... - Murmuro. - ...cual me hablaba de él, cuando me visitaba, pero no conocía.

- También Mirko me hablaba de ti, sin haberte visto nunca. - Y que diga su nombre con tanta familiaridad y cariño, inunda mi pecho de calidez por mas fresca que es la noche con la lluvia que no cesa.

- Él era su protegido... - Me cuesta creer que sea Camilo.

- Yo. - Me dice, cubriéndome más con la frazada que traigo puesta.

- ¡Pero, eras un niñito! - Exclamo.

Se sonríe, elevando sus cejas sugerente y divertido.

- Crecí... - Se señala.

Cabrón.

Y vaya que creció.

Tengo ganas de reír por todas estas jodidas y lindas casualidades, pero lo retengo recordando algo.

Y sacando una mano por abajo de la frazada que me cubre, la apoyo en su pecho.

Uno duro, pero que ante mi contacto se estremece al igual que el mío, por más que lo queremos disimular.

- ¿Las cicatrices que vi al curar tu brazo, entonces son... - No puedo seguir hablando.

Ya que, la emoción me embarga y porque, una de las suyas cubre la mía presionándola más, contra su pecho.

- Por la niñita y Mirko...

- ¿Ella pudo salvarse? - Dime que sí, por favor.

Sonríe, asintiendo levemente y me da tranquilidad.

CAMILO

- Sí, azotea... - Respondo a su duda y sacándole por lo menos ese dolor.

Un dolor menos de otro que compartimos sin saberlo hasta hoy y se llevó parte de nosotros con él.

Suelta un suspiro.

- Rodrigo me mencionó lo de tu hermana...

¿Qué?

- ¿Conociste a mi hermano? - ¿Cómo?

- Coincidimos en su llegada al Hospital a verte para quedarse unos días y yo... - Su voz, se quiebra algo. - ...cuando ya papá agonizaba, pero le dio sus chapas militares.  - Y añade sin poder creer. - Lo extraño y loco, fue que yo ya sabía de él...

- ¿Lo conocías de antes? - Me cruzo de bazos y asiente. - ¿No me jodas, Azotea? ¿Fuiste una de sus múltiples conquistas? - Y un irritante y extraño sentimiento por celos, me ataca y solo pensando que voy a ir a su boda exclusivamente para rodear mis manos en su cuello y convertir a Mel antes que de el sí, en viuda.

Aunque está oscuro y la lluvia no deja de caer, noto que su ceja se eleva procesando mi infantil celo y murmura algo que no alcanzo a oír.

Pero, respira profundamente y niega.

- No, Camilo. - Exhala ese aire. - Hice un tiempo de trabajo en el Hospital Infantil Oncológico, cual era dueño su mejor amigo y jefe.

- ¿Herónimo? - La mierda.

- Supongo que lo conoces... - Arruga su ceño divertida.

¿Qué le causa tanta gracia?

¿Recuerdos?

- Claro, casi hermano de mi hermano.

- ¿Tuyo, no? - Me pregunta curiosa y niego.

- Lo quiero y aprecio mucho, porque ama y es incondicional con mi familia... - Es la verdad. - ...pero la realidad es que no disfruté de ellos y su amistad por vivir siempre y de corta edad en el ejercito...

- ...para el ejercito. - Me corrige y le doy la razón. - ¿Por lo de tu hermana? - Se atreve a preguntarme lo que mis ojos y pensamientos reflejan, ya que tristeza me colma.

Y por eso, quiero evitar que lo siga haciendo y me apoyo con un hombro en uno de los pilares de cemento del tanque con mis manos en los bolsillos de mi pantalón, mirando hacia afuera y sin ánimo que la lluvia pare.

- Algo así... - Solo le concedo.

- Tengo toda la noche... - Vuelve a repetirme, intentando alentarme.

Y le sonrío triste, por más que no me ve pasos atrás.

ROCIO

No me lo dice, pero su silencio, sí.

Que necesita un respiro, ignorando mi deseo.

Y aunque soy un mar de dudas y preguntas, me lo guardo y se lo otorgo, porque ninguna cantidad de dura protección en este planeta y juntando el bendito universo, era lo suficientemente voluminoso para esconder la devastación y amargura que sus ojos como todo Camilo reflejaba.

Por ahora...

Una brisa fría y constante acaricia por abajo de mi cobija mis brazos desnudos y piernas por más que mis pantalones son largos, provocándome un escalofrío.

No sé, si es por toda esta situación o porque, sinceramente hace frío.

Que Camilo lo percibe por más que está de espalda a mí y viene hasta donde estoy.

- La jodida lluvia, no se va a detener... - Intenta abrazarme, pero lo rechazo, haciendo que me mire extraño.

Yo no puedo ante su contacto.

Uno que deseo mucho y solo necesito, sabiendo lo que siempre nos unió sin saberlo.

Pero, justamente por esa razón.

Como una jodida bipolar.

Es la causa de no contacto y que sienta que mi corazón se hace añicos.

Y más por esa pregunta que me hizo y que ahora comprendo.

Porque yo en este momento también se lo pregunto, aunque no de mis labios para afuera, ya que sé que esto no va a funcionar.

- Puedo ir sola... - Me excuso, intentando arrimarme hacia afuera y salir bajo la lluvia, pero su brazo sano me detiene.

- No puedes, azotea.

- ¡Claro, que sí! - Dios, si casi y prácticamente toda mi vida, estuve sola y pude con ello.

CAMILO

No tengo idea, que mierda está pasando.

Pero bruscamente, su temple cambió.

Toda Rocío, me dice que siente algo por mí, como yo por ella.

Y lo mío, de casi una puta vida, porque lo siento así.

Pero azotea está muy equivocada si cree con su mirada tipo masacre va a intimidarme y por más que esté en juego mis queridas pelotas, ante su mirada enojada y sepa que es doctora y maneja muy bien todo lo relacionado a un cuchillo.

Y creo comprender, por dóode viene su miedo.

Porque condenadamente, eso es el enojo y esa brusquedad repentina, consecuencia de un pavor.

Un miedo que gritan sus ojos, llenos de sentimiento y entrega para mí, aunque ella no lo sepa.

Y sin dudar, vuelvo a tomar su brazo impidiendo que huya.

Ganándome su expresión muy malhumorada, mirando mi mano que la retiene.

Uy, se enojó.

Que risa.

ROCIO

- Camilo, déjame ir. - Le pido y me lo niega.

- No, hasta que terminemos de hablar...

- Ya todo está dicho. - Largo, pero al ver que no cede, respiro resignada. - Camilo... - Elevo las chapas, que ahora cuelgan de mí. - Misión cumplida, las tengo y una linda amistad hay entre nosotros por papá y las casualidades ahor...

- ¿Amistad? - Repite y sin permitirme terminar de hablar. - Es más que eso, azotea. - Me corrige. - Y lo sabes, pero jodidamente no quieres entender razón...

Sí, tiene razón.

Pero, me niego ante eso.

Mi autopreservación era la única forma de sobrevivir con mi corazón intacto. 

Mi madre había fallecido hace muchos años, quedándonos solo papá y yo.

Y pese a que siempre fue un padre amoroso, criándome lo mejor que pudo y con ayuda de nanas cuando la milicia lo demandaba o llevándome con él en mi infancia, para que no sufriera de extrañarlo a modo visita y por ello, saber mucho de esta vida.

Aprendí desde temprana edad, lo que sucedía tener un ser muy querido ejerciendo en este tipo de mundo.

Miedo.

Si.

Siempre y en abundancia, miedo.

Ese terror constante a nunca regresar.

Volver a uno.

Y observando a Camilo, más bien su mano reteniendo mi brazo para impedirme ir, no quiero volver a pasar por esto.

Como también él entiende, que mi escape no es solo ir a la tienda y contra esta lluvia que nunca acaba. 

Comprende, que me voy definitivamente de él por causa de ese pánico.

Uno que seis cicatrices, avalan el jodido y caliente cuerpo que tiene.

Siete vidas, dicen que tiene los gatos.

¿Y los humanos?

Cosa que si es como los felinos, el poco corazón como fuerza que tengo y cada día alimento para seguir adelante, moriría en vida si a él le sucediera algo.

Por eso, no gracias.

- Lo siento, no puedo. - Respondo a la mierda de lo que sus ojos fijos en mí, dicen y de un movimiento, saliendo de su aprisionamiento y del alero del tanque de agua.

- ¿No me quieres? - Su pregunta me detiene, bajo mis pasos en la suave lluvia. 

- No. - Digo firme, aunque mi corazón sí, con mi vista en el suelo enlodado y cubriendo una parte de mi calzado su fango.

- Perfecto, porque me amaras. - La voz de Camilo llega a mi espalda y hasta donde estoy, palmeando mi trasero por sobre la frazada con ganas y tan fuerte que de hecho, el sonido se siente como el mismo piso mojado y con lagunas de agua cuando pisamos.

- ¡Cómo te atreves! - Irritada y acariciando la dolorosa pero linda picazón de mi nalga y agitando mi otra mano libre nerviosamente.

Y Camilo hace lo peor que posiblemente podía hacer. 

Esbozar esa sonrisa.

Esa puta sonrisa completa hacia mí, que casi me noquea y la poca, pero coherente convicción que tenía para no acceder tambalee.

- ¿Quieres casarte, conmigo? - Prosigue.

¿Qué?

Me tapo más con la casi mojada frazada por culpa de la lluvia y mía.

- ¡Dios, eres un idiota! 

Jesús.

No quiero reír, porque su mueca rogando es muy linda y con la lluvia cayendo sobre él.

Bastardo y dulce manipulador.

- Si. - Dice, dándolo por hecho. - Y quiero ser, tu idiota. - Y otra vez, esa sonrisa de voltios exaperándome como el infierno, porque no entiende razones ahora él.

- ¿Tienes 34, en serio? - Le recuerdo como la vez de su pendejada por el arresto.

- Si ¿y tú, azotea? - También, vuelve a repetirme como esa vez.

- ¡Por cumplir 41! - Exclamo. - ¡Muy grande para ti! - Le quiero hacer entender, ya cansada y con ganas de llorar.

Y refriega sus manos por su cara y toma una profunda pero tranquila respiración, siendo suficiente para que retome mi caminata, donde la mierda mis pies me lleven y con la vista nublada reteniendo las lágrimas, porque así y Paola durmiendo y llegara a despertar, no puede verme.

Cruzo un par de guardias con su ronda nocturna que al verme, intentan detenerme al notar mi estado limpiando mis ojos por como llueve y casi llegando al límite de la base, pero se frenan y sé que es al ver a su Superior.Pendejo.Camilo que por alguna seña los detuvo y por más que no volteo, siento su presencia tras de mí.

Cual, corre para llegar hasta donde estoy al notar como con un grito frustrado y por más candado que lleva una puerta de metal, no puedo abrirla con mis forcejeos para salir afuera.

Y lo detiene, tirando de mis manos con intención de llevarme contra él.

Haciéndolo y una oleada de tristeza eclipsa mi pecho, al sentir el suyo y escuchar por su abrazo.

Uno más fuerte en intensidad, que me dio al descubrir que soy la hija de su mentor y que fui yo, esa persona que estuve con el en su vigilia de recuperación.

El ritmo palpitante de su corazón, tan acelerado como el mío.

Niego sin hablar.

- Si. - Me responden sus labios comprendiendo, apoyados en mi cabeza y volviendo a inhalar mi húmedo pelo por la llovizna.

- No quiero sufrir...tengo miedo... - Murmuro sobre sus brazos. - No quiero volver a sentir dolor por la pérdida de alguien que amo y volver a saber, que estoy sola nuevamente... - Sincera y con lágrimas.

- ¿Entonces, me quieres? - Aunque no lo veo, siento su sonrisa.

Intenta que yo lo haga, pero me niego, porque ese temor está vigente y como carne en mí.

Me obliga a separarme de él, pero sin soltarme.

- Azotea, te amo y te prometo que nunca voy a morir. - Larga como si nada. - Yo sin saberlo, te estaba buscando sin haberte conocido y ahora...no te voy a dejar, que otra vez te vayas. - Me dice con ternura Camilo y obligando a mi barbilla a elevarla y nivelar nuestros ojos, limpiando con el pulgar una lágrima de mi mejilla. - Solo quédate ahí, que yo iré a ti de ahora en adelante y para siempre... - Y me besa.

Mi Dios...

Y respondo, también a ese beso y a lo que me dijo, creyéndole.

Porque, también lo amo.

Y me aferro a él, como si la vida se me fuera a ello y Camilo replica, bajo un gemido feliz por eso y entre nuestros labios buscándose más y llevándome más a él, empujando y haciendo a un lado mi pelo mojado y suelto, para poder presionar ambas manos en mi rostro y tener más acceso a mi boca, profundizando este beso sin ánimo por los dos a que acabe y su lengua interrumpiendo la mía.

Cierro mis ojos con fuerzas, para solo sentir todo de él y hundiendo mis dedos en su corto cabellos, mientras ahora los suyos y haciendo a un lado la frazada que lo separa de mí, me lleva a un recodo alejado de la vista y luces de los altos reflectores, emboscando mi cuerpo contra una pared del muro limítrofe y su fuerte cuerpo.

- Tu brazo... - Logro decir entre sus labios, recordando su herida.

- Al carajo mi brazo, azotea... - Me contesta con una cálida sonrisa que siento, ahora besando el espacio de mi cuello y hombro, haciendo a un lado su camiseta que llevo puesta para chupar esa porción de mi piel y tirando luego con sus dientes juguetonamente, la tira de mi sujetador que está a la vista, seguido a soltarlo y que me pique al golpear el elástico en su regreso.

Y no puedo evitarlo.

Una risa bajita se me escapa, entregándome.

CAMILO

La voy tomando lento, mientras deshago de mi camiseta que lleva puesta y que me excitó como la mierda con mi pantalón, desde que se lo vi puesto y al igual que llevo yo, con ayuda de ella para quedarnos piel con piel y sin importarnos que caigan al lodo y lado nuestro.

Mi pecho desnudo contra el suyo y solo separándome.

Por ahora.

El suave algodón de su sujetador claro, ya mostrándome la dureza de sus pezones marcando bajo la tela.

Y un grito ahogo de ella con mis labios, al apretarlos con mis dedos sin presión, pero provocando que endurezcan más para mí.

Se remueve sobre sus piernas que son presionadas por las mías, al sentir lo duro que estoy por ella y me froto contra su vientre, siendo mi turno de tragarme mi gemido, porque malditamente quiero enterrarme en ella.

Duro.

Y si no lo hago pronto, está la seria posibilidad que acabe entre mis pantalones.

Pero antes, necesito saciarme de sentirla con mis manos, que dibujan su contorno como cada centímetro de lo que es su cuerpo, mientras nuestras bocas vuelven a buscarse con desespero.

Y mis grandes manos, llegan a uno de los Edén de muchos que voy a descubrir y solo van hacer míos.

Siempre míos.

Que bajando sus copas, exponen sus pechos desnudos.

- Dios...amo tus tetas. - Al ver su tamaño y el rosado como redondez de sus pezones, incitando a que me alimente de ellos.

Y eso hago, causando que la risita por escucharme sincero, se convierta en un gemido de excitación al sentir mi boca amamantándome sin ser amable y con mi húmeda lengua, chupando y presionando queriendo más.

ROCIO

La boca de Camilo me eleva a lo más alto sintiendo como chupa, juega para soltarlo y volver a tomar cada uno de mis pezones, adueñándose completamente de mis pechos mientras su otra mano y con ayuda de las mías, desabrochamos el cinturón que llevo puesto.

No hace falta que siga con el botón del pantalón, ya que siendo el suyo y quedarme grande, solo era retenido por el cinturón y por eso, se desliza sobre mis pies.

Y su vista cae abajo y a mis piernas desnudas, soltando uno de mis pechos prisioneros de su boca, con un duro pop que me moja más.

- Carajo, azotea... - Susurra grave, mientras se queda sin aliento con sus dientes hundiéndose en el lóbulo de mi oreja haciéndome gemir, al verme solo en bragas. - No creo que pueda aguantar tanto... - Me dice, aferrándose más a mi cadera, haciendo que ría por más que muerdo mi labio para reprimirlo, mientras es mi turno de desabotonar sus pantalones y su dura erección, choca con mis manos al hacerlo y dejando a la vista unos bóxer blanco, sobresaliendo su prominente e hinchado pene que golpea su bajo vientre y contra su ombligo.

Y sonreí para mis adentros tomando por sorpresa a Camilo, pero sosteniéndome la mirada, cuando me alejé algo solo para inclinarme y de rodillas, sembrar hacia abajo con pequeños besos y siguiendo ese camino de vellos hasta llegar a límite de ropa interior y con mis dedos, terminar de bajarlos exponiendo su duro como aterciopelado pene y con mi boca, lamer la punta.

Sus fuertes dedos se enredaron en mi cabello, retorciéndose y soltando un fuerte gemido con mi nombre en sus labios, apoyándose con ayuda de su otra mano en la pared espalda a mí.

Envolví más mis labios cubriendo hasta dónde pude y en la profundidad de mi boca, la base de su gran erección, para luego deslizarlo dentro de mi boca hacia abajo aflojando mi garganta y chupándolo, para luego volver hacia arriba con mi mano subiendo como bajando y siguiendo, su cadera suavemente viniendo y contrayéndose.

- ...oh mierda... - Salió de su boca gruñendo y entregándose a mi control con sus dedos acariciando ahora mi cabeza con firmeza que, con el movimiento de mi boca lo estaba llevando a la satisfacción y clímax cogiendo mi boca.

Podía sentir sobre mi saliva mojando y chupándolo, la esencia masculina de él, mezcla metálica y el propio acerbo de la salinidad seminal.

Y eso, me excitó más.

CAMILO

No me quería venir, pero malditamente su mamada iba hacer que acabe en su boca y con tanta fuerza que apostaba mi trasero, mientras jadeo cada vez más alto y levantando mi cadera para penetrar más su boca y apretarme más dentro de ella.

Que mi jodida eyaculación, iba a salir por los bordes de su boca.

Y no quería eso.

Por ahora.

Deseaba derramar, pero todo dentro de ella.

Y por eso, logré con la poca voluntad que esta mujer ahora le pertenecía y bajo un gruñido, deslizando mis fuertes brazos por abajo de los suyos para rodearla y levantarla, obligando a que sus piernas terminando de sacarle mis pantalones, las enrosque en mi cintura.

- Camilo... - Logró decir abrumada, al sentir mi pene en su entrada expuesta y humedeciéndola más, el tacto de mi glande mojándola por la mía preseminal.

Pero mis dedos de una mano, se lo adueñaron primero mientras la otra, buscaba entretanto un condón de mi bolsillo.

Jugando con sus mojados labios vaginales y con su hinchado clítoris, listo para mí.

Para luego, enterrarlo en su interior.

- Maldición, azotea... - Blasfemo agitado, al sentir como me aprieta dentro, meciendo sus caderas y toma más de mis dedos hundiéndolos más, causando que se arquee de placer, cuando la trabajo empujando y saliendo de su interior, sintiendo que mi estómago se retuerce locamente y en señal de pura felicidad como excitado hasta sentir que mis pelotas van a estallar, al saber que azotea al fin es mía.

Toda mía y de mi propiedad para siempre.

ROCIO

Susurro su nombre, casi sin aliento y tratando de memorizar su rostro, sintiendo como me penetra con su dedos.

Su mandíbula marcada.

Sus labios carnosos que ocultan esa sonrisa devastadora y alegre de linda.

Y la profundidad de sus ojos, mientras me posee y yo me entrego por su mano, consiguiendo esa oscura intensidad de su color castaño, cuando sus dedos me abandonan para ponerse el condón sacando de su envoltorio y se entierra en mi interior, sin darme tiempo a sentirme vacía y sin él.

Miro hacia arriba y me encuentro con los suyos, bajo la lluvia que nos baña.

Casi desnudos y empapándonos por ella y por nosotros mismos, mientras se empuja más en mi interior.

Y para mi sorpresa y con un movimiento diestro, sin permitirse salir dentro mío.

Recostándonos, contra un colchón que se esta haciendo en el piso de tierra mojada por la constante lluvia.

Llenándonos de lodo y sintiendo su frío en mi espalda y como el agua que cae golpea, la suya por estar encima mío, su pelo y a mí el rostro, que limpia su exceso con una mano para luego beber las gotas con sus labios que se escurren y suavemente su constante contacto, cae en mi rostro.

Noto cierta preocupación, en su rostro ante su decisión de que nos amemos contra el suelo.

Por su rudeza.

Pero con mis pies en su trasero desnudo lo incito ayudando a que lo siga haciendo y estimulando que sigamos, porque me excita y ambos gemimos como absorbemos, en un beso que se profundiza con nuestras lenguas deslizándose y buscándose, cuando comienza a moverse dentro de mí.

Saliendo y entrando, dentro de mi calor.

CAMILO

Puedo sentir sus balbuceos con cada embestida, abrumada por la emoción que ni siquiera puedo yo, definir con palabras al sentirnos definitivamente, cuando me empujó penetrándola tan lejos donde puedo ir contra el piso y sin importarnos, llenándonos de barro.

Ella me succiona desde dentro tirando su vagina de mi pene, ajustándome y ordeñándome, mientras bombeo a una velocidad lenta, pero duro dentro como fuera de ella y sin parar, porque condenadamente quiero que sienta cada centímetro de mi longitud dentro suyo.

Sus brazos me rodean, bajo sus palmas acariciando mi nuca y sus labios presionando los míos, vuelvo a capturar nuevamente su lengua.

Sus dedos recorren mi baja espalda y el contorno de mi trasero, mientras contra el piso cogiéndola, azotea de deshace en mis brazos al sentir que incremento mi velocidad como mi demanda.

Y gimo largamente al percibir que su humedad aumenta y lo resbaladiza que está.

Porque, es la gloria.

Mi gloria.

- Córrete en mi pene, azotea... - Digo apenas en un susurro, porque mi respiración falla al percibir su temblor ante la llegada de su orgasmo, bajo mi peso y el suelo.

Y mis palabras son suficiente, lamiendo sus labios y causando que mi corazón lata duramente para que, hundiendo su cabeza contra mi hombro, yo me empuje más dentro de ella moviéndome con más fuerza y creciendo mis embestidas, porque la lujuria y el amor la colman.

Y una oleada de placer explota desde su interior, mojándome y escurriéndose por sus muslos unidos a los míos, al correrse estrepitosamente golpeando su sistema, relajando su cuerpo agotado y yo, beso sus labios absorbiendo su clímax con los míos mientras mi pene expandiéndose más, roba su orgasmo de abajo y comienzo a aumentar mi ritmo castigador de piel golpeando piel, impulsándome dentro de azotea y colmando lo que nos rodea, de bajos gemidos y mi entrecortada respiración al tensarme y mis caderas comienzan a enloquecer persiguiendo mi propio orgasmo.

Que llega cuando mi cuerpo se extiende en su interior, reprimiendo un gemido al palpitar mi pene y me libero eyaculando todo dentro suyo y corriéndome con gran fuerza como jamás lo hice y presionando su rostro más cerca de mí, mientras me vengo y la lleno.

Bombeo lentamente y sorbiendo todo sus latidos de restos aún de su orgasmo, no queriendo detenerme y calmando los vestigios del mío.

Sus piernas se aseguran más a mi alrededor, bajo mi cuerpo temblando para no colapsar contra ella y el piso, sosteniendo mi peso con ambos brazos.

 Nuestros pechos desnudos, aún se mueven agitados por la gravedad de nuestras respiraciones, procurando ambos con besos, tranquilizarlas y que vuelvan lentamente a la normalidad.

Estamos sucios.

Lleno de lodo y barro.

Desnudos.

Y mojados completamente por la suave llovizna que cae sobre nosotros.

- ¿Qué justificación soldado, vamos a dar al regresar y estar llenos de lodo y fango? - Azotea, murmura a duras penas, dando un cálido beso a una de la cicatrices de bala en mi pecho y ocultando su risita.

Y me hundo más en ella y por más que mi jodido pene está sensible, provocando que gima entre risa también, girando con ella encima y dejándola a horcajadas sobre mí, alejando su pelo lleno de barro de su rostro.

Sonrío.

También, con mucho barro.

- ¿Qué es buena para la piel? - Murmuro, tomando algo del suelo fangoso y manchando el único lugar que estaba libre de él.

 Su nariz, con cariño...






Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top