CAPITULO 8.1

CAMILO

 La oficina principal donde está el superior, es el emplazamiento más grande de la base.

Cual al ingresar, te recibe docenas de mesas con más compañeros en ellas.

Papelerío, archivadores y la misma cantidad de líneas telefónicas en cada escritorio, siendo el radio de todos los jodidos días por su música constante y que nunca para de sonar, dándote la bienvenida al entrar.

En el extremo y final del lugar, la oficina del Teniente.

Despacho privado donde dirige las almas de todos, pero su puerta abierta acusa no estar dentro.

Lo busco entre la masa humana para ubicarlo en una de las grandes mesas con su vista en el gran mapa abierto y ocupando casi la totalidad de la superficie, mientras no deja de hablar por teléfono que le da la llamada un cabo.

- No es mi función saber dónde, ese es tu trabajo... - Escucho que ladra en el momento que eleva su vista y choca con la mía, al notar mi presencia.

Cual su escaneo va de la herida de mi brazo a mi rostro y frunciendo por demás el ceño.

- ...no pierdas el tiempo, hablando conmigo. - Me sigue mirando, pero diciendo al llamado. - ¡Quiero drones o si es necesario, tu puto trasero con las coordenadas! - Cuelga la llamada con brusquedad y haciendo señas al cabo, que se retire como lleve el aparato. - ¿Qué mierda, haces acá? - Su pose y voz agria, me hace sonreír. - Necesitas ducha, tu uniforme es impresentable, se te está por caer un brazo y tu cara no es la mejor. - Me enumera. 

- Señor me disculpo, en teoría no son mi vacaciones. - Justifico mi mala presencia y cuando, creo que me va a mandar a la mierda por mi humor, prosigo. - Vine a presentarme, señor. - Saludo militarmente y borrando mi sonrisa. - ¡Subversivo por no acatar órdenes, señor! 

Y su frente se arruga más.

Pero no me responde, se limita con una seña a que lo siga hasta su oficina y obedezco, cerrando la puerta tras mí.

Toma asiento del otro lado de su escritorio mientras yo, permanezco de pie y esperando sus órdenes.

- Descanse soldado... - Me otorga y cumplo, relajando mi postura.  

Y bufa de muy mala gana, como tirando más su pesado cuerpo contra el respaldo de su silla.

- ...tienes dos putas cosas a tu favor. - Me dice, alzando una mano y levantando un dedo. - Que eres uno de mis mejores piloto como francotirador a distancia... - Muestra un segundo dedo. - ...y fuiste como un hijo para mi mejor amigo. - Nombra a Rosenberg.

Y como siempre cada vez que oigo de él, calidez mezcla de tristeza, embriaga y afloja mi pecho por el recuerdo.

- ¿Arrestado? - Exclama interrumpiendo mis recuerdos, cual agradezco mientras toma una de muchas hojas que hay sobre su escritorio. - ¿Arrestado, Camilo? ¿Y por Borges? - Repite con esa ira desconcertada, por no poder creer de mi mejor amigo y compañero de batallón. 

- No deja de ser el capitán, señor.

- ¡Pero, tu eres el general de División! - Me recuerda mi rango.

Niego.

- En ese momento solo un simple francotirador que hizo desacato a su orden como estratega de la misión, señor. - Defiendo.

- ¿Y arrestaste a dos civiles a su vez? - Lee un segundo papel. - ¿Y una es monja? 

- Novicia, señor. - Corrijo. - Pero ella vino por motus propio.

- ¿Ser arrestada?

- Como compañía en realidad, señor. - Aclaro.

- ¿Crees que esto es joda?

- ¡Jamás, señor!¡Jamás! - Exclamo con vehemencia.

- Vas acabar con la poca cordura que tengo. - Resopla soltando las hojas y mirándome derrotado. - ¿Sabes que después de toda esta mierda, me jubilo, no?

- Mis más sinceras felicitaciones, señor. - Feliz por él.

Y me mira.

Mucho y cavilando en mandarme a la mierda o soltar la risa que retiene su boca.

Pero se frota la sien, ahogando esta.

- Tres días de arresto, por subversivo en la base. - Aprueba volviendo a la primer hoja, donde el Capitán apuntó mi rebeldía para firmar al final de esta. - Hablaré con Borges por las civiles y trámites a seguir en cuanto a ellas. - Prosigue, releyendo ahora la segunda mientras su mano me hace gesto que me retire y lo deje solo. - Dúchate, descansa y haz que te miren ese maldito brazo... - Me ordena con su vista en los papeles.

Y con otro gesto militar, me despido.

ROCIO

Sinceramente y aunque me resistía en un principio.

Debo admitir que nos vino de maravilla la ducha.

Una rápida, pero sin limitación de agua por los enormes tanques que abastecen la base y lo que últimamente había escaso en el poblado por la demoras constantes de nuestros camiones con sus viajes en rutas y muchas de las veces siendo timados. 

Elementos de higiene, siendo el jabón entre otras cosas, oro para nosotros.

- ¿Crees, que se molestará? - Paola me pregunta, ya de vuelta en la tienda y tomando de un bolso para levantarlo frente suyo un pantalón deportivo, seguido a medirlo en su cintura.

- Dijo, que nos sirviéramos a gusto ¿no? - Contesto calzándome uno que encuentro, pero estilo cargo.

Soy bastante alta por eso el largo no me molesta, siendo suficiente con doblarlo y en cuanto a la cintura, un cinturón que encuentro en el cajón de la ropa interior es suficiente.

Tomo mi ropa con bata médica incluida y hasta el vestido de novicia de Paola con intenciones de ir afuera.

- ¿Vas a salir?  - Me dice mientras se pone su cofia religiosa arreglando su pelo dentro. - ¿No estamos arrestadas y como que, tenemos que espera o algo así?

- Yo... - Le recuerdo. - Tú, no. Ve por algo de comida que muero de hambre mientras lavo nuestra ropa, así podemos devolver lo que llevamos puesto en la noche. - Murmuro, saliendo de la tienda y yendo otra vez a los baños.

El hormigueo de militares es enorme, cuales me saludan con gestos de barbilla o tocándose apenas las gorras militares que llevan puesta con cada paso que doy.

Me podría sentir intimidada ya que, una presencia femenina en estos lares con escasez de todo.

Pero, no.

Todo lo contrario y como mencioné anteriormente.

Estos hombres son máquinas humanas abocados en lo que sea, que es su operación militar dejando para después, sea sus anhelos o instintos.

Una vez dentro y verificando no encontrarme con ningún cuerpo extraño.

Llámese, hombres desnudos dentro.

Uso la primer pileta de los lavados de mano y la más cerca de la puerta de entrada, para que noten mi presencia si entra alguno, para llenarla con algo de agua e introducir las primeras prendas y con un trozo de jabón, empezar la faena de lavar.

El aroma a limpio invade el lugar y con cada refriego que doy lavando, afirmo y valoro más estas pequeñas cosas desde que vivo en estas zonas de África, donde lo básico es tan difícil de obtener.

Y más aroma a limpio y jabón.

Guau.

Miro entre mis manos y dejando por un momento de aclarar la ropa.

Al pequeño trozo de jabón blanco.

Porque, realmente buena la intensidad de su perfume.

Pero mis hombros se congelan al momento.

Por ese bendito aroma que emana el trozo que tengo en mi mano, también proviene detrás mío y por tal, el perfume a limpio dentro colmándome me indica que no estoy sola.

Rayos.

- Lo siento, me iré en un rato. - Justifico mi presencia a quién sea que tengo a espalda y casi terminando de enjuagar las prendas.

- Tranquila. - Esa voz. 

Mierda, mierda y mierda.

- Te hacía preso. - Dando una sacudida a mi bata siendo lo último y que ese movimiento, cubra mis nervios.

Situación, intensamente complicada.

- Y yo en la carpa o en la tienda del comedor, tal vez comiendo. - Camilo responde, pero su voz la siento más próxima.

Carajo, se está acercando y me niego a voltear.

- ¿Estás desnudo? - No me queda otra que preguntar, pero sin moverme, ya que jodidamente necesito girar para salir, mientras mis manos no dejan de acomodar la ropa recién lavada.

- Dije que era un chico limpio. - Me recuerda. - Y como Dios, me trajo al mundo. - Responde a mi duda con algo de humor.

Pero qué, hijo de...

Respiro profundamente, tomando fuerza.

- No importa, he visto miles de pacientes desnudos...- Volteo, desafiando su pendejada. 

Cosa que era verdad.

Cientos de cuerpos sin prendas por mi vocación.

Y ahogo un gemido.

Pero no, acostumbrada a lo que mi vista recorre casi frente mío.

Porque condenadamente, Camilo tiene un jodido cuerpo digno de admirar y aunque, ese uniforme le quedaba caliente y ciñendo partes de cada centímetro de su alta y armada fisonomía.

Créanme que, no le hacía justicia.

- ¡Eres un idiota! - Exclamo al notar que lleva puesto pantalones.

También militares, pero estos limpios bajo su mirada divertida mientras bebo disimuladamente de su torso tonificado y bronceado por el sol africano que por su risa, la respiración intensifica su vientre mostrando ese pack de seis que tiene como abdominales y gracias a la caída de sus pantalones, una V nace de ellos preguntándole a la virgen santísima, como un hombre puede verse tan bien con eso solo y descalzo.

- Lo siento. - Su turno de pedir disculpas, aún riendo con un puño en su boca para disimularlo y caminando hasta sus botas junto a una especie de banqueta, cual lo espera con un par de medias limpias con una camiseta, mientras cuelga buscando de su uniforme anterior, una cadena en su cuello con las chapas identificatorias.

Y miro curiosa, porque él tiene cuatro y no, dos como es lo normal.

Extraño.

- Santo Dios... - Exclamo de golpe y olvidando no solo, mi ropa a tender y dejada sobre el lavado de manos.

Sino, también.

Que hasta segundos antes, me deleitaba con la vista de su cuerpo tremendamente escultural.

Por justamente, ver la seriedad de su herida del brazo con la venda mojada como algo floja y que puse yo en la población, sigue sin siquiera quitárselo.

- ¿El dispensario médico? - Murmuro sin darle tiempo a reaccionar, cuando me abalanzo sobre él y arranco la vieja venda para analizar el grado de infección.

- Solo es un raspón. - Camilo le quiere restar importancia, soltando mi agarre para tomar asiento y comenzar a calzarse. 

Y pongo mis manos en las caderas indignada.

- ¿Raspón? - Señalo su brazo. - ¿ Me está jodiendo, soldado? - Y muerdo mi labio por lo último, al provocar una sonrisa y mirada llena de mierda divertida al escucharme y observándome a través de su gruesas pestañas, mientras termina de acordonar sus botas de combate.

Para luego, sonreír y negar con su cabeza.

Jodida sonrisa.

- Está arrestada ¿recuerda? - Se pone de pie de golpe y eso, miserablemente hace que casi rocen mi cuerpo y el suyo por la poca distancia.

Su torso, aún desnudo, respira a centímetro del mío y por su altura, mi visual es casi su barbilla.

Una, reteniendo otra risa.

Que pendejo.

- No olvide que me sentenció a trabajo voluntario. - Y sin más, ni esperando que procese mis palabras.

Vuelvo a tomar su brazo y empujando a que salga conmigo en dirección a la puerta.

Dándole apenas tiempo a que recoja su camiseta en el aire y dejemos para después, las ropas olvidadas.

Varios soldados nos observan, mientras nos encaminamos por la base por casi arrastrarlo y estar a medio vestir y otro en especial, cuando lo detengo para que me indique donde diablos se encuentra la tienda médica, ya que Camilo sigue mudo y nos observa.

Cual, la ubico enseguida tras agradecerle y obligar a Camilo que me siga.

Linda tienda y completamente abastecida una vez dentro, mientras le señalo la primer camilla que veo vacía.

- ¿Y usted, es? - Un soldado con bata médica, me pregunta al notar como obediente Camilo se sienta, mientras yo tomo un estetoscopio de un escritorio, continuo a mirar y abriendo las puertas de vidrio de un armario, mirando las pequeñas botellas médicas girando sus etiquetas como tomando gasa, yodo y desinfectante.

- Voy a necesitar una aguja de sutura para cerrar una herida. - Es mi presentación, porque no quiero perder tiempo y extrayendo de una caja, guantes de látex para ponerme.

Al ver que el médico, no musita movimiento por mi sorpresiva aparición y demanda, yo ahora lo miro raro.

- El tejido está dañado y si no se hace un tratamiento urgente, hay una elevada probabilidad que se convierta en gangrena por la infección y no pueda recuperarse... - Formulo casi sin respirar. - ...y las opciones de tratamiento para su avance, podemos optar... - Recorro visualmente la gran habitación no muy equipada para ello. - ...con un procedimiento quirúrgico. - Elevo el par de botellas con medicina de mis manos. - O antibióticos vía intravenosa o no...

El médico me mira, seguido a Camilo sentado en la camilla con su brazo herido, interrogante.

- Es médica y vino hoy a la base... - Le dice, frotando su nuca con una mano. - ...como que, la arresté. - Explica mi presencia.

- ¿Cómo qué? - Repito por su rara alegación y se encoje de hombros sonriendo. - ¿En serio, eres un rudo militar? 

- Lo es... - Interrumpe mi colega. - ...solo que, parece que se siente a gusto. - Me dice y no tengo tiempo de procesar esas palabras, porque toma mi mano para estrecharla. - Vásquez. - Se presenta. - Dr. Alex Vásquez. - Me dice. - Y mientras estés arrestada. - Mira a Camilo, luego a mí. - Bienvenida en esta área, que nunca sobra... - Murmura y trayendo con él, una mesita móvil con herramientas de sutura y primeros auxilios, para ponerla junto a la camilla donde Camilo aguarda.

Quiero presentarme, pero en ese momento un cabo entra demandando su presencia y tras un saludo cordial y militar, se retira.

-¿Supongo, que el médico general? - Me quedo mirando por unos segundos la salida, para luego la mesa y notando que tiene todo lo que necesito, arrastro una silla hasta Camilo para proceder con la cura de su brazo.

- ¿En serio, vas a curarme? - Al fin habla, tirando su cadena hacia atrás y no me moleste.

 - ¿Soy médica, no? - Digo sin mirarlo, porque toda mi atención está en preparar los suministros en posición para comenzar.

Pero, sacudiendo una de las botellas para que su líquido se unifique preparando el inyectable, me detengo por cavilar su pregunta y por más, que ya respondí.

Ya que, algo me embarga.

No tengo idea el motivo, pero es la connotación tal vez analizando su forma de decírmelo.

Creo.

CAMILO

Se detiene por unos segundos, después de contestar mi pregunta.

Seguro que intentando detallar, como proseguir con la curación de mi brazo.

Aún sigo a medio vestir y volteo a mi camiseta sostenida en mi mano sana y apoyada en la camilla, cual me ordenó sentarme.

Aflojo su agarre que no sabía que mantenía con tanta fuerza y se intensificó con la pregunta que le hice, provocando que se arrugue esa porción.

Una simple, para los demás y como ella misma lo tomó.

Pero para mí, de rango importante y con una traducción más allá de lo que esas cinco palabras dicen.

De repente, da un tirón a mi brazo lastimado para atraerlo contra ella y casi rodeando con su pecho para una mejor postura y empezar a curarlo.

Y con esa inclinación, su pelo a medias recogido y húmedo todavía al igual que el mío por la ducha, está a un suspiro de distancia de mi rostro e inhalo la esencia a jabón inundando mis fosas nasales y llevándome más allá de recuerdos confusos.

Pretendo parecer natural y que esto no me afecta, pero estoy tan jodidamente excitado que me limito a parecer un idiota silencioso como lo hice antes, cuando azotea estaba en plena charla con Alex.

Porque la doc tiene algo, como un imán y fue difícil de sostenerlo desde la primera vez que la vi en su campamento.

Y su temperamento como ella misma, me atrae.

Sin mencionar.

Santa erección.

Lo caliente que le queda mis pantalones y una vieja remera, que debe haber encontrado en  el bolso que ofrecí.

Examina mi herida poniendo mucho énfasis en su profundidad antes de comenzar, supongo intentando detectar algún cuerpo extraño en mi despiste, cuando me herí.

Limpia los bordes con aséptico, teniendo mucho cuidado en que no caiga sobre mi lesión.

Seguido a presionarla y provocar que haga una mueca, porque duele como perra, con ayuda de una jeringa.

Y carajo.

Porque esta mierda va a doler hasta el punto de sentir que mis pobres pelotas se contraen, cuando veo que delibera el tipo de sutura hacerme con aguja en mano por la profundidad y localización de mi herida.

- Dios, no lo pienses tanto...solo, hazlo de una vez...por favor... - Mi voz rogando se pierde, porque estoy a dos segundos de un desmayo.

Su risita se siente, muy concentrada mientras veo.

Y ganas de vomitar, obligando a mi boca a cerrarla inflándose mis mejillas.

Cuando busca de la mesita lo que parece una tijera para sostener esa amenazante aguja y una jodida pinza de disección como objetivo la herida mi brazo y empezar con la sutura.

- No entiendo, soldado... - Suelta, comenzando la sutura y asegurando con nuditos los puntos. 

Respira Camilo, respira.

- ...le tienes pavor a una simple cocida de piel sin presión excesiva y cual, te garantizo una ligera cicatriz y... - Sus lindas pestañas se elevan hacia mí, mientras con maestría prosigue. - ...y no, estas pasadas... - Sus ojos castaños, recorren mi pecho por mis cicatrices.

Muchas de ellas gruesas y de buen largo, que tapizan todo mi torso como parte de mi espalda.

Me hace sonreír, casi olvidando la puta aguja.

- Digamos que, cuando ocurrió la mayoría de ellas... - Digo, intentando no moverme al ver que casi está terminando, pero girando mi cabeza para no ver, porque me impresiona. - ...quedé varías semanas en coma farmacológico y no tuve la dicha de llorar como marica durante la curación...

Siento que se pone de pie, avisando que ya terminó.

Pero eso, no me hace voltear.

Lo hace algo cálido sobre un lado de mi torso, para después descender a otra pocos centímetros con su mano.

Está tocando mis cicatrices.

Que por más y aún sigue llevando guante, el tacto se siente bien.

Reconfortante.

ROCIO

No lo pude evitar.

Supongo, que mi vocación me puede.

Como fingir cuando de pequeña, jugaba con niños a ser la doctora de juguetes o ellos mismos.

Y fue al terminar, en tocar cada cicatriz que tiene su vientre como pecho.

Me percaté de ellas en el baño, porque son muchas y más en cada una, teniendo a Camilo a centímetro de mí, mientras procedía con la curación.

Preguntándome, que diablos pasó para obtener tantas y si, fueron de forma única o con línea de tiempo cada una.

- Misión fallida. - Solo murmura, poniéndose de pie y como respondiendo a mis dudas mentales. - Hace mucho tiempo. - Da como toda explicación mientras se pone la camiseta.

Y siento que no le molesta para nada mostrarlas.

Más bien, como dando a entender fin de esa conversación.

- ¿Fuiste el único? - Sin embargo prosigo, acomodando y desechando lo usado.

Me mira.

- Dos caídas... - Me responde por cortesía creo.

- ¿Dos muertos? - Tristeza.

 Afirma y me sorprende que continúe.

 - ...el que fue, lo más cercano a un padre... - Se sonríe, pero no llega a sus ojos, porque es muy triste. - ...y yo... - Finaliza, saliendo afuera.

Y yo me demoro sobre mi lugar por unos segundos pensativa y tras su confesión, porque entendí lo que me quiso decir.

Tengo familiaridad con esto y me recordó a mi padre, como se sentía viviendo ese condenado augurio latente por haber sido militar.

Y yo también, ahora sonrío triste intentando acomodar mis ideas como semblante, porque me aguarda afuera y no quiero.

No necesito.

Que me vea mal por cosas de mi pasado.

Porque, sin ir más lejos lo comprendo.

Ya que una parte de mí, también murió, cuando perdí a mi padre años después de mi madre.

CAMILO

Sale a los pocos segundos, supongo que para terminar de acomodar todo antes de retirarse y por eso la espero.

Está por anochecer.

Ciertas nubes grises con el azul en contraste con sus naranjas del ocaso me lo confirman, pero imposible que no arrugue algo mi ceño con mi vista en el cielo.

¿Lluvia próxima?

 La hora de la cena se acerca y la invito a que me siga, cruzando la base a otra tienda.

Se podría decir que las más grande.

 La del comedor, para encontrarnos ya a muchos compañeros sentados degustando de su bandeja de comida.

Como a Borges y la monja.

Se los señalo.

ROCIO

- Toma asiento con ellos, yo llevo la cena. - Camilo tras un mutismo algo incómodo en nuestro regreso me dice, tomando un par de bandejas y aguardando la fila para su turno que le sirvan nuestras comidas.

Me indica en un sector a Paola y el Capitán.

Extensos tablones y más banquetas, componen la tienda.

Y aunque, quiero negarme para ayudar sin olvidar su brazo lesionado, solo me limito a afirmar caminando a ellos.

Inclino mi cabeza a modo saludo y agradeciendo mientras me hago camino a cada militar que me cede espacio, cuando lo hago y por estar casi en su totalidad lleno.

Para encontrarme a Paola comiendo a gusto cada cucharada del guisado y con un trozo de pan, sopando la salsa y llevarlo a su boca muy feliz, mientras da pequeñas migajas a Fernanda sobre la mesa.

Me hace sonreír.

Pero dejo de hacerlo al voltear a Borges mientras tomo asiento del otro lado y frente a ellos.

Porque.

Solo mira su mano estático.

Silencioso y hasta apostaría, sin haber notado mi presencia por estar totalmente sumergido en su pensamientos o lo que sea.

A su gran como poderosa mano y como si en ella, estuviera la respuesta del universo.

Miro a Pao interrogante, pero se limita a reír y seguir comiendo, haciendo a un lado su cofia religiosa para no mancharla de salsa.

- ¿Le duele? - Me inclino al Capitán. - Puedo revisarla más tarde... - Me ofrezco, pero Borges niega al fin elevando sus ojos a mí y advertir que estoy.

Seguido a mi amiga.

¿Con terror?

¿Sorprendido?

¿Asustado?

Para luego otra vez, la palma de su mano que permanece en alto y jamás la bajó.

Sacude su cabeza.

- No, estoy bien... - Alcanza a murmurar.

- Debería comer... - Intento hacer que reaccione, mirando su bandeja con porciones sin tocar. - ...se puede enfriar... - Prosigo en el momento que Camilo, llega con nuestras viandas y tomando asiento a mi lado.

- Gracias. - Le digo por mi comida, tomando los cubiertos.

- No soy de cenas fuertes. - La voz de Borges nos hace mirarlo.

- ¿De qué, mierda habl... - Camilo interviene, pero el Capitán lo taladra con la mirada gris y Camilo suelta una carcajada.

- Cornelio se hará cargo de él. - Continúa, dando un silbido.

- ¿Cornelio? - Pao y yo, decimos al mismo tiempo y deteniendo en el aire mi primer cucharada.

Y no hace falta que conteste.

Porque y ante ese llamado aparece corriendo.

Gallardo con su porte.

Ágil y extremadamente lindo con su trote.

Y hasta pareciendo que su oscuro como dorado pelaje brilloso, versión cámara lenta con cada paso que da.

Mi Dios.

Un hermoso perro ovejero alemán, viniendo a nuestro encuentro y Fernanda sobre la mesa, queda como Borges momentos antes.

Sin movimiento y hasta olvidando su picoteo a las migas.

Para bajar de un aleteo de la mesa y encontrarse con Cornelio.

Y juro que los cuatro cruzamos miradas ante la escena, mientras Pao emocionada lleva sus manos a su pecho conmovida y al ver como ambas mascotas se rodean sin miedo al otro presentándose.

- Joder... - Solo Borges atina a decir algo de mala gana, sin poder creerlo y notando el cariño instantáneo de Fernanda como Cornelio entre sí.

- ¿En qué momento, crecieron tanto? - Pao lo codea emocionada y ganándose su mirada perpleja.

Y en el siguiente momento no sé que pasó, pero me río mientras al fin doy mi primer bocado, porque moría de hambre y notando que Camilo al sentirme, se alza una esquina de su boca para hacerlo también, pero a toda potencia y echando su cabeza hacia atrás por la carcajada alegre que copa todo el comedor.

Impresionante.

Porque Santo Dios, este hombre si es peligroso, cuando lo hace.

Pero de la forma linda.

- Ignóralo... - Luego le dice a Pao por su amigo, riendo más y tomando de su bandeja de comida removiendo con su tenedor el potage, mientras guiña un ojo divertido a Borges que se limita a elevarle una ceja por eso a Camilo.

CAMILO

Yo la miraba desde mi lugar con disimulo.

Dios, era asombrosa.

Porque de la nada su risita se sintió, frente a la rara, pero inigualable situación de Cornelio y Fernanda por más contradicciones de mi mejor amigo.

Y miré suplicante al cielo ya nublado, tras la cena y acompañándolas con Borges hasta mi tienda para que duerman.

Jesús de los cielos, ella me gustaba mucho.

Y en las primeras horas del alba la tendría que dejar ir.

Conociendo al Teniente, sin demora y ya sabiendo su ONG de su ausencia y motivo, demandarían por la doctora.

Ya que, mi arresto fue estúpido y como tal, su sobreseimiento llegaría por radio a temprana hora de la mañana, siendo reclamada por su ausencia de mucha importancia en su campaña y ante el primer helicóptero para ser llevadas.

Y mierda, con eso.

Porque jodidamente yo, si estoy arrestado por tres días, me negarían ese desplazamiento.

- ¿Y bien? - La doctora junto a la monja a su lado llegando a mi tienda y abriendo esta mirando los cuatro catres, nos dice. - ¿ Es a elección o prefieren, junto a las ventanas?

Me hace sonreír, que no tenga pánico a que compartamos habitación.

Pero la realidad, es que no podemos hacerlo según el reglamento.

Y yo, tampoco podría.

- No se permite ese tipo de interacción, tengan buenas noches... - Borges saluda con gesto militar, notando como con una mirada fugaz a la novicia, luego se retira sin más muy serio.

- Supongo que es lo correcto. - La doctora formula, entendiendo y abriendo más la tienda para que la monja entre primero, bajo el llamado de sus manos palmeando entre sí, a Fernanda que es hora de dormir y sigue jugando con Cornelio.

Por un segundo ambos quedamos mirando esa rara conexión entre ambos animales.

- Buenas noches, soldado... - Se despide y vuelvo a sonreír por siempre negarse a aceptar mi rango.

- Azotea... - Le recuerdo el suyo y ella se limita.

Guau.

A corresponderme con una sonrisa divertida mientras entra y cierra.

Exhalo aire.

La puta lona, separándonos.

ROCIO

Mi postura acostada está contra la pared y mi vista clavada en la ventana abierta sin poderme dormir.

No tengo idea, si pasó una hora o dos ya, pero la suave y profunda respiración de Paola abrazada a Fernanda en su catre, me dice que pasó mucho tiempo.

Pequeñas charlas de soldados en sus rondas nocturnas mientras los demás descansamos se mezclan, bajo unos refucilos que oigo desde la lejanía.

Y aunque por la fresca que llega hasta mí, es reconfortante con ese olor a lluvia que promete venir, no puedo conciliar el sueño maldita sea y exasperada abriendo la manta, me siento sobre la cama.

Maldito insomnio, que me sigue a todos lados.

Por eso y sin emitir sonido, tanteo en la oscuridad y con mis pies descalzos por mis calzados.

Si no puedo dormir.

Tal vez lo atraiga o haga pasar el tiempo, yendo por nuestra ropa abandonada en los baños y volverlo a lavar.

Un suave aroma a cigarrillo colma el aire, cuando salgo de la tienda.

Y cerrando más contra mí, la cobija que puse en mis hombros, camino a esa dirección sin poder creer.

- Dije que eso iba a matarlo... - Susurro al llegar hasta donde está.

Camilo flexionado de una rodilla el suelo arenoso y contra un soporte te de luz no muy lejos de la tienda, se sonríe sin dejar de fumar.

- ...y yo te respondí, que era un compañero de turno...

Miro para ambos lados

- No te veo como tus demás compañeros, haciendo vigilia por los alrededores...

Niega.

- ¿Será porque, no lo estoy?

Me acerco un poco más y otro refucilo nos hace mirar a los dos al cielo ahora copado de nubes negras como la noche.

- ¿ Es en un rato?

- No, porque estoy arrestado.

- ¿No mereces grilletes, entonces? - Burlo y dos dedos de su mano del brazo sano, golpea su hombro para señalarme su rango como respuesta.

Me inclino también, casi llegando a él y la luz de la farola, nos ilumina a ambos cubriéndome más con la manta, porque empiezo a sentir ya el frío de la pronta lluvia.

Y alarmándome que Camilo que sin atisbo a notarlo y misma posición, permanece con la misma camiseta mangas cortas y liviana para una noche así.

Ya que, en contraste contra los calores infernales que África se puede sentir y hasta bajo el reparo de la sombra de un árbol.

Sus condenadas noches, son lo contrario.

- Deberías aprovechar para ir a una tienda y dormir. - Murmuro.

CAMILO

Su preocupación me hace sentir bien.

- No puedo. - Respondo a su pedido, dando la última calada al cigarrillo y lanzarlo lejos de nosotros.

Me mira curiosa.

- ¿Dormir o tienda? - Me dice preocupada y capto, que se culpa por ocupar la mía.

Por eso me corrijo enseguida.

- Ambas cosas, azotea. - Y notando su rostro con una mueca de no comprender, me explayo sin poder evitar un suspiro agotado mientras mi mano frota mi pecho por mas aire.

Me reacomodo sobre el piso y poste de luz que estoy apoyado.

- No duermo en mi tienda.

Asiente.

- Claro, porque estoy con Paola. - Justifica, pero niego.

- Yo, jamás duermo dentro. - Le explico. - Siempre afuera...

Y sé, que no termina de comprender.

ROCIO

¿Pánico?

¿Fobia?

Muero de curiosidad y llenarlo de preguntas, pero me contengo y espero con paciencia y solo, asintiendo que se explique más.

- La tierra, me agrada. - Prosigue. - Me gusta y mucho, hasta el punto de ser un puto genio en ella. - Murmura. - Pero, soy fans de las alturas... - Afirmo sobre sus palabras, ya que me lo mencionó antes y tenemos en común casualmente.

Y debo reconocer, que se le da muy bien esa área también.

- ...yo me siento en plena libertad surcando el aire y donde nada puede limitarme como detenerme. - Eleva y tira sus fuertes brazos para doblarlos y sin importarle la herida vendada, detrás de su cabeza y ahogo mi reprimenda, porque esa acción me dice que se relajó. - ...la tierra me restringe, sin embargo... - Hace una mueca con sus labios a juego con su nariz arrugando, que yo la siento en mi pecho y lugares que no voy a mencionar por lo linda. - ...amo sus misiones constantes...

- ¿Pero, odias mantenerte en la base?

Asiente.

Lo señalo.

- ¿O sea que este arresto de tres miserables días, cual podrías aprovechar para descansar?

- Es un puto infierno, azotea... - Me da la razón y llamándome otra vez, con ese apodo que me puso.

- ¿Por qué?

- Larga historia... - Me vuelve a repetir como la otra vez.

Y me siento sobre el suelo y me encojo de hombros.

- Tengo toda la noche. - Lo aliento.

Se ríe.

Cretina y hermosa sonrisa.

CAMILO

Carajo.

Soy un maldito adolescente muy caliente con azotea, porque creí que tenía un mejor control sobre mi pene que esto.

Y disimulo, contrayendo mis piernas y mis rodillas contra mí.

Podría culpar a la jodida abstinencia que estamos acostumbrados.

Pero, no.

Condenadamente, se lo atribuyo a mi hermano Rodrigo.

Porque el muy puto, me dijo en una de sus últimas llamadas aparte de casi rogarme que en mi próximo descanso, fuera a verlo a él y mamá.

Y ante mi negativa, yo cambiar de tema y preguntándole por Mel, cual apasionadamente y estilo animé con corazones en los ojos, decirme cuanto la ama y todo lo que es la mierda del amor y que encontraría a la correcta, cuando sintiera que la conozco de toda la vida.

Putamente le doy al razón, ahora a lo que me dijo.

Miro a azotea frente a mí y cubierta con la cobija.

Ya que, jodidamente y no sé por qué, siento que lo hago de antes.

- ¿Tú, también? - Y como a Rodo, le cambio de conversación.

Lo siento doc, pero no me siento todavía preparado.

Ante su rostro sin entender, me gano su mirada curiosa bajo un bostezo.

Lo señalo.

- Eso justamente...¿insomnio?

Ríe entre algunas lágrimas por eso.

- Se puede decir, que sí... - No lo niega y su rostro se ilumina por algo que recuerda creo. - ...lo hacía bastante bien, cuando tenía a mi padre.  - No hace falta que pregunte, me lo confirma sus ojos como la terminación del verbo.

 - Lo siento...

Vuelve a encogerse de hombros.

- Fue hace mucho... - Con un gesto de resignación, se pone de pie ante las escasas gotas comenzando a caer del cielo. - ...no se podía hacer mucho... - Me mira, que aún permanezco sentado y sin importarme que empiecen a mojarme algo. - ...era piloto de avión y militar como tú.

Sin embargo y pese a ello, su sonrisa nuevamente aparece.

- Roro... - Murmura y al ver que no entiendo, continúa. - ...así me llamaba por las primeras sílabas de mi nombre y apellido, cuando regresaba a casa notando que no dormía y me desvelaba estudiando...

- ¿Roro? - Repito como si nada, poniéndome de pie y sacudiendo la arena de mis pantalones.

Asiente, cubriéndose más con la manta por sobre su cabeza por la jodida lluvia que comienza.

- Rocío Rosemberg. - Dice. - Roro, para mi padre.

Y trato de calmarme e intentando tomar una compostura más relajada, porque mi cuerpo se endurece por algo copando mi memoria.

- ¿Roro? ¿De Rosemberg? - Parezco un idiota repitiendo.

- Infantil, lo sé... - Se excusa.

Y carajo, la tengo a dos metros de mí, bajo la lluvia y no me interesa.

Porque, cada jodida gota que antes me calaba los huesos por ser fría, ahora quema cada centímetro de mi piel donde me moja.

- ...pero... - Intenta seguir.

- ...éramos única familia y pese a mi edad, seguías siendo su nenita... - Digo con ella y se sorprende, que coincidamos.

ROCIO

Repite conmigo y me asombra por más que es una frase, que muy bien puede ser utilizada por padres frente a sus hijas, mientras de un tirón arranca la cadena de su cuello con las chapas y tipo abanico, cual mientras lo hace las abre, para luego sonreír algo emocionado con su vista en ellas.

- Siempre pensé... - Murmura, sin dejar de acariciar dos de ellas. - ...que hubo error de grabado... - Sigue y solo, mirando las chapas identificatorias. - ...Mirko Rorosemberg..

Y entonces, viene hacia mí y me estrecha con fuerza.

Mucho con su abrazo y por sobre mi cobija aspirando el olor de mi pelo, como si nos hubiéramos separado por una eternidad y sin importar que nos estamos mojando, bajo esta lluvia que comienza a caer precipitadamente.

Para luego, Camilo decirme tiernamente.

- ¿Por qué, te fuiste?

¿Eh?








Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top