CAPITULO 7
ROCIO
Kilómetros de África sobrevolamos y aunque, quise disimularlo no pude.
Porque sé, que mi suspiro de felicidad se sintió por el intercomunicador y se escuchó por todos los que teníamos uno puesto.
Pero imposible, no.
Amo el aire y las alturas.
Siempre amé volar.
Y viejos como lindos recuerdos al sentirme otra vez arriba de uno de estos pájaros del aire, colman mi mente.
Por mi padre, un piloto militar.
Condenadamente todo este ambiente me es familiar desde mi niñez.
Uniformes con sus botas de batalla.
Los típicos colores en su camuflado que rodean este entorno.
El exceso de testosterona.
Demasía de ello.
Sudor por extenuantes días de misiones.
El olor inconfundible a cigarrillos armados en su mayoría.
Como también a tierra y esa siempre adrenalina que late en cada uno.
Y la no menos importante y que opaca esta alegría.
Armas.
Sean blancas o de fuego que cuelgan o llevan sobre sus uniformes cada soldado.
Suspiro nuevamente, pero para mí, misma esta vez y por más que no volteo a mirar a Paola, siento su mirada en mi nuca desde la cabina trasera, porque conoce mucho de mi vida pasada y todo lo que significa esto para mí.
No crecimos juntas, nuestra amistad solo tiene pocos años presentándonos el África misma.
Pero verla por primera vez al cruzar la puerta y presentarnos la organización cual estamos esa tarde en un precario bar rural y punto de encuentro en la ciudad capital de Kabala del distrito de Koinadugu.
Y ella con parte del equipo directivo y sin preámbulos, recibirme con un abrazo.
Supe.
Sentí.
Que iba ser una gran amistad y la sensación de que éramos amigas de toda la vida.
Corazonada que se cumplió en todo este tiempo juntas y por tal, como tantas arduas horas como meses ejerciendo esta vocación al prójimo, incontables también, las charlas de nuestra vida misma.
Por eso, evito mirarla y me limito a seguir observando el paisaje que me regala el vuelo.
Uno y con cada kilómetro surcando el aire, ya en un horizonte.
Piel de gallina y expectativa.
Diviso la base militar.
Una que, con cada metro acercándonos puedo ver su tamaño y extensión.
Es grande.
Un gran predio en el medio de la nada y solo un mar de arena con decenas de tiendas armadas, limitándolo cercos altos de concreto y filamento.
Camilo sobrevuela hasta un extremo y por la poca altura como sonido del helicóptero, acusa que muchos en tierra, empinen su barbilla mirando y usando una mano tipo visera para contrarrestar el sol frente a ellos.
Llegando a un punto del terreno hace lo característico de los helicópteros que tantas veces vi de niña en suspenderlo en el aire, tirando del cíclico poco a poco y pendiente del anemómetro la velocidad del aire para medir como esta, cae poco a poco y llega prácticamente a cero para aterrizar.
Un suave golpe no indica que el tren trasero ha tocado tierra y otro aún más suave, no dice que ya tenemos las cuatros ruedas en ella, rodando levemente por la plataforma de aterrizaje hasta la posición de estacionamiento asignada, dejando Camilo mientras se saca el intercomunicador y yo lo imito a su segundo piloto al mando con golpe de hombro amistoso de su brazo sano a que proceda con la parada de rotores y turbinas.
Todo es movimiento y control después.
Parte de la brigada en tomar posición en los Jeeps y otros desde la base, acercándose y abriendo el compartimiento trasero para la descarga de estos, como otros equipamientos y yo incluida en descender.
Sonrío.
Y Paola pidiendo que bajen su vieja motocicleta con cariño, ganándose más miradas raras de los soldados.
Se arrima a mi lado con Fernanda en brazos, mientras Camilo nos invita a seguirlo.
Despertamos curiosidad, porque la colmena de soldados esparcidos nos mira en nuestro cruce.
Muchas etnias entre ellos, pero mismo uniforme.
No me es extraño.
Ya que deben ser un tipo de unidad de operaciones especiales o élite de varios países unificados militarmente.
Cada uno que topamos y observo como hasta el mismo Camilo con su escuadrón, denotan eso especial.
Porque son ágiles y versátiles con cada movimiento desde hasta su simple andar.
Como específicamente entrenados y formados para llevar a cabo una serie de tareas especiales y por cual, el motivo que están acá.
Muchas tiendas.
Docenas de estas armadas como de fuerte estructura en tono de los uniformes y la misma arena africana, hay esparcidas por la base.
Como contenedores estilo oficinas, saliendo y entrando de ellos más soldados.
Todo es movimiento de ir y venir de constante de hombres uniformados haciendo cosas.
Algunos en sus tareas asignadas.
Otros haciendo ejercicios de fuerza, utilizando gruesos costales mientras charlan con sus compañeros.
Y terceros recostados contra enormes cajas de material fuerte, donde imagino que hay armas y con lentes oscuros, tomando sol sin abandonar sus cigarrillos de sus bocas largando grandes bocanadas de humo.
Un par de helicópteros de menor tamaño sobrevuelan por la base y hacen levantar mi vista al sentirlos, confundiendo el sonido de sus turbinas de motor con el altavoz desde una columna de gran altura dando partes militares.
- ¿No estás nerviosa? - La voz de Camilo, dice delante mío.
- ¿Por qué? - Ya que, no lo estoy.
- Por todo esto. - Suelta, achicando la distancia de sus pasos delante nuestro.
Miro a mi amiga consultándole si tiene miedo, cual me lo devuelve con un encogimiento de hombros negando.
Vuelvo a sonreírle a ella y Fer, sin dejar de caminar.
- No. - Soy sincera y seria.
Sin sonrisita al soldado.
- ¿No te da miedo el arresto?
- No.
- Diablos... - Creo que farfulla por lo bajo.
- ¿Disculpe? - Acomodo mejor mi bata puesta y me pongo a su par adelantando unos pasos, porque no comprendí.
- Nada... - Eso sí, escucho bien.
¿Qué, fue todo eso?
Lo miro.
Entonces, entiendo.
Y mi vista sigue la curvatura de su alto perfil.
Debe superar muy llanamente el 1,85m.
Y me detengo de golpe, causando que él también lo haga sin poder evitar un gesto cínico.
- ¿Pretendía, que iba a asustarme... - Señalo lo que me rodea. - ...el arresto? - Pero qué, pendejo.
Levanta su casco y se rasca la cabeza.
- Pero, no fue así. - Hace una mueca graciosa en su rostro y de decepción.
Exhalo.
- ¡No! - Le confirmo.
- ¿Aunque es una habitación oscura y con grilletes, pero sin lo rojo? - Y mi mano.
La que pulsa a mi puño cerrado a ir directo a su mandíbula, la apoyo en un hombro de mi amiga con obligación para no hacerlo.
¿Eso fue una broma?
¿Y en una situación, así?
¿Y se hace llamar Sargento, teniente o la jodida cosa que sea de su batallón?
- ¿Tienes 34 años, en serio? - Me irrito.
Asiente natural.
- Positivo. - Se sonríe. Linda sonrisa. - ¿Y usted?
- La edad y lo que pesa, jamás se le pregunta a una mujer... - Acota solemne Paola, como recitando prolijito.
Camilo pestañea, mirando a mi amiga y su dicho.
Y de golpe.
Jodidamente, otra vez.
Vuelve a sonreír plenamente echando su cabeza hacia atrás, pero esta vez acompañado de una sonora carcajada.
Una que se escucha ampliamente a su alrededor, causando que soldados volteen a nosotros y a ver a su compañero.
Y mi pecho se tensa.
Porque es linda.
La verdad, muy linda.
De esas tipo que te hacen olvidar por escuchar y mientras dura, dónde carajo se encuentra uno y en que situación.
Porque es alegre.
Sincera.
Y totalmente contagiosa, cual me obligo a tragarme, pero mi mejor amiga no.
Ella también lo hace abrazando más a Fernanda contra sí y vuelve a levantar sus hombros, cuando la miro curiosa.
- Me gustan las sonrisas de mil voltios... - Solo me dice y limpiando como puede una lágrima de un ojo de tanto reír.
- Entonces, debería conocer a mi hermano mayor. - Camilo le habla.
- ¿Sonríe, como tú? - Pao ilusionada, abre grande sus ojos.
- Más. - Afirma. - Pero, se casa en días.
- Maldición... - Se desinfla Pao, haciendo la señal de la cruz.
- ¿Eres novicia y blasfemas? - La mira curioso.
- Digamos, que tuve una charla con él a modo negociación... - Ella le dice.
- ...por eso la persignación. - Le explico.
- ...cada juramento, una cruz y un rezo al final del día. - Prosigue Paola.
Camilo nos observa.
- ¿Entonces, al final del día... - Dice.
- ...de unos treinta a cuarenta padres nuestros por noche. - Finaliza, natural y muy orgullosa.
Camilo vuelve a sonreírnos.
- Diablos, son lindas, pero... - Concluye divertido con otro gesto para que sigamos. - ...debemos continuar... - Murmura para que retomemos la caminata.
- ¿Al calabozo con grilletes? - No me aguanto.
Y su ceja de mi lado se alza más divertido, mientras lo seguimos por la base y esquivamos más soldados.
No me responde, pero a modo respuesta abre un lado de una tienda de campamento.
Y con Pao algo inclinadas, observamos su interior.
Alta como espaciosa y notando unos cuatro catres con sus cobijas y sábanas, dobladas en sus puntas.
Bolsos en algunos rincones, una baja y pequeña cajonera con algunas abiertas, acusando pares de medias sobresaliendo de ellas.
¿O ropa interior?
Y sobre el cabezal y pared de tienda en un par, lo que parecen fotos o recortes de revista.
Arrugo mi ceño.
Porno, seguro.
- ¿Es higiénico? - No lo puedo evitar y me gano otra vez, una mirada de humor del soldado.
Abre más la tienda para nosotras y con su mano libre, ademán de caballero.
- Les aseguro madame, que de todas las tiendas las más ordenada y limpia... - Señala las otras. - ...y con la menos olor a transpiración o de lo que sea de hombre...
- ¿Cómo está, tan seguro soldado?
- Porque es la mía y a mí, sí, me gusta bañarme seguido. - Sonríe más, acariciando su brazo herido.
Aunque quiero reír a carcajadas, su respuesta me convence entrando a ella con Pao seguido de él.
Las ventanas de lona y de cada lado, están abiertas.
Por lo menos aire corre.
- No existen las celdas y grilletes, para este tipo de arrestos... - Lo sabía. - ...solo una detención de un par de días, de lo que llevaría el papeleo por su desacato contra la autoridad. - Explica. - Y durante la estadía hasta que se le comunique a las autoridades pertinentes de su organización, tal vez el castigo con ayuda comunitaria en la base.
- ¿En el orden médico? - Suelto, cruzando mis brazos sobre mi pecho y caminado por la tienda, mirando lo que me rodea.
- Lo que nunca sobra, doctora... - Concluye, dándome la razón.
Gira sobre sus talones, para salir de esta.
- Yo debo presentarme en la oficina principal y ustedes deben tener hambre, pediré que le traigan algo de beber y comer. - Ya casi afuera, indica con su brazo sano hacia la izquierda. - El compartimiento de allá, son los baños y la caldera está siempre encendida con agua caliente por ducha...
- No trajimos muda de ropa ¿recuerda? - Interrumpo, mencionando como fuimos traídas.
No se inmuta, pero nos señala los cajones y un bolso militar cerca de mis pies.
- Encontrarán lo necesario. - Y sin más, se retira.
CAMILO
Toda ella, dice que no tiene bases militares.
Pero sí, jodidamente por su forma de desplazarse y sin un gramo de miedo a esto, que acusaba mucha confianza con el ambiente.
Lo presentí en el helicóptero y ahora, cuando pisamos tierra.
¿Familiares, tal vez?
Sí, maldición.
Totalmente, apostaba mi trasero en ello.
Pero sobre ese especial júbilo que todo ella emanaba en el aire y contradictoriamente ahora en la base.
Yo sentí, algo más.
Como pánico con odio desmedido y fue su bienvenida, cuando arribamos a su poblado.
Las armas.
Hago a un lado mi casco para rascar mi cabeza otra vez y secar algo de sudor de mi rostro, por el jodido calor que hace mientras me dirijo a la oficina principal.
Carajo.
¿Por qué, tanto aborrecimiento de la doctora a ello?
Y sin darme cuenta en que momento y lleno de preguntas, me encuentro pidiendo auxilio a una columna satelital para apoyarme y obligado a respirar profundamente para llenar mis pulmones, seguido a flexionar mis rodillas y mi espalda contra el concreto, para dejarme deslizar y caer contra el piso arenoso.
Re mierda.
Hacía mucho que no me pasaba esto.
Jodida y puta memoria.
Aflojo el chaleco antibalas, para poder tener acceso a los primeros botones de mi camisa y así, que el aire cope mi pecho reteniendo esa angustia.
Esa herida interna que por más cicatriz de años, aún sigue latente y duele como la mierda.
Y sonrío con asco, volviendo a recuperar mi respiración normal de a poco y con mi vista en el arma que jamás me abandona y ahora descansa contra la tierra junto a mi mano.
¿Cómo se hace, para dejar de odiar lo que tanto te apasiona?
- ¿Hermano, estás bien? - Borges olvidando el protocolo, lo encuentro de pie frente a mí.
Elevo mi vista para nivelar su altura, apoyándome más contra la pared y limpiando con mi puño la sonrisa falsa que dibujo.
- Más que bien. - Miento, pero ya mejor.
- Patrañas... - Jura haciendo que ría más, mientras me pongo de pie. - ...estás pálido pendejo, lo que no sé... - Mira mi brazo herido donde la tela de la manga, sigue teñida de húmedo rojo. - ...si por la jodida gangrena que está creciendo en tu brazo o por tus putos demonios del pasado...
Mi carcajada se vuelve a sentir, parándome a su lado y usándolo de apoyo.
- Ambas, Borges... - Camina junto a mí. - ...estoy obligado a presentarme en la oficina mayor, pero prometo... - Le digo con cada paso. - ...no amputar mi brazo maestro de tiro, como volver a recaer...
- ...la otra mierda no me preocupa, porque sé que no lo harás... - Me interrumpe, casi llegando a la oficina. - ...eres un puto loco desquiciado y con alma kamikaze en esto que amas, pero mi amigo. - Me detiene con su mirada fija y preocupada en mí.
Resopla pensativo con una mano en mi hombro.
- ¿Cuándo jodidamente vas a entender que no fue culpa tuya, Camilo? - Me ruega.
Me quiere hacer entender.
Y yo, vuelvo a sonreír.
Pero esta vez, no con asco.
Más bien con tristeza, devolviendo ese apretón cariñoso.
Y suspiro.
- No tengo la más puta idea, Borges. - Doy por terminada la charla, abriendo la puerta de la cabina para ingresar y dejando a mi mejor amigo de pie y mirándome.
Pero estoy equivocado si pensando que alejarme de esta conversación, me haría sentir menos.
Maldición.
No.
Porque mi pecho ahora duele más que la mierda de herida que palpita en mi brazo.
Y mientras me encamino una vez dentro al despacho del Teniente General, hago lo que mejor sé hacer, cuando todo esto me embarga sacando de un bolsillo delantero y siempre llevo conmigo.
La algo raída foto con la imagen de mi familia.
Mi hermano Rodrigo, mi madre, mi pequeña hermanita fallecida Lucía y yo.
En plena adolescencia nosotros, nuestra madre joven y nuestra hermana solo una niña.
Muchos años de esta foto todos juntos, aún viviendo en Argentina.
Como también, mismo tiempo que casi no estoy con ellos.
Que me alejé...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top