CAPITULO 5
CAMILO
El repiquetear de los constantes leños de la fogata, hecha por la llegada de la noche y siendo atizados por uno de mis hombres, se siente al rededor nuestro que, coronando el fuego buscamos algo de su calor.
Controversialmente y pese a que África con sus climas, predomina lo tropical con sus días de altas temperaturas extremas, superando en sus sombras los cuarenta grados.
No obstante, estas pueden cambian y presentan sus propias característica en sus noches, siendo frías.
Todos, rededor del fuego.
El Capitán, mi pelotón como yo.
Cuerpo médico de asociación con ayuda humanitaria y hasta este grupo de carabineros siguiendo el mando del jerarca León.
Uno que no explica mejor y bajo nuestras miradas silenciosas, la causa y motivo de su búsqueda.
Sobre todo de la mía.
Que lo observo desde mi postura sentado y jugando entre mis labios, con un pastizal a metros de él y solo separándonos la fogata que no deja de arder y como toda iluminación en el lugar.
- ...fue secuestrado hace meses desde el mismo palacio y extraído de su cuna a la medianoche... - Explica. - ...por una subversiva, traicionando al pueblo y a la sangre Qurash...
- ¿Sangre Qurash? - Repito por no entender.
Y ya que, lo nombran por segunda vez hoy ante su llegada como ahora.
Se sonríe y sus ojos de ese color casi cristal y pareciendo más hielo por solo ser iluminados y tener frente a él al fuego, me miran fijamente.
Y al hacerlo en detalle, le encuentro cierta familiaridad.
Me parece, otra vez.
No lo podría asegurar.
Porque, tanto meses en esta misión con constante enfrentamiento entre civiles.
Y por ello, las pocas horas de sueño consumidas y la jodida herida de mi brazo que pica como los mil demonios con su dolor, puede ser que me juegue en contra.
Acepto mientras espero su respuesta y de un tazón de lata, un tipo guisado por parte de la monja que se encarga de repartir a todos con esa siempre gallina y tipo perrito faldero, que la sigue pasos atrás.
Doy con ganas la primer cucharada.
Una especie de potage a base de frijoles y algo de verduras con su salsa.
Sustancioso, lo reconozco y lo más cercano a buena comida casera que podemos tener.
Pero, nada de carne.
Y miro a la gallina por eso.
Que también recibe su ración por la monja sonriente y echada como un perro, lo come a su lado al tomar asiento.
Pero otra, me taladra como bofeteándome físicamente, al sentir el de la doctora.
Apoyada sobre un árbol y lejana al círculo que hicimos sobre el fuego.
Reacia y totalmente en desacuerdo a esta reunión nocturna y obligados a acampar por esta noche en este pueblo hasta que las primeras horas del alba iluminen.
Quiero reír a carcajadas, pero me limito a negar divertido por mi idea, que sé que la percibió y escuchar la respuesta de León.
- Nuestro blasón. - Me dice. - Escudo... - Prosigue. - ...el de nuestro pueblo y tribu Barhú Hashim. Clan de los Sayyids, origen y linaje que remonta de nuestro augur Ismael, hijo del profeta Abrahám.
- ¿Rey? - Pregunta el Capitán y este, asiente comiendo de su potage también.
- El título que se le otorga a los herederos... - Formula, haciendo a un lado su oscuro pelo que cubre parte de su rostro. - ...forma de dirigirse a un rey, príncipe o superior. Al mandatario por sangre al trono por su pueblo...
- ¿Tu hijo desaparecido? - Digo, abandonando la cena y volviendo a la ramita en mi boca.
- Si. - Dice, dejando llenar su vaso por uno de sus hombres de una botella de cuero que ellos trajeron.
Vacía el contenido de un trago y nos ofrece, pero con el Capitán negamos.
- Desertores que intrigan, bajo una rebelión silenciosa al poder del futuro sayyid del pueblo... - Me mira. - ...mi hijo, heredero de todo. - Continúa, pero ahora con su mirada fija en el fuego.
Una profunda y llena de desdén por desacuerdo.
Recuerdos malos, supongo.
- Pero amparados, bajo las alas de mi reina... - Habla. - ...Fadila Al-Amirash (princesa Fadila).
- ¿Su esposa? - Curioso.
-Sí. - Pero, niega con brusquedad. - Ella es débil, está lejos de toda maldad y todo lo que rodea a nuestro pueblo Qurash, siendo criada entre cristales por desleales que la rodean desde su cuna y por ello, protege a los indignos...
- Qué romántico... - Murmura la monja, provocando que la miremos.
Inclusive su doctora amiga, desde su rincón.
- Príncipes... - Suspira y da como toda respuesta, con sus manos entrelazadas a su pecho nostálgica.
Pero yo sacudo mi cabeza, intentando entender eso.
Nada.
Y por eso, vuelvo a él.
- ¿Su esposa entonces, apaña ese secuestro?
Afirma volviendo a beber de su vaso, nuevamente llenado por uno de sus hombres.
- Lo planeó. - Blanquea.
Y con el Capitán nos miramos.
Porque carajo, entendemos menos.
- Khudieuu ruuwsahum... - (Engañaron su cabeza). - Entendemos pese a que lo dice en su idioma, por ser un dicho popular. - Dejando que se lo lleven, bajo la rebelión esa noche...
- ¿No desea que sea heredero del trono? - La voz de la doctora, se hace presente.
Y aunque su tono, denota curiosidad y por eso participa acercándose.
Gramos de desconfianza acusan toda ella de pie mirando a ambos por taparse más con su bata médica, seguido a cruzar sus brazos.
Y el rey, hace gesto con sus hombros de no entender.
- No lo sé. - Murmura, poniéndose de pie. - Por eso, necesito encontrar a mi hijo... - Su cuerpo hace una reverencia a todos, pero al voltear a la doctora, es más prolongado. - A primera hora de la mañana mis hombres como yo, partiremos... - Le promete, ante su siempre desconfianza por su llegada.
Y sin más, se marcha en dirección a sus Jeeps para pasar la noche, seguido por todos su hombres.
Unos subiendo y otros montando guardia.
Y con el Capitán imitamos, dividiendo turnos de escoltas, también.
Tomando yo, el primero con un par.
Ya que y pese al sueño retrasado que tengo, como cansancio agolpando cada jodida parte de mi cuerpo.
Imposible, conciliar el puto sueño.
Por eso, tomo asiento sobre unos escombros y observando como todos se acomodan para pasar la noche.
Entre las penumbras y bajo los sonidos lejanos de la África misma con su fauna nocturna.
Y acomodando mejor mi arma colgada de un hombro, enciendo un cigarrillo procurando analizar todo lo sucedido esta tarde.
- Eso no es bueno para la salud, soldado... - Me dice, tras un par de caladas que doy.
El "soldado" refiriéndose a mí, como timbre ya siendo familiar.
Ni me molesto en mirar hacia arriba y metros de distancia, desde donde llega.
- Solo lo hago en noches como esta, compañero de guardias. - Explico, resaltado su tabaco consumiéndose en un rojo fuerte, por arder en la oscuridad y fumarlo nuevamente.
Suspira o rebuzna por mi respuesta.
No lo sé.
Pero sí, que toma asiento desde la altura que está.
- ¿Lo conocías? - Pregunto, permaneciendo en mi postura.
- No. - Me dice sincera la doctora, desde la torre de troncos y donde se encuentra.
- Pero, desconfías de él. - Volteo sobre un hombro. - Por algo... - La señalo, mientras acomodo mejor mi casco lanzando el cigarrillo lejos. - ...estás ahí arriba, azotea...
ROCÍO
Cientos de días pasaron, desde que elegí postularme en esta organización definitivamente y luego de otras, por no encontrarme conmigo misma.
Sin ese rumbo fijo y cansada de la gran ciudad antes, siendo médica cirujana en pediatría en un Hospital, tras mi pasantía luego de recibirme más unos años a mi especialidad.
Uno Oncológico.
Cual, mi actividad de pasante en ese periodo, lo hice ferviente y con mucho orgullo.
Porque, me llenaba el alma.
Asistiendo tanto niños con cáncer, como con alguna discapacidad o víctimas de algún accidente con secuelas físicas.
Mi vocación estaba al igual que el ímpetu que nunca perdí de mi pasión con cada niño que asistí.
Abrazando y conteniendo a ellos como sus padres.
Y hasta los que no lo tenían.
Porque, ellos eran parte de mí.
Imposible, no.
Y justamente por uno en mi ciudad natal.
Decidí o más bien, descubrí.
La causa de esta pasión acá.
Ese fin o meta, del por qué a mi carrera y oficio, trayéndome a estos horizontes y a través de la organización humanitaria.
Muchos meses que vivo en África.
Mi lugar y hogar.
Lejos de las comodidades mundanas y hasta se podría decir, los elementos básicos del día a día.
Como la casi inexistencia del agua potable.
Comidas solo a base de una dieta diaria de legumbres, comestibles enlatados, frutas como verduras de estación y de lo que se encuentre en las poblaciones de turno, cuales me asignaron.
Lejos de lo que se siente ya, un baño con las comodidades, tanto de la privacidad al igual que una ducha caliente.
Confort que muchos no valoramos, porque nacimos con ellos bajo el brazo.
Pero que, no extraño ni añoro.
Porque y como mencioné antes, esto es mi pasión.
Y cada niño como adulto de África que atiendo y puedo salvar es un impulso a mi motor.
Desafiando con ellos su hambruna.
Las altas temperaturas de sus estíos.
Tormentas tropicales.
Las de polvo con velocidad de un huracán por el viento del Siroco y provenientes del mismo Sahara.
Y miro desconfiada y sin un gramo de tranquilidad, apoyada en un árbol algo lejos de la fogata.
Como también y una lucha constante por estas apariciones repentinas.
De represivos por las constantes guerras civiles de este continente y Medio Oriente exiliados o no con sus causas y fundamentos, pero cuando hacen su acto de presencia siendo en paz o no.
La misma consecuencia.
Y si es por lo segundo.
Con saqueos sea de comestibles o insumos médicos, provocando ese holocausto llevándose vidas inocentes en sus atracos.
Y viniendo con lo primero, por más paz que prediquen.
Llevándose la tranquilidad.
La de mi pobre pueblo, cual estoy asignada y la mía propia.
Inestabilidad llena de alerta, que convive a mi par por más palabras y reverencia samaritana que el tal León me dice y hace, antes de marcharse para dormir.
Y misma que siento por más que sus fines son otros, de este pelotón que también decidieron pasar la noche en el poblado.
Por llevar como palabra ambos y detesto con mi ser.
Armas.
Elemento y base de la reina madre de todo esto.
El poder de estados.
Y exhalo un aire retenido en mi pecho, mientras tomo asiento en la base de la torre de troncos, al escuchar su respuesta seguido a su pregunta por el soldado por una guardia que monta, apoyando mis brazos como parte de mi mejilla en el tronco que cruza frente a mí.
Niego escuchando su replica, pero le doy la razón.
Y hasta me permito sonreír ante su apodo por verme en las alturas.
Supongo.
- Tengo mis motivos... - Le explico. - ...en el tiempo que llevo en África, aprendí por más que estamos nosotros amparados... - Miro mi casaca médica donde a un lado de mi pecho, lleva bordada la insignia de mi ONG y aunque la luz es casi nula, señalo luego con un brazo extendido las viejas y precarias casas que componen el pueblo. - ...mi gente, no. Por eso levanté con esfuerzo esta torre para mayor acceso y visión...
Y siento que se sonríe.
- Tenemos algo en común. - Dice luego y no entiendo.
Se pone de pie y camina hasta la base, pero no sube.
Se limita a solo a apoyarse en uno de los pies de la base con todo el peso de su cuerpo.
Justo, abajo mío.
Donde puedo verlo acomodarse a placer, como sacar su casco y rascar su pelo con ese prolijo corte militar, para luego volver ponerlo sobre su cabeza y cruzarse de brazos colgando ese fusil de largo y grueso calibre a su par y por un hombro.
- La altura... - Da como toda respuesta a una que nunca le hice, pero leyó mi mente.
Tampoco respondo.
Pero asiento, mirando todo el paisaje nocturno.
El de mi África querida.
Ya que, es verdad sin saber el suyo.
Sonrío, para mí.
Y lo notó.
Porque sí, yo amo las alturas...
CAMILO
Estaba empezando a conocer a la doc.
Y sabía que sobre su inestable y terco carácter que parece tener, iba a ser imposible obligarla a bajar.
Como también por esa pequeña charla sin blasfemias y mandadas al demonio sobre mi persona y antepasados.
Sonrío.
Era un inicio.
Algo también me decía, que no era la primera vez que pasaba una noche arriba de esta cosa construida a base de sudor y su esfuerzo con su gente.
Gente africana, que tomaba como propia y protección.
Y a la legua por esa devoción que me trasmitía en su breve explicación.
Que las consideraba, sacando su cargo médico.
Como misma familia.
Y aunque mi turno de guardia me obligaba a merodear el lugar.
No me pregunten la jodida causa, motivo o circunstancias.
Me permití siempre, mientras pasaban las horas.
Volver a mi punto de partida.
A esa base de tronco, justo abajo de ella.
Cual, podía escucharla por más ruidos propios de la noche en este singular continente.
Y sorprendido, debo admitirlo.
Bajo el suave sonido de su respiración por quedar dormida, pese a ciertos movimientos por la incomodidad de hacerlo en esa torre.
Ya que, por meses y por misiones que estaba en África y situándome mejor con mi postura, tras mi último recorrido por la zona verificando con otros de mis hombres y bajo, señales de positivo el control con gestos en manos alzadas silenciosas.
Descubro.
Más bien, siento.
El disfrute por primera vez de esta África y hasta me permito antes de dormitar las pocas horas antes del alba de un sueño siempre en alerta y por ende poco profundo.
De dejarme llevar y como arrullo de las buenas noches, que son sonidos lejanos de este.
Unos faunos sea de aves nocturnas, como familiar en lo que respecta a animales de grandes dimensiones en su manada.
Y me asombro más por descubrirme y cerrando mis ojos, intentando adivinar si son elefantes o tal vez, lo que más de una vez en nuestros recorridos como en su carrera atravesamos y lo hicieron a la par nuestra, los colosales búfalos galopando mientras nos transportábamos en vehículos, recorriendo las enormes sabanas y en dirección a nuestra base aérea.
ROCÍO
Movimientos suaves a mi hombro y de motores arrancando, me despiertan y me hacen pestañear.
Observando a Paola a mi lado y sentada sobre sus talones por despertarme y sonriéndome mientras tira hacia atrás, su toca blanca de novicia cubriendo su cabeza detrás de sus hombros.
Me incorporo rápido.
- ¡Me quedé dormida! - Exclamo sin poder creer, intentando acomodar mi largo pelo con una coleta y dando pequeño golpes a mis mejillas para despabilarme.
Ya que, realmente lo hice.
Guau.
- Y mucho... - Me dice mi amiga. - ...tiempo que no lo hacías... - Se acerca como yo a la orilla y arriba de la torre con Fernanda entre nosotras.
La luz diurna baña el pueblo y aunque, es casi en su totalidad apenas plena, apunta que es madrugada.
Y ambas miramos como los Jeeps de ambos bandos.
Los militares preparándose para la partida y los mercenarios, donde dos ya salieron y vemos como se pierden en el camino sinuoso y tropical.
Mientras un tercero a la guarda, pero con su motor encendido espera al jerarca hablando en la lejanía con uno de los soldados.
- Él, es caliente... - Suspira Paola nostálgica a mi lado y acompañada por Fernanda, que hace una especie de gruñido.
Y la acaricio.
Nunca cloqueó.
A ciencia cierta y por no tener licenciatura en lo veterinario, no puedo diagnosticar si tiene problemas fonoadiológicos.
Pero nunca la oímos, desde que la encontramos con Paola siendo apenas un pollito de pocos meses y creyendo salvarla de una jauría de perro callejeros con sed de hambre en Etiopía.
Nuestra primera misión con mi amiga, llegando a este continente tiempo atrás.
Siendo para nuestro asombro, que ella era parte de la manada canina que vivían en ese basural de mala muerte, lleno de despojo como abandono y criada por una hembra con media docena de cachorritos.
Nunca tuvimos idea, como Fernanda llegó a ellos y formó parte de su clan.
Pero, sí.
Con Pao, el cariño dentro de nuestras posibilidades en lo medicinal y alimentar a esos animales abandonados a la miseria y hambre.
Caminando luego de eso y tras la jornada de ayuda humanitaria a nuestro poblado asignado, los 4km de distancia para hacer las curas correspondientes como algo de agua y comida.
Y sobre en unos de nuestros regresos, darnos cuenta.
Que éramos tres mujeres, caminando una al lado de la otra, ya que comenzó a seguirnos.
Para nunca, separarnos más.
Paola.
Yo.
Y la gallina Fernanda, que se creía perro.
Nombre que entre las dos le elegimos, porque la encontramos con su familia canina un 30 de Mayo.
Y como su nombre dice, Fernanda es valiente por valerse sola y rodeada por esa hambruna, hizo familia con lo que en la cadena alimenticia dice enemigo y por nacer en ese país como continente y mismo pueblo inocente.
Y nosotras mismas.
Siendo una guerrera, que lucha por la paz.
Arrugo mi ceño por lo que dice, mirando a ese tal León.
- Caliente, mi trasero... - Murmuro, poniéndome de pie y sacudiendo mi casaca médica como pantalones.
Ríe sin perder su postura nostálgica, pero niega.
- Él, no... - Me dice y me señala el de al lado. - ...él, es caliente... - -Suspira.
Y observo al interlocutor del árabe.
El Capitán.
Hombre en sus cincuenta, pero reconozco que tiene razón.
Es muy atractivo.
Alto.
Cuerpo trabajado que denota bajo su uniforme, esa disciplina física y constante en el campo militar y pese al casco puesto.
Se deja entrever con su corte militante, matices entrecanas sobre un rostro de rasgos duros, pero armoniosos.
Catapultándolo de serio a como bien dijo mi amiga.
Caliente por un inestable hoyuelo en la barbilla que se marca, de acuerdo al gesto en cuestión que haga el rostro y somos testigos con Paola, al ver como hablando con este jeque árabe o lo que sea, tras saludo militar y reverencia, se marcha montándose en el Jeep a su espera con carabineros.
Y vuelvo a arrugar mi ceño por eso.
No tengo idea el motivo.
Tampoco se lo menciono a mi amiga, mientras bajamos y la ayudo con Fernanda.
Pero la palabra desconfianza en mayúscula y como subtitulo está escrita en mí, maldita sea.
En tierra firme y viendo como esa desconfianza en cuatro ruedas se aleja y acomodando mis hombros como cuello, rotándolos para la nueva jornada que nos espera con los chicos y notando.
Aliviada.
Que el pelotón, apunta a marcharse también.
Y ante una visión ligera de la gente del pueblo despertando, tanto de adultos como los niños apareciendo tras sus puertas abiertas y corriendo a nuestro encuentro.
Siempre sonriendo, pese a la extrema pobreza que viven y nos rodea.
Pero el sonido del acero de forma precisa e intacta, siento sobre mi muñeca como la frialdad del mismo al rodearla con su presión haciendo que mire.
Por llevar nuevamente una esposa, sobre la mirada de todos.
Una y cual, la segunda acompaña ese ruido a metal siendo cerrada en otra mano.
La del soldadito.
- ¡Pero qué, diablos! - Le grito, intentando zafar de ella, pero como anoche es imposible.
Y solo consigo que con mi movimiento brusco.
Mierda y re mierda.
Atraer su fuerte cuerpo contra el mío.
Uno.
Carajo.
Que bajo ese chaleco y uniforme militar, un pecho duro y tonificado golpea una parte del mío.
Seguido a una sonrisita idiota alzándose en sus labios, mientras regala con su mano libre y la que mantiene la venda por su herida a los niñitos que nos rodea, riendo por su osadía y mi lucha, otra barra de chicles sabor fresa que lo reciben alegres y festejando.
- Ambos estamos arrestados, azotea... - Eleva nuestras manos prisioneras por las esposas y llamándome así, otra vez. - ¿Preparada? - Suelta.
¿Qué?
- ¿Preparada, para qué? - Chillo de muy mal humor forcejeando, pero evitando esta vez ese duro contacto.
Sacude las esposas, que nos unen en el aire.
Y se acerca a mí.
- Para estar encerrado conmigo... - Me mira inclinado y a centímetro de distancia. - ...por tres días de arresto...
Oh mierda...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top