CAPITULO 3

CAMILO

El desinfectante picaba como la mierda por la gasa que me pasaba lleno de él, la monjita sobre mi herida sentado en la camilla que me encuentro, bajo la mirada atenta de mi cabo y un ceño fruncido que nunca abandonó el rostro de la doctora, desde un rincón observando y apoyada en un aparador lleno de medicamentos.

Silencio total en la estancia.

Solo, el cloqueo de la gallina caminando por arriba de una mesa lateral, el único sonido cortando el ambiente.

- Entonces. - Miro al animal, mientras dejo que me sigan curando. - ¿No se la come con papas? - Pregunto a la supuesta novicia.

Lo siento.

La discreción, no es lo mío.

Y más, en la situación donde nos encontramos y estamos.

Lugar y circunstancias, donde el exterminio civil por conflictos están a la orden del día y las consecuencias encuentras, donde tu nariz jodidamente apunta y solo ves cuerpos sin vidas o la reina de todo esto.

La hambruna.

La mano que no dejaba de curarme por la monja, novicia o la mierda que sea, se detiene de golpe para regalarme una mirada de asombro y como si yo, fuera un convicto acusado y apresado por patear bebés por diversión.

- Shuu...shuu...calla, que te puede oír... - Su otra mano, exageradamente hace gestos de silencio en el aire. - No diga eso, Sargento. - Me pide.

Y no entiendo nada.

Miro a mi cabo interrogativo y niega en su mutismo.

Tampoco entiende.

Vuelvo a la novicia y señalo con mi barbilla al animal.

- ¿Ella, acaso entiende?

Y afirma convencida, retomando mi herida.

Ok.

A la monja le falta un hervor y se me escapa una risa.

- O sea, que la gallina comprende... - No puedo evitar, proseguir. - ¿ Lo que hablamos?

Jesús.

Y otra vez, su mano repite el ademán que me silencie.

- Shuu...shuu, Sargento... - Exclama con sus ojos en la gallina, como buscando una reacción de ofensa del animal por escucharme.

Pero el bicho como si nada con su aleteo, sigue sus propias investigaciones por la habitación y arriba de las cosas.

Y ahora sin comprender ni mierda de nada, miro a la doctora por alguna explicación.

La eterna arruga de su frente, algo se dilata como el cruce de su tensos brazos sobre su pecho.

Cortesía a mi no grata presencia.

Y creo, que quiere reír.

En realidad, creí.

Porque esa expresión que le quedaría muy bonito, no asoma en su rostro.

Se limita seria a tomar una tabla con hojas agarrada a ella de una vieja y pequeña mesa contigua que hace de escritorio, chequear lo escrito y con bolígrafo en mano, escribir en sus laterales.

Tose, para aclarar su garganta.

- Fernanda, se cree perro... - Suelta de golpe y de los más natural, mientras miro a su vez como la monja lo avala, bajando y subiendo la cabeza lo que la doctora dice e inflando su pecho con mucho orgullo por el animal con trastorno de personalidad.

¿Qué?

¿Una gallina que se cree perro?

Cristo.

¿Dónde, me mandaste?

Y ok, otra vez.

Porque, la doctora también está loca.

- Eso necesita sutura... - Dice luego y dejando esos papeles, por mi herida que no deja de drenar todavía algo de sangre, sacándome de mi reflexión y mirada de reojo a mi compañero de escuadrón, para huir de este extraño y sospechoso lugar. - ...se debe cerrar el corte... - Se acerca algo. - ...mientras más tiempo permanezca abierta, más alto es su riesgo de infección.

Y no me resisto.

Mi ceja se alza a la doctora, divertido.

- ¿Le di lástima y me va curar? - La mano de mi brazo sano va a mi cintura, para palpar la funda donde descansa mi automática. - ¿Por más que cargue lo que odia? - Y mi media sonrisa aparece, bajo la risita de la monja haciendo lugar.

La doctora en coma vertical y sin gesticular movimiento, pero indicando que corre sangre por su sistema, lleva sus manos a las caderas taladrándome de forma odiosa con su mirada.

Sonrío.

Muy bonito.

Para luego en una fracción de segundo, venir hacia mí y apoyando ambas manos con brusquedad a los lados de la camilla que me encuentro.

Invadiendo mi espacio personal por su forma de acorralarme de improvisto y obligando ante la sorpresa de ello, de echarme hacia atrás.

Sus ojos de un castaño extraño, están clavados en los míos.

Fríos.

Calculadores.

Y sin un gramo de lo que los Montero corre por nuestra corriente sanguínea.

Humor con esa gracia natural y latina que con mi hermano mayor.

Rodrigo.

Heredamos y siendo motivo de atracción, tanto al público masculino y mucho en el femenino.

Su índice, golpea mi pecho.

- Escúcheme bien, soldado... - Su voz como su lindo rostro, una piedra. - ...no me agradas, pero jodidamente por el grado de tu lesión, debo curarlo antes de las 6h ya que, si se cierra el nivel de infección puede ser como el tamaño de los lindos elefantes que hay por la zona y corretean alegres con su manada. - Su dedo vuelve a punzar mi pecho, bajo el cloqueo de la gallina ahora en brazos de la monja otra vez, sin dejar de acariciar su cabecita y asintiendo todo lo que la médica dice silenciosa hacia mí. - Y no quiero en mi conciencia por más que detesto las armas, de saber que por culpa mía, un muchachito perdió su brazo por la fulminante gangrena que puede en este momento estar formándose en su herida. - Finaliza.

ROCIO

Detesto las armas.

Mucho.

Odio condenadamente cada una y por ello, recuerdos agrios azotan mi mente cuando el sonido de un Jeep militar escucho y trae encima suyo, lo que lidio de ver cada día por más que no lo tolere, pero lo supero cada jornada con su amanecer por lo que amo.

Ser voluntaria y desempeñar lo que con tantos años de sacrificio y estudio obtuve.

Mi doctorado.

Ser médica a la par de mi mejor amiga y que conocí en el lugar correcto donde fuimos enviadas, pero nefasto por la triste situación y gravedad de la zona.

Sierra Leona.

Parte del continente africano y riesgo constante por años de guerras civiles interminables y donde, lo que abunda es la falta de buenos tratamientos médicos, el plato de comida en abundancia sobre las precarias mesas y un techo digno.

Como hasta el simple y deseado vaso de agua potable al alcance de sus manos, por carencia de ello.

Cosas simples, pero que todos tenemos derechos a tener.

Como mi comunidad que fui asignada en misión.

Poblado casi inexistente en el cual, la organización sin fines de lucro para la que estoy, vivo hace unos meses.

Y solo habitada por docenas de pobladores en estado crítico y por lo que batallamos.

La verdadera guerra.

Gente desde su nacimiento en precarias condiciones.

Ancianos, mujeres y muchos niñitos de origen y etnia Africana.

Ayudando en el plano salud como necesidades básicas a sus demandas y derechos.

Y ver llegar al motivo.

O más bien, lo colateral de la consecuencia de lo que nunca tiene fin descendiendo del Jeep, saca lo peor de mí y hasta olvidar la promesa que hice cuando me recibí.

Los jodidos soldados, con sus jodidas armas.

Pero el alma siempre samaritana de mi amiga con su vocación y con esa locura alegre, que siempre irradia toda ella.

Paola.

Que por su forma de ser, olvida la condición en que vivimos como donde nos encontramos y trance de circunstancias que debemos enfrentar y por cual estamos.

Pero, siendo una bofetada de aire fresco que te despabila.

Si.

Eso existe.

Y a su vez, recordándome por qué, estamos acá con nuestra misión.

Sanar.

Curar al enfermo y herido como sanar el alma de los derrotados.

Y por eso, bajo una profunda respiración y sin una onza de cordialidad, porque el soldado herido me cae como pared de concreto con su frivolidad prepotente.

Tomo el mando de su curación para aligerar las cosas como situación y que regrese, dónde diablo esté su base con su compañero.

- ¿Rasgo su uniforme o prefiere desvestirse? - Hablo, mientras abro ambas puertas de un mediano mueble para comenzar con el tratamiento.

Su silencio hace que lo mire de reojo sin dejar de preparar la medicación y noto esa sonrisita idiota nuevamente.

CAMILO

Ok.

Por su cara de pocos amigos, no le agradó mi sonrisa estúpida ante su dicho.

Soñar no cuesta nada, dicen.

Por eso, me decidí a acatar la orden de su dedo incipiente a que voltee buscando una mejor postura mientras me deshago de mi chaleco antibalas, para luego desabotonar mi camisa militar y quedar solo con la camiseta sin mangas blanca, tomando nuevamente asiento en la camilla entregando todo a mi compañero y tragándome las ganas de blasfemar por fuerte dolor de mi corte con los movimientos.

Herida que despejado de toda ropa puedo notar su profundidad, gravedad y tamaño, preguntándome como demonios me lo hice ante la ejecución y servicio en mi carrera contra el kamikaze y sus rehenes.

- La adrenalina. - Murmura la doctora tomando asiento a una silla y deslizándola hasta donde estoy, respondiendo a mi duda como si hubiera leído mi jodida mente. - Hormona que incrementa la frecuencia cardíaca, contrayendo los vasos y a su vez dilatando las vías de aire. - Explica, poniéndose unos guantes de látex para limpiar con mucha atención mi corte, donde la monjita le va alcanzando las cosas y antes de empezar con la cura. - Produciendo lo que se entendería como un aumento de reacción de lucha o huida en el sistema nervioso, segregando excitación al momento y por ende, hasta que no vuelva a su calor corporal normal, no se digiere las consecuencias post ella. - Y con su explicación tipo chica Google, una filosa punzada atraviesa mi brazo.

Por la aguja de una puta jeringa, que tampoco vi y me la incrusta sin anestesia.

Pero, que perra.

- Tétanos. - Me aclara con cierto aire de gozo.

¿Se divierte?

- No sabemos la causa de la herida, soldado. - Seguido a la correcta desinfección y otra puta aguja.

Pero esta vez para suturar mi herida, ganándome unos buenos puntos a lo largo de mi brazo derecho y terminando con un vendaje tipo manga, cubriendo hasta casi la altura de mi codo.

- Cambio de vendas e higiene de la zona... - Se pone de pie, anotando algo en un cuaderno. - ...una vez por día y tapando la lesión por ducha, hasta que los puntos sean sacados. - El troquel con pocas indicaciones y por su arranque se siente entre nosotros, pero se lo entrega a mi cabo. - Aconsejaría reposo de algunos días por obvias razones que la costura se abra. - Culmina.

- Los tiene. - Mi soldado habla y me mira. - Se ganó tres días de suspensión por desacato en la base. - Acusa.

Pero, que puto.

La doctora me observa, mientras soy ayudado por la monja y la gallina que me mira desde piso tipo perro guardián a ponerme la camisa nuevamente.

- Por qué, no me extraña... - Me gano su susurro con cinismo.

Y quiero responder a su descaro, pero el motor de otros Jeeps llegando, hace que me asome la precaria ventana del dispensario.

Tres de los nuestros acompañado uno por el Capitán y estacionando, casi atravesando el nuestro por sus chirriantes frenadas.

Cierta tensión noto en la atmósfera, olvidando donde me encuentro y la potente herida de mi brazo.

Y pongo como puedo mi chaleco y lo abrocho en mi salida afuera, seguido de mi compañero como la médica y monja.

Un par de auxiliares médicos de esta organización como los alborotados niños y parte de los lugareños, también se arriman curiosos.

- Señor. - Hago mi saludo militar llegando a él, notando que con sus señas y ademanes al pelotón que vino con él, que se dispersen por la zona con armas alertándome, asombrando a la monja que abraza más a su gallina como el par de médicos y con desagrado de la doctora, mirando los movimientos de todos.

- Desertores... - Solo dice y entiendo perfectamente.

No hace falta más.

Y para mi sorpresa ante esa palabra por el Capitán, la doctora al escucharlo y tras recorrer su mirada a cada niñito que nos rodea entendiendo o no, como los pobladores con aire de pánico.

Corre sin pérdida de tiempo a la parte trasera de del dispensario ambulatorio y campaña médica, distinguiéndose lo que parece una especie de torre armada a base de troncos.

Construcción casera tipo solana de poco más de dos pisos, que por los cruces de madera y forma ágil, escala hasta su cúspide y base más alta, para mirar gracias a su periferia los casi 360 grados de panorama que le regala.

- Camilo estamos en situación de riesgo por mercenarios en camino, bajo sus armas y sables con el nombre Qurash... - Mira a los pobladores. - ...tenemos que proteger a los civiles... - Sus ojos van a la médica que desde su altura, busca la posible aparición de ese inminente ataque y la señala. - ¿Quién es? ¡Y dile, que malditamente baje! - Grita Borges la orden, sobre la movida de nuestros hombres acomodándose y demás médicos llevando mujeres y niños.

- La doctora... - Responde a su pregunta, la monja que lo mira sin pestañear.

Y el Capitán también, pero al notar la gallina entre sus brazos.

Pero vuelve a sus cabales, cuando ante el caso omiso de un poblador llamándola, la médica no deja de mirar todo lo que nos rodea.

- ¿Cómo diablos se llama? - Yendo él mismo por ella, pero lo detengo con mi mano en su hombro.

- Yo voy. - Le digo, importándome una mierda que mi brazo duela como perra por los putos puntos y acelerando mis pasos, porque no hay tiempo que perder.

Señalo a la monja con su gallina perro, para que siga al Capitán.

- Yo, voy por azotea... - Repito y les grito en mi carrera para trepar también.

Ese jodido armatoste, construido con troncos...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top