CAPITULO 2
CAMILO
El camino sinuoso y pese a que el Jeep militar que vamos montado es de última generación.
Su movimiento y ajetreo es imposible de no sentir por su tierra irregular, con ese mosaico de selva y sabana de vegetación en partes muy densas, pobladas por bosques como a la vista lejana, esos manglares pantanosos.
Un buen trecho de viaje tenemos y aunque en nuestra base existe una tienda de enfermería.
Miro mi brazo, que no deja de drenar todavía por su corte algo de sangre.
A pocos kilómetros.
Hay otra locación lindera de la redada que fuimos partícipe, en ese pueblo casi fantasma de los civiles rehén del kamikaze.
Puntos estratégicos en determinadas cercanía a poblaciones.
Cual, hay organizaciones de acción médicas humanitarias que asisten.
Sea la Cruz Roja o Médicos de Fronteras.
Dedicación de persona a persona y estas últimas.
Por el puto conflicto armado llevando a la violencia, epidemias con sus enfermedades y hasta los desastres naturales con la exclusión médica.
Un gran gesto solidario de gente para preservar la vida.
Y lo que importa en esta zona llena de guerra civil, cual mueren miles de adultos como niños inocentes, sea por el Ebola o la punta de un fusil.
Preservar sus vidas y aliviar en lo que se puede el sufrimiento y la carencia de sus derechos humanos, bajo una vida digna.
Mi vista se pierde en el último trayecto en el océano por costearlo a poca distancia.
Y mi sentido auditivo, también.
Imposible, no.
Al sentir sobre el poderoso motor del vehículo manejado de forma magistral por mi compañero serpenteando los obstáculos de la vegetación.
El rugir de las violentas olas atlánticas contra las rocas de la costa.
- Ya casi estamos, General... - Menciona el cabo con una mirada rápida a mi brazo herido y en un llano, acelerando el Jeep.
- Un jodido rasguño. - No le doy importancia, haciendo caso omiso al ardor que ya predomina en mi brazo mientras me saco mi casco y soplo su tierra, para luego lanzarlo en el compartimiento trasero.
Seguido con mi manos importándome una mierda si con ello, fluye más sangre con ese movimiento y tiñendo más mi uniforme militar de rojo al pasar estas, por mi pelo y cabeza sacudiendo el polvo arenoso que siento hasta en rostro.
De muy mala gana.
Porque me revienta las pelotas, perder tiempo en estas niñadas.
Esta mierda se cura con desinfectante y una buena venda haciendo presión en la zona herida.
- Carajo... - Bufo descontento por pérdida de tiempo, ya casi ingresando por la huella de entrada a la población y donde desde la lejanía, ya se puede divisar la campaña médica con su blanco característico e instalada paralela a una construcción de este pueblo con objetivo tipo dispensario.
De un extremo e insipiente, una bandera blanca con la leyenda en rojo y negro de esta organización, flamea con orgullo.
Docenas de niños nos reciben.
Corren.
Y nos rodean, obligando a aminorar la marcha a un estado casi de paso humano al cabo por ello.
Niños y niñas de diferentes edades de origen africano en muy precarias condiciones, tanto sus ropas como ese predominante estado de mala alimentación.
Algunos descalzos y otros con viejas y raídas deportivas siendo su talla de calzado o no.
Pero algo asoma en cada uno de ellos, pese a las condiciones dadas en que nacieron y viven, haciéndome sonreír y saludarlos mientras siguen corriendo a la par nuestra festejando nuestra llegada.
Su valentía.
Verdaderos héroes de toda esta mierda que somos los humanos adultos por el poder.
Ya que, ellos no batallan con armas de fuego.
Lo hacen con las sonrisas sinceras que ahora mismo nos regalan y reciben, cuando el Jeep deteniendo su motor y se estaciona a un lado de las campañas médicas.
Olvidando siempre ese vigente conflicto de estado de su país y siendo felices sin esfuerzo por cosas pequeñas.
Como un gesto de cariño hasta de mí mismo como mi compañero.
Por la expectativa.
Si.
Siempre, una esperanza o la probabilidad.
Como lo hacen todos estos pequeños a cada forastero con ilusión por algo que nosotros conseguimos a la vuelta de nuestra casa y sin valorar por ser parte de nuestras vidas diaria.
Sonrío más.
Aunque mi hermano mayor si lo hace y mucho por ser fans de ellos.
Los dulces.
Tal cual.
Las golosinas.
Divino tesoro para estos niños de conseguir.
Disfrutar.
Y deleitarse del sabor del azúcar.
Por eso al descender y ver el acopio de ellos con su alegría y entusiasmo hasta el punto de costarme caminar.
Hurgo en mi cientos de bolsillos del pantalón como chaleco de mi uniforme militar, lo que recibimos en las dotaciones de alimentos.
Barra de cereal con chocolate a modo energizante y tabletas de chicles mentolados.
Solo son un par de cada una sumada a la de mi compañero, pero suficiente para que ellos estallen en festejo agradecidos al recibirlos y compartan entre sí.
Ínfimas porciones por cada uno por ser muchos niños.
Pero, suficiente para llenar su corazón.
Curiosos del poblado como ancianos y mujeres.
Algunos sentados a la sombra de sus limitadas casas de precario material, mezcla de lodo con telas ajadas y colgando a modo puerta o llevando sobre sus cabezas canastos de comidas, nos observan silenciosos.
Muchos con ese miedo callado por la carga de nuestros uniformes forasteros.
Y otros, de forma tranquila retomando sus cosas.
Un auxiliar médico sentado a un extremo de lo que fue en sus mejores épocas la galería del ahora dispensario hospitalario, al ver mi brazo teñido de sangre corre a mi encuentro soltando unos medicamentos.
- No atendemos militares. - Pero una voz femenina, lo detiene de asistirme.
Y volteando los tres en la dirección de ese tono de pocos amigos autoritario.
Le elevo la ceja a la mujer.
Que, de lo más natural con casaca médica y haciendo a un costado su estetoscopio que rodea su cuello para cruzar sus brazos sobre su pecho, me mira desafiante apoyada sobre la puerta de entrada del dispensario.
- Según tengo entendido. - Tampoco me amedranto. - Ustedes deciden a quien atender y como hacerlo. - Ya que al tener independencia financiera gracias a la contribución mundial de socios donadores, libre albedrío de ello.
- Usted lo dijo, soldado. - Se mira las uñas como si nada, para luego clavarme su mirada castaña. - Yo decido... - Pero qué, perra. - No atiendo a los que cargan armas... - Sus ojos se clavan en un lado de mi cadera, donde descansa enfundada mi automática como mi navaja de acero esmerilado.
- ...detesto del verbo mucho... - Señala todo los que nos rodea.
En realidad a los niños, aún degustando de la poca golosina que les dimos con mi cabo, como los pobladores mencionados antes, siendo testigos ahora de mi gresca con la doctora.
- ...lo que ocasionan ellas. - Finaliza.
- ¿Aunque sea, un herido de bala? - Interpone mi compañero, para que la médica como el auxiliar a mi lado noten mi brazo herido, cual la sangre ya cubrió gran parte de esa porción de mi uniforme.
- No es herida de bala y tampoco se le va a caer el brazo. - Murmura con su ojo clínico. - Llega más que bien a su base, para que lo atienda el médico de cabecera de su legión.
Amaga para irse, pero se gira al auxiliar.
- Dale un par de vendas y algo de alcohol, eso será suficiente en el camino a su base.
Si.
Rectifico.
Una perra de marca registrada.
Y no sé por qué, sonrío mordiendo mi labio ante su sarcasmo.
Divertido.
Elevo un dedo de mi brazo sano.
- ¿La monja tampoco? - Y mi pregunta, hace que se detenga de ingresar nuevamente al hospitalito.
Para ver como todos.
https://youtu.be/pvHJNkb4zXs
Llegar en una vieja y algo destartalada motoneta, que en sus mejores épocas era azul.
Una muchacha manejando.
Dije monja, porque lo parece, ya que lleva esa cosa en la cabeza que todas tienen.
Pero la realidad, es que abajo no.
Más bien con su vestido claro y delantal blanco cruzando su cuerpo, lo que parece un uniforme de enfermera.
La explosión constante del caño de escape de ese artefacto con dos ruedas cuando llega, acusa no solo que está fuera de punto.
Sino, también.
Que pide una jubilación urgente, por tantos kilometraje que dio en su vida.
Baja sonriente de ella.
Y se para al lado de la motoneta con sus manos en las caderas, mirando todo el paisaje que nos rodea y dando una profunda respiración de satisfacción sin hacer caso al polvoriento y calcino aire africano, como si fuera que está en la cumbre de una jodida y linda montaña en Suiza de vacaciones, experimentando su aire lleno de naturaleza y fuera de todo smog.
¿Dije, muy alegre?
- Gran y maravilloso día. - Vaticina con una sonrisa de oreja a oreja, sin jamás notar nuestra presencia y el aire tenso, cortesía de la médica y supongo colega amiga.
Pero, provocando que todos.
Incluyendo la dulce doctora.
La miremos raro.
Más nosotros con mi compañero, cuando notamos que de una caja de madera anexada al asiento trasero, saca una gallina y la abraza tipo mascota besando su cabecita y diciendo.
- Llegamos Fernanda. - Feliz.
¿La gallina, se llama Fernanda?
Pero no tenemos tiempo de procesar eso, cuando se percata de nuestra presencia y deja en el suelo su mascota, para venir a nuestro encuentro.
- ¡Oh por Dios! - Chilla, corriendo hasta donde estoy y ver el estado de mi brazo herido.
Saca un pañuelo del bolsillo de su delantal, para cubrir mi lesión presionando con sus manos.
- ¡Necesita atención con urgencia! - Exclama, incitando a que camine en dirección al dispensario.
Y no lo puedo evitar mientras obedezco siguiendo sus pasos y donde sus manos, no abandonan mi brazo herido.
Elevar y subir mis cejas.
Y hasta reteniendo mi impulso de sacarle la lengua.
Pero, sería muy pendejo de mi parte.
A la médica por lograr ser atendido de una jodida vez.
Ganándome sus lindos ojos achinados con su ceño fruncido por eso y tirando para atrás con cierta bronca, su largo pelo suelto del color de sus ojos.
Pero a mí.
Robándome una sonrisa silenciosa al pasar por su lado e ingresar al interior de la enfermería desafiante.
Yo: 1
Ella: 0
Lo siento, sexi doctora...
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