CAPITULO 10

CAMILO

Y un azote de más claridad con recuerdos, golpea mi mente al ver como azotea se desmorona en su amiga ante esa probabilidad.

Era un niño.

Prácticamente, un adolescente.

Mi colación secundaria.

Con bases militares y en sus últimos años, la especialidad para seguir ese campo.

El mío, por supuesto.

Lo que tanto amaba y me sigue apasionando, siendo evidencias mis siempre regalos de cumpleaños como navidades.

Aviones, soldaditos de juguetes y todo lo referido a ello.

Día tan esperado y perfecto.

Y yo como resto de mis compañeros de colación, también perfectos con nuestro uniformes impecables a la espera de la ceremonia igualmente perfecta.

Abrazos y chistes entre mis amigos de tantos años electivos.

Rodrigo, el fotógrafo oficial.

Y familiares como cuerpo directivo militares como docentes en el lugar.

Como dije, día magnífico.

Solo y preguntando cada tanto a mi hermano mayor, por la demora de mi madre y hermana en mi ansiosa preocupación.

- Retrasadas, pero jamás feas... - Rodo las justificó alegre, tomándome sobre mi hombro con cariño. - ...tranquilo... - Y cepilló mi pelo con su mano, despeinándome. - ...ya vendrán. - Sonrió, como solo mi hermano suele hacer y marca registrada en su carisma.

A toda potencia.

Eso creí.

Eso, creímos.

Pero, jamás llegó su taxi y con ellas dentro.

Y de a poco y con cada minuto que pasaba, los cientos que éramos en ese playón exterior del colegio atestados de alumnos, familiares y cuerpo militar.

Se fueron disipando, por el comienzo de la ceremonia de egresados.

Hasta quedar.

Solo mi hermano y yo, junto a las escalinatas principales de entrada.

Esperando.

Aguardando lo que era nuestra única familia, ya que de un padre carecíamos por su ausencia desde temprana edad y nunca más saber de él a causa del alcohol y las juergas, desapareciendo y abandonándonos.

Llegó un coche civil después, cruzando el extenso predio colegial.

Pero no su taxi y acompañado de otro policial, deteniéndose en la entrada y frente nuestro.

Del primero, bajó un militar.

Su uniforme intachable como insignias militares lo avalaban.

Siendo su demora al posgrado, el ser testigo en la carretera de un accidente, ayudando y entre las damnificadas.

Trastabillé sobre las escaleras al escucharlo, por mis piernas temblando.

Una madre siendo rescatada por él sobre sus fuertes lesiones, mientras otro civil en espera de la ambulancia, auxiliaba una pequeña niña y al conductor del taxi.

Cual entre sus brazos, le rogó por sus hijos.

Nosotros.

Un camión de pesada carga como doble acoplado y sobrepasando su límite de velocidad, se descarriló y sin llegar a tiempo con sus frenos en una intersección, arremetió en su trayecto a varios coches con su luz verde de paso.

Y entre ellos y el más fatal, el taxi que iban mi madre y mi hermana.

Mi madre se salvó.

Pero el chófer y nuestra hermanita, no.

Tristeza.

Mi llanto.

Los directivos del establecimiento, cayendo de a uno al ser notificados.

Más confusión para mí.

Seguidos de compañeros como su padres hasta donde estábamos, que de a poco se fue poblando al correr la noticia.

Y muchas lágrimas, junto al calor del abrazo de mi hermano mayor intentando contenerme, bajo las palabras de los oficiales contando el accidente y ese militar mirándonos.

Silencioso.

Callado.

Pero, bajo ese glacial semblante y mucho en mi persona a nuestro lado, ofreciéndose en llevarnos al Hospital donde fueron derivadas.

Y hasta apareciendo días luego, tanto en los pasillos y corredores del nosocomio, hablando con doctores y enfermeras como a mi hermano mismo por la recuperación de mamá.

Seguido luego, el funeral de nuestra hermanita.

Era un niño y mi campo de visión como emoción, era una nebulosa.

No terminaba de comprender y asimilar las cosas.

Solo veía como los jodidos minutos o putos días pasaban.

Pero siempre, ese oficial entre nosotros ayudando a Rodrigo y poniendo todo de él, para que no nos falte nada por ser de clase humilde.

Y el día del alta de mamá se inclinó a mí, con una lata de gaseosa y un sándwich en sus manos.

Sonriente, pese a mi mutismo y siempre silencio de tristeza, sentado en una silla en el pasillo del Hospital.

Se presentó como Mirko Rosemberg.

Acepté la gaseosa, pero no la comida.

No tenía hambre.

Mucho que la había perdido en esos días que pasaron y ya había abandonado la cuenta.

Y solo se limitó a a sentir, tomando asiento a mi lado y abriendo el sándwich para dar una mordida él, como si nada ante mi rechazo.

Entre mordisco y otro, me habló de una cofradía.

Una ilustre y piadosa hermandad que hay en el ejercito.

Pero, que nace entre los hermanos militares.

De ese impulso a entregarse mutuamente con generosidad y desinterés en beneficio del compañero.

- Porque, somos todos pilares. - Me dijo el General en plural y sin diferencia a la jerarquía.

Incluyéndome y siendo tan solo un niño con aires de convertirme en uno en su momento.

Tal que ahí, dudaba en mi fuerte confusión y golpe de tristeza.

- Familia... - Murmuró, señalando la puerta cerrada frente nuestro de la habitación del Hospital, con mi madre y Rodo dentro a la espera del alta por los médicos. - ...y familia, muchacho... - Volvió a repetir, tocando la pechera de su uniforme militar.

Convirtiéndose en ese momento.

En mi mentor y casi un padre para mí, bajo la bendición de mi madre y la de mi hermano mayor.

Y dos mudanzas nacieron.

Mi madre y Rodrigo para vivir en el extranjero y fuera de Argentina, gracias a un trabajo garantizado por un conocido de mamá y la beca de ingeniería en sistema por las excelentes calificaciones de Rodo, en una prestigiosa universidad en el exterior.

Y yo con mi corta edad y del ala protectora de Rosemberg.

Alistándome, bajo su seguimiento continuo y como mi tutor en la preparación de lo que muy pocos pueden calificar y pertenecer siendo la base madre.

Y el mejor de los entrenamientos para esta pasión.

La Defence Force Academy.

Para luego, la Británica RMAS.

La Royal Military Academy Sandhurst.

Hogar y residencia de las mejores potencias juvenil milicianos y recopilados en todas partes del mundo.

Éramos los mejores alistados en la disciplina.

Era el mejor.

Pero, también el peor.

Por la dura realidad y mi estado tras vivir como siempre presente en mi mente, el suceso traumático de mi hermana.

Un principio de tristeza.

Mucha de esta, en mi adolescencia.

Luego un estrés agudo.

Y pasando el tiempo y por más que cumplía el régimen como estudio militar, eso se convirtió en uno postraumático con ayuda psicológica, pero siempre bajo el amparo y cariño constante a veces lejano por cumplir su labor y otras con sus visitas para alentarme de mi mentor.

Semanas que debía y al igual que el resto, para convertirnos y graduarnos en oficiales regulares.

Un comissión por la Army Officer Selection Board.

Nebulosa literal de la nitidez de esos días por mi crisis constante, ante lo sucedido en mis estados a veces de negación aguda y reacción contra una adrenalina que era siempre, motor de entusiasmo de seguir para continuar para llegar a lo esperado y ansiado.

Por mi siempre pasión.

Al regiment  y ser nombrado con honores en una de mis especialidades.

Balística y campo de batalla.

Y llevado para participar a futuro a una compañía élite con el mando de Rosemberg.

Pero también en mis fases de tristeza, en perderme en los periodos de libertad entre compañeros y mi mejor amigo de esa época.

En un descontrol por esa bruma y que tanto odié de ese padre biológico nunca presente.

Exceso de alcohol.

Panacea junto a mi amigo en noches de desorden, cual sentía con ese libertinaje, que se opacaba esa ansiedad constante en mi ser.

Pero al enterarse Mirko de ello y esas libertades otorgadas no bien usadas y convertirme en un segundo Montero empañando el apellido.

Por el alcohol.

Por segunda vez vino a mí y me alejó de todo, tras terminar el último periodo, lejos de eso y amistades.

Para ya, llevarme.

Estudiar y experimentar como conocer.

Aunque amo el servicio en tierra, pero que tanta melancolía me trae.

El aire.

Mi verdadera libertad.

A la escuela de aviación militar y final de mi entrenamiento.

Para convertirme en un futuro líder de esta fuerza, revalorizando ello mi espíritu pese a mis ansiedades.

Diciendo muchos ante ello, que soy una bomba de tiempo para eso.

Pero, según mi mentor.

Sonrío, por su siempre confianza.

Un adorable pese a mis tristezas, alegre Kamikaze con vocación y amor a la milicia como patria global.

Gracias, Mirko...

Y por su enseñanzas y la vida que me tocó vivir, no soporto las injusticias.

No tolero la maldad contra el inocente.

Y por ende, no resisto si en ello hay niños implicados sufriendo.

El recuerdo de mi hermana no me lo permite, al igual que esa niña de la tribu Fulais.

Y ver sobre mis manos como puños a mis lados por impotencia a la doctora desfallecida de dolor antes esa probabilidad, mi sistema nervioso se reactiva bajo la mirada de Borges ante lo inminente.

Camino en dirección a la oficina principal y bajo el desorden estructurado que todos y en sus movimientos, mis compañeros se mueven bajo las órdenes dadas.

Encontrando el Teniente caminando en su ir y venir, nervioso por el recinto interno y dando directivas.

Que al verme con uniforme limpio y completo, me regala su peor cara de mierda.

No me importa.

- ¿Qué quieres? - Su gruesa voz como su rostro. - Estamos ocupados. - Una piedra.

- Quiero volver a mi equipo, señor. - Natural.

Y su ceño siempre arrugado, se hunde más.

- No lo tienes. - Mira a su alrededor como buscando algo entre el gentío. - ¿Dónde carajo, está el informe que pedí? - Ladra al aire y un cabo corre a su encuentro con papeles en mano que le entrega, cual los ojea serio y ligeramente. - Estás arrestado por tu maldito y pendejo comportamiento ¿No lo recuerdas, General? - Prosigue conmigo y con dichos papeles exclamando.

Observa mi brazo herido que delata bajo mi uniforme la venda.

- Te ordené descanso... - Me mira amenazante, porque sabe lo que voy a responder. - ...no me obligues a encarcelarte en una habitación, Montero. - Entredientes y determinante.

Y no hago caso, me acerco a él tomando esos papeles que lleva y revolea en sus gestos con cada palabra que exclama de mal humor.

Y mierda lo que dicen ellos en cuanto a la invasión.

Porque, jodidamente es el poblado de azotea y la monja.

- Necesito ir.

- No. 

- Tengo que ir, señor.

- Dije que no y es una orden, soldado. - No se inmuta, ni me mira. - ¿Los Chinook, en el aire? - Exclama a lo que nos rodea, evitándome.

Carajo.

- ¡El Falcon 1 y 3, en despegue Teniente! - Un compañero desde un escritorio y pantalla de radar, informa.

- ¡Y el 2, también! - Afirmo, girando sobre mis talones para ir afuera del recinto y campo de despegue.

- ¡ No se atreva General! - Me amenaza, ya que no es una advertencia.

- ¿Tío Elías? - Un susurro de no creer, se interpone de golpe.

Es azotea de la mano de la monja, apareciendo junto a Borges al ver al Teniente.

¿Lo llama por su nombre y tío?

Y este, perplejo inspecciona a azotea.

Me hace a un lado con su mano en mi pecho con brusquedad, para darse paso hasta ella y la doctora con familiaridad, le sonríe algo emocionada.

Pero el Teniente no reacciona, solo se limita a escanearla en estado mute, pero revelando con su mirada en ella, nublarse sus ancianos ojos.

- ¡Que me parta un B83! - Exclama, tomando sus hombros con rudeza. - ¿Si tengo frente a mí, a Roro! - La abraza con fuerza y azotea no le importa, lo recibe sonriendo feliz a su cariñosa brusquedad. 

La monja y Borges como el resto del cuartel, vemos esta escena y hasta yo mismo, atónitos ante semejante muestra de cariño.

Y hasta creo, que es la primera vez que veo sonreír al Teniente y que se enjuaga una lágrima.

Mierda.

¿Se estará poniendo viejo?

- ¿Dónde diablos estabas metida, muchacha? - La amonesta. - Te perdiste de mi radar con el tiempo.

- Estudiando, recibiéndome y deambulando, tío Elias... - Resume Rocío y el viejo entiende.

Creo.

Porque asiente silencioso, pero de golpe y sin soltarla voltea a mirar a la monja, a azotea y a mí al recordar algo.

- ¡Pendejo hijo de perra, te atreviste a arrestar a Roro y su amiga! - Quiere venir hasta donde estoy, pero azotea no se lo permite y yo me arrimo a Borges.

- Lo siento, señor. - Ni sé, que decir.

- ¡Es la hija de tu mentor y mejor amigo mío! - Bufa sin poder creer.

- Nos acabamos de enterar, señor. - Justifico y señalo su cuello. 

Nota las chapas que cuelgan de Rosemberg y resopla comprendiendo, siendo una lucha interna su mirada.

- ¿Pero qué, jodida mierda es esta? - Murmura, mirando a ambos por tantas casualidades. - Esto es real y parece una rara novela escrita, por alguien raro también. - Y no nos da tiempo a acotar sobre eso, ya que señala sin preámbulo a la monja. - ¿Y que diablos, hace vivo el almuerzo en mi cuartel? - Exclama por la gallina Fernanda en sus brazos.

Una silenciosa y testigo de todo esto, pero percibiendo su amenaza le cloquea.

¿O gruñe?

- Es nuestro poblado... - Interrumpe a mi duda mental, azotea tomando el informe de mis manos a Paola y a nosotros tras leerlo.

Y notamos como Borges al confirmarse, apoya su mano en el hombro de la novicia.

- ¿Tu poblado? - Pregunta perplejo el Teniente.

- Con nuestra ONG, tío... - Balbucea Rocío, tomando a Paola nuevamente con sus manos.

Y el viejo resopla al escuchar.

- El secuestro con aire de muerte, del príncipe heredero del trono Ur de Caldeo, desestabilizó la alianza del norte y con ello, que este pueblo de generaciones de años y linaje manteniéndose siempre leal a sus convicciones de la paz del Medio Oriente y mundo, desatara una parte interna subversiva siendo acusados de tal... - Rumea el Teniente, mirando a Borges. 

- No entiendo. - Dice Rocío, junto a la mirada curiosa de su amiga.

- Revolucionarios Qurash... - Prosigue Borges sin de dejar también de mirar al viejo, siendo su turno de tomar el informe de los dedos de la doctora y leer su contenido.

- ...contra el pueblo Qurash y lo que desatan, propagándose por África. - Finalizo.

ROCIO

Intento comprender a lo que Camilo y Borges me dicen, pero mi mente no coopera.

Solo retengo en mi cabeza e impidiendo a lo único que mi sistema quiere reaccionar.

Lágrimas.

Un gran llanto por mi gente y mis niños por la invasión de estos asesinos en mi poblado.

- Yo...debo ir al pueblo... - Miro a Elías suplicante. - ...me necesitan, debemos ir.

- Lo hará el 3ro y 4to escuadrón, pero tú y la... - Observa extrañado a la monja y la gallina. - ...la otra muchacha con el bicho, se quedan... - Seguido a Camilo. - ...y tú, las cuidas.

Pero Camilo se niega.

- ¿Tercero y cuarto? - Exclama. - Con todo respeto, Teniente. - Niega. - Aún, soy General de mi división en operaciones especiales. - Se señala con Borges. - Tenemos más experiencia en este tipo de combate que el resto de las divisiones y lo sabe.

- Teniente. - Habla Borges. - Sabe que Camilo tiene razón, nuestro equipo de mando solo necesita su orden para empezar esta operación.

- Y yo voy a ir... - Tampoco cedo.

- Y yo. - Paola a mi lado.

- ...tío, es nuestro poblado... - Mi voz se quiebra, pero soy firme. - ...soy médica y más que nunca nuestra gente, los compañeros implicados y nuestros niños, nos necesitan. - Me acerco a él, pero sin antes mirar a los tres. - No va a ver arresto ni tormenta del desierto, que nos detenga...

Y Elías farfulla bajo que no alcanzo a entender, pero su vista fija en cada uno, acusando que delibera.

Pero, finaliza lo que sea que medita con su mirada en Camilo.

- Te asigno esta operación... - Le eleva su índice amenazante a Borges. - ...serán la sombra del otro y traíganme el jodido trasero del cabecilla de ese genocida Qurash vivo o muerto.

Borges asiente, sin poder evitar sonreír.

¿El motivo?

Ni idea, pero parece cómplice.

- Sí, señor.

Y el mejor amigo de papá y de años no verlo, toma el radio de su cintura con la vista fija en todos nosotros.

¿Sonriendo?

Lo parece reitero y como si algo recordara.

Ni idea.

Supongo.

Pero su voz ruda como trato y de toda la vida que conocía, no se hace esperar ante su directiva a quien sea del otro lado del intercomunicador.

- Preparen el Falcon 2. - Mira a Borges. - Y el F-35B. - Ordena, mirando finalmente a Camilo.

Y este.

Lo observo sin entender.

Me guiña un ojo y sonriendo feliz.

Ante esto último, escuchando eso...














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