CAPITULO 1

Hasta el 15/10/22 novela completa por la plataforma.

Abrazo, gente!!

CRISTO.


CAMILO

Pese a su estado estropeado, la bandera hecha añicos en sus colores verde, blanco y azul, no deja de flamear desde la cúspide de un edificio que en sus mejores épocas, era por su estructura y fachada, un lindo lugar.

Construcción, ahora deteriorado como el resto de las edificaciones de la zona en igual o peor estado.

Derrumbados.

Raídos.

Y algunos, faltos de ventanas o a medias con sus vidrios como puertas  y hasta carentes de alguna pared.

Pero sostenidas gracias a buenos cimientos, desafiando tormentas de arena.

Los vientos polvorientos, arenosos y secos de la región.

Un sol crudo que como péndulo de fuego, cubre este y la masa humana.

Una, donde en el sector que me encuentro se agolpa en este pueblo africano.

Que y pese a lo mencionado antes, aún gente viven en él.

Poblado que limita entre Guinea con Liberia y contra un Atlántico.

El Titán Atlas para los antiguos.

Y donde según ellos, sus columnas que soportan el cielo y hacen de su salida al nuevo continente, la carta de navegación por excelencia o en su defecto, para las personas que habitan este poblado de escasos recursos.

Una salida sin escape.

Pueblo de un país.

Sierra Leona.

Con consecuencias devastadoras, gracias a su interminable guerra civil.

Cada día de cada jodido año, deja miles de muertes obligando a muchos a buscar refugio y exilio en países vecinos por causa del azote de la asesina humanidad o la misma y puta epidemia del Ébola, que sigue vigente como un fantasma homicida de almas.

Ni el hilo de sudor que recorre un lado de mi rostro por el condenado calor, mezcla de polvo y arena por ser un lugar árido pegada a mi piel.

Ni los gritos de la gente encerrada en ese colectivo de mala muerte y secuestrados por un jodido kamikaze, me sacan de mi concentración.

Meditación totalmente abstraída desde la posición que me encuentro.

Cuerpo tierra.

Y casi, mimetizado al sucio cemento del techo de gran altura que me encuentro recostado en uno de los edificios de varios pisos y colateral, cerca de mi objetivo.

Con mi mirada totalmente en la mira de mi fusil de francotirador que apoyado con su base, está en el suelo que me encuentro y con distancia de disparo a precisión por mi dedo en el gatillo.

Por el sintonizador de una de mis orejas y bajo mi casco militar, puedo sentir las órdenes del Capitán de nuestro escuadrón a nuestros hombres.

Ni siquiera sus blasfemias, bajo sus edictos de que mantengamos la calma, me sacan de mi eje de concentración.

Uno cual, mi mira apunta y sigue con cada milimétrico movimiento a su destino.

El puto hombre que atrincherado dentro del colectivo con docenas de personas dentro por ser de índole urbano.

Envuelto y rodeado de dinamita su cuerpo con cinta metal y que a punta de revolver en la frente de una mujer que tiene a modo rehén contra su cuerpo y agarrada del cuello.

Que, no solo amenaza con volarle su cabeza.

Sino.

Hacer estallar el puto camión con todos los pasajeros dentro.

- Francotirador F- 8 mantenga posición... - La voz rasposa y demandante del Capitán, vuelve a sonar por el aparato de mi oreja para mí, sobre mis muchachos cubriéndome.

Cual ellos y bajo una rápida mirada de reojo, también están en postura y desplazamientos como yo en los techos linderos y apuntando con sus armas. 

Mientras el resto del batallón, colocados y posicionados tras paredes como laterales rodeando los derrumbados edificios, están expectantes al autobús colmado de pasajeros y rehén de este militante genocidas.

Nada me interrumpe.

Nadie me saca de mi concentración, mientras mi mira sigue los violentos movimientos del asesino, que de forma nerviosa y llevando con él a la mujer acorralando su garganta mientras no deja de caminar por el pasillo del autobús y de gritar en su idioma al resto de los pasajeros que callen, por sus lamentos y gritos de pánico desde sus asientos y apuntando a cada uno con su arma, para luego ir a la cabeza de la mujer otra vez que no suelta.

- No dispares, hasta que la orden sea dada... - Vuelve a sonar por mi intercomunicador ordenándome, bajo mi índice en el gatillo y con destino al kamikaze. - Repito... - Retoma en mi oreja. - ...no dispares, sin recibir mi orden... - Me dice, sobre movimientos que veo desde mi altura, como el escuadrón que sigilosos en tierra y guarecidos entre escombros de cimientos, mugre propia de la guerra y coches destruidos, se acercan más al objetivo sin dejar también de apuntar con sus armas con sus pasos sigilosos.

- Mantengan su posición. - Su voz no nos abandona para darnos calma el Capitán, en el momento que todos vemos como el asesino al abrir más su camisa para que sepamos del artefacto de explosión rodeando su cintura y con intenciones de hacerlo activar, al notar aproximarse más a mis hombres.

Y por ello, más griterío de horror y descontrol de la mujer como resto de los pasajeros.

Nos pide en su idioma amenazante que no nos acerquemos, mientras clava mas el frío hierro de su arma en la frente de la rehén con sus llantos.

Nos vocifera sobre una de las ventanillas y pese a su vidrio, que nos detengamos ante esta masacre inminente.

Una de sus manos y por más distancia que me encuentro, noto que tiembla por sus intenciones de tocar el interruptor casero que cuelga de su pecho para detonar la bomba.

- Carajo... - Se me escapa sacando mi vista de mi mira, para ver de lleno el colectivo como la situación que se está desatando y bajo la jodida voz del Capitán Borges, que sigue afirmando que nos mantengamos tranquilos.

Y que yo, lo haga.

Pero, no puedo.

Porque este pueblo de mierda con sus precarios edificios y siendo una zona de guerra civil, bañado de derrumbes y abandono total.

Sigue viviendo gente.

Familias.

Imparciales y en su mayoría, ajenas a esta contienda de mundos que solo y pese a vivir en esta miseria espantosa, lo quieren hacer en paz.

Poblado lleno de ancianos, mujeres y niños que ahora escondidos en punto remotos de esta lugar, esperan lo inevitable de este kamikaze.

Ya que los hombres en su temprana o no edad, fueron obligados a sumarse en esta guerra civil.

Y si esa bomba se detona.

Muchos de esos inocentes van a pagar con sus vidas.

- ¡A la mierda! - Me sale sincero y desde lo más profundo de mi interior, poniéndome de pie y levantando mi fusil francotirador haciendo a un lado el protocolo a seguir, según dice el parlamento militar en tales circunstancias.

Y siento como el Capitán, me pide que vuelva a mi posición al ver que camino y salgo de mi zona de confort y hasta corro, pero preciso en cada uno de mis movimientos por el techo del edificio y saltando a otro sin perder mi compostura, para acercarme más al colectivo rehén y poniendo en vilo mi vida por la inminente explosión que no deja de amenazar el asesino dentro del bus.

- !F8 regrese! - Me grita.

Me ordena.

Pero, hago caso omiso a su advertencia por mi intercomunicador con mis pasos acelerados, esquivando y saltando escombros de azotea a azotea y mirada de todo el escuadrón ante mi falta de seguir la orden, para luego descender con ayuda de desechos de construcción por alguna bomba pasada, seguido a rodar por el suelo y continuar mi trayecto, corriendo hasta una muralla próxima.

A escasos y pocos metros de distancia del condenado autobús.

Cosa que, si el maldito condenado activa esa mierda.

Estoy jodido.

Y por ello a mi mente de inmediato viene la imagen de mi familia, sobre mi pecho agitado propia de mi acelerada respiración por la carrera, sudor y la adrenalina que me embarga.

Mi hermanita fallecida.

Mi madre.

Y mi hermano mayor querido.

Rodrigo y su siempre alegre sonrisa en la última vídeo llamada y que a duras penas pude tener con él, por la prácticamente inexistente señal dándome la noticia que se casaba.

Jodidos putos años que no lo veo.

Sonrío contra la pared que me encuentro y escuda, reposicionando mi arma como mira y mirando a través de ella.

Pero, jodida y apasionada vida que decidí vivir.

Mis dedos calibran la mira telescópica precisa y sin perder de vista desde mi lugar, al tipo que no deja de gritar sus amenazas y bajo los lamentos que ahora escucho por la poca distancia de esa pobre gente secuestrada con él dentro del colectivo y de mis mismos hombres como el Capitán, que no dejan de decirme que no lo haga y me aleje ante lo predecible.

Que el asesino está a dos segundos de detonar por amor a Alá y su patria.

Pero no escucho a mi compañía.

Tampoco los miro.

Solo en mi oído como vista, está en esa gente inocente reclamando entre sollozos y gritos, piedad al kamikaze que no tiene compasión.

Ni una.

Porque su mano con arma y lejos de apuntar a su rehén, ahora fichan el interruptor de detonación frente a ellos y a todos nosotros con una sonrisa suicida y de satisfacción.

Su pulgar yace en el botón como mi índice en mi gatillo y mi mirada con cada puto movimiento de él, como si fuera su misma sombra.

El jodido sudor corre por mi rostro de adrenalina.

Y el calor azota y calienta mi sistema, activándose por notar desde mi alcance como el milimétrico segundo su dedo con intención, aprieta el interruptor para que todo explote.

Y milimétrico segundo mío, para que mi índice de marcha inevitable y gatille yo, sin dudar.

Bala que sale surcando el aire a una velocidad fuera del alcance y vista humana.

Pero directo.

Y sin compasión.

Atravesando y por su fuerza, estallando el vidrio de la ventanilla del colectivo al traspasar este.

Para llegar a su destino, rozando apenas un lado a la mujer rehén.

La frente del kamikaze.

Cual, ante esa colisión cae derrumbado, lleno de sangre y sin vida en el pasillo del bus, bajo el grito de espanto de los pasajeros en su interior.

Y caos controlado se desata.

Mi gente siempre a punta de arma y con su siempre pasos pausados, acercándose ahora sí, al transporte.

El pánico de los rehenes sobre la mujer prisionera por el asesino ya muerto, intentando volver en sí.

Pobladores.

Muchas mujeres y sus niños, asomándose desde sus escondites al ver que todo terminó.

Y más de mi escuadrón, ya tomando riendas de la situación sobre corridas y llamadas de radio, dando positiva la situación.

El Capitán se acerca hasta donde estoy, sacando su casco para secar la transpiración de su frente y volver a colocárselo.

Y me mira.

- ¡Diablos hombre! ¿ Qué voy hacer contigo, Camilo? - Me dice. - ¿Sabes que ahora, estarás bajo arresto por insubordinación al no obedecer y mostrarte contrario al protocolo de la milicia?

Me sonrío sin contestar colgando mi arma de un hombro y sabiendo ya, la que se me viene y sacudiendo mi uniforme militar del puto polvo africano.

Nada nuevo.

Su fuerte mano palmea mi espalda y sigue hablando al notar una herida tajante que nunca sentí, en unos de mis brazos y la sangre fluye de él.

Resopla resignado.

- Te vendrán bien, tres días de arresto en la base... - Formula, mientras ordena a uno de los compañeros y hace señas a un Jepp de los nuestros acercándose. - ...lleven al General de División a enfermería, antes que se le haga una puta gangrena... - Acata.

- No hace falta. - Digo contrariado y notando en ese momento como la mujer que fue rehén y envuelta en una cobija mientras es atendida por mi gente, me mira con agradecimiento. - Valió la pena... - Murmuro satisfecho y sonriente, devolviendo su saludo con mi barbilla y guiñándole un ojo.

- Mi misión, mis órdenes. - Me obliga el Capitán. - Te necesito sano y fuerte para la próxima misión por más locuras que te mandes, Camilo. - Vuelve a palmearme, obligando que suba al Jeep.

En dirección a una tipo Cruz Roja o mierda parecida con una tienda y por estar lejos de nuestra base a kilómetros de donde estamos...

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