9. "Latente"
❝Hay heridas que en vez de abrirnos la piel, nos abre los ojos❞
. . .
Gianna
Todo lo que alguna vez había sido importante en mi vida, terminaba alejándose de mí. Quizás por ello no me gustaban los apegos emocionales ni mucho menos la excesiva muestra de afecto. Porque cada vez que alguien se alejaba de mí, se llevaba una parte de mi alma, una que ya no quería tener de vuelta.
Me había pasado la mayor parte de mi adolescencia refugiándome en las caladas del cigarrillo. El solo se dejaba consumir y no me juzgaba. Ya para estas alturas, era mi único apego emocional, me iba a ser difícil dejarle. Me seria completamente imposible no acudir a él en mi mayor muestra de desespero.
La noche, se me antojaba un poco eterna.
Le di una última calada antes de despedirme. Lo apagué en el cenicero y abandoné el balcón de mi habitación. No me sorprendió que mi puerta estuviese siendo custodiada, ni siquiera que el vestíbulo con un equipo de los agentes de negro, desalojaran a los hospedados. Tampoco, me sorprendió que al subir a la suite, cada esquina del pasillo estuviese siendo resguardada, no me esperaba menos del comandante Napolitano.
Un sujeto fornido cruzaba sus manos con una expresión seria junto a la puerta de Camelia. Ni siquiera se inmutó con mi presencia, de hecho, me impidió la entrada silencioso al colocarse en medio de esta.
Hice un ademan para tocar la puerta, pero este simplemente no estaba dispuesto a ceder. Por supuesto que comprendía los excesivos límites de protección de mi hermano, pero este grandulón, no sabía a quién le estaba impidiendo el paso.
— ¿Si sabes quién soy? —Le miré, no hubo contacto visual de su parte.
—Perfectamente señorita Napolitano. —Respondió con sorna.
—Entonces te sugiero que te hagas a un lado.
—Lamento no poder complacerla. —Por un instante, me miró de soslayo—. Son órdenes del comandante Napolitano.
— ¡Órdenes y una puta mierda!
—Señorita...
— ¡Apártate de la maldita puerta!
—Señorita Napolitano...
—Vicente, retírate de la puerta. —Puede que apenas supiéramos el uno de la otra, pero me bastó escucharle para reconocerle.
Carlo apareció por el pasillo con un aire imperturbable y salvaje, controlando perfectamente la situación. Parecía haber salido de una revista de hombres selectos y elegantes, así, de ese modo, e incluso con el filo del arma que se asomaba por la cinturilla del pantalón.
El hombre en frente de mí, no tardó demasiado en acatar la orden y hacerse a un lado. Tal vez ninguno de los dos se esperó que yo actuara de inmediato y abriese la puerta. Yo tampoco me esperé lo que encontré del otro lado.
Camelia sentada sobre el piso junto a la mesa. Camelia esposada junto a esta.
— ¡Dios mío! —Susurré cuando me coloqué de rodillas junto a ella.
Vi un pequeño hilo de lágrimas amontonados en la comisura de sus ojos y como sus pupilas se apagaban. El rímel manchaba las pequeñas ojeras que se le profundizaban. Estaba tan absorta en su propio ensimismamiento que me provocó temor el tocarla. Estaba tan perdida y aterrada, que no respondió a su nombre ni en el tercer intento de mi llamada.
Entonces, cuando tomé su rostro entre mis manos, fue capaz de reaccionar y dejar que las lágrimas se le derramaran. Fue capaz de mirarme a los ojos y demostrarme cuan rota estaba. Un sollozo, luego otro, más hondo, más intenso y más doloroso.
— ¿Quién te hizo esto?
El rencor que se dibujó en sus facciones, se lo dedicó a quien sea que estuviese entrando en ese instante por la puerta. Mire hacia atrás y tragué automáticamente la resequedad de mi garganta. No demoré demasiado en comprenderlo todo, cuando vi la culpa teñirse en el rostro de mi hermano.
Su resentimiento hacia ella, había llegado demasiado lejos y, el amor que alguna vez me confesó que sentía por ella, se transformó en una obsesión corrosiva por destruirla.
— ¡¿Qué hiciste? —Me levanté de un salto y me fui en su contra—. ¡¿Hasta dónde pensabas llegar Dante?!
No hubo respuesta, no al menos con palabras, porque en sus ojos, se refleja la culpa y tal vez, algún indicio de lágrimas.
— ¡¿Estas demente?! —Le empujé. La ira me atravesó la piel cuando Carlo se interpuso y trató de agarrarme—. ¡Tú no me toques! ¡Ni siquiera te atrevas a tocarme!
—Gianna... —En la voz de Dante, se mezclaba el lamento y la advertencia, pero una puta mierda, había llegado demasiado lejos.
—No sabes lo que provocaste Dante. —Yo lo supe, porque sabía cuánto significaba para Camelia estar esposada—. Ni siquiera lo sabes...
Mi hermano ni su compañero intentaron algo más. Sabían que como sea, tenían las de perder.
Camelia ya estaba de pie para cuando decidí volver a ella. Sus ojos ya irritados por las lágrimas, no me miraron, seguía en silencio y anonadada. Entrelacé nuestros dedos, dispuesta a sacarla de allí y llevarla a casa y por mi vida que me conocerían si alguien se atreviera a impedirnos la salida.
De soslayo pude ver como Carlo colocaba la mano sobre el pecho de mi hermano, para ese instante fue lo más sensato que pudo hacer, impedir que se acercara a nosotras, fue lo más racional para la rabia que se me amontonaba.
—Camelia. ¡Maldición, lo siento!
Quizás, estaba tan conmocionada, que noté el indicio de dolor en la voz de mi hermano. Quizás, solo quizás, ya aquello había sido suficiente para darse cuenta que su resentimiento, a él también lo había devastado.
Mi cuñada se detuvo y, por primera vez en todo el rato, fue capaz de ofrecerle una mirada. Una que, ni siquiera yo, quien la conocía mejor que nadie, supo descifrar.
—Te juro que voy a hacer que te tragues tus lamentos.
Aquello no fue una advertencia, aquello definitivamente fue una promesa. Un instante después, apartó la mirada. Supe que no quería seguir un segundo más allí, supe leer sus intenciones, no necesité que me lo pidiera, la abracé a mi cuerpo y la insté a caminar.
. . .
Camelia
Llegué a la mansión y sentí el frio del invierno más salvaje que nunca. Lo sentí calarme hasta los huesos, tan intenso como denso, ni siquiera la calefacción surtía algún efecto. El silencio se paseaba por los rincones de la enorme casa y yo, me sentía como una pluma que vagaba, que se azotaba contra el viento, que iba y venía, que no tenía rumbo, coordenadas y ni siquiera armonía.
Me sentía solo como un ser humano al que le habían sacudido el alma.
—Cam...
—Me gustaría estar sola. —Interrumpí a Gianna. Ella se detuvo en la penumbra del vestíbulo y me dejo continuar.
—Estaré aquí si me necesitas.
Ni siquiera asentí y comencé a caminar, sintiendo como hacia solo eso, caminar perdida dentro de mi propia casa. Caminar recto y sentir como la vida me rozaba el hombro y seguía de paso.
Me sorprendió reconocer mi propia habitación, la misma que compartía con Alessandro. Mismos muebles y mismo decorado. Sin embargo, al mismo tiempo me pareció completamente diferente, me pareció más grande, más fría y más sola. Me pareció que las paredes casi se me vendrían encima y cuanto deseé que por un instante, así fuera.
Así que me abracé a mí misma cuando cerré la puerta y me tumbe sobre la cama, sintiendo como la somnolencia me engullía junto con mi propia miseria.
. . .
Dante
Me desplomé sobre la cama y solté todo el aire que estaba reteniendo en mis pulmones. Dejé que la penumbra y el silencio de la habitación me consumieran. Dejé la vía libre para mis sinuosos pensamientos.
»Ahí estaba ella, la observé a través de la hilera de la puerta entreabierta. Gianna estaba ayudándola a subirse la cremallera del vestido con prisa y ella se pasaba las manos por las hebras de cabello rubio despeinadas.
—Uno de estos días Alessandro va a darse cuenta de lo que hacen. —Mi hermana le advirtió.
—No sucederá si tú no le cuentas. —Camelia se giró y la observo con una sonrisa de oreja a oreja—. Además, no estamos haciendo nada malo. ¡No sabes! Conocí la Piazza Navona, Gia. ¡Es preciosa! Llena de gente por doquier. Toda esta ciudad es preciosa y yo me la perdí por tanto tiempo. No sabes cuan viva me siento ahora.
—Ten cuidado Camelia. Cuando la prensa sepa de tu existencia, tendrás una cámara fotografiándote el culo a cada rato. —Camelia soltó una risita y luego un quejido—. ¿Con que te hiciste eso?
Para mi sorpresa, hubo un tono de horror en la voz de mi hermana. Me asomé un poco más y un hematoma se expandía en el brazo de Camelia.
—No es nada, me lo hice saltando la valla. —Hubo un silencio y luego otra risita—. Los escoltas casi me descubren entrando a la casa, no tuve de otra que esconderme en los arbustos y saltar.
Reprimí una sonrisa y seguí mi camino hacia mi habitación. Alessandro daría un anuncio importante y ya todos sabíamos cómo se ponía cuando nos retrasábamos. «
Su nombre retumbaba por todo mi cuerpo como si me lo estuviesen tatuando. Maldije para mis adentros y di un puñetazo sobre la almohada. Cerré con fuerza los ojos y reprimí un grito, sintiendo como la garganta me ardía. De pronto, la imagen de ella asustada, rencorosa y perturbada, me dio un golpe seco sobre la boca del estómago. ¡Maldita sea, Dante! Eres un hijo de puta.
. . .
Camelia
Entré al panteón con la extraña sensación de que alguien me observaba. No era Carlo que, a pesar de haberme opuesto a su compañía, me advirtió que de todos modos me custodiaría. No era la primera vez que sentía que alguien me merodeaba, no era la primera vez que sentía los ojos de alguien sobre mi espalda.
Me coloqué de rodillas junto al sarcófago y acaricié las letras de la piedra, quitando los restos de nieve que cubrían su nombre. Antes de venir aquí, me prometí no llorar, me prometí tener este instante con él porque tal vez sería la última vez.
La vida seguía allí afuera, seguía sin él, yo seguiría siendo una traidora y el seguiría estando muerto. Nada cambiaria, tal vez solo una cosa, y era que Dante Napolitano, tenía una deuda conmigo, una que yo planearía y me encargaría de cobrarle.
La vida alguna vez fue injusta conmigo y él no tenía derecho a traérmela de vuelta.
Por un momento, una sombra cubrió toda la piedra del sarcófago. Pudo haber sido la penumbra que se desplegaba con el viento cuando movía la flema de las velas, pero la sombra se mantuvo intacta, tuve que elevar la vista para ver de qué se trataba. Quise creer que era el frio cuando se me heló la sangre. Pero tal vez fue solo lo que provocó su presencia desde aquel lado de la lápida.
La última vez que le vi, fue hace tres años o más. Se había largado con una pandilla de delincuentes y narcotraficantes. Pero ahora mismo, no estaba preparada para verle, él fue una parte dolorosa de mi pasado que me costó muchísimo enterrar.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunté, luego de varios segundos de silencio.
Lucia aterrado, desconcertado y agitado. Una onda de humo salía por su boca y nariz mientras respiraba.
—Camelia. —Soltó mi nombre acompañado de una risa nerviosa—. Camelia tienes que alejarte de esa familia.
De pronto, comenzó a respirar con más fuerza.
—Camelia... Camelia... —Repetía mi nombre asustado.
— ¿De que estas hablando? —Traté de acercarme, pero una mano me sujetó y cubrió con el brazo y otra, apuntaba con una pistola al hombre del otro lado
—Camelia, tienes que huir de los Napolitano.
Fue lo último que dijo antes de echarse a correr.
— ¿Estas bien? —Carlo me miró, pero aún seguía apuntando a la figura que desaparecía.
Asentí, sin apartar mis ojos de lo que acaba de ocurrir.
— ¿Quién era? ¿Lo conoces?
Volví a asentir.
—Sí, era mi hermano.
❁❁❁
¡Espero les haya gustadoooo! Muchisisisimas gracias por leer Camelia, lo juro, estoy muy feliz de la acogida que le han dado. No olviden que yo me motivo a darles capitulo con sus estrellitas y comentarios. Nos leemos después de los 160 votos y 110 comentarios
¿Que significara este regreso del hermano de Camelia? ¿Por que tiene que huir de los Napolitano?
Sigue mi cuenta de instagram para más detalles, adelantos e información @carolineautora
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