7. "Indulgente"
❝Lo único que puedo darte son recuerdos, llévalos contigo y nunca te dejaré❞
. . .
Dante
Tres de mis hombres me cubrieron cuando inicie la reyerta y empuje a Camelia a través de las escaleras.
El caos se propagó, el sonido de los gritos y correteos me aturdieron la audición. Ambos caímos en picada, rodando a través de los escalones, uno sobre el otro. En el trayecto, me aseguré de cubrir a Camelia de un golpe en la cabeza. Llevándome todo el impacto sobre mi espalda y, aferrándome a ella con mucha fuerza, cayó cubierta sobre mi pecho. Una mezcla de alivio y ansiedad me provocó tenerla entre mis brazos, a salvo.
Uno de los esbirros dentro del hospital, se percató de nuestra huida y comenzó a dispararnos. Aquello provocó un grito ensordecedor de Camelia.
— ¡¡Corre!! —La empujé—. ¡¡Vamos, vamos!! ¡¡Agáchate!!
No me sorprendió que sollozara y temblara mientras nos hacíamos camino a través de las escaleras. El pánico estaba arraigando en su sistema. Entrelacé sus dedos contra los míos y una vez que sus azulejos se encontraron fugazmente con la míos, supe que debía hacer cualquier maldita cosa para protegerla. Supe que, no importaba como terminara aquello, quien moría o quien vivía, mi único objetivo era que, uno de los vivos, fuese ella. De lo contrario, ardería sobre mi propio infierno.
Comencé a disparar a mis espaldas mientras corríamos. Al principio desconocía el trayecto de mis balas, pero cuando nos detuvimos y empujé una de las puertas, la bala traspasó la pierna de nuestro atacante, dejándolo sobre algunos peldaños de las escaleras y, disparando desorbitadamente.
Mas disparos de aproximaban y, dentro del caos, no supe de donde provenía. Inhalé con fuerza y recargué a Camelia sobre la pared, cargando mi arma, calculé nuestra salida. Estábamos solo a una maniobra de las escaleras de emergencia y, para este momento, ya Carlo y Gianna debían estar esperándonos de aquel lado.
—Mantente cerca. ¿Comprendes? —Inhalé un par de veces más y, en la espera, no tuve respuesta.
Me giré, encontrándome con el cañón de una pistola, apuntando la sien de Camelia. Pensé en todas las posibilidades que tenía para protegerla. En ninguna de ellas, yo saldría ileso para contarlo.
Una sonrisa de suficiencia se guindaba sobre las comisuras de aquel esbirro. Su rostro no me resulto nada familiar, excepto por la ligera sombre de un tatuaje que se asomaba en su cuello, una especie de flor enjaulada, una que a través de mis fugaces pensamientos, vi alguna vez. Sin embargo, eran muy escasos los recuerdos.
—Muy astuto, comandante. —Soltó jocoso—. Deja el arma en el suelo y levanta las manos.
Apreté el arma con fuerza mientras la soltaba sobre el piso y me incorporaba lentamente. ¡Maldita sea!
— ¿Qué es lo que quieren? —Pregunté una vez que lo encaré.
—Esto no es nada personal, Napolitano. Solo cumplo órdenes.
— ¿De quién?
—Te sorprendería saberlo. —Soltó y, me apunto demasiado cerca.
Sonreí internamente. Ahí, en ese instante, evalué dos de mis mejores posibilidades. Quien sea que estuviese detrás de todo esto, no había sabido escoger demasiado a sus hombres, porque si hubiese sido así, supiera que la mejor forma de contra ataque, era tener el arma de su oponente demasiado cerca y, para cuando se percatara de ello, ya era hombre muerto. O simplemente esperar a que Carlo, quien entró a través de la puerta, se encargara de él.
Hubiese deseado que Carlo saliera huyendo con mi hermana, pero de haber estado en su posición, estaría haciendo lo mismo, así de leales éramos.
—Me he llevado muchas sorpresas a lo largo de mi vida. —Le ofrecí una sonrisa perversa al instante en que Carlo me dio una seña y yo, le regalé una cómplice a Camelia—. Apuesto que tu jefe, se llevara una no muy grata esta noche. ¡¡Agáchate!!
La inexpresión tiño sus facciones y, cuando se dio cuenta de mi jugada, no tuvo tiempo de reaccionar. Un hilo de sangre brillo en su frente, salpicando por las paredes y sobre mi cara.
—Te encanta tentar a la muerte. —Soltó y asegurándonos que estuviese la salida despejada, me limpie los rastros de sangre con el dorso de la manga.
—Hierva mala nunca muere. —Pronuncie jadeante—. Tenemos que salir de aquí. ¿Qué hay de nuestros hombres?
—Ilesos.
Asentí.
Evacuamos suspicaces, asegurándonos de mantener a Camelia y a mi hermana a salvo. El silencio en ellas fue tétrico y perturbador, lucían impávidas y aterradas. La nieve nos golpeó con fuerza cuando cruzamos la puerta. Un auto ya nos esperaba con las puertas abiertas. Danilo, uno de mis agentes, lucia agresivo al mando del volante. Estaba seguro que algunos de los secuaces habían ya pasado por sus manos y, sorpresivamente, eso le avivó.
—Danilo. —Le mire a través del retrovisor—. Llévanos al Napolitano.
No dudo en asentir y ponerse en marcha.
— ¿Qué haremos en el hotel? —Los ojos de Gianna estaban rojizos por las lágrimas. Tenía los dedos entrelazados con los de Camelia.
La segunda observaba silenciosa a través de la ventana. Algunos surcos de lágrimas manchaban su piel porcelana.
—Las pondré a Salvo. —Me sorprendió que las pupilas de Camelia me observaran. Sus ojos seguían humedecidos pero supe que no lloraría, no se permitiría a si misma que yo la viera vulnerable.
— ¿Quieres que nuestros hombres resguarden el hotel? —Carlo intervino.
—Contrataré un equipo especial.
Mi compañero era muy leal a nuestro equipo, yo también lo era. Pero dada la situación, necesitaba un equipo completo y a disposiciones de órdenes severas. Un equipo que protegiera a la familia Napolitano con armas calificadas para una verdadera reyerta. No involucraría a mis agentes en esta guerra, no si eso provocaría la entrega de sus placas.
—Estoy contigo. —Me observó cómplice. Sabiendo todo lo que arriesgaría, su lealtad me arrancó una sonrisa.
— ¿Estaremos a salvo? —Hubo un indicio de temor en la pregunta de Camelia.
Asentí.
— ¿Cómo estas tan seguro de eso?
—Porque no voy a permitir que nada te pase.
En ese instante, una burbuja espesa nos absorbió, solo éramos ella y yo. Estaba dispuesto a dejar mi propia placa por mantenerla a salvo. Estaba dispuesto a cambiar mi vida por la de ella, incluso si eso implicara introducirme en el maldito infierno.
. . .
Camelia
No me gustaba la sensación de calma que se paseaba por las paredes de la suite. No cuando a una tenue serenidad, siempre se le avecinaba una tormenta.
La nieve engullía las áreas verdes, convirtiéndolas solo en una capa blanca muy espesa, como una bola de cristal que se vendían en los bazares cercanos a la navidad. Me abracé a mí misma, aovillada sobre el sofá junto a la ventana. La noche se iluminaba con las miles de luces que embellecían la plaza de san pedro, el lugar más lioso de la capital. Demasiado transitado para mí gusto. Una cena servida a más de media mitad y un par de velas aromáticas junto a la copa de vino tinto daban a la suite, una especie de tranquilidad; una que, a pesar de los guardias de seguridad que custodiaban la puerta, me era difícil conciliar.
»Cerré los ojos y recordé mi luna de miel en alguna playa de Sicilia. Con Alessandro, habíamos paseado por los sitios turísticos y visitado algunos restaurantes y bazares durante el día. La noche nos sorprendió en un muelle con estrellas y una velada romántica con músicos que nos acompañaban. Todo había sido mágico hasta la llamada que recibió Alessandro.
La suite del hotel estaba destrozada. No nos habían robado, no se habían llevado absolutamente nada, sin embargo, lo que escuché entre mi esposo y su escolta, era que se trataba de alguna mujer que había burlado la seguridad del hotel. «
De pronto, el sonido de la puerta abriéndose me alertó. Abrí los ojos y me incorporé lentamente, sintiendo los latidos de mi corazón con vehemencia. Toqué el suelo frio con las plantas de mis pies y los dedos se me encogieron.
Avancé a través de la penumbra y, una silueta que se dibujó en la sombra, me erizo la piel descubierta. Contuve el aliento y exhalé, sintiendo como todas las pulsaciones se arremolinaban, hasta el instante en que lo vi y cada una de mis sensaciones, colapsaron.
Dante estaba al otro lado del vestíbulo con una expresión inalterable. Se mantuvo así un instante, tanta tranquilidad en él, era asfixiante.
Vestía una camisa de botones blanca. Sus mangas, estaban desordenadas a la altura de sus codos. Lo detalle en la distancia, con sus manos escondidas dentro del bolsillo de su pantalón y su cabello un tanto desaliñado, con algunas de sus hebras esparcidas por cualquier lado.
La tenue luz de la vela, me dio un mejor panorama de su figura y, cuando se acercó a paso sigiloso, pude descubrir el ligero rastro de sangre que manchaba su herida.
Contuve un espasmo mientras me acercaba.
—Hola. —El susurro fue arrancado con nerviosismo de mis labios
—Hola. —Su voz, fue enloquecedoramente calculadora.
Me contuve otro espasmo cuando esta vez, fue él quien se acercó. La mirada de Dante, irradiaba confusión y satisfacción.
—Estas sangrando la herida.
Una mueca se dibujó en la comisura de sus labios. Me sorprendió que aquel gesto me detuviera un latido. Lucia completamente salvaje y apuesto. Alguna vez, hace poco más de dos años, tuve el fugaz pensamiento de que la mujer que robara su corazón, sería una completa afortunada. Ahora mismo, en medio de mis ruidosos pensamientos, sentí una punzada dentro del pecho con aquella idea y, por un doloroso instante, deseé que ninguna mujer existiera.
— ¿Y te gustaría curarla?—Hubo un indicio de burla en sus palabras.
Era Dante Napolitano. ¿Qué esperaba? Me giré, dándole la espalda y, en menos de nada, ya él me rodeaba. Temblé ante tanta cercanía y le evité la mirada cuando sentí un leve calor expandirse por mis mejillas.
—No soy médico.
—No se necesita ser médico para curar algunas heridas, Elia. —Me observó latente y pude saborear el diminutivo que le puso a mi nombre—. Muchas de ellas, ni siquiera sangran.
—Hace mucho no me decías así. —Me ardieron los brazos, las piernas y hasta el último pedazo de médula.
—Hace tanto que no digo muchas cosas. —Sin esperarlo, rozó mis dedos con su mano.
Le mire a los ojos y me aferré sorpresivamente a ese instante, como si nunca podría cansarme de mirarle. Él también lo hizo, se aferró a la mía y soltó un leve suspiro, luego, inspeccionándome con lentitud, se detuvo en mis labios, yo me tenté a remojarlos.
Me mordí el interior de mi mejilla y evite con mucha fuerza tanta cercanía. Retrocediendo un paso lejos de él, me dirigí al cuarto de baño en busca del botiquín y, una vez que estuvimos a una puerta de distancia, aproveché la intimidad para lavarme la cara.
El agua helada se me antojó beneficiosa, porque cuando volví, el torso desnudo de mi cuñado fue lo primero que vi.
❁❁❁
¡Espero les haya gustado muchísimo! Parece que habrá mucho fuego con esta sorpresiva cercanía entre Dante y Camelia.
Por favorcito, no olviden dejarme sus estrellitas y comentarios, siempre los leo todos. Estaré continuando con 140 votos y 80 comentarios.
Sigue mi cuenta de instagram para más detalles, adelantos e información @carolineautora
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top