6. "Redención"



❝Tengo la piel gruesa y un corazón elástico, pero tu espada puede ser demasiado afilada ❞ 

. . .

Carlo

No me sorprendió ver salir a la viuda de Alessandro con las mejillas sonrojadas; tal vez enojada o quizás conmocionada. La tenue lucecilla de preocupación que recién bailaba en sus ojos, se había transformado en algo más denso y oscuro.

Salió de la habitación como una completa fierecilla, moviendo el cabello en un vaivén que se desordenaba y ni siquiera se percató de mi presencia.

Roma anocheció abrazada por la nieve y yo la observaba engullirse la ciudad silenciosa.

Aquí, alguna vez fue mi hogar. Tenía alrededor de los quince años cuando me fui de casa. No soportaba la idea de ver a mi padre drogarse delante los ojos de mi madre, para luego, cuando los fármacos surtieran efectos, convertirse en un monstruo agresivo. Sin embargo, lo peor no fue aquello, sino la cantidad de veces que la obligaba a fumar su porquería de manera excesiva. Hubiese podido llevarla conmigo para ese entonces pero ni siquiera tenía donde caerme muerto o que ofrecerle. Fui un cobarde, lo sé, pero lo supe cuando luego de un par de años regresé. Mi madre había sido víctima del cáncer. Un maldito cáncer que ella no buscó ni merecía.

Las luces de la terraza se apagaron y la noche se me antojó un poco pacífica. A veces necesitábamos un poco de oscuridad, algo de soledad.

Miré el reloj, la media noche se cernía sobre la capital de Italia. Hace poco menos de media hora, supe que Dante aun dormía. Me preocupaba su evolución o que nuestro jefe lo sacara de la operación de flor pálida por algún tipo de reposo médico o toda esa mierda. Dante era el tipo indicado para esto, teníamos nuestro propio equipo de total y entera confianza.

Si no se reponía pronto, temía que, todo lo que habíamos conseguido para acercarnos al narcotraficante actual más solicitado del país, se saliera con la suya y todo se fuera a la jodida mierda.

—También me gusta ver la nieve caer. —La voz provino de mi espalda. No tuve que girarme para darme cuenta de quien se trataba.

Una sorpresiva sensación dentro de mi pecho, me arraigó. Y, de pronto, la temperatura en el ambiente se avivó.

La llama de un mechero iluminó el rostro de Gianna Napolitano cuando se acercó lo suficiente y ya estaba a mi lado, colocando sus codos sobre la barandilla de concreto que nos impedía caer en picada hacia el otro lado. Dio un jalón suave y soltó el humo un instante después.

Había un ligero signo de fatiga en su expresión.

— ¿Fumas? —Pregunto, sin embargo no me miró. Se quedó observando el humo que salía de su boca y la punta del cigarrillo que poco a poco se desgastaba.

—Hace mucho lo dejé.

— ¿Y cómo conseguiste dejar ese vicio?

—A mi madre la mató un cáncer de pulmón. ¿No es eso una buena motivación?

Después de todo este rato mirando a la nada, por fin sus ojos me miraron. Un destello ambarino se apagaba ante mis palabras y, un instante más tarde, su cuerpo se estremeció. Agradecí que, a pesar de mi confesión, se mantuviera en silencio. Ya había escucho demasiadas condolencias.

El sonido de mi teléfono irrumpió. Ninguno de mis agentes llamaba a menos que fuese necesario. Aquello me alertó.

No tuve tiempo de hablar cuando descolgué la línea y Danilo habló.

—Jefe, hay alguien ajeno a la familia Napolitano en recepción. —Supe que Gianna escuchó cuando su expresión cambió—. Pregunta por la habitación del comandante.

—Impide la entrada. ¿Me escuchaste? No dejes que nadie se acerque medio metro a Dante.

—Entendido.

Algo me olía muy mal y no era el puto cigarrillo que la Napolitano aún tenía en su mano

. . .

Dante


—Tenemos que dejar el hospital. —Carlo entró eufórico, pero no fue aquello lo que me sorprendió, sino el arma que sostenía a un costado.

Junto a él, mi hermana.

— ¿Qué coño pasa? —Me incorporé.

—Estamos rodeados. —Informó, dando un vistazo rápido a través del pasillo—. Estamos malditamente rodeados.

— ¿A qué demonios te refieres Carlo? —Inquirí—. ¡Habla ya!

—Hay hombres dentro del hospital infiltrados. No sé cuántos, estimo que algunos seis, pero quieren acabar con ustedes. —Cargó su arma y suspiró—. Quieren muerto a los Napolitano.

Una ligera presión se me acumuló en el pecho.

—De acuerdo. ¿Cuántos de nuestros hombres? —Me presioné el hombro mientras me colocaba de pie. ¡Como dolía, joder! —. ¿Tenemos alguna salida despejada para evacuar?

—Tengo a dos de nuestros hombres en la entrada. —Informó—. Y dos más en recepción.

Asentí.

—Dame un arma. —Mi compañero no dudo un instante en reponerme la suya—. Gianna, quédate cerca. ¿Esta Camelia en el hospital?

Negó. El nerviosismo se acumulaba en su expresión.

—Pero llamo hace quince minutos y me dijo que venía de camino.

Tomé el teléfono que tenía en sus manos y marqué la llamada de vuelta. Un instante después, no tuve respuesta. ¡Maldita sea! aquello nos ponía la situación un poco más difícil.

— ¿Qué tienes en mente? —Carlò pregunto, sin dejar de asegurarse que el pasillo estuviese despejado.

—Las escaleras de emergencia. —Sugerí—. Si dices que al menos son seis, no todos pueden estar en el mismo lugar. Adelántense.

— ¿Qué vas a hacer? —Gianna se acercó.

—Mantente cerca de Carlo. ¿Comprendes? —Asintió con un brillo lloroso en sus ojos—. Y no hagas tonterías Gianna, él te mantendrá a salvo.

Mi mirada se cruzó con la de mi compañero. Hubo un asentimiento de su parte y, supe que él daría la vida por ella si fuese necesario. No me había equivocado con él, supe escoger a mi reemplazo muy bien.

—Nos vemos en la salida. —Sonrió medio afligida.

—No nos iremos sin ti. —Aquello fue una advertencia de Carlo. Supe que la cumpliría.

Asentí, viéndolos desaparecer por la puerta.

Me coloqué los zapatos y salí de la habitación. Asegurándome en la puerta que el pasillo estuviese lo suficientemente despejado. Tenía que conseguir la forma de llegar a la entrada principal y asegurarme de encontrar a Camelia. Si hace quince minutos venia de camino, tenía que estar muy cerca, tal vez demasiado y me preocupaba no llegar lo suficientemente rápido.

Sorpresivamente, el sentimiento de saberla en peligro nuevamente, me asfixió. Una punzada que me hirió. Odiaba la sensación de preocupación que me proporcionaba, odiaba muchísimo lo que la viuda de mi hermano, me provocaba. Un sentimiento embaucador que me arrastraría a la perdición. ¿Podría hacer algo en contra de ello? Tal vez... ¿Quería hacer algo en contra de eso? Me lo cuestioné.

Maldije en mi interior, haciéndome camino precavido a través del solitario pasillo.

Me preocupaba el hecho de no saber quiénes nos abordaban, pues cualquiera dentro de aquel hospital, podría ser, sin embargo, mientras más me acercaba a la entrada, nada parecía sospechoso.

Entonces lo vi.

Un hombre de al menos un metro ochenta, vestía informal y una gorra cubría gran parte de su rostro. Se encontraba de pie junto a la vidriera y en espera, mientras sugería algo a través del auricular que no pude escuchar.

Me aseguré de no encontrarme con alguien más dentro del hospital. No sabía qué clase de calaña eran aquellas pirañas, pero no me podía confiar, e incluso se podría presentar una reyerta dentro del hospital.

Me mantuve muy quieto dentro de la sombra del pasillo, calculando mis posibilidades y tratando de distinguir entre el personal del hospital y los esbirros que se encontraban asechándonos. Hasta que vi a Camelia en la entrada principal. Un arma en la parte trasera del hombre junto a la vidriera ya la esperaba.

Desataría el maldito infierno si a Camelia le tocaban una puta hebra de cabello.

. . .

Carlo


— ¡¿Estas bien?! —Pregunté precipitado, tomando los hombros de Gianna entre mis manos—. ¡Respóndeme! ¿Estas herida?

Negó asustadiza.

Me asegure de recorrer su cuerpo en busca de las respuestas que de su boca no salían. De soslayo, pude ver el cuerpo de un secuaz en el piso, con un hilo de sangre que emanaba de su boca.

Nos había tomado de espalda y por sorpresa. Había tirado del cabello de Gianna con tanta fuerza que arrancó un grito doloroso de sus labios. No dude ni me inmute en darle un codazo, luego de ello, una paliza que lo dejó inconsciente.

Me sorprendió que teniéndolo de espalda, no hubiese disparado. Lo cierto era que, maquinando dentro de mi cabeza, no la querían muerta, querían llevarse a la Napolitano viva a quien sea que estuviese detrás de todo esto.

No lo iba a permitir. Sobre mi puto cadáver se la llevaba, incluso así, pelearía hasta las últimas consecuencias.

— ¿Y tú? —Preguntó, después de unos largos segundos silenciosos.

Negué con la cabeza y pude ver como los surcos de lágrimas se secaban en sus mejillas. Le estampé contra mi torso, fue un momento de arrebato, pero me tomó por sorpresa que ella también buscara refugio en mis brazos.

—Voy a sacarnos de aquí. —Asintió, no supe como sentirme cuando con más fuerza a mí se aferró—. Escúchame Gianna—. Tomé su rostro entre mis manos y la obligue a mirarme—. No importa cómo y lo que pase, voy a sacarte de aquí y vas a estar bien. ¿De acuerdo?

Me conmovió que asintiera con una media sonrisa. Una sonrisa que me dejaba ver la confianza que estaba depositando en mí. La Napolitano estaba dejando su vida en mis manos y yo me encargaría de mantenerla a salvo.

Tenía que hacerlo. Necesitaba hacerlo, porque quería volver a ver esos ojos ambarinos una vez más.

— ¿Y Dante? —Preguntó en un sollozo liviano.

—Estará bien.

Entonces, se escuchó un disparo...

❁❁❁

¿Les gustaría mas escenas de Carlo y Gianna?

¡Espero les haya gustado muchisimo! Yo me divierto escribiendo, pero me desmotiva un poco querer darle actualizaciones seguida con lo escasos que son los votos y comentarios. Así que, si quieren actualizaciones mas rápido de Camelia, deben hacerse notar en esas notificaciones. Estaré actualizando después de los 100 votos y 80 comentarios

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