19. "Tempestad"


Todo el mundo merece a alguien que lo mire como si fuese lo mejor que le hubiese pasado


. . .

Camelia

Tanto deseo, tanto anhelo, tanta urgencia en un beso.

Absorbí su aroma, saboreé su aliento. Me reduje a nada en sus brazos y me dejé llevar como pluma al viento; libre, sabiendo que, si no estaba en el lugar correcto, podría lamentarlo después, pero me aferré a ese instante, a ese beso, a ese intenso deseo.

Dante gimió dentro de mi boca, buscando mi lengua, saboreándola, disfrutándola y, como consecuencia automática, yo le devolví el gesto con una sinuosa respuesta. Su piel ardía, mis labios temblaban. Sus manos viajaban por mi espalda, buscando un contacto más íntimo, trazando las yemas de sus dedos por mi piel expuesta, acariciándola, limpiándola, cruzando el límite del borde de mi camisa, provocando erizarme de clamado deseo; profundo, intenso...

—Camelia... — Una súplica que acompañó mi nombre fuera de su boca—. Elia, mía.

Sentí una punzada en el vientre, como un tirón que me presionó la pelvis. Pocas veces había conseguido sentirme de esa manera; una sensación embriagante que me envolvió por completo, nublando mis pensamientos. Tenía los ojos cerrados, deduje que él también. Su frente descansó en la mía, acortando el beso, no sin antes darse tiempo de saborearme por un instante más, yo me deleité del momento. Separarnos ahora sería una completa tortura.

Su respiración me acarició las mejillas. Abrí los ojos y me encontré con los suyos; rojos, llenos de sentimientos, saber si eran buenos o malos no podría saberlo. Tuve miedo en ese instante, todo mi exterior pareció confesárselo. Tomó mi mejilla entre su palma y acarició el pómulo que ardía con ese ligero contacto.

—No tengas miedo. —Murmuró, la confianza que emanó de sus palabras me envió a confiar—. Esta vez es diferente, te lo prometo.

Tragué saliva y me mojé los labios.

—¿Por qué? —Cuestioné, necesitando de su respuesta.

Sus pupilas se iluminaron, una mueca le adornó los labios y acarició mi rostro con el suyo, acercándose a mi oído con suma delicadeza, como si aquel momento lo ameritara con urgencia.

—Porque ya no quiero contenerme. —Comentó, un hilo se volvió ronco en su voz—. Ya no puedo, he tenido suficiente. —Luego de eso, me miró, yo tenía el corazón atorado en la garganta—. ¿Y tú, Elia? ¿Has tenido suficiente de esta guerra?

Inhalé, llevándome todo su olor. Quería perderme en él, necesitaba hacerlo, pero debía asumir las consecuencias primero. Me alejé, no demasiado, ya no podía tenerle distanciado. Pero todo parecía tan absurdo, una mentira, como si fuese solo un vano espejismo.

—¿Podríamos contra esto? —Pregunté—. ¿Contra todo?

Dante supo leer el significado de mis palabras. Lo que esto significaba y hasta donde nos llevaba. Él, siendo un Napolitano. Yo, siendo la viuda de su hermano y un fantasma que se mecía entre nosotros.

—Yo puedo contra lo que sea. —Me miró con tanta intensidad que, el universo se hizo pequeño a nuestro al rededor—. Si tu te quedas a mi lado, el mundo entero puede arder un infierno, Elia.

Asentí lentamente.

—Cuando salgas por esa puerta... —Dante colocó las yemas de sus dedos sobre mis labios y los acarició, interrumpiéndome.

—Quiero que salgas conmigo por ella. —Musitó, aún estaba demasiado cerca de mi boca, tanto, que me robó un beso, luego otro. Simples y castos besos que me revoloteaban todo por dentro.

—Yo...

—Dime que estás dispuesta. —Una súplica que bailó en sus palabras y se reflejaron en sus ojos—. Ven conmigo a Florencia.

Me olvidé de como respirar y la forma en cómo el universo llevaba su curso, me olvidé incluso de mi propia existencia.

¿Qué?

. . .

Un asentimiento y una sonrisa bastaron, fue suficiente para ambos. Dante conducía a través de una ciudad que celebraba las festividades, mujeres y niños que iban, corrían, se concentraban en las plazas aplaudiendo a las sonoras bandas. Roma ese día, estaba atestado de turistas por todos lados.

El sol era ligero y se filtraba a través de las ventanas del auto. Nuestras manos estaban unidas, como dos piezas de rompecabezas que fueron diseñadas para unirse, me sentí plena, segura. Su mirada estaba fija sobre la carretera, pero de tanto en tanto, ladeaba la cabeza y me observaba con aquellos ojos llenos de deseo.

—Estamos llegando. —Dijo, tal vez notó el sentimiento de opresión que había estado teniendo durante todo el camino. Me miró un instante y besó el dorso de mi mano—. Solo tomaras lo necesario.

Asentí.

La mansión Napolitano se abrió ante nuestros ojos. Inmensa, cautivadora, como si fuese un palacio. Volver allí solo provocó que un nudo se me hiciera en el estómago. Dante fue el primero en bajar, yo me vi presa del miedo por un momento, pero, luego de que me abriese la puerta, supe que no tenia mas opciones.

Al principio, giró la cabeza de lado a lado. Las calles del perímetro estaban solitarias, me tendió la mano y yo la cogí, de inmediato. El frio no tardó en darme una helada bienvenida cuando bajé, me abracé a mi misma, creyendo que ese gesto me daría calefacción.

—¿Estas bien? —Dante preguntó, tomando mi rostro y obligándome a verle.

Asentí nuevamente, un movimiento que se me había vuelto muy confiado y mecánico últimamente.

—No tienes que ir allí dentro si no quieres. —Sonrió, dándome confianza.

—Será rápido. —Murmuré.

Entrelazamos nuestras manos y cruzamos la puerta pequeña. Atravesamos el amplio jardín, el césped había crecido lo suficiente para darle el aspecto de una casa que se le avecinaba la soledad. Los frutos de los árboles esparcidos alrededor de los troncos. La inmensa piscina que había sido cubierta por hojas y suciedad. Evité barrer el resto del lugar.

Nos adentramos a la casa y después, nos abordó el silencio. Las paredes cubiertas de oscuridad, ventanas cerradas. Mi visión se aclimató a las sombras, el piso ya ni siquiera era blanco, había sido sustituido por el color de la sangre y vidrios esparcidos por cualquier lugar. Restos de una masacre...

. . .

Dante

Los pasos de Camelia fueron muy cautelosos, el eco que se emitía en lo alto de las paredes le resultó perturbador. Estaba aferrada con fuerza a mi mano. La última vez que estuvimos aquí, me vi en la necesidad de sacarla con una herida de bala que yo le había proporcionado. Mi padre quería a su nieto, pero si ella moría, no iba a conseguirlo. Así que hice lo que tenía que hacer, no había otro modo de salir ilesos de aquella balacera. Ahora, no sabía cómo sentirme al respecto.

Dejé salir el aire. Camelia soltó mi mano, al principio, le costó separarse. La vi caminar con destino a las escaleras, le dio una mirada a la inmensidad de la siguiente planta y se perdió entre sus pasillos.

Yo abandoné el vestíbulo. Recuerdos de mi infancia se me arremolinaron mientras andaba. De lo que alguna vez fue mi hogar, ya no quedaba nada. Solo era una casa silenciosa y vacía.

Giré el pomo del primer salón. Una sensación de escalofrío me invadió. La biblioteca estaba vuelta nada. Libros esparcidos, con las hojas arrancadas. El escritorio estaba en su lugar, pero todo lo que le adornaba estaba sobre el piso, botellas de licor que se rompieron en un enfrentamiento intenso y las manchas de sangre impregnadas sobre los muebles.

Me acerqué muy lentamente, el único ruido que se escuchaba en ese instante, era el de mis zapatos al hacer contacto con los fragmentos de vidrio. Mis dedos acariciaron el filo de cada uno de los objetos, el librero, fue uno de ellos. Me encontré con un porta retrato, tenía el cristal roto y la foto apenas y era visible entre sus arrugas. Lo tomé entre mis manos, el filo del vidrio mi pinchó el dedo, una gota de sangre manchó la foto y se me resbaló de las manos, cayendo sobre el suelo y esparciendo un par de hojas a su alrededor.

Fruncí el entrecejo.

Me agaché, una carta salió de entre los añicos.

. . .

Camelia

Dante tenía la mano metida dentro de los bolsillos cuando entre a la biblioteca. No me pasó desapercibido el desastre que se cernía sobre lo que aquello antes era. Él estaba frente a la ventana, la noche caería dentro de un par de horas.

—¿Recuerdas cuando tu madre nos consiguió aquí? —Me acerqué, dejé la maleta sobre el piso y me uní a él, admirando la clamada capital de Italia.

Dante estaba perdido entre las sombras, lo vi de soslayo.

—Hurgamos entre sus cigarrillos. —Recordó—. Casi nos metíamos en un problema.

—Ese día... —Me humedecí los labios—. Ibas a besarme.

—Estaba tomado.

—¿Culpas a los efectos del alcohol?

—Te culpo a ti. —Se giró y me tomo la mano—. Eres la culpable de que esté como un completo crío por ti.

Bajé la cabeza, ruborizada. Una semana después, me comprometí con Alessandro.

—¿Qué hubiese pasado si... —Me detuve, lo miré a los ojos y él encontró los míos.

—¿Si te hubiese besado?

Asentí.

—¿Crees que ahora la historia sería diferente?

—Lo hubiese sido si no te hubieses casado. —Soltó mi mano, aquel gesto me dio un tirón en el estómago.

—Dante...

—Te dije todo lo que sentía. —Me confrontó, no fue demasiado duro al respecto, de hecho, se contrajo—. Te hablé acerca de mis sentimientos y solo saliste de esa habitación yéndote a la iglesia. Ni siquiera me miraste a la cara, ahora entiendo el porqué.

—¿Cómo podría haberlo sabido? —Me acerqué, tomé su rostro, sus ojos estaban llenos de intensiones—. Nunca fuiste lo suficientemente claro.

—La carta, Camelia. —Soltó de pronto, alejándose de mi tacto, metió la mano dentro de sus bolsillos y sacó un sobre blanco—. Está sellada...

Su mano temblaba, lo podía notar por el pedazo de papel intacto que sostenía y se movía de una forma exagerada. Poco a poco, el papel se fue amoldando a la tenacidad de su puño, envolviéndose con una fuerza a su alrededor, como si quisiera desaparecerlo.

—¿Qué sucede? —Pregunté muy bajito, ajena a lo que sucedía con él en ese momento.

Se dio la vuelta, recargando sus manos sobre el filo del escritorio y bajó la mirada. Su espalda subía y bajaba, respiraba agitado, desconcertado, abrumado. Yo me acerqué, no temí de aquella reacción espontánea, pero, en el trayecto, un grito inundó las paredes y todo comenzó a volar en pedazos.

Un jadeo se me acumuló en la garganta, me llevé las manos a la boca y me mantuve muy quieta. Dante comenzó a dar golpes sobre la madera, una y otra vez, hasta que sus nudillos sangraran. Enseguida me abalancé sobre él, rodeándolo, intentado que no se lastimara más, pero evidentemente no compartíamos la misma fuerza.

Él seguía golpeando la mesa y yo seguía abrazada a su cuerpo. Un sollozo se entremezcló en el escándalo que producía la madera, un sollozo que no era mío, luego, una increíble y absoluta calma. Un silencio que solo me permitía escuchar el ruido que provocaba su corazón al latir contra mi pecho.

Se dejó. De pronto, ya no forcejaba, apenas y podía contener su propia bocanada de aliento. Dante se giró, con los ojos irritados y un montón de lágrimas acumuladas en la comisura de sus ojos, pronto, caerían y pintarían sus mejillas.

—Dante...

Me abrazó. Se aferró a mí. Me envolvió y acarició mi espalda. Enterró su cabeza en el hueco de mi cuello, buscando un refugio que yo moría por darle, luego sentí las lágrimas calientes humedecerme.

Estaba llorando...

—Necesito saber que sucede.

—No la leíste. —Soltó de repente—. Si nunca leíste la carta, yo...

—¿Qué carta? —Pregunté, alejándome y mirándole a la cara, me conmovió ver la tristeza que lo acompañaba—. Dios, Dante... ¿De qué hablas?

—¿Por qué no la leíste? —Me tomó de los hombros y me sacudió—. Si la hubieses leído... —Tomó una inhalación—. Si la hubiese leído nunca habríamos llegado a esto.

—No comprendo. —Me alejé, le miré desorbitada—. Por favor, habla de una vez. ¿Qué carta?

Dante se llevó las manos a la cabeza, tirando de sus hebras con violencia. Negó y comenzó a caminar de un lado a otro. Se secó las lágrimas.

—Esta carta... —La impuso en el aire—. La dejé en tu habitación.

—¿Qué? ¿Cuándo? —No comprendía nada.

—Antes de casarte, Camelia. —Comenzó, mirando a la nada—. Todo esto comenzó por esta maldita carta, una que ni siquiera leíste... —Negó desesperado—. ¿Sabes lo que significa eso?

Negué con la cabeza.

Tomó mi mano entre la suya y dejó el sobre blanco sobre mi palma. Evidentemente, estaba intacto, sellado...

—Significa que todo lo que he sentido por ti está escrito allí dentro. —Señaló—. Significa que... —Hizo una pausa, tomó aire—. La historia hubiese sido diferente de haber leído esa carta.


❁❁❁

El inicio de la verdadera prueba entre ellos está llegando. Ahora que Camelia lea la carta. ¿Creerá en lo que dice allí dentro?

¡Espero les haya gustado! Recuerden que si hay mucho movimiento entre votos y comentarios las actualizaciones son más rápido. 

Tambien, recuerden que estoy en instagram para mas detalles, adelantos e informacion como: carolineautora

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