18. "Tormento"
❝Las lágrimas son fáciles de aguantar, hasta que alguien te da un abrazo❞
. . .
Camelia
Frío violento se esparció a través de la ventana, inundando la estancia con su presencia, tan salvaje y vivaz, sacudiendo las cortinas y dejando entrar la luz de la vigorosa luna, envolviendome entre su furia y haciéndome temblar. Me abracé a mi misma, creyendo que con ese vano gesto me abrigaría. Tenía la nariz entumecida y las pupilas contraídas, con un montón de lágrimas bailándome en la comisura. Cerré los ojos con fuerza y permití que salieran, de algún modo aquello me reconfortó, pero el llanto no hizo más que intensificarse.
Aferré mis manos al borde de la ventana, mis labios tiritaban con la ferocidad del viento que se llevaba todo a su paso, una parte de mí, se iba con él. Permití que sus embestidas me acariciaran la cara, me alborotaran el pelo y el ruido que provocaba su impacto con las ventanas, hacia que mi llanto no fuese tan protagonista en ese instante.
Observé la inmensidad de la playa que se iluminaba con la noche, las olas que se volvían monstruosas y salpicaba la pared del edificio cuando rompían en la orilla. Suspiré, me llevé las manos al vientre y le abracé. Le abracé con tanta fuerza porque no supe si seria la ultima vez, si la vida sería tan injusta y cruel de arrebatarmelo antes de conocerlo.
Cuanto dolor me albergaba al pensarlo...
Gianna me había dado un par de vueltas durante la noche, parecía que ella tampoco podía conciliar el sueño, se asomaba por la ranura de la puerta con una gélida sonrisa, la nariz roja y los ojos irritados, se notaban los surcos de lágrimas secarse en sus mejillas sonrojadas. El olor a humo de cigarro siempre la acompañaba. Con la voz ronca me preguntaba si necesitaba algo, cualquier cosa, mis respuestas eran simples vanas negaciones de cabeza.
. . .
El amanecer se filtró a través de las cortinas que se mecían con calma. Un tenue destello de sol rayaba desde la lejanía. Demasiado temprano para que la ciudad transitara.
Me sorprendió estar envuelta en sábanas blancas, de hecho, me desconcertó estar metida dentro de la cama, no recordaba haberlo hecho, y si lo hice, la somnolencia me había ganado por completo.
Barrí las paredes grises con la mirada, el amanecer me dio una mejor perspectiva de la habitación de Gianna. Columnas griegas en cada base de la cama, telas que cubrían con su manto el techo que se sostenía sobre la columna y algunos reflejos de luminosidad acariciaban sus hilos. Dos lámparas sobre mesitas de madera decoraban los laterales de la cama, muebles y cobijas en la esquina, un tocador y un gran espejo que me devolvió mi propio reflejo.
Contuve el aliento, lo único que vi a través de la mujer que se reflejaba, era solo la decadencia de una piel consumida y demacrada. Contusiones que rayaban mis brazos, piernas y cada parte visible de mi cuerpo, cerré los ojos con fuerza, queriendo evitar aquel contacto. Carecía de una belleza con la que alguna vez las revistas amarillistas me caracterizaban. ¿Qué quedaba de mí? Ojeras profundas, pómulos alterados, labios resecos y una piel pegada de los huesos. No quedaba nada...
Era solo el resultado de haber llevado el apellido Napolitano.
Esa tarde, me refugié en el susurro de las olas. Mis pies descalzos tocaron el agua helada, no me importó, de algún modo la suavidad con la que me acariciaba me enviaba a un momento de paz. La brisa era serena, los rayos de sol me cubrieron como un manto y disfruté mi soledad por un instante más. Abrazada a mi misma, a mi bebé que en mi vientre dormía.
¿Iba a parecerse a mí? ¿Se parecería a Alessandro?
Dios mío, Alessandro... Si supieras lo que tu padre ha provocado, —me atreví a pensar—, estarías tan desecho y decepcionado.
Esa misma tarde necesité más que nunca su presencia, su cariño, su sonrisa. Necesitaba tanto de él. Quedaba tan poco de mí, era la única persona que, aun en su ausencia, podría aferrarme con fuerza.
La noche cayó poco después, con ella, una neblina que cubrió el horizonte con su manto. La nieve no tardaría en caer, así que eventualmente me puse de pie. No conté con que la piedra estuve lo suficientemente mojada para hacerme perder el equilibrio sobre mi propio eje, gemí al caer de rodillas, sentí el ardor pincharlas hasta extenderse por mis piernas. La sangre brilló de forma escandalosa y resbaló por mis piernas cuando me coloqué de pie. Las olas que rompían en la orilla provocaron salpicar la sal marina y hacerla caer sobre mis rodillas. Me mordí los labios, apreté los ojos y contuve el sollozo antes de echarme a andar fuera de la bahía.
La brisa me envolvió de inmediato, casi sentí que me arrastraría. Cada intento por dar un paso, se convertía en uno mas vano, el dolor se expandió invadiendome con violencia, de pronto, ya no era solo en mis piernas, una punzada me atravesó el vientre y un quejido crudo me descosió la garganta.
Me llevé las manos a la parte más baja, enfrentándome el dolor y adentrándome a la casa. Me recargué sobre la pared, inhalando mientras temblaba.
—Cam... —Gianna apareció.
—Estoy bien. —Mentí—. Solo he tropezado con la piedra.
Horror pintó sus facciones, espantada, se llevó las manos a la boca. Habria comprendido demasiado bien si hubiese interpretado su mirada sobre la zona de mi entrepierna, pero cuando el dolor se incrementó y me encorve, fue la sensación más amarga y aterradora que alguna vez haya experimentado; un charco de sangre brillaba en el piso.
. . .
No supe si amanecía o anochecía. Si llovía o si el sol enardecía. No supe de mí, de mi existencia, si la vida aún latía en mi o la muerte me reclamaría. Lo único que pude sentir en ese instante fue la ausencia, la pérdida, una vida que se me fue arrebatada, un vació que ahora crecía dentro de mí. El ya no estaba, mi bebé se había ido y con él, toda esperanza que su nacimiento me habría traído.
No contuve el llanto, las lágrimas, el dolor. Dejé que cada sensación me consumiera, que el sentimiento de culpa me quemara y fragmentara como cristales rotos.
Inestabilidad, rabia, desesperación. Nunca había sentido tantos sentimientos personificarme con urgencia, ni siquiera cuando la muerte vino por Alessandro. Una ola salvaje que impactó con violencia y me arrebató lo único bueno que me quedaba, porque mi vida en ese instante ya no importaba.
¡Dios mío!
Un jadeó me incineró el alma, un grito de dolor que me raspó la garganta. Me abracé y sollocé su ausencia.
No supe por cuanto tiempo estuve así, pero todavía tenía la ropa manchada, la piel reseca y un montón de lágrimas cuando la puerta de la habitación se abrió.
. . .
Dante
Tuve la sensación de haberme estampado de bruces contra el muro de Trump, la imagen más dolorosa estaba personificada delante de mis ojos y, el corto espacio que de súbito reduje a nada, se volvió denso y asfixiante. Nunca vi tanto dolor en una persona, la soledad que había en su aura me quebró en un millón de piezas.
Me abalancé sobre ella y durante el trayecto, pensé en su rechazo, su rabia, su dolor, pero me sorprendió que al arrodillarme junto a ella y estamparla contra mi pecho, me dejara consolarla.
Envolví mis brazos a su alrededor, al principio tuve la sensación de que me empujaría y, aunque estuve preparado para ello, no me importaría, haría que su dolor se suavizara, incluso, si hubiese alguna forma de que todo su sufrimiento se traspasara, lo tomaría, tomaría su dolor como mío y le evitaría la pena de sufrir un instante más.
Al principio, todo fue un tétrico silencio, incluso mi hermana estaba junto a la puerta anonada, con la mano en la boca y los ojos llenos de lágrimas que, desde que me llamó, no cesaban. Pude ver en su expresión que se sentía llena de culpa, sabia cuanto adoraba a nuestra cuñada y, si hubiese podido hacer más, estaba seguro que lo hubiese hecho. Pero no había modo, el doctor lo había previsto ya, era solo cuestión de tiempo.
Camelia temblaba como una niña asustada, su mano estaba envuelta alrededor de mi camisa y la presionaba como si de alguna forma aquello le ayudara, quizá fue así, pero no por mucho tiempo, su llanto llenó el silencio.
Se aferraba a mi con fuerza, agonía y desesperación, buscando algo que le diera confort a su llanto. Yo la abracé con tanto anhelo que no supe si nos volvimos uno mismo, no supe si la sensación de desahogo que ella buscaba yo se la estaba transmitiendo o si era ella quien, a mí, me daba un instante de calma.
A través de la ventana, la madrugada cubría el cielo y la playa. Su llanto se mezclaba con el susurro de las olas que se formaban, venían y rompían.
Segundo a segundo, la mujer que amaba se estaba rompiendo y yo, estaba ahí para romperme con ella. Así que me separé, no demasiado, tomé su rostro entre mis palmas y la obligué a que me mirara. Al principio, sus iris azules estaban perdidos en la nada, rojos, irritados e inundados de lágrimas. Me conmovió por un instante no ver en sus ojos la mujer que una vez en Ciampino por primera vez había besado.
. . .
—¿Qué? —Pregunté al descolgar la llamada.
Carlo suspiró del otro lado.
—Tenemos que volver a Florencia.
—No puedo. —Contesté de tajo.
—No se trata de que puedas, Dante. —Comentó mi compañero con un tono cansado—. Es una orden de arriba.
—Te he dicho que no puedo, joder. —Espeté con los dientes apretados—. Camelia ha tenido un aborto espontáneo.
—¡Joder hombre! —Se escuchó sorprendido, apenado—. De haberlo sabido...
—No importa. —Me pellizqué el puente de la nariz, suspirando—.¿Ha dicho para que nos quiere?
—Según el cotilleo en el departamento, se trata del caso de flor pálida.
Lo supuse.
—Estoy hasta la mierda con eso. —Murmuré con la vista a la ventana.
Los primeros rayos de sol ya se asomaban.
—¿Vas a darte de baja?
—No. —Dije muy decisivo—. Voy a pedirte como mi relevo, ya te lo había dicho y vas a tomar tú el caso.
—No entiendo porque quieres hacer esto. —Se quejó—. Si te retiras del caso no podrás involucrarte de madera directa ya.
—Exacto. —Murmuré después de sus palabras—. Voy hacerlo por mi cuenta, voy a cazar a flor pálida de cerca.
. . .
Me sacudió encontrarme con la mirada de Camelia al entrar a la habitación. Tenía el cabello húmedo y las miradas sonrojadas, sus ojos aún estaban tristes, apagados, la vida ya no brillaba en ellos y fue doloroso presenciarlo. Esa misma mañana, el doctor la había revisado, aún tenía indicios de dolor, incluso, se le dificultaba moverse por su propia cuenta. Mi hermana estuvo siempre con ella, cuidándola, ayudándola, ambas se complementaban muy bien, me gustó que así fuera.
—¿Cómo te sientes? —Pregunté cauteloso, cuidando de mis palabras.
—Bien. —Susurró.
—No tienes que fingir que lo estas. —Me acerqué uno, tal vez dos pasos.
—Y tu no tienes que fingir que te importa.
—Me importa.
Pude sentir toda la tensión que se formó mientras avanzaba, hasta quedar a la par de ella.
—¿Qué haces aquí, Dante? —Cuestionó luego de un instante.
—¿Quieres que me vaya?
—No lo sé. —Saboreé sus palabras.
—Solo quiero ayudarte. —Pude sentir como su respiración se detuvo un instante, luego me miró.
—¿Clavándome una bala en la otra pierna? —Me aceleró el corazón que sonriera.
—Fue necesario, podría explicarlo. —Me senté en el filo de la cama, junto a ella.
—No hace falta. —Dijo, mientras jugaba con el dobladillo de las sabanas—. Gianna ya lo ha hecho.
—¿Y también te dijo todo lo que sentí en ese momento?
Su espalda se irguió. Me miró con intensidad y contuve el aliento, luego, lo fue soltando de a poco, como cuando sostienes la respiración bajo el agua, al principio puedes controlarlo, después necesitas soltar el aire para seguir respirando.
—No, ya tú lo hiciste.
Una cadena de mentiras que no iba a discutir con ella en ese momento.
—Déjame ayudarte. Después podemos seguir odiándonos.
—¿Ayudarme a qué? —Preguntó de inmediato.
—Voy a hacer que pague, Camelia. Haré que pague lo que te ha provocado.
Ella negó con la cabeza, como si no creyera en mis palabras.
—Es tu padre.
Y tu eres la mujer que amo...
—Es un delincuente. —Argumenté—. Y voy a llevarlo hasta las últimas consecuencias.
—¿Haces esto por mí?
—¿Quieres que lo haga por ti? —Susurré. Mi brazo estaba muy cerca del suyo, casi podía sentir el contacto.
—Quiero que lo hagas por tu sobrino. —Gimió muy bajito, agachando la mirada.
Tome su barbilla entre mis dedos, instintivamente me miró, ni siquiera opuso resistencia. ¡Joder! Su belleza era genuina, nunca tendría suficiente de ella. Me mordí el interior de la mejilla, unas terribles ganas de besarla se me asomaron, me ardió la piel y me latió el alma a pedazos.
No supe porque me acerqué, pero no obtuve ningún rechazo. Contuve la respiración un instante, luego insistí en acercarme, podía sentir el calor de su aliento, el corazón latiéndole en el pecho y el mío palpitando hasta querer hacerme un agujero. Retiré el cabello de su cara, la luz del día lo iluminó, aquello solo provoco que las ganas de besarla se intensificaran. Me llevaría una buena bofetada, pero prefería eso a perderme la oportunidad de besarla. Luego, podría reprochármelo con un trago en mano.
Así que me acerqué más, calculadoramente, hasta que su frente y la mía hicieran contacto, nuestras narices se rozaron y nuestros alientos se mezclaron.
—Vete... —Susurró con la voz enronquecida.
Lo hubiese hecho, pero sus ojos me pedían lo contrario, y ¿Cómo no iba a hacerle caso a ese instinto? si las miradas decían más que las palabras. Así que hice lo único que, en ese momento, mi instinto me gritaba...
...La besé
❁❁❁
¡Espero les haya gustado! la demora, siempre la explico en mis historias de instagram, así que si no me siguen, vayan a hacerlo: carolineautora
¿Esta pérdida provocara la unión entre Dante y Camelia?
Dante comienza su caza contra flor pálida. ¿Quien será? ¿Podrá cazarlo?
No olviden que sus estrellitas y comentarios me llenan el alma. ¿Ya leyeron la sinopsis y el prólogo de #AlDiabloConKaegan? Está disponible en mi perfil
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