17. "Sombras"
❝Una decepción es un martillo que te golpea, si eres de cristal te romperá, pero si eres de hierro te forjará❞
. . .
Dante
Fue terriblemente doloroso verla colocarse de pie. Entre sollozos, quejidos y traspiés. Colocó las palmas sobre el suelo, sudaba, jadeaba y tenía la respiración agitada. Su cabello era una maraña empapada y su ropa se adhería a su piel sudorosa. Algunas sombras de contusiones manchaban sus brazos y una fina capa de sangre traspasaba la tela del vendaje sobre su pierna.
Estaba luchando muy duro contra sí misma, estaba luchando contra el dolor que no menguaba y yo solo fui un imbécil expectante de aquella escena. Si ella pudiese entenderlo. ¡Joder! Ha sido por ella, hubiese querido hacer más, lo juro que sí, hubiese querido incluso salvar la vida de su bebé, pero ya era demasiado tarde, lo sentía tanto, pero no había nada más que hacer y yo solo tomé la última carta que tenía y la arrojé sobre la mesa, fue por ella. Fue malditamente por ella, para salvarle, no había otro modo...
Se instó a caminar, pero solo consiguió tambalearse y que el dolor se intensificara. No soportaba estar cerca de mí, quería alejarse, incluso si se derramaba en sangre. Comprendí entonces que el odio que sentía por mí en ese instante, era más profundo que el dolor que la albergaba.
Mi hermana entró a la habitación, fue cuidadosa, incluso temerosa. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y las mejillas tintadas de rojo. Carlo siguió sus pasos, cabizbajo y con las manos escondidas detrás de su espalda, pero incluso así, mantuvo una distancia sana, esperando que nada se saliera de control en aquel momento y no tuviese que intervenir.
Camelia se percató de su presencia y el contacto visual que se ofrecieron fue íntimo y silencioso. Gianna no demoró en ir hasta ella y envolverla en un abrazo. Compartieron ese instante, como si fuesen hermanas, se querían y compartían una pena muy grande.
—Sácame de aquí. —Susurró en voz baja, pero lo suficiente para que yo pudiese escucharla—. Aléjame de él, por favor...
— ¡No! — Cerré los ojos y ahogué un jadeó antes de lanzarme por ella, pero Carlo tomó acciones que interrumpieron mi arrebato y se colocó en frente de mi con una expresión de pena—. Camelia...
Ella no se inmutó, sollozaba en silencio y tenía la mirada fija sobre la puerta. Gianna la sostenía alrededor de su torso, porque supo que no podía mantenerse de pie por su propia fuerza.
Una parte de mí se desprendió y dolió de sobremanera cuando comenzaron a alejarse.
— ¡Camelia! —Grité su nombre intentando apartarme de Carlo, esté me colocó las manos sobre el hombro pero yo me alejé de un salto—. ¡Camelia! ¡Joder, Camelia! ¡Lo hice por ti maldita sea!
No me sorprendió que se detuviera, de hecho lo esperé, pero que se girara y me viese de aquella manera, fue como una oleada salvaje que me arrastró y golpeó con fuerza.
—Si... —Ella asintió con una risa nerviosa que se mezcló entre sus lágrimas—. ¡Lo hiciste por mí! —Estalló calculando el volumen de sus palabras—. ¡Por supuesto que lo hiciste por mí! ¡Porque me odias demasiado y lo disfrutaste!
Sus palabras me golpearon.
¿Qué? ¡No, joder!
—Estas equivocada...
— ¡¿Estoy equivocada?! —Bramó con impotencia—. ¡Te largaste de Roma odiándome y regresaste haciéndole! ¡Me humillaste! ¡Me declaraste la guerra! ¡No ha habido un solo instante desde que regresaste en que no hayas sido déspota, arrogante y cruel conmigo! ¡¿Vas a decirme que estoy equivocada?! —Se detuvo un instante para tomar aire—. ¡Atrévete a negarlo! ¡Atrévete, miserable!
¡¿Cómo se atrevía a hacerse la maldita ingenua?!
— ¡No! ¡No lo niego!—Descargué en su dirección—. ¡Pero tú! —La señalé y solté una risa que carecía de humor—. ¡¿Al menos sabes por qué?! ¡Sí! ¡Si lo sabes!
— ¿Qué es lo que se supone que sé?
Se me hinchó el pecho de la rabia.
—No te hagas la víctima, Camelia. —Suavicé mi tono pero dejé que mis palabras hicieran un hueco en su pecho—. Lo sabes perfectamente bien y aun así, te casaste con ese imbécil.
La confusión tiñó sus facciones. ¡¿Cómo era así de descarada, joder?! ¡¿Cómo ni siquiera así podía odiarla lo suficiente?!
— ¡No te atrevas a insultarle! —Arremetió contra mi furiosa y se deshizo del contacto que la unía de mi hermana—. No te atrevas a usar tu estúpida envidia en su contra.
— ¡¿Envidia?! —Me carcajeé—. ¡No seas ridícula y asúmelo!
—Dante... —Carlo me advirtió y colocó su palma sobre mi pecho, de un manotazo hice que se retirara.
— ¡Asúmelo, tu! ¡Gran imbécil! —Se acercó en mi dirección, soltando leves quejidos y temblando—. Siempre lo odiaste, pero como la muerte se lo llevó, te aseguraste de odiarme a mí también.
— ¡No sabes lo que estás diciendo! —Farfullé entre dientes cuando la tuve lo suficientemente cerca, su aliento era una mezcla de rabia y dolor—. ¡No lo conocías!
— ¡¿Y a ti alguna vez te conocí?! —Me desconcentré en como sus labios rojos temblaban, como sus mechones empapados sobre sus hombros bailaban, me desconcentré como un maldito crio hasta que vi la ira cruda en sus ojos.
—Te escapabas a diario conmigo. —La acusé sin más y con simpleza—. No hay rincón de Roma que no hayas conocido conmigo. —Comencé a acerarme más hasta ella, invadido por su aroma—. Cada playa, cada museo, cada avenida, puentes. ¿No me conoces? ¿No sabes realmente quién soy? —Sonreí con la arrogancia con la que ella me caracterizaba—. Aquella noche en san pedro ¿La recuerdas? Aquel verano en la playa, cuando...
— ¡Cállate! —Me empujó con fuerza, pero solo consiguió flaquear y que sus piernas no lo soportaran más. Calló de rodillas al suelo, el llanto le quemó la garganta y su pierna ya estaba demasiado empapada por la sangre de la herida.
Gianna fue en su busca, pero yo me moví rápido y tomé su brazo con mi mano, colocándola de pie mientras se quejaba y forcejeaba.
— ¡Suéltame! —Se sacudió de mi tacto—. ¡Quítame las manos encima! ¡No me toques!
—Dante, es suficiente... —Mi hermana se vio en la necesidad de intervenir, Carlo permaneció cerca, pero imparcial ante la escena.
—Sí. —Asentí, pero no quité mis ojos encima de Camelia—. Y tú. —La señalé, ella me sostuvo la mirada con desdén—. Te he salvado la vida y si, disfruté la forma en como lo hice—. ¡Mentí! ¡Por supuesto que lo hice! Me dolió demasiado hacerlo. —. Así que ódiame todo lo que quieras pero no cambia el hecho de que estas viva gracias a mí.
Tal vez fue demasiado cruel sostenerle la mirada con soberbia, pero ella no se quedó atrás, vi en sus pupilas una fiera herida que sacaría lo peor de ella. Y aquí iba a estar yo, preparado para afilar sus garras.
Me hubiese encantado en ese instante odiarle de verdad, pero supe que lo que sentía por ella, se intensificó más.
. . .
Carlo
La noche ya era demasiado larga y la nieve engullía a Roma de un solo bocado. Me resultó perverso haber estado tan absorto en una ciudad que dormía. El reloj marcaba las doce y con él, me entró una llamada. Reconocí el número de inmediato, a pesar de que no lo tenía registrado.
— ¿Qué quieres? —Pregunté de súbito
Por un instante solo recibí silencio, una respiración calculadora y luego sus palabras.
—Hay alguien dentro del departamento de antinarcóticos que está indagando mucho sobre algunas pruebas en nuestra contra... —Soltó al instante en que Dante entraba por la puerta, me tensé.
— ¿Y qué quieres que haga? —Pregunté entre dientes, evitando que mi amigo escuchara.
—Sabes lo que quiero que hagas, inspector. —Pude haber jurado que una mueca de sonrisa se le ensanchó en los labios.
— ¡Una puta mierda, Franco! —Me negué.
Una risa ronca se escuchó a través del auricular del teléfono. Me puse nervioso cuando Dante cruzó el vestíbulo y me observó con extrañeza. ¡Mierda!
—No te olvides para quien trabajas. —Aquello definitivamente fue una amenaza—. No te olvides que solo eres una marioneta.
—Yo no... —No tuve tiempo de continuar, ya tenía a Dante sobre mis narices y tuve que colgar, pero por supuesto que lo sabía.
Flor pálida no jugaba...
— ¿Problemas en el nidito de amor? —Dante inquirió con una sonrisa ladeada y se desmoronó en el sofá.
No, problemas en el infierno; me contuve de contestar.
El teléfono volvió a sonar, me cogió un susto que desapareció cuando confirmé que se trataba de la caseta de vigilancia. Fruncí el entrecejo, nunca recibíamos alguna llamada a menos que algo estuviese yendo mal, y cuando descolgué, pude darme cuenta de que si lo estaba.
— ¿Inspector Vitale? —Inquirió el vigilante con prisa.
—Soy yo. — Respondí— ¿Qué pasa?
—El joven que había venido con ustedes hace días, le están dando una paliza al frente de la residencia. —Respiró agitado—. Lo van a matar, dese prisa.
— ¿Qué ocurre? —Dante inquirió con confusión.
—Darío.
No necesité explicarle más para que nos echáramos a andar fuera del apartamento.
. . .
Dante
Irrumpimos en medio del caos que se desataba allí afuera. Dos hombres de mediana estatura arremetían con violencia en contra de Darío, quien estaba tirado en el piso y escupía sangre sin parar. Le golpeaban a patadas, incluso perfilé un cuchillo en la cinturilla de los pantalones de uno de los secuaces que se instó a sacar.
Me fui por él, empujándolo con tanta fuerza que cayó al otro lado de la carretera. La confusión lo abofeteó de inmediato al no darse cuenta de que pasaba, me miró desde el piso, elevando la mirada, fue como si me hubiese reconocido porque la sorpresa lo abordó, pero no se permitió demostrármelo demasiado.
Se colocó de pie de un salto y vino en mi contra, yo lo esquive y arremetí en sus costillas, golpeando consecutivamente hasta que flaquera, pero el hijo de puta se traía sus mañas y quiso golpearme de un costado, yo fui más rápido que él, demostrándole que evidentemente había sido entrenado y lo cogí del cuello de la chaqueta con una mano y golpeándolo con fuerza con la otra. Una, dos, tres veces, hasta que la inconciencia lo sumiera y lo doblegara. Momento justo para darme cuenta del tatuaje que manchaba su cuello, ya lo había visto antes, el reconocimiento fue de inmediato: Una flor enjaulada
Clavé mi rodilla sobre su muslo, un par de veces hasta que se debilitara y cayera sobre sus rodillas y arremeter con fuerza sobre partes de su cuerpo que él ni siquiera sabía que dolerían.
Respiré agitado por la adrenalina y envolví mis manos alrededor de su cabello, obligándolo a que me mirara.
—Dame un nombre. —Le ordené entre dientes.
El me dejó mostrar los suyos, lo blanco había sustituido por el color brillante de la sangre que escupió a un costado.
— ¿Un nombre de qué? —Su cuerpo, aunque estaba de rodillas, se movía de un lado a otro por la poca fuerza que ya tenía.
— ¡No trates de verme la cara! Sabes de qué mierdas estoy hablando. —Deposité otro puño en su contra, creí que le pude haber volado los dientes, pero solo fue una fantasía que no me pude saborear.
—Flor pálida, claro. —Tosió sangre que salpicaron mis zapatos y luego se carcajeó.
— ¡Habla! —Tiré con fuerza de su cabello, tanto, que algunos mechones se desprendieron
—Flor pálida es el diablo, comandante. —No dejó de carcajearse mientras la inconciencia lo abordaba—. ¿Estás listo para conocer al diablo? Porque te está pisando los talones.
¡Hijo de puta!
Bastó un puñetazo sobre el hueso de su nariz para que se desplomara sobre mis pies como una rata repugnante.
. . .
— ¡Joder, hombre, espera! —Profundicé el algodón sobre la herida—. Duele, duele, duele. ¡Ya hombre!
Se quejaba como una chiquilla. Apenas y podía reconocerle el rostro, tenía las dos cejas cortadas, las comisuras de su boca sangraban y todo el rostro hinchado por la paliza que le habían proporcionado. Se removió en el sofá, soltando un grito desgarrador. Tenía las costillas rotas y los dedos de las manos se los habían pisado con quien sabe qué.
—Tenemos que llevarlo al hospital, Dante. —Sugirió Carlo quien permanecía a un lado de la escena cruzado de brazos.
— ¡No! ¡Al hospital no! —Chillo de pronto, pero se encogió de dolor.
— ¡Tu cállate! —Le coloqué el dedo sobre el pecho con toda la intención de lastimarle.
— ¡Me lleva el infierno! —Maldijo entre dientes.
— ¡Al infierno vas a ir si no terminas de salirte de la mafia! —Le reñí en un grito—. A todas estas. ¿Dónde habías estado?
—Estaba resolviendo unas cosas. —Murmuró muy suave, llevándose una mano al pecho.
— ¿Eres consciente de que soy el comandante que persigue la organización de flor pálida y puedo encarcelarte?
—Ya lo hubieses hecho. —Respondió con una mueca de dolor.
—Tienes que salirte, Darío. —Volví a arrastrar el algodón con fuerza. Ahogó una maldición—. Te lo advierto.
— ¿Qué crees que estoy haciendo? —Quiso incorporarse en el sofá pero eso solo aumento su dolor—. ¿Crees que flor pálida manda a golpearme por gusto y gana?
— ¿A qué te refieres? —Cuestioné.
—Quise salirme cuando supe que no solo traficaban con drogas. —Hizo una pausa y tosió—. También trafican órganos.
¡¿Pero qué mierdas?!
—Te refieres a... —Carlo palideció, no pudo terminar la pregunta.
—Sí, trafican con cuerpos humanos. Niños, adolescentes, adultos. —El también parecía asombrado de pronunciarlo, incluso asqueado—. Eso es lo que está moviendo dinero en los países asiáticos...
Una sensación escalofriante me quemó la piel. Sentí nauseas.
—Sigue.
—Escuché una conversación que no me concernía. Ellos me descubrieron y amenazaron, me encargaron un trabajo ahora que sabía toda la verdad. —Sus ojos observaban algún punto del salón—. Yo me negué, por supuesto que lo hice. No iba a secuestrar a una persona que terminaría picada a la mitad. Entonces decidí salirme. Al principio ellos me dijeron que lo aceptaban, que me dejarían salir si yo no decía nada. Por supuesto me pareció extraño, la mafia nunca te dejaba ir. —Negó con la cabeza—. Pero incluso salí por la puerta, me refugié en un hotelucho durante algunas semanas, hasta que me encontraron y comenzaron su juego macabro conmigo.
—Si quisieran matarte ya lo hubiesen hecho. —Murmuré muy despacio, comprendiendo todo lo que acababa de salir de su boca.
Asintió.
—Se algo más que temen que revele. Les hice creer que esa información se la proporcioné a alguien en caso de que algo me pasara.
— ¿Y eso es cierto?
Negó.
—Pero es mi salvoconducto para quedarme en la ciudad.
— ¿Por qué quieres quedarte en la ciudad? —Inquirí—. Podrías irte a otro lugar y evitarte todo esto. ¿No conseguiste buenos ingresos trabajando con ellos?
—Sí, pero lo hice por ella.
— ¿Por ella?
—Camelia. —Por primera vez en todo el rato, me miró a los ojos—. Temo que vayan tras ella.
—Pero ella ha sido atacada por esbirros que son comandados por flor pálida.
—Y tú has estado allí para protegerla. ¿Por qué?
—Mi deber es velar por la seguridad de cualquier civil.
—Ni quien te crea esa mierda. —Me observó con picardía—. Ella te gusta.
—Eso no es de tu incumbencia. —Me insté presionarle otra de las heridas.
— ¡No, hombre! ¡Ya, ya! ¡Joder! ¿Siempre eres así de molesto? —Frunció el ceño como un crio regañado.
—No, puedo serlo mucho más. —Le advertí con una sonrisa seca—. Ahora dime. ¿Qué es eso que sabes que ellos temen que reveles?
—El nombre de alguien importante dentro de la organización.
Se me heló la sangre.
— ¿Quién?
Se mantuvo callado un instante, pero al abrir la boca, se vio interrumpido por el sonido de mi celular. ¡Maldición! Quise negarme a contestar, pero el nombre de mi hermana titilaba en la pantalla.
— ¿Qué pasa? —Hubo silencio, pero escuché como inhalaba con la nariz entumecida—. ¿Gianna?
Me coloqué de pie y arrugué la frente tras no tener respuesta.
—Perdóname... —Dijo muy despacio, hipando.
—Gianna. ¿Qué sucede? ¿Estas llorando? —Aquello capturó la atención de Carlo, provocando una reacción alerta en él de inmediato.
Otra vez silencio, ya me estaba preocupando.
—Hay algo que debes saber. —Sollozó—. ¿Puedes venir?
—Voy para allá
— ¿Qué pasó? ¿Está bien? —Carlo no tardó en abordarme cuando colgué.
—Sí. —Asentí despacio, no muy seguro de mis palabras ¿Lo estaba?—. Quédate con Darío, nos vemos en un rato. Y tú. —Le señalé con el dedo—. Dile todo lo que sabes.
Me eché a andar camino a la puerta.
—Dante... —Carlo detuvo mis pasos. Le di una mirada por encima de mi hombro—. Dile que...
No tuvo que decir nada más, lo comprendí demasiado bien en sus ojos.
❁❁❁
¡Espero les haya gustado muchísimo! No olviden dejarme una estrellita y darle mucho amor a la historia si creen que lo merece, últimamente las vi muy flojas en las notificaciones y me ha desmotivado un poco.
¿Es tan bueno Alessandro como lo cree Camelia o es tan malo como lo pinta Dante?
¿Recuerdan a Franco? Hagan un poco de memoria.
Algo tiene Gianna que decir, algo que cambiara el curso de la historia. ¡Leo sus teorías!
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