14. "Decadencia"



❝El karma no es la venganza del universo, es el reflejo de tus acciones❞

. . .


Carlo

La vanidad siempre venia en forma de belleza, y ahí estaba la Napolitano, irrumpiendo en el vestíbulo con desacato. Casi me provocó una jodida erección dentro del pantalón. Tuve que colocar mis manos disimuladamente sobre mis pelotas y morderme el labio inferior para no perder la maldita cordura por ella. ¡Joder! ¿A quién engañaba? Ya la había perdido por las piernas de esa morena.

Caminada de una forma arrebatadora y enloquecedora, como si el mundo girara en torno a ella; al menos el mío sí. Estaba metida dentro de un vestidito negro que se cernía sobre sus caderas y muslos. Sobre el, un abrigo que le cubría el resto de su belleza. ¡Joder! Aquello me parecía tan bien, nadie más tenía el derecho de admirarla de aquella manera.

—Eres la mujer más ardiente del jodido planeta. —Susurré contra su oído cuando se acercó a saludarme con discreción. Gianna no pudo evitar ponerse colorada y morderse el labio inferior. Se me antojó deleitable el poder que tenían mis palabras sobre ella—. Te juro que si estuviésemos solos, te comería entera la boca.

—Creo que el ascensor está teniendo algunos fallos. —Soltó con picardía mientras caminaba en su dirección y yo por supuesto la seguía como un maldito perro faldero.

. . .

Gianna

Nos despedimos con un beso efusivo antes de que las puertas del ascensor se abrieran. Carlo salió a través de ellas y yo no pude evitar devorarle con la mirada. Tenía un traje puesto y como siempre se le cernía a la perfección sobre su cuerpo; con aquel pantalón negro a las caderas y una camisa azul cobalto con el primer botón desabotonado, bastante tentador para tan pocos minutos de encuentro.

— ¿Quieres almorzar hoy? —Preguntó al girarse y con aquella sonrisa de ensueño. ¿Cómo iba a negarme?

— ¿Es una cita?

—Por supuesto que lo es. —Me guiñó y aquel gesto me hizo sentir poderosa—. Te envio la dirección.

Las puertas se cerraron y me recargué sobre la pared con un suspiro latente. No pude evitar esbozar una sonrisa, la más grande de todas. ¿Qué me sucedía? Ese hombre me ponía como una completa chiquilla.

Lo cierto era que lo era. Era una chiquilla enamoradiza cuando estaba a su lado y podía ser yo misma en cualquier faceta. Podía ser la mujer que lo quería dentro de sus piernas y la niña que sonreía con gestos adorables que me dedicaba. Podía ser todo lo que quisiera ser a su lado y él no iba a juzgarme ni a dañarme.

Las puertas del ascensor de abrieron en el penúltimo piso, mi padre ya me esperaba dentro de la oficina y tres de sus agentes de negro—Así era como Dante y yo de pequeños les decíamos—, merodeaban la puerta.

—Hola, Gianna. —Tuve un escalofrió que me sacudió hasta la médula y alcé la vista al reconocer la frialdad de aquella voz.

Franco me observaba con una sonrisa lobuna en el rostro y unos ojos de ciervo que advertían fiereza.

Hacía más de cinco que no le veía. Habíamos tenido una relación toxica durante todo el tiempo que para ese entonces había estado trabajando para mi padre. Se aprovechó de mí y colgó un video íntimo en internet que por supuesto, no pudo hacerse viral gracias a las ínfulas de mi padre, sin embargo, sabía que estaba aún congelado en internet. Lo que no entendía era como aún seguía trabajando para mi padre. Todavía tenía la cicatriz sobre la ceja, un seguro recordatorio constante de que Dante le había golpeado hasta el cansancio. Recordaba también como Alessandro tuvo que separarlos, pero para darle otra golpiza que le dejó más de un mes internado en el hospital con los huesos rotos.

Su presencia no era más que el recuerdo de un pasado aterrador y perturbador. Las veces que me hizo pagar sus excesivos gastos de ropa, joyas y alcohol. Las incontables veces que me amenazaba y me tenía al borde de la ansiedad con el filo de un arma en la sien. Las aterradoras veces que me forzaba a darle una felación cuando llegaba envuelto en alcohol y besuqueado por otras mujeres.

Estuve al menos tres años y medio al otro lado del continente, asistiendo a consultas de ayuda profesional y tratando de reordenar mi vida, tratando de encontrarme a mí misma, superando la peor faceta de mi adolescencia y una vez que lo conseguí, pude darme cuenta de cuán mal estaba. Pude darme cuenta que no solo fue mi culpa, no. Tal vez al principio tuve que darme cuenta, pero no podía culparme de haber entrado en un estado de co dependencia que se me salía de mis propias manos. Era como una droga, cuando ya estabas demasiado metido en esa mierda, la razón no te deja pensar con coherencia.

Verlo aquí, ahora, de este modo. Solo me provocaba una mezcla de sensaciones inversas. Repulsión y bienestar. La primera porque no era mas que el mismo ser despreciable y la segunda porque pude salir de la mierda tan podrida en la que había caído por su culpa. Era alguien mejor, era la mujer que había renacido para devolverle la mirada con superioridad y prepotencia.

—Vengo a ver a mi padre. —Pronuncié tajante.

— ¿No saludas a los viejos amores? —Se acercó con soberbia

—Te quitas o te quito. —Yo ni siquiera me inmute.

—Que fierecilla. —Sonrió y mordió su labio inferior. Aquello me provocó dolor de tripa—. Me recuerda a los viejos tiempos.

— ¿También recuerdas la paliza que te dio Dante? —Sonreí con altanería—. Porque ahora va al gimnasio.

Después de eso, se echó a un lado con una sonrisa agresiva que murió en su boca y que le obligó a poner los labios en una línea muy recta.

Encontré a mi padre sentado al otro lado del escritorio cuando entre a la oficina, con un habano y un vaso de whisky en la mano. Una mujer estaba a su lado, le mostraba algo en el ordenador y, ante mi presencia, se susurraron algo discreto antes de que la pelinegra saliese por la puerta.

—Hola papá. —Me acerqué y sobre el escritorio, le di un beso en la mejilla—. ¿Querías verme?

— ¿Recuerdas aquel día en casa de los Di Fiore? —Pregunto observándome directo a los ojos—. Cuando arrastraste por el cabello a Gela hasta la alberca

Reprimí una risa, algo me decía que aún no le hacía gracia. Tuvo que sacarme de allí por la puerta de servicio y evitar que la prensa hiciera portada sobre aquello. ¿Qué podía saber una niña de cinco años por qué unos hombres la fotografiaban al otro lado de la valla?

—Sí. Estuve castigada al menos un mes entero.

— ¿Y la vez que fumaste marihuana en un colegio de monjas?

Ya ni recordaba que colegio era. Me habían cambiado al menos cinco veces por mi mal comportamiento. También recordaba que Alessandro fingía enfadarse y estar indignado porque tenían que cambiarle a él. Dante solo permanecía cruzado de brazos y cagado de la risa, escuchando a mis padres gritar y preguntarse que harían conmigo. Al final los tres terminábamos fumándonos un porro junto a la playa y una botella de ron que le robábamos al gran Silvano.

Esa vez también hubo un escándalo de parte de alguna de las familias de los estudiantes y mi padre tuvo que sobornar a la prensa. Para ese entonces, ya sabía que éramos solo presa de unos buitres que se ganaban la vida a costa del escándalo de celebridades y empresarios.

—Sí, papa. ¿A qué viene todo esto?

Dio una calada al habano en su mano mientras se colocaba de pie y aun me observaba con aquella reprobatoria mirada.

— ¿Y aquella madrugada que te internamos en la clínica porque estabas nadando en alcohol? —Esta vez, su tono había subido más allá de lo moderado

...Esa vez mi rostro no pudo evitar estar estampado en todos los periódicos de Roma.

—Papá...

— ¡¿Y la basura en la que te convertiste cuando le abriste las piernas a Franco?!

—Papá, basta...

Entonces, giró el ordenador en mi dirección y la pantalla se iluminó con una serie de fotos mías y de Carlo, besándonos, coqueteando, en el ascensor...

Una sensación me atravesó la garganta que me impidió hablar. Me inquietó la forma tan asqueada en la que mi propio padre me veía, me sentí corrosiva y avergonzada, me sentí como una...

No quise echarme a llorar, sin embargo, los ojos me ardieron y la vista se me difumino ante la presencia de las lágrimas que traté con muchísima fuerza de retener.

—No quiero que te vuelvas a acercar a ese mequetrefe. —Impuso con violencia mientras jalaba y soltaba el humo. Me dio la espalda y se dedicó a observar como un destello de sol se abría entre las nubes del cielo.

Quizá tuve que haberme mantenido callada. Quizá tuve obedecer como siempre lo había hecho, quizá tuve que hacerlo, pero quizá también estaba completamente segura de lo que sentía por Carlo como para dejarle.

Entonces respondí con hilo de voz que se me atoró en la garganta—: No.

Mi padre se irguió de hombros y volvió a mirarme por encima de su desconcierto, como si no hubiese escuchado lo que acababa de decir.

— ¡Vamos, cariño! —Hubo una sonrisa desafiante que se estiró en la comisura de sus labios—. Es solo un pobre diablo.

—Le quiero, papá. —Solté segura de mis palabras, aunque el pulso me latiera en la puta lengua.

— ¿Le quieres? —Una risa muy carente de humor llenó todo el espacio—. Es un simple inspector de un cuerpo policial de una ciudad pequeña, Gianna. No seas ridícula, es un capricho nada más.

—Tengo veinticuatro años, papá. Una licenciatura y un posgrado. He superado la mierda de Franco y te estoy diciendo que le quiero. ¿Realmente te parece un capricho?

—Pensé que esto sería más fácil. —Balbuceó más para él que para mí, sin embargo, conseguí escucharlo—. No me hagas perder los estribos, cariño.

—No pretendo que lo entiendas, pero.

—¡¡No me hagas arreglar tu mierda, Gianna!! —Soltó dando un puñetazo sobre el escritorio. Me observó enfurecido—. ¡¡Siempre me he encargado de solucionarte la vida!! ¡¡No serias más que una puta de un burdel si no te hubiese sacado de todos tus problemas!!

—No tienes derecho a hablarme así... —Apenas y pude mantenerme completa ante la rudeza de sus palabras

— ¡¿Qué no lo tengo?! —Soltó una carcajada amarga que me erizo la piel—. ¡¡Eres la mujer que eres ahora gracias a todo lo que he hecho por ti!!

—No pienso escucharte más, papá. —Me ardieron las piernas, los brazos, la garganta...

Me armé de valor dispuesta a salir de allí, creyendo que ya me había herido lo suficiente, cuan equivocada estaba...

—Nunca has conocido mis límites porque no los tengo, Gianna. —Habló tan calmado, que me provocó un espasmo—. Puedo hacerlos pedazo a ambos en el momento que salgas por esa puerta.

Le conocía demasiado bien como para saber que las palabras de Silvano Napolitano, no fueron pronunciadas en vano.

. . .

Dante

El amanecer irrumpió con un indicio de luz que se abría de par en par entre nubes blancas. El frio allá afuera era inminente y arrollador; sin embargo, dentro del hotel no disminuyó.

No me sorprendieron los gritos de Silvano en el penúltimo piso, sino los sollozos de mi hermana del otro lado. Fue inevitable que por instinto me apresurara a la entrada. Tres de los hombres de mi padre pretendieron detenerme a la fuerza, un arma de fuego apuntándoles la puta cabeza fue entrada libre a saber qué demonios pasaba.

Le imagen detrás de la puerta, no hizo más que congelarme de pie a cabeza. Nunca había visto el miedo tan inminente reflejado en alguien. Tal parecía que había sido absorbido por mi hermana, quien estaba temblando y sollozando ante la arremetida de mi padre envolviendo sus dedos alrededor del cabello.

No sabía qué demonios estaba sucediendo, pero la escena me incineró por dentro y con frívola inercia, le apunté con el arma, sabiendo que sus hombres me apuntarían la espalda.

—Suéltala, papá. —Refuté entre dientes—. Por Dios que si no la sueltas...

— ¿Amenazas a tu propio padre? —Preguntó calculadoramente, observándome como si yo fuese el peor de sus enemigos y, a pesar de todo, aquello me dolió.

—No me temblaría el pulso si se trata de ella. —Mire a mi hermana y vi un destello destrozado en sus ojos que me arraigó el alma—. Me enfrentaría al mismísimo diablo por ella, papá. No me tientes a demostrártelo.

Mi padre asintió con una sonrisa, una que le hacía sentir ganador y victorioso, aun cuando le estaba apuntando con un arma en la cabeza. La perversidad de sus facciones, me hizo recordar por qué nunca nos habíamos llevado bien.

Soltó a Gianna y esta no hizo más que venir a mis brazos y estamparse contra mi pecho. La sensación de protección que le ofrecí, solo provocó que comenzara a temblar y sollozar.

—Sácame de aquí. —Susurró contra mi pecho.

Yo besé su frente mientras nos sacaba de aquella habitación, sin embargo, la voz palpitante de mi padre, me detuvo un segundo.

—Le acabas de declarar la guerra a tu propio padre. —Le miré por encima de mi hombro—. No importa como lo haga, ni cuánto de mi poder tenga que usar a mi beneficio. Yo siempre gano, campeón. Y que quede claro que sales de aquí vivo porque así yo lo he decidido y porque eres mi hijo.

—No quiero imaginar si no lo fuera. —Susurré más para mí que para él antes de salir de allí.

. . .

Gianna se encogió en el asiento y pego la frente de la ventana cuando las llantas del auto chirriaron sobre el asfalto. Estaba inmersa en su propio ensimismamiento, pero necesitaba saber qué demonios había sucedió allá adentro, aunque sospechaba de que se trataba.

— ¿Estas bien? —Pregunté cuidadoso. Temía herirla de alguna manera.

Asintió, pero ambos sabíamos que no lo estaba. Lo que sea que hubiese sucedido allá adentro, le había afectado de sobremanera.

— ¿Crees que hablaba en serio? —Se refería a mi padre y a su amenaza.

—No querrás saberlo. —Apreté el volante hasta verme los nudillos blancos—. ¿Vas a decirme que sucedió o tengo que preguntarte?

—Carlo y yo... —Se silenció a si misma cuando coloqué mi mano sobre la suya. No tenía que decir más, ya lo comprendía—. Sé que tuve que...

Aparqué en frente la Piazza de la Republica y apagué el motor antes de girarme a ella.

— ¡Hey! —Tome su rostro. Estaba roja e hinchada por las lágrimas—. Puedes enrollarte con quien te de la puta gana y nadie tiene derecho a decirte si está bien o mal.

Soltó una sonrisita que le iluminó el rostro. ¡Demonios! Daría la vida por ella. Pero luego de un instante, se le esfumó y la preocupación surcó en sus facciones.

— ¿Crees que papá pueda hacerle daño?

¡Mierda!

Cogí el teléfono y le envié un mensaje de texto.

«Sal de donde estas. Nos vemos en ya sabes dónde. ¡Ahora!»

Guardé el teléfono dentro de mis pantalones cuando lo sentí vibrar nuevamente. Un número desconocido brillaba en la pantalla. Dude en contestar, sin embargo algo me inquietaba y lo hice.

No hablé a la primera, esperé que quien sea que fuese del otro lado, lo hiciera.

— ¿Dante Napolitano? —La voz de un hombre joven y asustado habló del otro lado.

— ¿Quién habla?

—Tienes que sacarla de allí.

— ¿Quién eres? —Pregunté tajante—. ¿De qué hablas?

—Mi nombre no importa, pero ella está en peligro. Tienes que actuar ahora.

— ¿De qué demonios estás hablando? ¿Y de donde tengo que sacar a quién? ¡Habla ya! —Farfullé inquieto, sintiendo la mirada de Gianna sobre mi cara

—A camelia, de la mansión Napolitano. —Me produjo un escalofrió la sola mención de su nombre

— ¿Y por qué infiernos debería hacerte caso?

—Porque soy su hermano y voy a ayudarte.

¡Jodida mierda!


❁❁❁

¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓXIMO PROSPERO AÑO NUEVO, CHIQUITAS!

¿Que sucederá con Camelia? ¿Traerá buena espina esta llamada y el hermano? ¿Que pasara entre la magia que hay entre Carlo y Gianna?

No olviden dejarme su opinión de lo que le ha parecido la historia, es importantisimo para mi saberlo. Nos leemos en enero con 250 votos y 200 comentarios. ¿No es este mi regalo?

NO OLVIDEN QUE TENEMOS CUENTA DE INSTAGRAM, AHÍ SUBO ADELANTOS, INFORMACIÓN Y MUCHO PICANTE: @carolineautora @carolineautora @carolineautora




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top