Tres

Canción del capítulo: Piso 21 - Puntos Suspensivos :)


Salgo de la funeraria a las seis de la tarde. Me he aburrido como ostra, no he comido y muero por ver a mi familia. Me quedé lo más que pude. Con el pasar de las horas, esperaba ver a más personas, pero no llega nadie. Es tan triste todo ésto. Tomás siempre fue un hombre con muchos amigos, no entiendo porqué no ha venido nadie. Y no me puedo ir. No me parece correcto. Siento que al final de su vida Tomás era completamente diferente al hombre que yo recordaba, pero entiendo que tener cáncer le cambia la vida a cualquiera.

Conocí a Clara, una señora muy simpática que se acercó a mí después de un par de horas. Me platicó que conocía a Rodrigo y a Tomás desde hace mucho tiempo y que se sentía devastada por el cáncer que había atacado a Tomás. No quise preguntar en dónde le había dado, no tenía caso. Pero su muerte resonó aún más conmigo por lo que había vivido con Sofía. Parte de mi hubiera querido estar ahí para él, pero otra parte agradece que no lo vi sufrir. Me siento egoísta por pensarlo y es parte de la razón por la que me he quedado tanto tiempo.

Cuando ya no puedo más busco al licenciado Anaya quien me da la dirección de su oficina antes de salir. Dudo si debo despedirme de Rodrigo y Santiago, pero al final me regreso y me despido rápidamente. No sé porqué pero siento que Rodrigo me alucina por completo. Puede ser la manera en que me mira como si fuera una molestia o que cada vez que lo veo tiene la cara larga y los dientes apretados. Por otro lado, el hombre acaba de perder a su hermano, así que es entendible que se sienta así. Lo que más me da curiosidad es dónde está su esposa. Es momentos como éstos, debería estar con él. A menos que esté divorciado y ella sea una bruja. Sin emabrgo, a pesar de lo serio que se ve Rodrigo, puedo decir que se ve que es un buen padre. Siempre está pendiente de su hijo.

Tardo casi una hora para llegar a casa de mis padres, viven casi a la orilla de la ciudad. Mi madre odia la ciudad de México. Ella prefería vivir en Querétaro, que es de donde somos, pero hace un par de años, a mi padre le llegó una oferta de trabajo única en una constructora grande de la ciudad de México y no pudo negarse. Su casa es modesta, pero está llena de plantas y flores. Mi hermano y yo siempre molestamos a mi madre porque parece que sería feliz viviendo en la selva. La verdad es que tiene un don con las plantas y todo se le da.

Antes de que termine de estacionarme, mi madre ya está fuera de la casa. Tiene una sonrisa de oreja a oreja y un sentimiento cálido me invade por completo. Salgo del coche y corro a abrazarla. Creo que no me había dado cuenta de cuánto la extrañaba, y más aún sus abrazos y apapachos cuando me siento triste, como ahora.

—¡Emma! ¡Hija, qué gusto tenerte en casa!

Me aferro un poco más a ella, como si fuera una niña chiquita que se siente mal y solo su madre la puede consolar.

—¿Estás bien? —pregunta al verme la cara.

—No me gustan los funerales —Encojo los hombros a modo de explicación.

La mirada de mi madre es suave y llena de amor.

—Lo sé, mi niña —Me acaricia la cara y me vuelve a abrazar—. Pero qué bueno que ya estás en casa.

—Gracias, ma.

Me toma de la mano y caminamos hacia la casa. En cuanto entramos, mi madre le grita a mi padre y a mi hermano, avisándoles que ya llegué. El aroma a comida invade mis sentidos y mi estómago comienza a hacer ruidos, recordándome que no he comido nada desde el plátano que me desayuné en la mañana. Mi mamá me observa antes de juntar las cejas.

—Estás demasiado flaca, Emma —Niega con la cabeza—. Necesitas comer más allá de semillas raras y verduras.

—¡Mamá como bien!

—Ajá —Alza una ceja y me guía hacia la cocina.

La cocina es mi lugar favorito. No solo porque me gusta cocinar, sino porque es el lugar donde tengo más recuerdos y donde siempre pasamos más tiempo. Ahora está rebozando de ollas humeantes y diferentes aromas. Veo la mesa ya puesta en el desayunador, con un florero lleno de rosas de colores que sin duda mi madre ha cortado del jardín. Tomo un banco de la barra que divide la cocina del antecomedor y me siento en él.

—¡Monstruo! ¡Llegaste! —la voz de mi hermano inunda el cuarto.

—¡Joaquín! Tu hermana tiene nombre —Mamá le dice inmediatamente. Lo señala con la cuchara de madera que tiene en la mano.

Siempre nos hemos dicho apodos, pero a mi madre le choca. Y siempre, siempre, nos regaña.

Tanto mi hermano y yo reímos. Joaquín camina hacia mí y me envuelve en un abrazo de oso bastante fuerte.

—¡No me dejas respirar! —Me quejo.

Mi hermano se aleja rodando los ojos. Alza los dos brazos hacia el techo al mismo tiempo que hace una cara.

—Cómo te quejas de todo, M —Mi mamá le echa ojos. Él encoge los hombros—. Su nombre tiene una, ma.

—Dos, de hecho. Juro que mamá me quiso complicar para el resto de mi vida...

Mi madre se ríe pero sigue moviendo los frijoles en la olla.

—¿Cuándo vas a dejar de explotar a nuestros padres? —le pregunto a mi hermano cuando se sienta junto a mí.

—No los exploto. ¿Ves ésa cuchara que nuestra madre trae en la mano? —Se pega en el pecho—. Yo se la regalé.

—Porque por tú culpa rompí la última que tenía —replica mamá.

Los miro por un momento y me boto de la risa.

—Déjame adivinar, mamá te la aventó cuando la sacaste de quicio —digo entre risas.

—Algo así —murmura entre dientes mi hermano, haciéndome reír aún más.

«Dios. Cómo extraño ésto», pienso al mismo tiempo que siento una presión en mi pecho. A veces trato de pretender que me encanta vivir sola y ser independiente. Sobretodo en otro país. No fue fácil conseguir la visa americana, pero todavía tengo unos seis meses más para tener que renovarla, y espero poder tener un trabajo mucho más estable para lograr obtenerla de nuevo. Sin embargo, muchas veces el papel de independiente me queda corto, porque recuerdo nuestras cenas y noches de películas y extraño demasiado a los míos.

—Ya en serio Joaquín, ¿cuándo te vas a independizar? —Trato de cambiar el tema antes de que me envuelva la melancolía.

Mi hermano suspira exageradamente.

—Cuando encuentre una mujer tan maravillosa como nuestra madre.

Sacudo la cabeza. Siempre ha sido un niño de mami. Segura estoy que aunque lo dice de broma es algo que a muchas chicas no les gusta.

—Tienes que cortarte el cordón umbilical, niño.

—Y tú tienes que aferrarte más a él —dice mi padre cuando entra en la cocina—. Te extrañamos mucho, hija.

Lo veo e inmediatamente me levanto para darle un abrazo. Si Joaquín es un niño de mami, yo soy, indudablemente, una niña de papá.

—Te ves muy bien, Emma —dice cuando nos separamos.

Miro a mi madre. «¿Ves? las semillas y plantas no me caen tan mal», pienso. Mi madre me ignora, pero sé que lo está haciendo a propósito.

—Ahora, cuéntanos porqué razón éste señor te está pagando todo para venir a México unos días.

Mi padre se sienta en el antecomedor mientras que Joaquín imita música de suspenso. Le doy un zape por payaso antes de ayudar a nuestra madre a llevar los platos servidos.

—Salí con Tomás algunos meses, pero no fue nada serio ni guau.

—No parece si te invita tantas cosas.

—Papá, Tomás habrá sido lo que sea que haya sido, pero no creo que fuera un mal hombre —Me siento en mi lugar y tomo la colorida servilleta de tela sobre mi plato—. Además, ya no está.

La boca de mi padre ha formado una línea recta. No dice más, pero siento que es más porque me ha extrañado y no quiere pelear. De cualquier manera, lo agradezco.

Cenamos tamales con frijoles de olla. Son toda una bomba, pero no me importa. Mi madre ha cocinado los frijoles con mucha emoción y no me puedo negar cuando me ofrece un poco más. Al parecer estoy en dieta de engorda o algo así.

Joaquín nos platica los últimos chismes de oficina, y yo pretendo entenderlos, pero la verdad es que no recuerdo quién es quién. Terminamos de cenar y entre todos recogemos los platos. Antes de subir a mi cuarto, me hago un té de manzanilla con lavanda para poder dormir mejor. Mis padres ya se han retirado a su cuarto, y de último momento decido no subirlo a mi cuarto. Abro la puerta de vidrio del antecomedor y salgo al jardín. La brisa se siente fresca. Me siento en los escalones del patio y tomo un sorbo de té. Joaquín sale al jardín escondiendo una cajetilla de cigarros entre sus manos. Me recuerda a mí cuando iba en la prepa.

—¿Fumas? —me pregunta enseñándome la cajetilla.

—Ya no.

Encoge los hombros y saca un cigarro. Lo enciende y comienza a fumar.

—¿Estás bien, de verdad?

Su pregunta me toma por sorpresa.

—Si, ¿porqué?

—No sé. Estás muy callada. Y estoy de acuerdo con mamá, estás muy flaca.

Sonrío.

—Estoy bien, pero como ya bien sabes, asistir a funerales no es mi hit.

—¿Le querías, a Tomás?

Niego con la cabeza, sintiéndome culpable de pronto.

—No es que no lo quisiera, sino que siempre supe que lo nuestro era pasajero, ¿sabes? —Exhalo lentamente—. Pero no sé. Apenas estoy entendiendo que Tomás ya no está, y no tengo idea de porqué está haciendo todo ésto —Hago una mueca—. O dejo hecho todo ésto.

Joaquín no dijo nada. Se terminó el cigarro mientras yo tomé mi té en silencio también.

—Emma, ¿eres feliz allá? ¿Estás haciendo lo que siempre soñaste?

No pude responderle rápidamente y un nudo se me formó en la garganta.

—No lo sé —Aprieto los labios un segundo—. Lo estoy intentando. Y prefiero poder decir que no funcionó a preguntarme qué pudo haber pasado. Lo peor que puede pasar es que si no se dan las cosas, podré regresar a compartir el baño contigo de nuevo.

Mi hermano sonríe, pero no es una sonrisa de verdad. Lo noto hasta un poco triste.

—Te admiro mucho, ¿sabes? Yo no sé si podría lanzarme al vacío sin ver que hay una red en donde pueda caer. Y tú siempre lo has hecho.

—No siempre —Junto las cejas—. Pero Sofía me hizo prometerle tomar riesgos —Se me llenan los ojos de lágrimas y tomo mi dije—. Y vivir. Disfrutando las caídas y levantadas, pero tomando experiencias.

Joaquín pasa un brazo sobre mis hombros y me abraza.

—Y lo estás haciendo muy bien, M. Ella está orgullosa de ti, estoy seguro.

Recargo mi cabeza en su hombro y aprieto la nariz.

—Apestas a cigarro...

—Yo también te quiero, Monstruo.

Suelto una risita entre triste y aliviada.

Se siente bien estar en casa, es como una recarga de pilas que no me había dado cuenta que necesitaba tanto. 

Hoy ha sido como muy emotivo y bastante cansado. Emotivo porque posteé el final de  Príncipe con Bneficios y es un gran logro porque me costó mucho trabajo traducirla. Y Cansado, porque hasta ahorita me puedo poner a escribir y ya estoy estresada por NaNoWriMo. Voy mega atrasada (ocupé todo el fin de semana para terminar los capítulos de PCB que me faltaban). Pero venga, la noche es larga...

Gracias por estar aquí :)

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