Seis
Canción del capítulo: Laura Pausini - La solución feat. Carlos Rivera
—¿O sea, cómo, me lo puedes volver a repetir?
Le acabo de dar la noticia a mis padres y mi madre está al borde de un ataque de pánico. Mi padre, como siempre, está tranquilo. Le toma la mano a mi madre y ella lo mira por un segundo.
—¡No me vas a decir que está bien todo ésto!
—María —dice mi padre con voz relajada—, Emma tiene veinticinco años ya y estaba viviendo en Estados Unidos. Si ella cree que es lo correcto, entonces no habrá manera de cambiar su opinión.
—Además he firmado un contrato, madre. Y no se me hace justo que se pierda todo porque yo tenga que cumplir con una pequeña cláusula.
Mi madre clava sus ojos en mí.
—¡Ésa cláusula no tiene nada de pequeña! —Se levanta del sillón de la sala y comienza a caminar alrededor del cuarto—. ¿Pero, y si no la volvemos a ver nunca?
Aprieto los labios tratando de disimular una sonrisa. Lo mismo había dicho cuando les avisé que me iba a California. Mi padre y yo nos volteamos a ver.
—Mamá, seguro que me van a ver. Es más, en tres meses me vas a tener de regreso.
—Es que, ¿quién es éste tipo? ¿cuántos años tiene?
—No sé —Encojo los hombros—. Pero no se ve mala persona.
Mi madre rueda los ojos.
—¡Qué consuelo me das!
—María, para ya —Mi padre se levanta y se acerca a ella—. Emma sabe lo que hace. Debemos confiar en ella.
—Pero...
—Sin peros —dice con finalidad mi padre.
Mamá aprieta los labios pero sabe que no hay manera de cambiarme de parecer. O a papá.
—Está bien. ¿Vamos a comprarte ropa?
Me levanto y la abrazo.
—Gracias mamá. Sé que hago muchas cosas que no te parecen, pero... gracias por dejarme ser.
Los ojos de mi madre están llenos de lágrimas cuando me separo.
—Es que apenas regresas y ya te vas...
—Pero por lo menos estaremos en el mismo país.
Ella suspira y levanta la mano para acariciar mi cara.
—¿En qué momento te has convertido en una mujer tan independiente?
Mi padre ríe y yo con él. Si soy independiente es gracias a mis padres, pero más a mi madre. Siempre me enseñó a no dejarme, a hablar y decir lo que pienso y a ver por mí. Hasta el día en que decidí irme a la ciudad de México al culinario. Siempre ha dicho que en ese momento se arrepintió de toda mi educación. Sé que no es cierto, pero también sé que le gustaría tenerme más cerca. Pero siempre pensé que mi destino no era la ciudad de México. Hasta ahora. Es una ciudad hermosa, vibrante y energética, donde nunca te podrás aburrir, pero también es una pesadilla si tienes que trasladarte de un lado a otro. Puedes hacer dos horas para llegar a algún lugar dentro de la ciudad gracias al tráfico. Siempre le huí a eso. Supongo que dentro de mí quería vivir en un lugar tranquilo.
«Bueno, ahora experimentaré la verdadera tranquilidad», pienso con pesadez.
La tarde se pasa bastante rápido. Se me va entre ir a comprar suéteres y una chamarra gruesa, compadecerme de mi cuenta de banco casi vacía y comer una cantidad extraordinaria de lo que los mexicanos llamamos como vitamina T. Tacos, tortas, tamales, tlacoyos... en fin, supongo que si vamos a estar en las montañas por lo menos podré caminar, o como me siento para el final de la noche, rodar.
Después de la comilona no puedo dormir bien. No estoy acostumbrada a comer tanto y menos en la noche, pero la cena fue literalmente mi madre alimentándome por los próximos tres meses. Mi hermano se la pasó molestándome porque supone que la esposa de Rodrigo me hará la vida imposible, pero en realidad es que no sabemos si tiene o no esposa... parece que no. Antes de tratar de dormir, hablo con mi casero y me comenta que ya están pagados los próximos cuatro meses de renta. El abogado de Tomás no perdió ni un segundo.
No necesito escuchar mi alarma. Al amanecer estoy ya despierta y lista para emprender el viaje. A donde sea que vayamos. Cuando bajo mi maleta, mi madre me está esperando con una taza de café caliente.
—Emma, cuídate mucho, por favor.
—Madre, todo va a estar bien —digo antes de tomar la taza y darle un beso en la mejilla.
—Espero que no te moleste, pero quiero conocerlos. Necesito saber que vas a estar bien o no voy a poder conmigo.
La miro con cariño.
—No me molesta, tranqui.
Nos quedamos en silencio por un momento. Pruebo el café y sonrío. A mi padre le gusta el café cargado como a mí. Joaquín es un bebé que siempre se queja de nuestro café, pero mi madre lo ha hecho al punto.
—Te quiero, hija. Aunque siempre me traigas de cabeza con tus locuras.
—Tú me enseñaste a ser así —le recordé antes de tomar otro trago de café.
Mi madre toma mi mano y la aprieta antes de soltarla. Mi padre y Joaquín bajan después y pasamos una mañana relativamente tranquila, porque a pesar de las bromas y los recuerdos compartidos, no puedo dejar de sentirme nerviosa, como si mi vida está a punto de cambiar.
A las once de la mañana en punto suena el timbre. Mi madre es la primera en abrir la puerta. La escucho presentarse en lo que yo termino de guardar el teléfono nuevo que me acaba de regalar mi padre, y camino hacia la entrada tratando de disimular que mis manos comienzan a sudar o que mi corazón está latiendo al mil por hora.
Parado en la puerta están Rodrigo y Santiago. Los ojos de Rodrigo se clavan en mí al momento y su mirada me hace sentirme aún más nerviosa. Santiago, al contrario de su padre, sonríe inmediatamente. Suelta a su padre y después de que mi madre los invita pasar, marcha hacia mí.
—¿Tú eres Emma?
—Sí —Sonrío.
Extiende su mano como un pequeño adulto.
—Mucho gusto.
—Encantada de conocerte, Santiago —digo al mismo tiempo que estrecho su mano.
—¿Cuántos años tienes? —Inclino la cabeza observándolo.
—Seis. ¿Y tú?
—Ya estoy viejita comparada a ti —arrugo la nariz—. Tengo veinticinco años.
—Tienes bonitos ojos.
Su elogio me toma por sorpresa y siento que ruborizo.
—Gracias, a mí me gustan los tuyos.
—¡Qué niño tan educado! —Comenta mi mamá—. Su esposa también debe estar muy orgullosa de él.
La sonrisa de Santiago se desvanece y mi estómago se revuelve. Sé que mi madre ha dicho algo inapropiado. Alzo la mirada y Rodrigo está completamente serio.
«¿Qué pasa con su mamá?», me pregunto antes de escuchar a Rodrigo.
—Sí lo está —dice antes de acercarse a Santiago y pasar un brazo alrededor de sus hombros—. Creo que es hora de irnos, Emma. El viaje es bastante largo.
—Ok —asiento algo apenada.
Mi madre está frunciendo el ceño cuando la miro y abro los ojos tratando de mandarle el mensaje telepático de que por favor ya no hable. No lo capta. Aprieta los labios un segundo y está a punto de abrir la boca cuando mi papá toma mi maleta para meterla en la cajuela del auto de Rodrigo. Éso la distrae.
Mi hermano pequeño no ha dicho ni una sola palabra. Camino hacia él y lo abrazo.
—No le des mucha lata a nuestros padres, ¿ok?
—Siento que la que les está sacando canas verdes eres tú, Emma. No yo —me dice antes de separarnos—. Cuídate.
Lo noto preocupado, como a mis padres.
—Todo va a estar bien. Pórtate bien —me mofo.
Joaquín sonríe y me siento mejor de haberle sacado esa sonrisa.
Mi padre me espera en la puerta y siento como una lija en la garganta cuando trago. Toco mi dije y me acerco a él.
—Gracias por confiar en mi, pa.
—Siempre, hija. Siempre.
Nos abrazamos y se me llenan los ojos de lágrimas. Sin el apoyo de mis padres no podría hacer nada. Me duele el pecho ya pero tengo que despedirme de mi madre. Cruzamos miradas y el corazón se me hace chiquito. Mamá se ve triste y desolada, más aún que en todas las despedidas que hemos tenido.
Sin decirle nada la abrazo fuerte, antes de que se me salgan las lágrimas.
—Te quiero, mamá. Y voy a estar bien, te lo prometo.
Se lleva una mano a la boca y mueve la cabeza. Sé que no quiere hablar porque le pueden ganar sus emociones.
Me muerdo el labio y los miro a los tres de nuevo antes de decir: —Nos vemos pronto.
Papá abraza a mi madre y yo me trago las lágrimas que se quieren desparramar de mis ojos. Siempre que nos despedimos es lo mismo, pero hoy es aún más emotivo de lo normal. Sé que están preocupados, yo también lo estoy. Pero también quiero confiar en que todo va a salir bien, porque si no, éstos tres meses serán los más largos de mi vida.
Rodrigo y Santiago se despiden también y caminan hacia el auto. Antes de subir puedo leer el letrero que ví de lejos en la oficina del abogado.
"Refugio animal y clínica veterinaria: Amanecer."
Siento como rocas calientes en el estómago. No soy la mejor con los animales, la verdad es que de niña me mordió un perro y desde entonces me dan miedo.
—¿Eres veterinario? —pregunto antes de que Rodrigo se suba al coche.
—Sí.
—Ah —Trago saliva y volteo a ver a mis padres. Trato de sonreír para que no se den cuenta de que ahora estoy aún más nerviosa y les digo adiós con la mano.
«Genial», pienso antes de subirme al auto y cerrar la puerta.
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