Ocho

Canción del capítulo: Piso 21 & Micro TDH - Te Vi


Después de acariciar a Roki no puedo prestar mucha atención a la casa. Sigo emocionada porque por primera vez en mi vida he podido tocar a un perro, pero al mismo tiempo me siento un poco inquieta por haberme quedado como estúpida viendo a Rodrigo. La realidad es que el hombre me intriga. Demasiado. Aún así tengo muy claro que estoy aquí por compromiso, nada más. Y no sé si eso es lo que me intriga más, la verdad. Además de que no está nada feo. Es un hombre bastante atractivo a pesar del horrible carácter que parece cargarse.

Me siento en la cama y observo mi cuarto. Es amplio y huele a madera. Lo único que pude notar mientras caminaba por el pasillo es que toda la casa tiene vigas de madera en el techo. Las paredes de mi cuarto son blancas y están decoradas con un par de fotos de flores en blanco y negro. Tengo un buró junto a la cama y un sillón en la esquina. Todo parece un poco sobrio, pero entiendo que es el cuarto de visitas. Lo mejor de todo es que tengo un baño aparte y ya con eso me siento mucho más tranquila. Por lo menos tendré un poco de privacidad.

Acomodo algo de mi ropa en la cómoda que se encuentra bajo la ventana antes de mirar a través de ella. Mis labios se parten cuando me doy cuenta de la vista que tengo. Parece que la casa está en lo más alto de una montaña porque tiene una vista de valles y colinas impresionante. Por un momento, me siento como en la cima del mundo.

Tocan a la puerta e inmediatamente cierro el cajón con mi ropa interior.

—Me dijo mi papá que te trajera unas cobijas para la noche —dice Santiago todavía con voz soñolienta.

—Gracias.

Las deja sobre mi cama antes de sentarse en el sillón.

—Me puedes decir Santi como mi papá y mis amigos me dicen. Sé que eres buena persona porque mi tío siempre hablaba de ti.

—¿De verdad? —pregunto sorprendida.

No tenía idea de que Tomás hubiera hablado de mí alguna vez. Santiago—ahora Santi, asiente con la cabeza.

—Gracias por dejarme decirte Santi.

Le quiero preguntar más por Tomás. Muero por saber qué ha dicho de mi, pero me da cosa. Siento que igual le puede dar tristeza porque su tío ya no está con nosotros, y mejor me quedo callada antes de sentarme sobre la cama, cruzando las piernas.

—¿Eres chef también verdad? —pregunta.

—Sí —Sonrío.

En ese momento, alguien más toca a la puerta.

—¿Santi, estás ahí?

—Si... —dice un poco inseguro, como si hubiera estado haciendo algo malo.

Se abre la puerta y Rodrigo asoma la cabeza.

—No molestes a Emma, Santi. Yo creo que debe estar cansada del viaje.

Santiago se levanta del sillón y me mira como disculpándose.

—No me molesta en absoluto —le digo para que no se sienta mal—, al contrario, agradezco la compañía.

Ante mis palabras, Santi sonríe.

—Me caes bien, Emma.

No sé porqué pero un sentimiento cálido crece dentro de mí. Una sonrisa se dibuja en mis labios y no puedo evitar sentirme conmovida. Estoy en un lugar que no conozco, con gente que prácticamente son desconocidos y sin entender muy bien cuál es la razón por la que estoy aquí... pero por un segundo no me siento tan sola.

—Gracias —digo con la voz cargada de emoción antes de levantarme de la cama y voltear la cara, apenada. No entiendo porqué me he puesto así.

—La cena estará lista en unos diez minutos. ¿Nos alcanzas en el comedor? —pregunta Rodrigo.

No lo estoy viendo, pero sé que él sí tiene los ojos clavados en mí. Siento su mirada siguiendo cada movimiento que hago.

—Sí —asiento.

—Vamos Santi, ayúdame a poner la mesa.

Salen del cuarto y cierran la puerta detrás de ellos. Levanto la mirada y todo está nublado gracias a las lágrimas en mis ojos. Tomo mi dije y camino hacia la ventana. Es como que en éste momento me ha caído el veinte de la decisión que he tomado. Y entiendo a mis padres. O sea, en qué cabeza cabe dejar todo por los deseos de alguien que hace años que no ve y se embarca a la mitad de la nada con gente que no conoce.

Niego con la cabeza. He tenido suerte, bien podrían ser miembros de una secta o algo así y yo vine sin más ni más. Pensando en mis padres, tomo mi celular y mando un mensaje en el chat de grupo que hizo Joaquín. Les escribo que estoy bien y tomo una foto de la vista de la ventana y una de mí, para que mi madre vea que estoy completa y no me han cortado en pedacitos o algo así. Un segundo después contesta mi padre y hermano. Chateamos un momento más hasta que mi estómago comienza a rugir. Me despido de ellos y dejo el celular en el cuarto, no es como que alguien más me vaya a hablar o escribir.

Ahora sí pongo atención a la casa. Al salir de mi cuarto encuentro una pequeña sala de estar, con una pantalla pegada a la pared y un sofá. Hay algunos autos tirados en la alfombra y camino con cuidado de no pisarlos, pero la pared con fotos me llama. Hay como cinco fotos nada más, pero tengo tanta curiosidad por conocer más de ésta familia. Dos son fotos de bebé de Santiago. Era un bebé hermoso, con los ojos tan azules como los de su padre y unos cachetes rosados preciosos. Me muevo a las otras fotos y finalmente veo la cara de su mamá. Es muy bonita. Tiene el cabello casi negro, los ojos color canela y una sonrisa que podría deslumbrar al sol. Trae un vestido blanco bordado, como los que vi vestir a la gente del pueblo. Santi se ve mucho más pequeño, pero su madre lo mira con mucho amor mientras lo toma de la mano. Rodrigo está junto a ellos, tomando de la mano a Santi del otro lado y se ve radiante de alegría. Tiene el cabello más corto y se ve completamente relajado. Ése hoyuelo que de repente se deja ver cuando sonríe es evidente, dejándome ver lo feliz que estaba también. Es una hermosa familia.

«¿Qué es lo que ha pasado?» me pregunto. Y no dejo de pensar en la cara de Rodrigo cuando mi madre comentó acerca de la mamá de Santi.

—¿Emma? —la voz de Rodrigo me hace despegar la mirada de las fotos. Volteo hacia allá y lo veo parado en el pasillo observándome.

Mis mejillas se sienten calientes y es como si me hubiera cachado haciendo algo malo.

—Lo siento, no pude evitar ver las fotos.

—Tranquila, está bien —Camina hacia donde estoy. Se para junto a mi y se queda callado observando las fotos.

—Natalia... ella falleció hace tres años.

Mi boca se parte y un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

—Lo siento mucho —Rodrigo me mira y puedo ver cómo le duele aún. Trago fuerte y regreso a la foto—. Ya sé que es lo que todo mundo dice, pero... lo digo de corazón. Se ve que la querías mucho y lo lamento mucho por Santi. No debe ser fácil para ninguno de los dos.

—Gracias —murmura con un hilo de voz.

No tiene que decirlo. Sé que aún la extraña. Y ahora con la muerte de Tomás, supongo que debe ser aún más difícil.

Sin decir nada más, Rodrigo regresa al pasillo y yo lo sigo, sintiendo un gran dolor por todos aquellos que han perdido a alguien. Lo más difícil es para los que nos quedamos, no para los que se van. Pero cuando a pesar de los años te duele la muerte de alguien es porque la querías demasiado. Y el día que me muera, espero que haya alguien que me extrañe tanto, porque querrá decir que de alguna manera le toqué el corazón, y realmente, ésa es la única manera en la que se debe vivir: dejando huella en los demás.

En general la casa tiene un estilo rústico y sobrio al mismo tiempo. Todo se ve ordenado, pero falta esa mano de mujer. No hay plantas ni flores tampoco. No es que yo tenga muy buena mano con las plantas, al contrario, tengo solo suculentas porque son las únicas que me aguantan el ritmo. Pero los "adornos" son los juguetes de Santi. En cinco minutos puedes ver que es fan de los coches. Los hay de todos tamaños y colores por todos lados.

Como buena chef, mi cuarto favorito de cualquier casa es la cocina. El aroma a pan caliente y café invade hasta la sala. Me siento curiosa por conocer la cocina de ésta casa. Siempre he pensado que al ser el cuarto que toda familia usa más, es el cuarto más acogedor de la casa. Y también el que te dice cómo es la vida cotidiana de los integrantes. La de ésta casa es bastante amplia. Santi está sentado en un banco frente a una barra, Roki está acostado a sus pies. Mueve la cola cuando me ve, pero no se mueve. Rodrigo está del otro lado, junto a la estufa. Hay un gran ventanal que da hacia lo que supongo es el jardín. Mismo que no parece tener fin. Me sorprende ver varios electrodomésticos bastante especializados, como una licuadora profesional y una batidora también bastante moderna. Supongo que eran de Tomás.

Me pregunto si vivió mucho tiempo aquí. Clara comentó que estuvo muchos meses, pero no sé si fue a partir de la enfermedad. Solo sé que alguna vez me habló de su hermano, pero no se veía que eran muy cercanos. Y la realidad es que tampoco le pregunté yo mucho acerca de su familia. Tampoco estuvimos tanto tiempo juntos como para hablar de ello.

«Y sin embargo, aquí estoy. En su casa, con su familia». Es todo tan extraño...

—Espero que no te moleste cenar sandwiches con mermelada. No tenía nada más —dice Rodrigo.

—Está perfecto, gracias.

Me siento junto a Santi, teniendo cuidado de no tocar a Roki con los pies. Una cosa es que me animé a tocarlo pero tampoco quiere decir que no me sigue dando pavor tenerlo cerca.

—Mañana yo les puedo hacer de desayunar si quieren.

—Yo pensaba que fuéramos al pueblo. Tenemos que comprar comida para la casa y tengo que pasar por la clínica para ver cómo va todo.

Trato de no fruncir el ceño. Si no cocino, ¿qué es lo que voy a hacer?

Me quedo mirando el plato de comida, y es difícil no pensar en qué carajos es lo que estoy haciendo. No sé cuánto me vaya a durar el dinero, ni si tendré que aportar algo a la casa o en qué voy a ocupar todas las horas del día. Me muerdo el labio y exhalo, tratando de tranquilizarme un poco.

«Come, Emma. La cabeza piensa mejor con el estómago lleno». O por lo menos eso es lo que mi madre siempre dice. Tomo mi sandwich y le doy una mordida. Es lo más sencillo del mundo, pero me sabe a gloria por el hambre que tengo.

—Pero no me quejo si quieres hacer de comer —comenta Rodrigo.

Alzo la mirada mientras mastico lentamente y me quedo como congelada por un momento cuando noto que me está viendo, pero es como que ve a través de mí, y en cierto modo, como que entiende que ésto, todos los cambios, no son fáciles de asimilar. Así lo siento hasta que junta las cejas y voltea la mirada. Y es como si de nuevo me volviera el sentimiento de soledad y ansiedad.

No sé qué piensa Rodrigo de mí, pero no creo que es algo muy bueno.

«Ay Tomás. ¿Qué jodida idea se te metió en la cabeza al hacer tu testamento?».



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