Nueve
Canción del capítulo: Puntos Suspensivos por Piso 21
La noche pasa demasiado lento. A pesar del cansancio, no dejo de moverme y es difícil relajarme. El canto de los grillos me arrulla en un principio, pero después de un rato de intentar dormir, tengo ganas de salir a espantarlos. Cansada de dar vueltas, miro la hora en mi teléfono y volteo los ojos. <<Hoy no voy a conciliar el sueño>>. Suspiro y me levanto para ponerme un suéter. No sé cómo pude pensar que venir a este pueblo fue buena idea, porque realmente no lo fue. Tengo poco dinero, prácticamente estoy perdiendo mi trabajo, y ahora estoy a la mitad de la nada, sin saber qué carambas se supone que debo hacer. Me siento sofocada... Aunque sé que llevo algún tiempo sintiéndome así... Pero tengo una necesidad de salir y de respirar aire fresco.
Trato de no hacer ruido cuando salgo. Esquivo los cochecitos de Santi y siento una mayor pesadez en el pecho. Pobre. Yo solo he perdido a mis abuelos y a mi mejor amiga, y aún siento que no he superado por completo la partida de Sofi. Imagino que no debe ser fácil perder a tu madre, y ahora, a tu tío.
Cuando alcanzo la puerta de la cocina mi cabeza está llena de recuerdos de Tomás. Escucho sus carcajadas y mis labios se mueven involuntariamente. Siempre bromeaba y te sacaba una sonrisa por lo que fuera. Lo recuerdo jugando con un par de poros mientras cocinábamos en mi antiguo departamento en la ciudad de México. Veía la vida con demasiada ligereza, pero también sabía muy bien lo que quería. Y en ese preciso momento en mis recuerdos, me quería a mi.
La brisa es fría cuando salgo al campo, me abrazo al cerrar la puerta sin cerrojo. Cuando volteo, me quedo quieta. Todo está obscuro, pero el cielo está iluminado como nunca. Hay tantas estrellas que es imposible contarlas, y por primera vez desde que recibí la llamada del abogado de Tomás, un sentimiento de calma me envuelve como un manto. Inhalo profundamente antes de sentarme sobre el primer escalón. Observo las estrellas titilando y una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro. No sé qué estoy haciendo, ni a dónde voy, pero un sentimiento cálido nace en mi pecho. Jamás había visto un cielo así, y probablemente solo aquí lo podré disfrutar.
—¿Quién eras de verdad Tomás?
No lo imagino aquí, viviendo una vida en cierto modo... Rústica. La imagen que tengo de él es siempre vibrante, autoritativo en la cocina, sonriente. Recuerdo muy bien el primer día que nos conocimos, pero más aún, el día que me invitó a salir. Estábamos terminando la clase y me llamó a su oficina. Había cierta química entre nosotros, o por lo menos eso es lo que yo quise suponer. La idea de besar a mi maestro me era bastante apetecible, pero poco probable, así que cuando me invitó a tomar una copa, me tomó completamente desprevenida, pero aun así, le dije que sí. Sofi no estaba muy de acuerdo, decía que era poco ético de su parte, pero vaya, ya éramos chicas de 22 años, no éramos niñas. Hice caso omiso de sus comentarios y salí con él. La copa se convirtió en unos tacos, y luego un café. Para cuando llegamos a mi casa, ya me había contado toda su vida culinaria, y yo la mía. Aunque obvio, mi parte de plática fue demasiado corta. Esa noche me besó por primera vez, y recuerdo que fue uno de los mejores besos de mi vida. Me dejó deseando más, pero se portó como todo un caballero, o eso pensé en ese momento. Lo más probable es que ya tuviera una cita previa con otra chica, pero en ese momento no me importó. Un mes después pasaba más noches en mi casa que en la suya, por eso decidí darle una llave de mi casa. Y tres días después regresé más temprano de la escuela y lo encontré follando a mi vecina... Siempre sentí que, si no lo hubiera hecho, hubiéramos podido llegar a más, era fácil enamorarse de él. Tenía muchas cualidades, pero un gran defecto: no era fiel. Recuerdo haberle gritado de todo, saqué las pocas pertenencias que había olvidado en mi casa y se las aventé a la calle. Lo volví a ver en la escuela, pero siempre mantuvimos nuestra distancia, así que no logro entender por qué me había mencionado en su testamento. Yo no fui nadie en su vida, solo una chica más en una lista interminable de mujeres con las que estuvo, y nunca pretendí ser más, tampoco.
Quiero entender por qué me ha dejado su restaurante, o porqué me ha obligado a pasar tiempo con su familia cuando jamás la mencionó, cuando en realidad nunca tuvimos una relación tan cercana. Un escalofrío me recorre el cuerpo, la temperatura ha comenzado a descender aún más. Miro de nuevo al cielo, y casi no puedo ver las estrellas. Una capa de niebla ha comenzado a descender, y sé que es hora de entrar de nuevo a la casa.
—Tomás, no necesitas darme nada. Me has traído de vuelta a México y siento que eso es el mejor regalo. No sabía que lo necesitaba tanto... —Mi voz comienza a ponerse más ronca, a cargarse de emoción—. Hubiera querido darte las gracias en persona, pero quiero pensar que me estás escuchando, así que... Gracias. Estés donde estés, espero que hayas encontrado paz.
Al levantarme, doy una última mirada al paisaje, pero la niebla es aún más densa, y a pesar de que no se ve mucho hacia adelante, la vista me reconforta. Conozco el sentimiento de no saber a dónde vas, lo conozco demasiado bien, pero por primera vez en muchos meses, no me siento tan perdida. Tengo un objetivo en mente: quiero saber quién era el Tomás que ha pensado en mi en sus últimas horas de vida. Quiero conocerlo de verdad.
Con cuidado, abro la puerta de nuevo y la cierro sin hacer ruido, pero una voz grave suena detrás de mí. Casi sin aliento, volteo, poniendo una mano en mi pecho.
—Ya estaba a punto de pedirte que entraras —Rodrigo me mira con esos ojos impasibles antes de antes de levantarse del banco en el que estaba sentado. Tiene una taza humeante en la mano—. Perdón, no fue mi intención asustarte.
—E-está bien —Trago saliva.
—¿No podías dormir?
—No —Niego con la cabeza—. Supongo que tú tampoco.
—Vine por un té, pero vi la puerta de la cocina abierta. Me asomé y te vi sentada en los escalones... Supuse que me podía esperar un poco por si se te cerraba la puerta.
Sé que estuve un rato largo afuera, pero espero que no me haya esperado desde el principio.
—Lo siento, no debí haber dejado la puerta abierta, pero me dio miedo quedarme afuera.
Rodrigo toma un trago de su té observándome. Asiente, antes de fruncir el ceño ligeramente. Aprieta la quijada un segundo ante de mirar hacia sus manos, y dejar la taza sobre la mesa. Vuelve a levantar la mirada, abre los labios, pero los cierra de nuevo.
—Está bien, Emma. No te preocupes —Señala hacia la estufa—. Hay más agua por si quieres un té. En la segunda puerta a la derecha podrás encontrar las tazas y en el estante de arriba están los tés.
Levanta la taza antes de salir de la habitación murmurando buenas noches.
—Gracias —Sigo todos sus movimientos hasta que desaparece de la habitación.
Me pregunto si me habrá escuchado "hablando con Tomás"... Se veía un poco confuso por un momento, pero imagino que tenerme en casa no debe ser fácil para él. Sigo sus indicaciones y me preparo un té de manzanilla antes de regresar a mi cuarto. Mientras tomo el té con pequeños sorbos sentada en mi cama, no puedo dejar de pensar en Rodrigo. Es tan diferente a Tomás. Son como polos opuestos. Rodrigo es reservado, serio y bastante difícil de leer, cuando Tomás era un como libro abierto. <<O por lo menos el Tomás que yo conocí>>, aunque ese no era el Tomás que hubiera reglado su restaurante a cualquiera...
Termino mi té y me acuesto en la cama. Miro al techo mientras recuerdo las palabras que mi madre siempre me decía antes de dormir: "Dale gracias a Dios por que mañana es un nuevo día."
Sonrío. Mamá tenía razón. Mañana es un nuevo comienzo, y yo estoy lista para entender un poquito más a Tomás. A pesar del obtuso de su hermano. Con eso, cierro los ojos y por fin me puedo relajar hasta que me quedo dormida.
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