Cinco
Canción del capítulo: Ariana Grande - thank u, next
Hemos tomado una pausa para poder pensar bien las cosas y tomar una decisión. Debemos regresar a la oficina en cuatro horas. Hay un pequeño patio dentro del edificio que ahora actúa como mi pequeño refugio. Es muy pequeño pero todas las paredes están cubiertas de bambús y hay una fuente en la esquina, junto a la banca en donde he dejado mi bolsa.
No tengo ni idea de a dónde se fue Rodrigo, salió furioso del despacho del abogado y lo entiendo, yo tampoco estoy contenta. Aún muerto, Tomás sigue haciendo de las suyas. Siento que es muy injusto que me pida que deje todo por lo que he trabajado durante los dos últimos años por simple capricho suyo.
Sé muy bien que el manejo de un restaurante es un asunto serio y que definitivamente si hay dos socios, tienen que confiar uno del otro y tiene que haber una buena relación. Lo recuerdo porque fue una de las jodidas pláticas que tuve con él. Será muy su filosofía, pero tampoco es la última ley, y mucho menos algo que rija mi vida.
Tampoco puedo decir que me valen madres los últimos deseos de Tomás y que donen todo a la escuela que sea, porque... he visto a Santiago y con el dinero que su padre pudiera obtener, seguro tendría un mejor futuro. Eso me enoja mucho más. Porque Tomás sabía perfectamente que tengo corazón de pollo y que no podría quitarle nada a su sobrino. Gruño y resisto las ganas de jalarme los cabellos. También las ganas de mentarle madres, aunque estoy segura que no soy la única que se siente así.
Siento que tengo ganas de golpear algo, o más bien a alguien en particular, pero por obvias razones, no puedo. Frustrada, tomo mi teléfono y le mando un mensaje a Keri preguntándole si le puedo marcar. Menos de treinta segundos después, me contesta en español que si. Le marco inmediatamente.
—¡Thank you! —la saludo dándole las gracias en inglés.
—Ya sabes que yo no perdo oportunida pa' hablar en español —me contesta en su español cortado. Sonrío.
—Me tienes que venir a visitar un día para que podamos practicar en vivo y directo.
—¿En vivo?
—Live —le traduzco.
—¡Ah gladly! Digo, ¡súper!
—Necesito contarte algo, pero no sé si prefieras que te lo cuente en inglés.
Supongo que escucha la desesperación en mi voz, porque me contesta en inglés: —Go ahead, hun.
No le pregunto dos veces, le cuento todo lo que ha puesto Tomás en el testamento y lo que pide. La escucho jalar aire en algunos momentos, tan sorprendida como yo.
—Oh Dios, Emma, ¿qué pensas hacer?
—No sé. Siento que lo más correcto es aceptar todo... pero también estaría dejando atrás toda mi vida, ¿sabes?
Keri se queda callada un momento.
—Pero, tienes un blog. Mientras haya WiFi puedes hacer todo, ¿no?
—Si... pero mi depa fue difícil de encontrar...
—No lo perdas. Habla con tu manager. Trata que te paguen los tres meses y ya está.
«Pero Rodrigo me odia», pienso dentro de mí.
—¿Y luego qué hago con el restaurante?
—Lo trabajas, lo vendes, lo que sea. Creo que todo pasa por algo, y ésto tampoco se queda atrás.
No lo dice, pero sé que piensa lo mismo que yo: además la vida en Estados Unidos tampoco es de lo más soñada. Menos ahora con el nefasto presidente que tienen. No es muy padre vivir con cierta incertidumbre de qué es lo que va a pasar, si te pueden revocar la visa de trabajo o si haces x o y te pueden deportar.
—Habla con el hermano, Emma. You got this.
—Creo que es la primera vez que te escucho hablar con tan buen español.
—¡He estado practicando mucho! —ríe.
—¿Sigues saliendo con Mario?
—Sí.
Mis labios se curvan. En su afán por empaparse de la cultura latina, Keri buscó clases de español y terminó enamorándose de su maestro colombiano, un chico que por lo menos en fotos y por lo que me ha contado ella, se ve que es muy buena gente.
—¡Más razón para que me vengas a visitar!
—Si aceptas todo y manejas tu propo restaurante, voy. Te lo prometo.
—¿Y si no lo acepto no vienes?
—No.
—¡That's mean!
Keri se bota de la risa. Hablamos un poco más, haciendo planes de lo que podríamos hacer si ella viniera a visitarme, y después de veinte minutos de plática, me siento mejor.
Como Keri, yo también creo que las cosas pasan por algo, hasta las que nos duelen más. De todo aprendemos siempre y gracias a lo que hemos vivido, somos lo que somos. Dada la concurrencia en el funeral, supongo que al final de su vida Tomás no tenía muchos amigos y por alguna razón, éso me hace sentir una mayor responsabilidad al tener la oportunidad de recibir parte del manejo de su restaurante. Porque no es cualquier cosa. Es el fruto de años de trabajo y sé que era lo más preciado que tenía en su vida. Entiendo sus condiciones por lo mismo, porque su restaurante era "su bebé".
Me siento en la banca con el corazón apachurrado. No entiendo qué habrá pasado para que alguien tan social se quedara tan solo. Me hubiera gustado poder hablar con él, decirle todo lo que pienso de todo ésto y que me pudiera explicar mejor las cosas. No sé. Me hubiera gustado ser su amiga y poder estar con él durante las etapas más difíciles, que supiera que no estaba solo. Aunque no lo estaba, tenía a su familia.
La alarma de mi teléfono comienza a sonar y sé que es hora de regresar a la oficina del abogado. No sé qué ha decidido Rodrigo, pero por lo mismo no pienso hablar hasta que él exprese lo que piensa. Lo menos que quiero es que sienta que me quiero quedar con el dinero o el restaurante. Todavía no estoy segura si es la mejor opción, pero en el peor de los casos quiero pensar que es una de esas veces en las que más vale arriesgarse que dejarlo pasar. Por lo menos sé que lo habré intentado.
Las puertas del elevador se están cerrando cuando entra Rodrigo. Hay otra persona en el elevador y estamos todos en silencio, pero es como si el hombre trajera consigo una energía electrizante porque de un momento a otro el ambiente se siente pesado. El señor que está enfrente de mí se baja y nos quedamos solos. Rodrigo carraspea antes de apretar el botón de pausa y volverme a ver.
—¿Podemos hablar?
—¿Aquí?
—No sé a dónde podríamos ir —encoge los hombros.
Inmediatamente pienso en el pequeño patio en donde estaba, pero ya no hay tiempo, nos están esperando.
—¿Qué piensas? —pregunto con voz tímida.
Él, junta las cejas.
—De entrada, que Tomás estaba loco de remate —lentamente sacude la cabeza—. Pero que si él está haciendo las cosas así, sus razones habrá tenido. Y no podemos dejar que todo su trabajo se vaya al caño.
—O a una escuela de entrenamiento de perros —añado.
—¿Es que puede haber causa más ridícula? ¡Ni siquiera es una escuela para entrenar perros para invidentes, por Dios!
Rodrigo clava sus ojos en mí. Su mirada es profunda, cómo si quisiera poder descifrarme en tres segundos.
—¿Estarías dispuesta a dejar todo y vivir con nosotros por tres meses?
Un nudo se me forma en la garganta. Éste es el momento en el que mi vida puede cambiar para bien o para mal. Y es también el preciso momento en que se me viene a la mente la promesa que le hice a Sofi, la de tomar riesgos y vivir.
«Mi madre me va a matar», pienso. Estoy a punto de aceptar irme a vivir con extraños. Quién sabe dónde. Aunque, debe vivir en México, así que no debe estar tan mal.
—Supongo que lo podemos intentar... pero con una condición.
Rodrigo me observa un momento antes de alzar una ceja.
—El total del dinero de la cuenta es tuyo y del restaurante... no sé si merezco ser socia, pero necesitaría ganármelo. Es decir, después de los tres meses yo te paso todo a ti —Veo que abre la boca para replicar y alzo la palma de mi mano—. Nunca he manejado un restaurante. Es mucha responsabilidad y preferiría trabajar en él antes de tomar las riendas.
Se recarga en la pared, pensando todo. Mi corazón comenzó a latir rápido desde el momento en que Rodrigo se subió al elevador, pero en este momento está al mil por hora.
—Creo que podemos llegar a un acuerdo al final de los tres meses. Supongo que tendremos bastante tiempo para platicar acerca de ésto.
—Ok... —respondo, sonando tan insegura como me siento.
Él asiente con la cabeza, pero sus hombros caen ligeramente como si le hubiera quitado un peso de encima. Me queda claro que no era yo la única que estaba tensa. Éso me hace sentir un poco mejor.
Aprieta el botón del elevador de nuevo y nos comenzamos a mover. Antes de llegar al piso del abogado, se voltea hacia mí.
—Gracias, Emma.
Me abrazo y toco mi cuello antes de contestarle: —Gracias a ti también. Sé que soy una completa extraña para ustedes.
—Y sin embargo, eres tú la que vas a tener que cambiar tu vida —agrega.
Encojo los hombros como respuesta.
«Mi vida medio apesta ahorita», pienso. Y lo peor que puede pasar es que las cosas no resulten y regrese a lo mismo.
El abogado se relaja cuando le decimos el acuerdo al que hemos llegado. Nos hacen firmar un primer acuerdo en el que nos comprometemos a vivir bajo el mismo techo por tres meses para conocernos y aprender a confiar uno del otro. Leo también que hay una cláusula que dice que si alguno de los dos rompe el primer acuerdo todo se va al traste. En idioma legal, claro está. Pero bueno, no puede ser tan malo vivir con Rodrigo y Santiago. Fuera de que a mi madre le va a dar un ataque al corazón... pero por lo menos estaré cerca de casa de mis padres.
—Emma, creo que vamos a tener que cambiar el vuelo, ¿verdad? —me pregunta el abogado.
—Si... pero necesito pagar la renta de mi departamento, además de que no tengo mucha ropa conmigo.
—No te preocupes por la renta —dice el licenciado—, y de la ropa, creo que tendrás que ir de compras antes de que se vayan, ¿no?
«¡Se vayan!», exclamo dentro de mí.
—¿Perdón? —Volteo a mirar a Rodrigo—. ¿No vives en la ciudad de México?
Rodrigo me mira intrigado.
—No. Vivimos en la sierra de Puebla.
Parpadeo en lo que repito lo que acabo de escuchar. «¡Sierra de Puebla! Eso suena lejísimos», comienzo a preocuparme. ¡Cómo no se me ocurrió preguntar esto antes de firmar algo!
—Creo que vas a necesitar ropa de frío, y más si vienes de California.
—¿Cómo se llama la ciudad en la que viven?
El abogado ríe y por primera vez una sonrisa fantasma se dibuja en el rostro de Rodrigo.
—No es una ciudad muchacha, es un pueblo. Sin ofender, Rodrigo.
—No te preocupes Carlos, no me ofende —Rodrigo contesta tranquilamente—. Santiago y yo somos felices como pueblerinos.
«¡Ay Dios! Estoy jodida», me lamento.
—Pero si hay internet, ¿verdad? —Pregunto completamente desconsolada.
Ahora sí, Rodrigo sonríe. Y vaya que tiene una sonrisa linda. Se le iluminan los ojos y se le hace un pequeño hoyuelo en la mejilla derecha.
—Sí, no estamos tan mal —contesta divertido.
Suspiro. Ya firmé. No puedo hacer nada.
—Ok...
Rodrigo se levanta de su silla.
—Nos vamos mañana a las once de la mañana. ¿Te parece bien?
Junto las cejas. Quiero preguntar a cuánto tiempo estamos de aquí, pero vaya, ya para qué. Igual tengo que ir y ahora tengo que avisarle a mis padres y a preparar todo. Intercambiamos número de teléfonos y quedamos de vernos en casa de mis padres después de que regrese el auto en renta.
Salimos del despacho a las tres de la tarde y mientras manejo hacia casa de mis padres, no puedo evitar pensar que ésto bien puede ser el principio del caos.
Todo sea por tomar riesgos y vivir aventuras...
¿Qué les parece?
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